Indignados en España ¿Grupo de presión o germen de un cambio social?


23-06-2011

Juanjo Gallardo
Rebelión

“La libertad no es sino un vano fantasma cuando una clase de hombres puede dominar por el hambre a la otra impunemente. La igualdad no es mas que un vano fantasma cuando el rico, por el monopolio, ejerce el derecho de vida y muerte sobre sobre su semejante”

Jacques Roux, 25 de junio de 1793 en la Convención

Las manifestaciones del domingo 19 de junio convocadas por 15M han sido un rotundo éxito. No tanto, como dice un amortizado políticamente Felip Puig, porque han sido pacíficas (“Els matins de TV3” del día 20J), sino por el nivel de asistencia. Al margen de la guerra de datos y guiándonos por los cálculos de la propia prensa (sigo en esto a El País), sólo Barcelona congregó a casi 100.000 personas. No es baladí tomar como referencia el caso de Barcelona. Aquí fue donde se produjeron lo que algunos declaran como lamentables sucesos de “kale borroka”, de “guerrilla urbana” y de atentado a la democracia al mismo nivel que el 23F. Se trataba, con estos calificativos, no sólo de criminalizar el movimiento (siempre en minúscula) de las acampadas y del 15M, sino de intentar introducir un elemento de miedo en ese sector de la población que ve con simpatías las movilizaciones para restar, en la medida de lo posible, el máximo de asistencia a la manifestación del 19J.

Prueba superada. El reto planteado ha sido una victoria del movimiento ciudadano y tiene un doble valor. Por un lado, porque una parte importante de la ciudadanía ha perdido el miedo a las proclamas que vienen del poder y su prensa adicta y ha dado una respuesta masiva a los intentos de abortar el 15M de una tacada. Respuesta engrandecida como reacción al intento de criminalizar el movimiento. Que no se olviden de esto porque ya ocurrió tras los sucesos de la Pza. de Catalunya y puede volver a ocurrir. Por otro lado, esa manifestación relanza de nuevo las expectativas de todo lo que se cuece con estas movilizaciones. Hemos visto llegar al centro de la ciudad a columnas ingentes de personas procedentes de barrios de Barcelona y de ciudades de su área metropolitana (Hospitalet, Badalona, Santa Coloma de Gramenet, Mataró, etc.), síntoma de vitalidad, de que en cada núcleo de población existirá un altavoz organizado de las proclamas que el movimiento vaya planteando.

El fenómeno, por tanto, va para largo. Pero es necesario seguir analizando deficiencias, contradicciones y la dirección que pueda seguir.

Bajo mi punto de vista son dos las cuestiones que debe dilucidar el movimiento.

Por un lado, centrar sus objetivos de tipo político, económico y social. Las reivindicaciones económicas y sociales quedan claras en la cantidad de propuestas que se han ido haciendo desde las comisiones y asambleas de las acampadas: retirada de la reforma laboral, mantenimiento de las pensiones y de la edad de jubilación, no a los recortes en sanidad y educación, no ceder en las nuevas propuestas de negociación colectiva que plantea la patronal (vía Marchioni para FIAT), no a los desahucios, entrega de la vivienda a cambio de la hipoteca, seguir en la vivienda “desahuciada” a cambio de un alquiler, tasa Tobin, fin paraísos fiscales y otras muchas más que aquí no aparecen. Fijémonos que estas propuestas no dejan de ser asumibles por el sistema, no plantean un giro o transformación revolucionaria de la sociedad. En ningún momento se pone en cuestión la propiedad de los medios de producción. Cualquier programa de una socialdemocracia coherente podría hacer suyos estos objetivos (por ahí iban los “sueños” de Julio Feo, Secretario General de Presidencia con Felipe González, en Público el día 12 de junio de 2011. También las declaraciones de Carmen Chacón el 20 de junio de 2011 donde mostraba que las reivindicaciones son “no sólo razonables, sino también posibles”). Pero aunque no son de carácter transformador, estos objetivos tienen la virtud de poner en cuestión el dogma neoliberal, y la consecución de un cambio en la orientación del sistema ya sería una gran victoria ciudadana. La toma de conciencia colectiva de que las cosas pueden cambiarse mediante la movilización popular nos ayudaría a alejarnos de aquel “No hay alternativa” con que Margaret Tatcher comenzó su revolución conservadora. Podría ser el inicio de una nueva fase de movilizaciones sociales que, quizás, apuntara hacia algo más allá que a una simple gestión del sistema. Esta orientación es una necesidad. Aquello de socialismo o barbarie es una alternativa más presente que nunca. El sistema se aboca a una crisis generalizada que pone el acento no sólo en cuestiones de orden económico, sino sobre todo ecológico y que ponen a la humanidad frente a un reto dramático (Fernández Duran dixit y pancartas repiten: “Quien crea que se puede crecer infinitamente en una tierra finita es que está loco o es un agente del FMI”)

Pero si en el tema de los objetivos económicos y sociales, los referentes están más o menos claros, es en las reivindicaciones de tipo político (el eterno tema del poder) donde la reflexión sobre el movimiento 15M se hace más difícil. Desde instancias de orden (políticas y mediáticas) se contrapone la legitimidad de los millones de votos que tienen los partidos a la representatividad social que tiene el movimiento. Es una disyuntiva falsa en la que no debe entrar el movimiento, que por otro lado lo tiene muy claro. Pero sí es cierto que debemos reflexionar sobre la evolución política del mismo.

Hasta ahora, las reivindicaciones de carácter político se han circunscrito al cuestionamiento de la democracia representativa (“no nos representan”, “dicen que es democracia y no lo es”) y las propuestas van desde un cambio de la Ley Electoral para hacerla más proporcional, listas abiertas, etc. a la dignificación de la actividad política exigiendo el fin de los privilegios económicos de los que disfrutan la clase política o la no inclusión en las listas de imputados por corrupción y se llega a cuestionar a todos los partidos políticos (incluido IU, recordemos los zarandeos a Cayo Lara en las protestas contra los desahucios). Hasta qué punto se ha degradado la democracia liberal (y la izquierda tradicional que la acepta) para que este tipo de reivindicaciones aparezcan, en ciertos ámbitos, como un cuestionamiento general de la propia democracia. Tampoco estos objetivos apuntan hacia una transformación revolucionaria del sistema político sino sólo a su regeneración, aunque es cierto que en las asambleas el espíritu que se respira cuando se analizan estos aspectos, es la necesidad de avanzar hacia un cuestionamiento del actual orden socio-económico en la línea altermundista de “otro mundo es posible”.

Otro aspecto que aparece en el debate es cómo se deben canalizar estas reivindicaciones. Tertulianos y columnistas que simpatizan con el 15M se cansan de alertar a la clase política de que el movimiento es un síntoma de profundo e interclasista malestar y que si no se tienen en cuenta sus peticiones y las vehiculan políticamente la situación puede tornarse explosiva. Los propios indignados de Barcelona se quejan de que los políticos no les han hecho caso hasta ahora (Manifiesto de los indignados tras la manifestación del 19J, en Público 21 de junio de 2011: “parece mentira que los políticos y los partidos sigan sin escuchar”). Tanto unos como otros coinciden en que es la actual clase política, a la que el propio movimiento deslegitima, la que debe rectificar ante la presión ciudadana. ¿Significa esto que el movimiento se convierte en un simple grupo de presión que desde fuera del sistema obliga a este a tener en cuenta sus reivindicaciones? ¿O el movimiento terminará creando nuevas formas de contrapoder ciudadano que terminen en una transformación política de suficiente profundidad como para reorientar el rumbo social y económico al que nos conduce el capitalismo? Creo modestamente que aquí se encuentra uno de las encrucijadas fundamentales del movimiento.

Yo parto de la premisa (que las circunstancias históricas pueden hacer variar) de que el asalto al Palacio de Invierno ha quedado en el baúl de la historia. Ya no se trata de plantearse un asalto al poder por parte de una minoría bien organizada que se atribuye la representación de una clase social que es el sujeto de la revolución (ni partido vanguardia, ni proletariado revolucionario son conceptos que podamos utilizar hoy en día), pero esto no significa que el tema del poder no deba estar en nuestra agenda de análisis.

Pero si estamos de acuerdo en esta premisa, surgen varias reflexiones que propongo como elemento de reflexión:

Debemos jugar en su propio campo. Se deben utilizar los medios políticos e institucionales que proporciona la propia democracia liberal para profundizar en ella y transformarla en base a nuevos valores que fomenten el control de la ciudadanía sobre sus representantes.
Sólo la existencia de un fuerte tejido social bien organizado (por lo tanto se debe contribuir a su fortalecimiento) es garantía de que la participación institucional no termine absorbiendo al movimiento (recordemos al movimiento de los verdes en Alemania)
Este tejido social debe ser autoorganizado y recoger muchas de las formas de funcionamiento que ha puesto en vigor el 15M: las asambleas (barrios, distritos, etc.) como órganos determinantes en la toma de decisiones.
Una primera instancia de acceso al control de la administración pueden ser los ayuntamientos, órganos de administración cercana a los ciudadanos y más fácilmente controlables por la ciudadanía organizada. Es en este ámbito donde se pueden ir imponiendo fórmulas como: plenos abiertos a las entidades y ciudadanos, presupuestos participativos, control de medios de comunicación locales por la ciudadanía, impulso a la organización de los sectores más castigados por el sistema, medidas de carácter medioambiental a las empresas, fomento de empresas locales de economía social, trabajo intercomunitario que favorezca la convivencia social y evite la vorágine xenófoba y el ascenso del fascismo, impulso a alternativas culturales…
Candidatos surgidos de las propias asambleas. Si son elegidos, rotación anual de los representantes. Control de su actividad por las propias asambleas.
La coordinación y solidaridad intermunicipal para crear contrapoder popular al estado central.
Estas son sólo algunas de las propuestas que ya están surgiendo en algunos municipios catalanes en torno a candidaturas surgidas del tejido social asambleario y antagónico al sistema actual (son variados y surgidos localmente, entre ellos aparecen las CUP, Candidaturas de Unidad Popular, pero también experiencias como la de Santa Coloma de Gramenet con el grupo denominado Gent de Gramenet). Es un fenómeno anterior al movimiento 15M, pero es seguro que deberán adaptar su proyecto a esta nueva realidad que está obligando a cambiar las agendas políticas.

Es evidente que estas reflexiones deben llevar a un análisis sobre el futuro del movimiento, sus relaciones con las instituciones ya existentes, el calado transformador de sus propuestas, cómo contribuirá al fortalecimiento de los movimientos sociales pre-existentes, etc.

Mientras tanto fortalezcamos al propio movimiento.