Los indígenas colombianos. ¿Rebeldes o revolucionarios?

Para el rompimiento del líder de la rebelión indígena, Quintín Lame (rebelde por antonomasia) con su lugarteniente y secretario José Gonzalo Sánchez, cuando este adhirió al partido comunista… ¡Nos jodimos!, diría Quintín



Los indígenas colombianos. ¿Rebeldes o revolucionarios?

Por Efraín Jaramillo Jaramillo*

19 de noviembre, 2013.- De entrada debo confesar la dificultad que se me presenta tratar este tema refiriéndome a los pueblos indígenas. Es un asunto que anda rondándome en la mente desde que vengo con curiosidad observando el desarrollo de los discursos de líderes indígenas, últimamente sulfurados por la contienda electoral y en consecuencia por la competencia entre los candidatos indígenas para ganarse la voluntad de sus electores. En este texto no voy a referirme únicamente a la diferencia que existe entre ‘rebeldía’ y ‘revolución’, que para muchos puede significar lo mismo, pero que no lo es, más aún: pueden entrar en abierta contradicción, como, para el caso indígena, lo ilustra el rompimiento del líder Páez Manuel Quintín Lame (rebelde por antonomasia) con su lugarteniente y secretario José Gonzalo Sánchez, cuando este adhirió al partido comunista. ¡Nos jodimos!, diría Quintín(1). Este hecho catalogado por historiadores despistados, como la prueba reina del pensamiento mesiánico de Quintín, es a mi juicio uno de los momentos más lúcidos del legendario líder, que le pondría una impronta propia al movimiento indígena caucano. Voy a referirme también a la metamorfosis que han sufrido algunos líderes indígenas, que para mantener cautivos a sus discípulos o para proporcionarles a sus comunidades y pueblos un horizonte de lucha, postulan la búsqueda de una causa final, un “amanecer de una nueva humanidad”(2), es decir el establecimiento de un orden histórico superior, no importa si este orden es la concreción de dictados de la tradición (restauración de un orden que una vez fue grande) o es producto de la lógica de la razón revolucionaria comunista, como “necesidad histórica” para alcanzar una sociedad sin clases sociales, o una mixtura refrita entre las dos.

En ambos casos esta concepción teleológica de la Historia, o alucinación de estos líderes indígenas por restablecer un orden de cosas que había sido violentado por la conquista, se tornan ideológicos en el momento en que persiguen enmarcar todas las acciones en la consecución de esos fines supra-históricos, sacrificando por demás el presente de las comunidades en aras de alcanzar ese mundo idealizado. No sé quién dijo que esa sociedad idealizada (semejante a la paz que hoy anhelamos los colombianos) era tan difícil de alcanzar en este mundo, que las religiones solo la prometían en el más allá. Y aquí radica la principal diferencia entre una rebelión y una revolución, conceptos que corresponden a realidades diferentes.

La rebelión es un acto que realiza un individuo o un conglomerado para liberarse de una situación que le desconoce su ser. Puede ser un acto humillante como fue el caso del joven tunecino Mohamed Bouazizi, que se inmoló después que la policía le confiscó su carrito de fruta, acto que desencadenó una revuelta en el país y que se expandió por todo el mundo árabe derrocando autocracias en Libia, Egipto y el propio Túnez, revuelta que aún no termina. ¿Qué fue lo que condujo a ese joven a decir “no va más”, en su caso “no voy más”, y a ofrendar su vida para rechazar indignado a quien le negaba su propio ser? Ese acto de rebeldía no surgió de una reflexión. No provino del pensamiento, o de un juicio sobre la oprobiosa situación que vivía el país con el dictador Zine El Abidine Ben Ali, en el poder desde 1987.

El caso indígena en Colombia fue similar. La rebelión que empezó en el Cauca en 1971, se originó cuando la situación de tierras se volvió inaguantable para la sobrevivencia de las familias indígenas. Así haya mucho despistado de la izquierda por ahí que reclame para sí o para otros la autoría de este levantamiento, el caso es que fueron los terrajeros indígenas del Credo en Toribío, de San Fernando y el Gran Chimán en Guambía y de Loma Gorda en Jambaló, los que decidieron hace más de 40 poner fin a la indignante situación que vivían. Y como en todos estos casos, siempre hubo un momento crucial, una “gota que rebosó el vaso”, los perjuicios por aumentos en el terraje en los años que precedieron a los levantamientos, las injurias recibidas por gamonales y por la iglesia durante la época de ‘la violencia’ fueron fraguando la rebelión, que explota en momentos en que el movimiento campesino se movilizaba por la tierra en Colombia. Con anterioridad al movimiento campesino ya se habían presentado rebeliones indígenas en el Cauca. La más conocida fue la desencadenada por Manuel Quintín Lame en defensa de la dignidad(3) y las tierras indígenas. El hecho de que coincidieran la rebelión de los terrajeros con el alzamiento de los campesinos, hizo que se viera la rebelión indígena como un producto de la ‘indoctrinación’ (lo que llamaban ‘concientización) de los grupos de izquierda.

Tanto los campesinos como los indígenas en esos años de rebelión nunca se plantearon como finalidad expresa de su levantamiento la conquista de un nuevo orden. Como lo señalara George Lefebvre para el levantamiento francés de 1789 que condujo al derrocamiento de la monarquía más poderosa de entonces, “cuando los hombres del pueblo recibieron la convocatoria no sabían a punto fijo lo que eran ni que podía resultar de la convocatoria, pero por lo mismo tenían más esperanzas.” Para el movimiento campesino colombiano fue igual. La esperanza de poseer la tierra fue el ímpetu de su rebelión, un ímpetu que comenzó a declinar cuando la orientación del movimiento la usurpa la razón revolucionaria. El naciente movimiento de “La tierra para quien la trabaja” se transformó en la “Organización Revolucionaria del Pueblo”, y ya sabemos cómo terminó esa historia. Lo mismo se pretendió hacer con el naciente movimiento indígena caucano, pero afortunadamente el rastro de Quintín todavía aún estaba fresco y esta vez el movimiento no “se jodió”.

Lo que se presentó con el levantamiento popular de 1789 que condujo a la revolución francesa, semejante al levantamiento de los comuneros en el Virreinato de la Nueva Granada en 1781, eran insurrecciones generalizadas, donde los rebeldes, inmersos en la fascinación de la movilización, se encontraban distantes de la posibilidad de controlar los efectos de sus propios acciones. Ignoraban hasta dónde podrían conducir sus actos, desconocían cuál sería el papel a representar en el nuevo escenario donde proyectaban presentarse. En el curso de los acontecimientos estas rebeliones o fueron aniquiladas (la comunera) o fueron tomando un curso más definido (la francesa). En palabras de Bernard-Henri Lévy: “Una revolución no se hace en un día, ni en dos años. Es un acontecimiento de larga duración, oscuro, conflictivo, en el que los avances repentinos vienen seguidos de retrocesos desesperantes… fue (la francesa) una interminable revolución que tuvo que pasar por el Terror, la Reacción de Termidor, dos imperios y una Comuna ahogada en su propia sangre, antes de contemplar el nacimiento de la República definitiva.”

Para Hannah Arendt estas rebeliones son producto de “fuerzas naturales y prepolíticas”, que no establecen distinción entre violencia y poder. El argumento de Hannah Arendt es que no es posible concebir otro poder legítimo que no se origine a partir de la voluntad común. Estas reflexiones las hacía Hannah Arendt siguiendo de cerca los acontecimientos en Hungría con la rebelión de 1956, que cuestionó al gobierno estalinista impuesto por la Unión Soviética. En esa ocasión soldados húngaros se unieron al levantamiento y derrocaron al régimen pro-soviético. Consejos improvisados de los rebeldes arrebataron el control al Partido Comunista Húngaro y nombraron un nuevo gobierno encabezado por Imre Nagy, que disolvió la policía secreta y prometió restablecer las elecciones libres. El ‘politburó, tras haber anunciado su voluntad de negociar con el nuevo gobierno el retiro de las fuerzas soviéticas, cambió de idea y decidió aplastar la rebelión. El ejército soviético invadió a Hungría el 4 de noviembre de 1956. Para enero de 1957, el nuevo gobierno de János Kádár instalado por los soviéticos, había aniquilado la rebelión. Imre Nagy se entregó confiando en las garantías que se le dieron. Fue condenado a muerte y ejecutado dos años después.

En el caso húngaro, como también en los otros casos, se trató de un levantamiento espontáneo, sin conspiraciones, sin planes de acción o manifiestos. Esa manifestación espontánea “originada a partir de la voluntad común” del pueblo húngaro y aplastada por los tanques soviéticos, guarda (curiosa paradoja) alucinante similitud con el tipo de revolución que Marx había imaginado, revolución que ahora era liquidada con la aprobación de todos los partidos comunistas (“era la guerra fría” se ensaya hoy a manera de disculpa). La paradoja puede ser más grande, si observamos que reconocidos líderes de la izquierda internacional miraban a un lado, mientras criticaban el trato que las metrópolis capitalistas daban a sus colonias.

En el origen de las rebeliones indígenas no ha habido mayores reflexiones, sobre todo ninguna ha pretendido cambiar el mundo. Han querido sí derrotar a los que les han usurpado sus tierras y negado sus vidas. No estaban ideológicamente contaminados y en vez de abrazar causas utópicas, concentraban sus fuerzas y voluntades en derrotar a sus detractores. El punto es, si todavía no se ha entendido hacia dónde quiero ir, que estos rebeldes indígenas no estaban impregnados de aquella lógica que justifica cualquier medio y desvaloriza la existencia en nombre de un imaginario designio. Poseían la sensatez de no pretender en aras de ese designio sacrificar el presente. Sobre todo “no se creían dueños (¿con qué derecho?) de la razón de la historia”(4).

Para el caso de los indígenas del Cauca la rebelión no terminó en revolución. Afortunadamente, pues hubiera sido la negación de todas sus rebeliones, como vimos que sucedió con el movimiento campesino de la ANUC.

Cuando en la década del 70 los terrajeros indígenas armados de azadones, picas y palas se lanzaron a recuperar las tierras de sus resguardos, no pensaban. Al tumbar las cercas obedecían a un impulso corporal de quienes no desean otra cosa que entrar en el espacio común que legal y legítimamente les ha pertenecido. La diferencia con las acciones revolucionarias es que estas obedecen a un plan minuciosamente diseñado y políticamente calculado, donde designios imaginarios guían la acción. La “recuperación de las tierras de sus ancestros” se convierte en “liberación de la madre tierra”. Mientras que la rebelión (individual o colectiva) es un acto que no compromete sistemas ni razones, la revolución tiene el propósito de enmarcar la acción en una idea, en un programa ideológico. Y si detrás de la “liberación de la madre tierra” hay un programa ideológico ajeno a las necesidades del presente, la pregunta que obviamente nos asalta es ¿quién va a liberar la madre tierra de esos libertadores?

No podría cerrar estas notas sin recordar algunos nombres de aquellos rebeldes que se levantaron contra los que le negaban la vida a sus pueblos y por eso saltaron las cercas para hacerse de nuevo a la tierra, o se levantaron contra aquellas ideologías que en nombre de la revolución o de las razones de Estado, les negaban también su ser. Y fueron asesinados por eso, por rebeldes: Avelino Ul, Benjamín Dindicué, Cristóbal Secue, Rosa Elena Toconás, Mario Sánchez, Genaro Yonda, Justiniano Lame, Genaro Sánchez, Marden Betancur, Rodolfo Maya Aricape…

Por último no podemos olvidar al sarra (líder guerrero) del pueblo embera katio que se rebeló contra los usurpadores de siempre para defender la vida y la dignidad de su pueblo, amenazadas por la represa de Urra. Qué falta hace al movimiento indígena colombiano el talante rebelde de nuestro querido amigo Kimy Pernía.

Puerto Libertador, noviembre 14 de 2013

Notas:

(1) Según Juan Friede, su compadre, Quintín recordando este hecho habría dicho: “ese vergajo dañó la lucha y nos jodimos” (conversación personal).

(2) Pareciera de un militante de “Sendero Luminoso”, pero se lo escuché a un líder páez.

(3) El texto de Quintín en el que expone las razones de su lucha, se titula precisamente “En defensa de mi raza”.

(4) Fernando Mires, Camus después de Camus.


*Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.