Matriz racial de la “ideología” de la modernidad

El autor de Marxismo negro Cedric J. Robinson, dice que la noción de raza se convirtió en gran medida en el dispositivo imaginario de la “ideología” moderna, pretendidamente racional; esencial para la dominación, acompañada por la explotación y el exterminio de no “europeos”, incluyendo a “europeos” eslavos y judíos



Matriz racial de la “ideología” de la modernidad

Raúl Prada Alcoreza

El autor de Marxismo negro Cedric J. Robinson, dice que la noción de raza se convirtió en gran medida en el dispositivo imaginario de la “ideología” moderna, pretendidamente racional; esencial para la dominación, acompañada por la explotación y el exterminio de no “europeos”, incluyendo a “europeos” eslavos y judíos. Continúa la descripción diciendo que en la Gran Bretaña del siglo XVIII, Reginald Horsman ve los inicios de esta “ideología” racial en la “mítica” anglo-sajona. Esta “mítica” fue desplegada como emblema ideológico por la llamada intelligentzia. En Francia; por ejemplo, Paul Rapin-Thoyras y Montesquieu, y antes que ellos Franqois Hotman y el Conde Henri de Boulainvilliers, son los portadores de este discurso. En Alemania; por ejemplo, Herder, Fichte, Schleiermacher y Hegel, también encarnan, por así decirlo, esta “ideología” racial. En América del Norte; por ejemplo, John Adams y Thomas Jefferson, propugnan, como parte de la “ideología” burguesa, la idea de la heroica raza germánica. Esta idea se extendió por Europa del siglo XIX, acompañada por impulso convencional de difusión, a través de los medios comunicativos conocidos, tales como novelas históricas; por ejemplo, la novela de Sir Walter Scott y las fábulas filológicas de Friedrich von Schlegel. Inevitablemente, por supuesto, la idea fue investida con la pose de la ciencia europea del siglo XIX. Herrenvolk explicó la inevitabilidad y la naturalidad de la dominación de algunos europeos por otros europeos[1].

Louis Snyder dice que la “ideología” racial es compulsiva; los que propugnan esta “ideología”, no satisfechos con proclamar la superioridad de los blancos sobre las razas de color, también sintieron la necesidad de erigir una jerarquía dentro de la raza blanca misma. Para satisfacer esta necesidad desarrollaron el mito de los arios o nórdico. El mito ario a su vez se convirtió en el origen de otros mitos secundarios como el mito Teutón, en Alemania, el mito Anglo-Sajón, en Gran Bretaña y Estados Unidos, el mito Céltico, en Francia[2].

Así como podemos definir como fetichismo de la mercancía al imaginario capitalista, del mismo modo hemos extendido este concepto crítico a otros imaginarios; por eso, hablamos de fetichismo institucional, fetichismo del Estado, fetichismo del poder. También podemos hablar de fetichismo teórico o, si se quiere, de manera más extendida, de fetichismo de las representaciones, cuando se concibe al mundo como representación. Las narrativas marxistas han construido un personaje heroico, el proletariado, ungido de consciencia de clase, en el devenir de la clase en sí a la clase para sí. Esta narrativa presenta al proletariado como destinado a liberar a la sociedad de la dominación capitalista; nace, de los engranajes del capitalismo, como predestinado a cumplir el papel de clase libertadora. Estas narrativas no dejan su herencia romántica; que como mensaje, puede considerarse como narrativa pedagógica, en la formación de la consciencia de clase. Empero, como interpretación de la historia efectiva deja mucho que desear, no es sostenible ante los hechos empíricos; tampoco es útil para la lucha social, pues en vez de informar, desinforma, en vez de lograr observar la crudeza de las circunstancias, cuenta un cuento de héroes y de villanos. La historia efectiva muestra un proletariado heterogéneo, abigarrado, donde la masa mayor, se encuentra en las poblaciones esclavizadas y las poblaciones indígenas. El proletariado europeo no deja de ser abigarrado, formado por migrantes, aunque, dependiendo de los países, la mayor parte sea de procedencia nacional. Sin embargo, no toda la masa proletaria trabajaba; una parte era contratada, otra parte era empleada esporádicamente, otra parte era desocupada, lo que el marxismo llama el excedente de trabajadores de reserva, el ejército industrial de reserva. El proletariado no estaba aislado del resto de la sociedad, sobre todo mantenía contactos fluidos con los estratos campesinos y las clases medias empobrecidas, incluso con los pequeños empresarios. Si bien, se puede aceptar que, desde muy temprano los trabajadores empleados defienden sus intereses, lo hacen de distintas maneras. No sólo hablamos de lo que se conoce como las huelgas salvajes, acompañadas con la destrucción de las máquinas; sino también de esas formas asistenciales, ofrecidas por los mismos empleadores u otras instituciones, que tienen que ver con prácticas de amparo. No se puede decir que en la aceptación de esta asistencia, el proletariado manifestaba la consciencia de clase. Otras veces el proletariado nacional se dejaba llevar por la “ideología” chauvinista, pregonada por la burguesía, enfrentando a proletarios de distinta nacionalidad. Tampoco se puede decir que en este comportamiento se expresa la consciencia de clase. Periodos de conformismo han definido perfiles del proletariado que han sido ocultados por la narrativa romántica marxista. Como dice un refrán conocido, no se puede confundir la realidad con los deseos.

De ninguna manera se trata de desconocer las luchas heroicas del proletariado; estas tienen sus fechas, que forman parte de los anales de la memoria del proletariado; sino, lo que se busca es comprender la historia efectiva de las luchas sociales; comprender que los periodos de luchas eran antecedidos o seguidos por periodos de conformismos. También se trata de comprender que la historia efectiva del proletariado es compleja, entrelazada de múltiples tendencias y contradicciones. Así como es indispensable no hacer apologías ni inventarse personajes abstractos heroicos, sino comprender que las multiplicidades singulares del acontecimiento proletario definen recorridos inesperados para los pronósticos de la teoría revolucionaria. Es indispensable desocultar lo que ha ocultado el marxismo, sobre todo para comprender la complejidad que enfrentan los proyectos emancipatorios y libertarios. De ninguna manera renunciar a estos proyectos, sino de fortalecerlos con la experiencia social, la memoria social y la crítica social, contantes, permanentes, dúctiles, capaces de mejorar sus interpretaciones, como armas de lucha, sin caer en ortodoxias y dogmatismos.

Entre los muchos tópicos ocultados, hay uno de crucial importancia, la convicción racial, matriz de la “ideología” de la modernidad. Es importante recordar esto, pues esta “ideología” racial se ha inoculado en el mismo proletariado nacional europeo. ¿Por qué no consideró la primera internacional a los trabajadores afro-descendientes, a los que todavía eran esclavos, a los trabajadores indígenas, que trabajaban en condiciones inhumanas? ¿No eran proletarios? ¿Por qué no eran europeos? ¿Por qué no eran blancos? ¿Cómo puede hablarse de internacionalismo proletario si estaban ausentes precisamente las poblaciones de trabajadores que sostenían con el sacrificio de sus cuerpos la acumulación capitalista, la reiterada y recurrente acumulación originaria y la acumulación ampliada, que la acompaña? En estas conductas “revolucionarias” se hace evidente un comportamiento excluyente de las organizaciones obreras europeas y norteamericanas, cuando ya se habían declarado los derechos del hombre, cuando ya se había lanzado la abolición del esclavismo, sobre todo cuando se difundían discursos revolucionarios que hablaban de la liberación de la humanidad. Estas contradicciones deben ser atendidas, no tanto para echar en cara a las organizaciones y a los partidos marxistas europeos, aunque también latinoamericanos y del Caribe, así como del África, que repiten el mismo paradigma, sino para comprender la complejidad de las dinámicas sociales, de su abigarrado tejido de relaciones sociales, la complejidad de las historias efectivas donde se forma el proletariado, no como consciencia, concepto abstracto, sino como memoria, interpretación y voluntad colectiva. Es decir, como proyección social emancipativa; en otras palabras, como activismo alterativo, buscando construir mundos alternativos al mundo del poder y del capital.

Etimología y genealogía colonial

El término colonial, así como el término colonialismo, deriva del latín colunus, que define al colono en tierras exteriores. En todo caso viene de colere, también palabra latina, que significa tanto cultivar como habitar. El sentido moderno de colonial, así como de colonialismo, a pesar de contener estas sedimentaciones etimológicas, ha adquirido otras significaciones históricas; estas tienen que ver con el acontecimiento capitalista. Cuando el sistema-capitalista se conforma, constituye e instituye, la economía política que lo atraviesa convierte a la tierra, a los recursos naturales, a los cuerpos, en valores abstractos, entonces en entidades susceptibles de ingresar al proceso de producción de capital; es decir, de valorización del valor. Es en estas condiciones que debe descifrarse el concepto de colonialismo, así como el sentido de lo colonial. La colonización moderna no solamente es conquista, guerra de conquista, derechos de guerra, ocupación territorial, con todo lo que implica para las poblaciones nativas, sino también, y sobre todo, despojamiento, desposesión, desvalorización de las materialidades concretas; territorios, recursos, cuerpos, incluso culturas singulares, para ser asumidas como objetos, insumos, materias primas, cuerpos esclavos, cuerpos-mercancía, en el proceso abstracto de valorización dineraria. Este es el sentido de la esclavización y la servidumbre impuesta por el colonialismo moderno, que no es otra cosa que capitalismo.

Por lo tanto, no se puede intentar interpretar lo que acontece desde el siglo XVI, en lo que respecta al colonialismo, desde la perspectiva de una historia lineal; cuando esto es nada más ni nada menos que una hipótesis semántica insostenible. Hay una ruptura civilizatoria, si podemos hablar así, se establece otra lógica histórica o, si se quiere, nace la historia, como narrativa de las dominaciones capitalistas, como legitimación del colonialismo moderno europeo, como “ideología” imperialista.

La paradoja del siglo XVI es que nace con las expresiones estéticas humanistas del renacimiento, que después se transforman en humanismo político, con la revolución francesa; sin embargo, por otro lado, el colonialismo moderno, que nace con la conquista europea de Abya Yala, deshumaniza los cuerpos humanos no europeos. Es cuando nace el racismo moderno. No es, como dice Michel Foucault, con el bio-poder de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. La geopolítica racial del sistema-mundo capitalista nace con la conquista del quinto continente. Este racismo moderno consiste en la desvalorización del cuerpo; lo que se expresa claramente en la filosofía moderna, y la valorización racional del espíritu, concepto abstracto de la inmanencia; la valorización abstracta de los fines, teología dialéctica; valorización abstracta de las instituciones, “ideología” moderna civilizatoria, acompañada por la valorización abstracta de finalidades económicas, como desarrollo y progreso. El colonialismo moderno implica, de manera contundente, la colonización de los cuerpos y de los espesores territoriales, inscribiendo en la superficie de los cuerpos la historia política, inoculando en el espesor de los cuerpos, la disciplina y las subjetividades modernas, que se expresan en los perfiles de la individualización. Esto es, hablando con propiedad, el colonialismo interno, que acompaña al colonialismo externo. Ambos se complementan; la ocupación-valorización abstracta-mercantilización se complementa con la domesticación-marca racial-disciplinamiento-subjetividad. Diagramas de poder con hermenéuticas subjetivas.

Este colonialismo va a tener consecuencias en toda la historia de la modernidad. El genocidio y etnocidio extraterritorial europeo, se va a repetir también en Europa. Dependiendo las circunstancias, los periodos, dando lugar a distintas tonalidades, intensidades y expansiones. Llama la atención que este racismo, que es la matriz “ideológica” de la modernidad, se aplique en etapas avanzadas de la historia moderna, sobre todo se hace patente en la segunda guerra mundial, en la forma de una de las “ideologías” políticas más exacerbadas, el nazismo. Parece un bumerang; sin embargo, se trata de otra cosa. Una civilización abstracta como la moderna, con pretensiones de universalidad, que tiene como matriz la geopolítica racial, no hace otra cosa que reiterar y recurrir al imaginario racial, en lo que respecta al ejercicio del poder. En la medida que la “ideología” racial aparece como verdad, los mitos arios, teutónicos, los mitos germánicos, se toman en serio y se aplican en las relaciones con otros estados, con otras sociedades, con otras poblaciones, aunque sean europeas y blancas. No deja de pasar lo mismo, aunque con menos intensidad y matizada por la “ideología” liberal, con los mitos anglosajones, también con los mitos célticos. Es la espiral del imaginario exacerbado racial lo que motiva y acompaña a la espiral de violencia.

La condición colonial moderna de Irlanda, retomada y reconquistada antes varias veces, de maneras distintas, por la corona británica, coincide, en el siglo XVI, con la conquista de Abya Yala. No es de extrañar que la centralidad europea, británica, francesa y germánica, observe a los otros europeos de una manera colonial, como descalificados, desvalorizados, incluso bárbaros. La relación de la centralidad europea con los eslavos es también colonial. No es de extrañar entonces que el nazismo haya visto a todos los europeos como razas menores. Se puede decir entonces que el huevo de la serpiente - Ormens ägg, en alemán, es una película dirigida por Ingmar Bergman, filmada en 1977, ambientada en Berlín de la década de los veinte -no solo anidaba en la Alemania, derrotada en la primera guerra mundial, humillada por el Tratado de Versalles, sino anidaba en todas los estados modernos. Sorprende que la postura racionalista y aparentemente crítica europea, sobre todo liberal, incluso socialista, no haya ahondado en las raíces del racismo, dejándose llevar por el apego a explicarse el nazismo por medio de caricaturas grotescas. Prefieren oponer la “ideología” liberal a la “ideología” nazi.

El problema de fondo es que no solamente las poblaciones de color son las que son marcadas por el racismo, sino todos los cuerpos de todas las poblaciones, en aras del ideal abstracto blanco, el hombre blanco, símbolo de la civilización moderna. Todos los cuerpos son sacrificables en aras del desarrollo y el progreso.—

[1] Cedric J. Robinson en Black Marxism. The making of radical tradition. The University of North Carolina Press 2000. Pág. 67.

[2] Louis Snyder, The Idea of Racialism, D. Van Nostrand, Princeton, 1962, pp. 39-40 (also see pp. 20-23 and 39-53); see also Snyder‘s Race, Longmans, Green and Co., New York, 1939, pp. 93-95; Magnus Hirschfield, Racism, Victor Gollancz, London, 1938. (Hirschfield, interestingly, traces the usage of the term “race” from its introduction in scientific literature by Comte de Buffon in 1749, to its appearance in the prolegomena of Immanuel Kant‘s summer course in 1775 at Konigsberg in the form of White Race, Negro Race, Hunnish Race, Hindu Race, and mongrel races, pp. 51-54.)