Guerra periférica y geopolítica regional En torno a la guerra del pacífico (3)

Raul Prada se apoya en reflexiones y estudios de varios autores, destacando René Zabaleta Mercado, el gran analista boliviano



La guerra naval

En esta guerra del Pacífico, en términos estratégicos, quedaba clara la necesidad evidente de contar con un dominio en el mar; vencer la guerra en el mar parecía una condición indispensable para ganar la guerra terrestre. De alguna manera, se puede decir, que la guerra naval es como la antesala de todos desplazamientos de la guerra terrestre. Sin ser grandes armadas, con lo que contaban para entonces, se enfrentaron las escuadras beligerantes. En la comparación, la ventaja en el arsenal marítimo la llevaba Chile. Sin embargo, las primeras victorias navales fueron para el Perú. La escuadra chilena consistía en las fragatas blindadas gemelas, Cochrane y Blanco Escalada. El resto de la escuadra estaba formada por naves de madera: las corbetas Chacabuco, O’Higgins y Esmeralda, la cañonera Magallanes y la goleta Covadonga. La escuadra peruana estaba conformada por la fragata blindada Independencia y el monitor Huáscar. Completaban la escuadra peruana los monitores fluviales Atahualpa y Manco Cápac, la corbeta de madera Unión y la cañonera de madera Pilcomayo. En cambio Bolivia contaba con buques de guerra como el Guardacostas Bolívar, el Guardacostas Mariscal Sucre y las embarcaciones Laura y Antofagasta.
Iquique, puerto peruano, se encontraba bloqueado por parte de la armada chilena. La escuadra zarpó al combate, a desbloquear el puerto. El combate naval de Iquique se dio lugar el 21 de mayo de 1879; en el combate, el monitor Huáscar, al mando del capitán de navío miguel Grau Seminario, hundió a la corbeta chilena Esmeralda, al mando del capitán de fragata Arturo Prat Chacón. El mismo día, la fragata Independencia se enfrentó con la goleta Covadonga, cuyo comandante capitán de corbeta, Carlos Condell de Haza, evadió el combate bordeando la costa; perseguido por la Independencia que, en su afán de espolonear a la Covadonga, hizo que el blindado peruano encallara en Punta Gruesa. Los combates navales de Iquique y Punta Gruesa le dieron una victoria táctica al Perú: el bloqueo del puerto de Iquique fue levantado y las naves chilenas fueron hundidas o abandonaron el área.
A pesar de la inferioridad numérica, el comandante del Huáscar mantuvo ocupada a toda la escuadra chilena durante un semestre. Es sobresaliente la actuación del Huáscar en la guerra naval; entre su desempeño destacado se puede contar con el primer combate naval de Antofagasta, dado el 26 de mayo de 1879, y con el segundo combate naval de Antofagasta, dado el 28 de agosto de 1879. Una de sus victorias tajantes fue la captura del vapor Rímac, ocurrida el 23 de julio de 1879. En la captura, Grau no sólo detuvo al buque, sino también al regimiento de caballería Carabineros de Yungay, regimiento que se encontraba a bordo. Esta captura provocó una crisis en el gobierno de Santiago, ocasionando la renuncia del almirante Juan Williams Rebollo. El nuevo nombramiento recayó en el comodoro Galvarino Riveros Cárdenas, encargado de dar caza al Huáscar.
En este teatro de operaciones navales, llegó el combate crucial de la campaña naval, la misma que tuvo lugar en Punta Angamos, el 8 de octubre de 1879. Finalmente el monitor Huáscar, junto con la Unión, que logró escapar, fue capturado por la armada chilena. En el enfrentamiento murió su comandante, Miguel Grau Seminario. El combate naval de Angamos marcó el fin de la campaña naval de la Guerra del Pacífico, quedando Chile con el dominio marítimo.

La guerra terrestre
El teatro de operaciones terrestre fue también favorable al ejército chileno. Las tropas de ocupación comenzaron sus desplazamientos militares en las provincias de Tarapacá, Tacna y Arica. Teniendo como antecedente lo ocurrido con el desembarco en Antofagasta y la toma de Calama, quedando el dominio de Atacama en manos del ejército chileno, las victorias de Pisagua, Pampa Germania y Dolores, que se dieron a fines de 1879, aseguraron el control sobre el departamento de Tarapacá; después devino la ocupación y el control de Tacna y Arica en 1880. En contraste, la batalla de Tarapacá culminó con una victoria aliada; sin embargo, esta victoria no cambió el curso de la guerra a favor de los aliados. Sorpresivamente el ejército de apoyo que venía de Bolivia, al mando de Hilarión Daza, se retiró de la guerra después de la batalla del Alto de la Alianza.
Mientras se suscitaban estos acontecimientos bélicos, llama la atención el sopor con que se encontraba Lima. Parecía ubicada en otro mundo, alejada del fragor de la guerra, también desarticulada del resto del país. Una excesiva sobrevaloración de su heredad, como metrópoli virreinal, además de sentirse incomprensiblemente invulnerable, seguramente por la evaluación de la distancia de la guerra, minimizó desacertadamente la situación bélica. Para la sorpresa limeña, que abriría los ojos tardíamente, en enero de 1881, desembarcaron las tropas chilenas en una playa cerca a la ciudad; después de vencer al ejército improvisado para la defensa de la capital, en las batallas de San Juan y Miraflores, entraron en la apoteósica y orgullosa Lima. Con el ejército invasor en la misma urbe, la población civil salió desesperada a defenderla, aunque sin lograrlo. Los doce reductos armados rápidamente para la defensa de la ciudad fueron desbaratados por la acción militar del ejército chileno. De las batallas se pasó a los incendios y saqueos en los poblados de Chorrillos y Barranco.
Una vez terminadas las batallas de San Juan y de Miraflores y dejando como desenlace la victoria de Chile en la ocupación de Lima, el coronel peruano Andrés Avelino Cáceres y el capitán José Miguel Pérez, acompañados por otros oficiales tomaron la determinación de continuar la lucha contra el ejército invasor. Se propusieron alcanzar los Andes Centrales, llegar a la sierra, donde se reorganizaría al ejército con el objeto de ofrecer resistencia al ejército de ocupación. Cáceres se hizo cargo de la resistencia en la Sierra Central, en tanto que el coronel Gregorio Albarracín se encargó de la resistencia en la Sierra del Sur. Ambos oficiales optaron por la táctica de la guerra de guerrillas durante tres años, apoyados por la población, primordialmente indígena. En esto ayudó el dominio del quechua por parte de Cáceres. Estos oficiales guerrilleros establecieron su centro de operaciones en la breña de los Andes centrales, pues esta zona presentaba una topografía adecuada para el desplazamiento de la guerra de guerrillas.
La guerra de guerrilla de las regiones sur y centro andinas logró varias victorias contra las fuerzas chilenas. Con este dominio de los territorios interiores, Cáceres se dirigió a Cajamarca, ubicada en la Sierra del Norte. Mediante esta incursión buscaba evitar el ascenso de Miguel Iglesias; autoridad peruana que ya había manifestado su intención, desde el año 1882, de firmar la paz con Chile, concediéndole territorio. Esta incursión de Cáceres no fue suficiente; la base del Tratado de Ancón ya estaba acordada, entre Patrico Lynch y Miguel Iglesias, el 3 de mayo de 1883. Iglesias firmó el convenio inicial en Cajamarca. Al ejército de ocupación le quedaba vencer la guerra de guerrillas y a los oficiales rebeldes de la resistencia; esto aconteció en la Batalla de Huamachuco, el 10 de julio de 1883. Estaba al mando de la resistencia peruana Andrés Avelino Cáceres, en tanto que al mando del ejército de ocupación se encontraba Alejandro Gorostiaga. En Huamachuco fue derrotada la guerra de guerrillas y la resistencia peruana. Insólitamente Miguel Iglesias envió una comisión con la tarea de felicitar a Gorostiaga por su victoria. En otro escenario, Montero, comandante de la resistencia en la sierra del sur, se vio obligado salir de Arequipa para evitar la destrucción de la ciudad. Con estos desenlaces de la guerra en el interior, el 20 de octubre de 1883 en Ancón se dio la discusión de los términos del tratado de paz. Una vez firmado el Tratado de Ancón, el 11 de marzo de 1884, la Asamblea Constituyente aprobó el Tratado. Iglesias marchó hacia Lima para asumir el gobierno del Perú.
La guerra del Pacifico terminó, empero la guerra interna no concluyó. Las irreconciliables diferencias entre Cáceres e Iglesias, entre un Perú que aceptó la derrota y otro Perú que nunca la aceptó, desencadenaron una guerra civil. La guerra civil la ganó Cáceres.
Se puede decir que la guerra concluyó oficialmente el 20 de octubre de 1883; esta culminación quedaba ratificada con la firma del Tratado de Ancón. Con la aplicación del tratado el departamento de Tarapacá pasó a manos chilenas permanentemente; a esto hay que añadir que las provincias de Arica y Tacna quedaron bajo administración chilena por un lapso de 10 años; al cabo de la década un plebiscito decidiría si quedaban bajo soberanía de Chile, o si volvían al Perú.
Cuando se firmó el Tratado de Ancón, el departamento de Tacna contaba con tres provincias: Tacna, Arica y Tarata. Dos años después del tratado, en 1885, Chile ocupó la provincia de Tarata. Sin embargo, ésta fue devuelta al Perú el 1 de septiembre de 1925, por resolución del árbitro Calvin Coolige, presidente de los Estados Unidos. El plebiscito previsto en el Tratado de Ancón nunca se llevó a cabo. Más tarde, 1929, cuando se firmó el Tratado de Lima, tratado que contó con la mediación de Estados Unidos, se estableció que gran parte de la provincia de Tacna fuese devuelta al Perú mientras que Arica y el resto quedara definitivamente en manos de Chile.
La paz entre Chile y Bolivia fue firmada en 1904. En este tratado Bolivia reconoce la permanente soberanía de Chile sobre los territorios conquistados. A lo largo de la historia diplomática entre ambos países, este tratado fue cuestionado, revisado e incumplido por parte de los distintos gobiernos y administraciones de Chile.

Análisis
Geopolítica regional
Hay dos conceptos que estamos usando para comprender la guerra del pacífico; uno es guerra periférica y el otro es geopolítica regional. Cuando hablamos de guerra periférica nos referimos a las guerras desatadas en las periferias del sistema-mundo capitalista. Cuando hablamos de geopolítica regional, nos referimos a la estrategia, en la perspectiva de la geografía política, de alcance medio. Las guerras periféricas se distinguen de las guerras centrales no sólo por el lugar dónde se dan, sino también por las pretensiones inherentes. Las guerras en los países centrales tienen que ver primordialmente con objetivos imperialistas, entonces, tienen que ver con las contradicciones imperialistas. En cambio, las guerras periféricas no tienen esas pretensiones, responden mas bien a una combinación de contradicciones donde se combinan los intereses locales con los intereses imperialistas. El alcance geopolítico de estas guerras es mas bien limitado si comparamos con los alcances geopolíticos de las guerras imperialistas. Como en toda geopolítica se trata del control territorial, del control geográfico, del control espacial, empero, se trata de un control de menor extensión que el pretendido por el imperialismo. Se trata de un control regional; vamos a entender este termino de lo regional en el sentido de una extensión de mediano alcance; ni local, ni nacional, pero, tampoco continental. Aunque el término regional connota ambigüedad y una variación de posibilidades, dependiendo de lo que se quiere abarcar con esta palabra, a nosotros nos interesa usarla en el sentido de un alcance mediano, de una extensión media, de un entorno de control, irradiación y afectación. Se trata de lo siguiente: de una geopolítica cuyo alcance consciente es de mediana extensión; no hay ninguna intensión de ir más lejos. Es una geopolítica acorde a las fuerzas que se tiene, una geopolítica mas bien limitada, sin embargo, de impacto efectivo. Se trata de una geopolítica de control territorial en relación al entorno fronterizo; ahora bien, el alcance de este entorno puede ser mas o menos amplio, dependiendo de lo que se quiere controlar. Más allá de las fronteras del país se quiere, por ejemplo, controlar los recursos naturales, más allá de las fronteras se quiere evitar el potenciamiento de los vecinos, más allá de las fronteras se busca conformar un entorno no hostil, de seguridad. Entonces la geopolítica es de mediana extensión. Esta geopolítica regional está asociada a potencias de segundo orden; no son grandes potencias, tampoco corresponden a un imperialismo, sino que buscan dominar su entorno, conformar una región de dominio en su entorno.
Las guerras periférica en parte corresponden a los juegos de esta geopolítica regional, aunque también, muchas de estas guerras, quizás la mayor parte, corresponden a guerras fratricidas entre países dependientes, empujados a la guerra por las contradicciones imperialistas. Ciertamente, parte de estas guerras tienen que ver con conflictos limítrofes, fronteras heredadas de las administraciones coloniales, así como también con conflictos “tribales”. Lo que nos interesa enfocar, por el momento, es la relación entre estas guerras periféricas y la geopolítica regional.
Armando una tesis sobre esta geopolítica regional, buscamos hacer una descripción de sus características principales. Habíamos dicho que la geopolítica regional tiene un alcance de expansión mediana, puede corresponder a conquistas de mediana intensidad. Esta geopolítica regional está lejos de parecerse, por lo menos en la cualidad y la conmensurabilidad de los alcances, a la geopolítica imperialista; tampoco repite del todo, por las mismas razones, la geopolítica de lo que se ha venido en llamar “sub-imperialismo”, que es como un imperio de segundo orden, subordinado al imperialismo dominante. Las potencias de segundo orden, de la que hablamos, no son “sub-imperialismo”; tiene una pretensión menor; la región que abarca como pretendida influencia y control, es también menor a la extensión de un sub-imperialismo, que más bien puede ser continental o sub-continental. Las potencias de segundo orden tienen en la mira a sus vecinos, sea en el sentido de la defensa o en el sentido de la expansión.
A esta característica del alcance medio de la geopolítica regional se vincula un “geopolítica temporal”, si podemos hablar así, pues parece un contrasentido hablar de geografía, espacio, refiriéndonos al tiempo, aunque desde la física cuántica estemos obligados a pensar el espacio-tiempo de los acontecimientos. La “geopolítica temporal” de la que hablamos se refiere al manejo del tiempo en la consecución de la realización geopolítica. Se trata de pasos, también de fases, de etapas que se van graduando. Toda geopolítica debe considerar la temporalidad de su realización; no es que ocupe el tiempo, sino que ocupa territorios en tiempos sucesivos. La geopolítica regional hace lo mismo; la diferencia radica en que, de acuerdo al tamaño de su poder, el ritmo y la gradualidad de la expansión de alcance medio depende de potenciamientos por etapas. El avance de la realización geopolítica es más bien discreto, por fases discontinuas. Puede darse el caso de una emergencia crítica, como la proximidad ineludible de una guerra; en ese caso, la apuesta es indiscreta y claramente expansionista. Cuando ocurre esto, cuando se está ante esta eventualidad imperiosa, se pone en juego la totalidad de la disponibilidad, pues está en juego la propia existencia.
Ahora bien la geopolítica es un concepto geográfico de dominación o, si se quiere es un concepto de dominación geográfico. Las estrategias geopolíticas están íntimamente vinculadas a las clases dominantes. Ninguna dominación puede desentenderse del control territorial; ciertamente los antiguos imperios contaron con concepciones territoriales de dominación. En este sentido, es conveniente hacer un análisis comparativo de estas estrategias territoriales en la historia de las dominaciones. Sin embargo, por ahora debemos concentrarnos en la explicita formación discursiva que se concibe como geopolítica; esta corresponde a la modernidad y a las expresas estrategias de dominación de las burguesías. Esta geopolítica está íntimamente relacionada con las estructuras de los ciclos del capitalismo, con las formas de la acumulación de capital, con las cartografías económicas, con el juego de los monopolios y de los mercados. Por eso, cuando hablamos de geopolítica regional nos referimos a la estrategia estatal de la clase dominante; en este caso, de la burguesía singular correspondiente al país en cuestión, a la proyección de esta segunda potencia. No es posible una geopolítica de la sociedad, compuesta por clases sociales, embarcadas en sus propias luchas, proyectando entonces, mas bien, distintas estrategias políticas. De manera diferente, es posible encontrar que los sectores sociales explotados de un país prefieran la solidaridad con los otros sectores sociales similares del otro país, que un enfrentamiento entre países, propugnado por sus burguesías.
Volviendo a las definiciones polémicas de geopolítica, Ives Lacoste, geógrafo francés, concibe la geopolítica como la disciplina que estudia las rivalidades por los territorios, países y continentes[20]. ¿Tendríamos que decir que la geopolítica regional se ocupa de las rivalidades de territorios circundantes, de países vecinos, en una región que podemos llamarla subcontinental? Ahora bien, la geopolítica, en el sentido de estrategia territorial, tiene como uno de sus objetivos primordiales el control de los recursos naturales. Este eje de desplazamiento de la geopolítica imperialista ha sido evidenciado en la historia del capitalismo y de las potencias globales. Este eje de ocupación también es compartido por la geopolítica regional, aunque en una escala menor, de mediano alcance, como hemos dicho. Se trata del control de los recursos naturales en un entorno dado. Ahora bien, de lo que se trata es de saber dónde se direccionaliza la explotación de estos recursos; en tanto no se trata de una potencia global, sino de una potencia de segundo orden, articulada ya a la estructura conformada por la geopolítica del sistema-mundo capitalista, este flujo de materias primas se dirigen a los centros industriales del sistema-mundo. La geopolítica regional no es más que una parte, una composición, de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Es una mediación en el proceso de acumulación capitalista global y en el proceso de dominación mundial. Sin embargo, en la región en cuestión, la geopolítica regional tiene impacto, configura realidades en la región, afectando a la dinámica de los países.

Rudolf Kjellen dice que la Geopolítica concibe al Estado como un organismo geográfico o como un fenómeno en el espacio[21]. Ciertamente la biologización del Estado por parte de Kjellen, el convertirlo en un organismo viviente, salta las características políticas del Estado, así como las características relativas a las estructuras de poder, incluso si consideramos las estructuras de larga duración, si nos remontamos a las épocas no modernas de estas formaciones de poder. Se entiende que lo hace para estudiar al Estado como si fuese un organismo vivo, convirtiendo a este objeto de estudio en parte de las ciencias naturales. Se pueden comprender a primera vista las limitaciones de este enfoque; sin embargo, muchos estadistas, políticos, sobre todo conservadores, comparten este prejuicio.

Indudablemente fue Friedrich Ratzel el que le da un cuerpo teórico a la geopolítica[22]. Ratzel no está muy lejos de la “ideología” de Kjellen. Se trata de una “ideología” que no sólo fetichiza el Estado, le otorga vida propia, sino que convierte al Estado en un sujeto. Ahora sabemos que el Estado es una composición de las relaciones sociales; es la dinámica de las relaciones sociales, sobre todo cuando se convierten en relaciones de dominación, en relaciones y estructuras de poder, las que construyen y reproducen esta maquinaria de disponibilidad de fuerzas. Por eso mismo, el Estado también es un imaginario, ciertamente muy útil para la legitimación del poder de las clases dominantes. El capital es un ámbito de relaciones, el Estado también lo es; es el análisis crítico de estos ámbitos relacionales, de estas estructuras de relaciones sociales, la que nos va dar la clave para comprender las lógicas de sus funcionamientos. Cuando nos encontramos con teorías que convierten al capital en algo con vida propia, y al Estado como una entidad con vida propia, estamos ante formaciones enunciativas cosificantes, que transfieren la dinámica de las relaciones sociales a la cosa, otorgándole la magia de una vida propia. Se comprende que estas “ideologías” sean funcionales a la reproducción del capital, a la reproducción del Estado, a la reproducción de la burguesía, a la reproducción del poder; es decir, a la reproducción de las relaciones y estructuras de dominación en todas sus formas. La geopolítica forma parte de esta “ideología”; es más, se la puede considerar como un saber de dominación de las estructuras de poder vigente. La geopolítica puede tener un alcance de dominación global, como en el caso de los imperialismos, o puede tener un alcance menor, como en el caso de los llamados sub-imperialismos, incluso menor, como en el caso de las potencias de segundo orden. En todos estos casos es la burguesía la interesada en promover la geopolítica. Esta promoción se efectúa en instituciones especializadas, universidades, fuerzas armadas, organismos especializados del Estado. Sobre todo se la vuelve práctica en políticas públicas o en estratégicas de conquista y ocupación como la guerra.

Podemos decir entonces, que el otro eje y vínculo de la geopolítica es el Estado. La geopolítica es dos cosas, tiene dos cabezas, es saber estatal, así como también es disposición estatal; es decir, la disposición y la desenvoltura del Estado en lo que respecta a la ocupación territorial. Lo que lleva de por sí, la disponibilidad material y práctica de efectuarlo. Ahora bien, la geopolítica regional, también tiene dos cabezas, un saber y una estrategia, empero, como hemos dicho, los alcances de este saber y de esta estrategia se adecuan al alcance de las pretensiones, que en este caso tienen que ver con el entorno. No se trata, sin embargo, de un saber menor, sino diríamos, de un saber incluso más minucioso, un saber más detallado, un saber de la complejidad y diferencias del entorno, de sus accidentes y sus desiertos. Este saber de la geopolítica regional obliga a la estrategia a adecuarse a la peculiaridad de los terrenos, exige a las maniobras de desplazamiento, así como a las maniobras militares, a adaptarse a la morfología territorial, sus distancias y dificultades.

Desde la perspectiva meticulosa de la geopolítica regional hablamos de un Estado adaptado a su geografía ocupada y a la de su entorno. El celo del control territorial, en parte debido a la necesidad obligada de la defensa fronteriza, en parte las exigencias económicas de administrar la “escasez”, y en parte a las demandas del mercado internacional, produce la conformación de un Estado acondicionado a las exigencias del control escrupuloso del territorio. Llama la atención que en América latina y el Caribe, en la tendencia de adecuación, hayan sido los Estado-nación de extensión geográfica menor los que mejor hayan administrado su geografía, con todas las diferencias que pueda haber al respecto. El Estado que mejor ha efectivizado esta adecuación es el de Chile. Lo que decimos no quiere decir, de ninguna manera, que lo mejor que se podía hacer era optar por geografías chicas, sino, que dadas las circunstancias, de la renuncia a la Patria Grande, por parte de las oligarquías regionales, el decurso de la historia turbulenta de los países independizados llevó a esta situación.

Karl Haushofer (1869-1946) propone la teoría del espacio vital. Ésta se resume en el enunciado de que si el Estado no posee el espacio que necesita tiene el derecho de extender su influencia física, cultural y económica. Si un Estado más fuerte es pequeño tiene el derecho de ampliar su territorio. En otras palabras, los Estados vitalmente fuertes necesitan ampliar su espacio. La extensión territorial conlleva el incremento de poder; el supuesto teórico de esta teoría es que espacio es poder. Esta tesis de Haushofer puede ser considerada como uno de los principios de la geopolítica regional. Esta tesis se puede expresar de la siguiente manera: Cuando la potencia en crecimiento y las fuerzas acumuladas exceden el control territorial del Estado en cuestión, éste se encuentra obligado a su expansión. Traducida la tesis a un leguaje económico, acorde a la formación discursiva de la revolución industrial, podría pronunciarse de la siguiente manera: Si la demanda de materias primas por parte del mercado internacional crece, si además estos recursos no se encuentran en territorio propio, es casi un imperativo controlar estas reservas por un medio o por otro, de una manera o de otra, por mediaciones o de forma directa, anexando territorios.

Como se puede ver el discurso geopolítico es un discurso de justificación de la violencia estatal; ya no se trata del monopolio de la violencia legítima respecto a la sociedad misma, sino del uso de la fuerza bélica en contra de estados vecinos. El discurso geopolítico es un discurso que hace apología de la violencia y de la guerra. La emisión de este discurso sólo se la puede entender por cuanto deriva de la concepción expansionista de la burguesía. Se trata de un discurso conservador y de élite; de ninguna manera de un discurso popular. ¿Cuándo, bajo qué condiciones, puede una burguesía belicosa comprometer al pueblo en una guerra? Se supone que la burguesía tiene que haber logrado una cierta hegemonía sobre la sociedad, empero, combinada con cierta dosis de autoritarismo. Al respecto, hay que considerar que la burguesía no es homogénea; se trata mas bien de una composición variada. Generalmente, cuando se empuja a la guerra a un país, es cuando los sectores más conservadores de la burguesía son los que han ganado el control del Estado. Por otra parte, claro está que intervienen otros factores, que dependen del contexto, del momento, de la coyuntura, de las características poblacionales, de la presencia de empresas del país en otro país.

Las teorías geopolíticas globales tienen como objetivo el control del mundo; esto se entiende en tanto que las potencias globales se encuentran en la disputa del control territorial en la geografía del sistema-mundo capitalista. Por ejemplo, Nicolás John Spykman[23] (1893-1943) propuso que el control de Euro-Asia implicaba el control del mundo. Se dice que al asumir esta tesis, la estrategia norteamericana fue de contrarrestar el avance del ejército rojo y de los estados socialistas en Europa del este, con el plan Marshall y con la OTAN en la Europa del oeste. ¿Qué connotación tiene una teoría como la de Spykman en la geopolítica regional? Como hemos dicho, en la geopolítica regional no se trata de una estrategia global, no se trata, ni mucho menos, del control del mundo, sino del control del entorno. Ahora bien, lo que entra en juego es el control de recursos naturales y reservas estratégicas; pero, no solo, pues también se trata del control de sus flujos y del mercado de estos flujos. Si se trata de un área terrestre, el control del espacio de transporte de estos flojos de materias primas; si se trata de un área marítima, el control del mar y del océano que corresponde al transporte mercante; si se trata del espacio aéreo, el control del cielo, tanto para el transporte comercial como para el dominio militar. Por ejemplo, desde la perspectiva geopolítica regional, lo que está en disputa entre los estados de Bolivia, Chile y Perú es el control de los recursos naturales estratégicos, de sus reservas, el control del espacio de transporte y de comunicaciones, el control del océano pacífico del sud, así como el control aéreo. Todo esto también está conectado, de una u otra manera, con el control financiero o la participación en este control financiero.

Sigue en la Parte 4: http://clajadep.lahaine.org/?p=13415

Raul Prada Alcoreza es escritor, docente-investigador de la Universidad Mayor de San Andrés. Demógrafo. Miembro de Comuna, colectivo vinculado a los movimientos sociales antisistémicos y a los movimientos descolonizadores de las naciones y pueblos indígenas. Ex-constituyente y ex-viceministro de planificación estratégica del gobierno nacional-populista de Evo Morales. Asesor de las organizaciones indígenas del CONAMAQ y del CIDOB. Sus últimas publicaciones fueron: Largo Octubre, Horizontes de la Asamblea Constituyente y Subversiones indígenas. Su última publicación colectiva con Comuna es Estado: Campo de batalla.

Recomendamos leer otros materiales de Prada en los 62 artículos suyos publicado en nuestra base de datos desde 10 años atrás, donde el lector podrá apreciar una secuencia creciente, con más de 40 de ellos solamente en el último año, debido a la contingencia del populismo evista y sus agresiones contra la madre tierra y las comunidades originarias, clicando en http://clajadep.lahaine.org/index.php?s=Raul+Prada&Image.x=0&Image.y=0