Reflexiones en torno a una diatriba

Los “marxistas” han convertido a Marx en Moisés y a sus escritos en las tablas de los mandamientos. Lo peor que ha podido ocurrirle a Marx es tener esos discípulos, que lo han vulgarizado y lo han convertido en un ordinario positivista.



Reflexiones en torno a una diatriba

Raúl Prada Alcoreza

Se puede decir lo mismo, ser incluso más radical. Hay que evaluar tanto la formación enunciativa en los contextos, periodos y coyunturas. El valor, ya que hablamos de evaluación, es decir, de valorización, en este caso, del discurso de uno mismo, puede lograrse o, si se quiere, estimarse, en la diferencia de las fuerzas del entendimiento, aunque no solo, sino también, porque hablamos de política, de las fuerzas políticas, en el campo de fuerzas políticas; también en el cuadro de la correlación de fuerzas.

Haciendo una genealogía, un análisis del presente a partir de una mirada retrospectivo del pasado, mas bien, un corte en esa genealogía, que puede también ser una arqueología, puedo afirmar que he roto con los límites que todavía se daban, límites epistemológicos, así como límites políticos, límites que inhiben la capacidad de lucha. Una ruptura epistemológica y una ruptura política, ruptura con el marxismo.

Llevar adelante, darle más alcance, a las tesis sobre las contradicciones a las tesis marxistas, sobre todo de los fundadores, así como de los militantes combatientes, es efectuar la crítica a un discurso “revolucionario” todavía atrapado en la providencia de las astucias de la razón. Eso es Hegelianismo. Es indispensable apostar al gasto heroico de los pueblos; cuando enfrentan la realidad y enfrentan la historia, la revolución se hace contra la realidad y contrala historia. Entonces la historia cambia, se crea por el ímpetu y la fuerza de los pueblos, de las multitudes, de proletariado nómada, de las mujeres; ellas, que consecuentemente son alteridad absoluta contra el Estado patriarcal.

Observo que los “marxistas” militantes se han vuelto sacerdotes, sus partidos son como iglesias; ¿qué diferencia hay con las otras iglesias? Pocas, la analogía es que defienden escrituras sagradas. En este sentido, que es un sentido fuerte, por su apego a los mitos y a la providencia de la verdad revelada, son conservadores. Además, ahora, en el presente, en el contexto contemporáneo, el de un ciclo de la hegemonía del capitalismo vigente, de dominación financiera, de acumulación especulativa, combinada con la acumulación por despojamiento y desposesión, el modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, forman parte del poder, al que defienden. Los “marxistas” han convertido a Marx en Moisés y a sus escritos en las tablas de los mandamientos. Lo peor que ha podido ocurrirle a Marx es tener esos discípulos, que lo han vulgarizado y lo han convertido en un ordinario positivista.

Lo que hacemos los y las activistas libertarios, que son de los únicos que pelean contra la dominación mundial del capitalismo vigente, dominado por el capital financiero especulativo y la compulsión extractivista, junto a los movimientos sociales anti-sistémicos contemporáneos, las naciones y pueblos indígenas, los pueblos esquilmados por este capitalismo especulativo y extractivista, los y las subalternas, las subjetividades diversas transgresoras. Entre todos estos movimientos autogestionarios, descolonizadores, anticapitalistas, contra-modernos y despatriarcalizadores, son los únicos que asolan el mundo como cuando el fantasma del comunismo asolaba Europa, mientras la vieja “izquierda” se aposenta en sus recuerdos, esperando su entierro formal, pues ya ha muerto en vida, al rumiar en sus cuatro estómagos la misma cebada, en la letanía del ganado vacuno, considerado sagrado.

Sin embargo, la vieja “izquierda” sigue, como antes, de una manera parecida a la inquisición de la iglesia católica; iglesia que buscaba el demonio en los cuerpos, sobre todo de las mujeres, a quienes se les hizo la guerra de tres siglos – la caza de brujas -, cuando se erigía el capitalismo. Los nuevos inquisidores, que irónicamente se hacen llamar “marxistas”, convertidos en los nuevos sacerdotes de las nuevas tablas sagradas, de la nueva religión laica, buscan enemigos hasta en sus propias filas. Llevan en sí la consciencia culpable y el espíritu de venganza. Como en los grotescos procesos de Moscú; cuando fracasó el plan quinquenal, se buscó chivos expiatorios, culpando a miembros de su propia jerarquía como responsables, incluso acusándolos de “agentes del imperialismo”. Estos son ahora, los que se autodenominan “militantes revolucionarios”, colocándose la máscara de los rostros de los revolucionarios del pasado. Ahora, después de la dramática experiencia de la historia política de la modernidad, sobre todo de la historia de las revoluciones modernas, sabemos que la contra-revolución eran ellos, estos policías, que se hacían pasar por “revolucionarios”. Usando sus palabras, que no compartimos, eran los “enemigos” internos, incrustados en la médula de la propia revolución; estos apologistas, estos dogmáticos llevando al extremo la infalibilidad, carcomieron la revolución por dentro, destruyendo su potencia, domesticando a sus fuerzas, convirtiéndola en un dócil criatura, que después de setenta años implosionó, se derrumbó como castillos de naipes. Ninguna “derecha”, ninguna potencia imperialista, la venció, fueron estos apologistas y dramaturgos fundamentalistas los que la destruyeron por dentro. Estos verdugos reproducen la violencia dominante en la historia. Ahora sabemos, que en la nueva generación de luchas anti-capitalistas, anticoloniales, contra-modernas y anti-patriarcales no contamos con ellos, pues están en las filas del poder. Aman el Estado, pues les encanta dominar.

El sacerdote es el que cree el credo, el fundamentalista es el que cree en el discurso, ambos creen en la verdad revelada, creen que la verdad es una sustancia contenida en la revelación, en la teoría. La vieja “izquierda” ortodoxa ha revivido estos monstruos, que son capaces de asesinar a millones de campesinos por la acumulación originaria socialista. Estos “bolcheviques” han masacrado a la vanguardia de la revolución rusa en Kronstadt. Ese día es cuando la revolución se convirtió en contra-revolución, el Estado socialista se convirtió en un Estado policial. El socialismo no se construye con el Estado policial. Eso es repetir lo que hicieron los verdugos del proletariado; usar las mismas armas y los mismos procedimientos que la burguesía; al hacerlo, al parecerse en sus métodos, en sus procedimientos, incluso en la manera de pensar sobre la política y su premisa fundamental, el fin justifica los medios, maquiavelismo vulgar, develan que no son otra cosa que lo mismo, sólo que con otro discurso, otras vestimentas y otros personajes, empero continuando la misma trama del poder. Todavía algunos energúmenos ciegos siguen creyendo que eso es revolución.

Los estalinistas confunden revolución con represión, transformación de las estructuras con la consolidación de las viejas estructuras, que las convierten en dispositivos policiales. Lo mejor del marxismo oriental indudablemente es Mao Tse-tung, que acompañó a la revolución cultural, junto a los guardias rojos, para arrancarle a la burocracia del partido el monopolio del poder, para devolver el poder a los consejos de obreros y campesinos. Cuando culminó la guerra civil en la primera patria socialista, la URSS, con la victoria del ejército rojo, debería haber culminado la centralización del poder en el comité central, otorgado como comunismo de guerra, por la emergencia de la situación, comunismo de guerra que debía ser transitorio, los soviets pidieron nuevamente que el poder pase a estos consejos; la respuesta fue la represión. Se distorsionó la dictadura del proletariado, convirtiéndola en la dictadura del partido, primero, del comité central, después, para terminar siendo la dictadura de un tirano.

Los estalinistas, burócratas consumados, la nueva clase dominante, se apropiaron de la revolución proletaria inaugural victoriosa, convirtiéndola en un Gulags. A eso llaman “socialismo”; a una inmensa fábrica militarizada, a una gigantesca prisión, donde no decide el proletariado, sino unos burócratas que hablan a nombre del proletariado, hablando, además, sin la lucidez que tenía Vladimir Lenin, en su momento. De una manera pobre, machacona, sin capacidad de convocatoria. Si el movimiento socialista, comunista, proletario, del mundo, si los intelectuales comprometidos, siguieron apoyando a la URSS era porque cerraban los ojos; prefiriendo mantener la esperanza, esperando que los lamentables errores, que en realidad eran crímenes, se corrijan con el tiempo. Lo que no ocurrió. Se consolidó esta clase burocrática, que en vez de socialismo reprodujó el modo de producción asiático, sosteniendo un capitalismo de Estado. Nunca se construyó el socialismo. Lo que hizo esa “revolución socialista” es la revolución industrial; es decir, el modo de producción capitalista, en menos tiempo que Inglaterra, nada más. La paradoja socialista es que se convirtió - la “revolución socialista”, conducida por los estalinistas - en el mejor método para construir y consolidar el modo de producción capitalista en países atrasados.

Si todavía quedan dogmáticos, que cuentan con sus dedos los años de militancia, además inútiles, pues no hicieron una sola revolución, es porque están atrapados en el imaginario delirante de los actores. Se invistieron de trajes de los revolucionarios de antaño, que sí hicieron la añorada revolución; estos “militantes” dramáticos se disfrazaron de “revolucionarios”, creyendo que los héroes del pasado les transferen sus glorias. Héroes que sí hicieron revoluciones, a quienes respetamos y creemos que forman parte de la herencia de las nuevas luchas, de las nuevas generaciones de luchas, aunque sean distintas y se muevan en otro contexto histórico de los ciclos del capitalismo. Otra cosa que no han aprendido estos dogmáticos y esquemáticos maniqueos, es que creen que el marxismo es la letanía repetitiva de un discurso mecánico, sin ingenio y sin conceptos. Creyendo además que su discurso es universal. Sorprende pues observar que los que se llaman “marxistas militantes” saben muy poco del marxismo, sobre todo de Marx, de su obra, saben muy poco de las corrientes marxistas, de los debates entre estas corrientes, del debate contemporáneo marxista. Creen que se encuentran como en el comienzo del siglo pasado, repitiendo los argumentos de Lenin, cuando estos argumentos tenían valor y alcance en las luchas de su tiempo. Estos “militantes marxistas” sirven, en el mejor de los casos para rememorar un pasado; pero, son inútiles para combatir en el presente, pues su cabeza no se encuentra en el presente, sino en el pasado. Si dicen que pelean contra el “imperialismo”, pelean, en realidad, con el fantasma del imperialismo de mediados del siglo pasado; pero, son incapaces de pelear con el imperialismo actual, de carne y hueso, contra sus formas actuales de dominación, contra la estructura del capitalismo contemporánea, que no reconocen, pues creen que sigue siendo la estructura del capitalismo de mediados del siglo pasado; no entiende el carácter histórico de la crisis actual del capitalismo.

Un marxista latinoamericano que pensó con cabeza propia y su realidad histórica, fue José Carlos Mariátegui; pero el “marxismo” oficial, partidario, no leyó sus libros; si los leyó, no los entendió, los interpretó desde las sagradas escrituras, reducidas a manuales. Mariátegui también es una herencia en las luchas anticoloniales y descolonizadoras actuales de los movimientos sociales anti-sistémicos.

Las revoluciones del socialismo real, a pesar de nuestra crítica a los partidos comunistas, son acontecimientos históricos, que se enfrentaron a la realidad impuesta, realidad como producto del poder; acontecimientos que crearon nuevos cursos de la historia, con el acto heroico multitudinario y sostenido del proletariado y de los condenados de la tierra, como llama Franz Fanon. Esos partidos bolcheviques, con capacidad militar, como el de la URSS, de la República Popular China, de Vietnam, de Cuba, merecen respeto, pues, independientemente de nuestra crítica al partido, al pretendido vanguardismo, fueron capaces de una voluntad intensa, de un acto heroico sorprendente, fueron capaces de vencer a los imperialismos. Ciertamente, tenemos que aprender de ellos, su capacidad organizativa, no sus dogmatismos, no sus jerarquías y divisiones del trabajo revolucionario, que convierten a los intelectuales en maestros y al proletariado en alumnos. Sin embargo, de los “militantes” disfrazados, que repiten mecánicamente consignas, sin el análisis específico de la situación específica, como enseñó Mao Tse-Tung, que usan el disfraz de “revolucionarios” y vociferan elocuentemente un “radicalismo” sonoro, cuyo contenido es más bien de un recalcitrante conservadurismo, no tenemos que aprender nada. Quizás sí, lo que no tenemos que hacer.