México: La resistencia indígena

No están dispuestos a dejar de existir



Los de Abajo

Resistencia indígena
Gloria Muñoz Ramírez
La Jornada

De norte a sur del país, los pueblos, naciones y tribus indígenas enfrentan una de las peores embestidas en su contra. Empresarios coludidos con gobiernos, crimen organizado, cacicazgos locales, leyes a modo de las trasnacionales, tribunales agrarios cómplices y falta de consulta, hacen posible el despojo del territorio tanto en la península de Yucatán (Campeche, Yucatán y Quintana Roo); y, muchos kilómetros al norte, en Chihuahua y Sonora. El asunto es que tanto los mayas como los yaquis, guarijíos y rarámuris, crean formas de resistencia y dan batallas jurídicas sin dejar las movilizaciones para defender su territorio, pues lo que se juegan es la vida y permanencia de sus pueblos.

Todos lo tienen claro. Los mayas lo expusieron tanto en el Congreso Nacional Indígena (CNI) de octubre pasado, como en la preaudiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP). Y en el norte lo explicaron los rarámuris durante el cuarto Foro Pueblos Originarios de la Sierra Tarahumara en Defensa de los Territorios.

Los recursos naturales de estos pueblos están amenazados o han sido devorados. En la penísula la lucha es, por ejemplo, contra los transgénicos que inundan de soya modificada los campos, provocando graves consecuencias a la apicultura que se practica en la región desde tiempos inmemoriales. Aquí se documenta ampliamente “el acaparamiento de tierras y bienes comunes, la destrucción socioambiental y territorial y el aniquilamiento de los tejidos sociales que forma parte de un plan orquestado para el desplazamiento y vaciamiento de los territorios” (TPP).

En el norte los casos no son muy diferentes, con el ingrediente nada pequeño del hostigamiento del crimen organizado. Las amenazas permanentes contra los pobladores originales de “la gente que viene de afuera” (como aquí les dicen, para no nombrarlos, a quienes siembran y trafican con amapola y mariguana), ha provocado que en los últimos años cada vez sean más los rarámuris y odamis que huyen a la ciudad de Chihuahua.

En esta zona olvidada y recordada sólo cuando una “emergencia humanitaria” se transmite por televisión (como los supuestos suicidios ocurridos por falta de alimento en la sierra tarahumara), el problema principal no es el hambre ni el frío, sino el despojo del territorio y de los recursos naturales, la falta de reconocimiento de ejidos y comunidades por parte de particulares, la invasión de proyectos turísticos, los empalmes de linderos, las amenazas de muerte contra quienes se oponen a quienes les arrebatan su tierra y cultura.

La resistencia de norte a sur también se manifiesta. Mayas y rarámuris no están dispuestos a dejar de existir. Y durante siglos lo han demostrado.

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