Crónicas Carcelarias (I)

24.Sep.03    Análisis y Noticias

Crónicas Carcelarias (I)

Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)

Después de la Crónicas Forales desde Porto Alegre, las Crónicas Andinas, las Italianas y las Africanas, estas notas pretenden mostrar algunas experiencias, sensaciones y reflexiones en la Cárcel de Alta Seguridad (CAS) de Santiago de Chile, a donde llegué el 20 de Agosto de 2003 procedente de África.

Había estado 20 años escapando de los militares chilenos pasando de país en país. Se me acusa de la muerte del General Carol Urzúa, intendente de Santiago, acción realizada en 1983 por el Comando Miguel Enríquez del MIR y en la cual yo no había participado.

En Colombia y Perú intentaron capturarme en plena calle para llevarme de vuelta a Chile. En Italia y Sudáfrica fui sometido a proceso de extradición por solicitud del Gobierno Chileno, en otros países fui encarcelado para averiguaciones, en otros tuve que salir huyendo tras notar cambios o aumentos de la vigilancia a que se me sometía.

Me había graduado en Derecho en la Universidad de La Habana y hacía clases en universidades y asesorías a organizaciones sociales en diferentes países.

No era posible aceptar ser sometido a proceso por una falsa acusación en un juego de cartas marcadas donde la Corte Militar que me juzgaría lo haría como juez y parte. En el año 2003 ya se hace posible diferenciar entre tribunales civiles y militares, mientras diversas instituciones comienzan una campaña por resolver la problemática de los derechos humanos y la justicia, entre otras las propias instituciones militares preocupadas de mejorar su imagen.

Independientemente del grado de implementación real de los contenidos de esa campaña, la situación en relación a mi caso se había modificado y decidí entregarme. A la sazón me encontraba en Sudáfrica y fui a la embajada chilena donde manifesté mi intención por escrito y el 19 de Agosto de 2003 estaba viajando escoltado por dos agentes chilenos de la Interpol. Cuando subí al avión mis amigos sudafricanos avisaron a los compas del Colectivo Nueva Democracia en Chile, que se encargaron de distribuir mi declaración al respecto, así como circularla también a través de la red Clajadep y otras redes amigas.

En el aeropuerto esperaban decenas de periodistas y camarógrafos que recogieron algunas informaciones de mi abogado, el Dr. Alberto Espinoza, de la Fundación de Asistencia Social de las Iglesias Cristianas y profesor universitario.

La recepción por parte de los funcionarios policiales del aeropuerto fue muy atenta y educada, no así por parte del funcionario que se hizo cargo del servicio nocturno, a quien al parecer no habías instruido sobre las nuevas modalidades de trato con el público, pues se negó a darme algo de comer a la mañana siguiente diciendo que yo estaba prisionero y ahí no era un hotel. Al parecer alguien le sopló en el oído que las autoridades tienen otro discurso, de modo que casi al momento de salir hacia la fiscalía militar apareció con cara de derechos humanos y me dio un café y galletas. La mentalidad gorila parece difícil de esconder a veces, de modo que es cierto que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda.

Al salir fuertemente escoltado por robocops de chaleco antibalas y metralleta uzi en las manos, una fuerte emoción me golpea el pecho al ver el pasto verde, con ese verde al que se habían acostumbrado mis ojos, y la cordillera, que había cuidado con su majestuosidad mis juegos de niño y más tarde mis actos de resistencia contra la dictadura militar.

Clavaba la vista en cada persona que veía por el camino, sabiendo que su mirada había visto lo que yo había visto antes, que había leído los mismos periódicos que yo, había escuchado la misma música, había quizás vibrado con los goles del mismo equipo de fútbol que yo apoyaba, quizás había sido uno de aquel millón de personas que le exigían a Allende la disolución del Congreso, cada una era una persona que se había formado a la sombra de las montañas nevadas y en la humedad de las olas del mar que me formaron a mí, habíamos sido acunados por la misma canción y la misma Nana, habíamos aprendido a andar junto a la Pacha mama, habíamos descansado bajo los mismos sauces llorones, habíamos pateado las misma piedras. Eran mis hermanos, quería bajarme a abrazarlos o gritarles por la ventanilla y clavarnos los ojos para siempre, identificarnos. Sentía que mis raíces se me metían para adentro y me ahogaban. Eran 20 años que me había separado de cada uno de ellos. Lloraba y lloraba, las lágrimas no me salían, sino que se delizaban dentro de mí regando mis raíces.

Tenía que abrir la boca para no afixiarme con la avalancha de recuerdos que me abofeteaban.

De pronto la combi se detuvo y un periodista me pregunta algo por la ventanilla y digo que no tengo nada a declarar. Todo lo que pasaba por mi mente y por mis sentimientos no tenían nada que ver con las funciones y actividades de la prensa, que sólo busca mantener a su público que consume “información” enlatada.

Los robocops me entregaron a la fiscalía militar donde me atendió el fiscal Luis Araya, muy educado y profesional y su asistente, una capitana de preciosos ojos verdes que no dejaban ver su interior dado que tenían el filtro de la obediencia debida. Varias veces intenté sumergirme en esos ojos para descubrir el ser humano, pero el bloqueo era total, lo que me hizo sentir tristeza pues es fácil imaginar como se construye un corazón practicando el hielo 8 o más horas por día. Eso modela la personalidad.

Nuevo llanto. Por ella y por él, su jefe, y el jefe de su jefe. Cómo nos ha separado la vida. Podríamos estar juntos tomando un vino y quizás bailando.

Me duele terriblemente la separación entre las personas, quizás porque las necesito. Estoy cansado de la soledad y de los encuentros sólo con personas que después de una serie de filtros me aceptan o aceptan a otros en un círculo vicioso de aceptaciones y rechazos.

Hace un buen tiempo ya no creo en las afinidades ideológicas, pues la ideología nos separa aún más. Ya sólo creo en la construcción de la vida en común, en la proximidad, el contacto cuerpo a cuerpo, cantar juntos y construir juntos una nueva sociedad solidaria de lazos entretejidos por el afecto, de modo que los paradigmas e ideologías, las tácticas y estrategias deberían ser abandonadas para concentrar nuestra mente y nuestro corazón en los vecinos y sus hijos, en los colegas de trabajo y sus problemas personales, en los compañeros de estudio y sus sentimientos, sin perder de vista que estamos en un mundo cruel, un mundo donde prima la guerra y la ambición, un mundo que se podrá cambiar solamente en la misma proporción en que cambien nuestras relaciones con los seres humanos inmediatos, lo que implica un cambio de nosotros mismos.

Continuaremos nuestras Crónicas Carcelarias.

Desde la Cárcel de Alta Seguridad

Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)