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Entrevista a Vicent Martí, labrador agroecológico en Valencia, España

Enric Llopis :: 14.02.15

Terrenos para cultivo de alimentos y medicinas o para las inmobiliarias y la industria.

14-02-2015
Entrevista a Vicent Martí, labrador agoecológico en l’Horta de Valencia
Lección de vida

Enric Llopis
Rebelión

Sobre l’Horta de Valencia pueden mostrarse varias fotografías. La primera, con los efectos del nuevo Plan General de la capital, impulsado por el PP, que plantea la reclasificación de 415 hectáreas de huerta para la construcción de miles de viviendas, infraestructuras, rotondas, zonas industriales, vías de circunvalación y centros comerciales. Otra imagen posible es la de labradores como Vicent Martí -de 62 años, dedicado a la agricultura ecológica desde hace 35- a quien su madre le enseñó que la tierra es “sagrada”. Rechaza la agricultura con químicos, que califica de “agroterrorismo”.

Puede uno leer, ir a la universidad o hacer un master en agroecología, pero Vicent Martí aprendió la “cultura ancestral” de la tierra de sus padres y abuelos, también labradores. “La tierra es una emoción; si la cuidas, ella te devolverá los cuidados”, afirma. Y es también “el sonido que descubres al arar con un animal”, algo que no permiten apreciar las nuevas tecnologías. Entiende su oficio como una religión. Vicent Martí participa en el colectivo Per l’Horta, ha tomado parte en una huelga de hambre contra la destrucción del barrio del Cabanyal, se ha enfrentado a las máquinas y la policía por la construcción de la Ronda Norte de Valencia, en plena zona de huerta; y fue a juicio por irrumpir en el Ayuntamiento de Alboraya, para denunciar proyectos especulativos que afectaban a terrenos de huerta fértil.

-A los 17 años tenías claro que ibas a dedicarte a la tierra, y a los 28 optaste definitivamente por la agricultura ecológica. ¿De dónde te viene este apego a la era?

De la familia. Mis padres y abuelos se dedicaban todos al campo. Y claro, dedicarme a la agricultura es algo que me llega de una manera totalmente natural. A los 17-18 años me di cuenta de que mi lugar en la vida estaba en el campo. También trabajé, cuando dejé el colegio, en un taller de carpintería y un almacén. Pero pienso que el hombre trata de esclavizar al hombre. Ante la falta de libertad, como yo había “mamado” la tierra, y visto cómo mi familia se desarrollaba laborando la huerta, observé que dentro de su pobreza había libertad. Cuando trabajaba para otro me encontraba mal, cohibido. El sábado estaba muy contento pero el domingo sentía mucha angustia. Decidí entonces dedicarme a la tierra y, a los 28 años, empecé por mi cuenta en l’Horta de Campanar, en unas tierras que alquilé y que por cierto hoy están llenas de cemento. Al dar ese paso, me di cuenta de que todo lo que había aprendido era muy importante, un conocimiento ancestral que mi familia me transmitió.

-¿Cómo llegas a la agricultura ecológica?

Yo “mamo” la agricultura tradicional, que es la que desarrollaban mis antepasados. Pero después me encuentro con la agricultura química o convencional, que es lo que yo llamo “agroterrorismo”. Durante cinco o seis años me dediqué a esas prácticas (al empezar en l’Horta de Campanar), pero lo cierto es que hubo un proceso de toma de conciencia. Lo realmente útil, además de estudiar, es lo que me enseñaron el abuelo, el padre y la madre. Ese conocimiento era el de los antepasados, que ya habían muerto pero que estaban vivos, y es lo que me hizo ser fuerte ante circunstancias muy duras. Porque ahora la cosa está muy clara, pero hablamos de hace 30 años o más, cuando no había gente que practicara una agricultura sostenible y ecológica. A los labradores los manipularon. Se dio todo un proceso por el que las multinacionales anularon el conocimiento de los labradores e implantaron su negocio. Recuerdo que me envenené dos veces con los productos que utilizaba. Al final, insisto, lo que realmente te sirve son los conocimientos que te transmite tu familia, que tienen una fuerza tan grande que te llegan al alma. Y eso es indestructible.

-¿En qué consistían esos conocimientos “ancestrales” que te transmitieron tus familiares?

Lo más básico me lo enseñó mi madre: “la tierra es sagrada”. A partir de ese respeto por la tierra, los demás conocimientos uno los va asimilando. Lo que algunos creen que es un sacrificio, realmente no lo es. Me enseñaron a labrar con un animal, las rotaciones, las acequias, los setos que albergaban la fauna, el equilibrio del agroecosistema… Pero a partir de la “Revolución Verde” se cimentan las acequias, se anula el conocimiento tradicional y hacen que el labrador se ensucie las manos con productos químicos. Hoy trato de hacer una agricultura como creo que hay que hacerla. Porque una cosa ha de quedar clara: hablamos de “agri-cultura”. Lo contrario no lo es: se trata de “terrorismo”. Multinacionales como Bayer o Monsanto matan todos los días un poco a la gente en el plato de la comida y en el medio ambiente. Y la cosa es tan sutil, que está permitida por los estados y los gobiernos, que también son “terroristas”. Lo digo y lo mantengo: el gobierno español, cuando consiente importar los productos transgénicos, incurre en “terrorismo de estado”. Ya lo decían los griegos hace 2.500 años: “Somos los que comemos”. Hoy está vigente.

-¿Cómo explicas los planes “desarrollistas” del Ayuntamiento de Valencia sobre una huerta que podría actuar como reserva alimentaria para la ciudad y su área metropolitana (1,5 millones de habitantes)?

Hay una “mafia” entre constructores y ayuntamientos, que se da en casi todos los municipios y en casi todos los partidos políticos. Valencia se va extendiendo como una gota de aceite a costa de l’Horta. Pero esto viene de lejos: la destrucción de l’Horta de la Punta, el Pouet de Campanar… Antes aún, en los años 60, con el “desarrollismo” franquista. Al final estamos hablando de un negocio de cuatro, que consideran que la capital ha de crecer, pero no es así, porque hay miles de pisos vacíos.

-¿Por qué no se produce una significativa reacción popular?

La sociedad valenciana está absorbida por el capitalismo, o por el “mal socialismo”. Y como en la escuela no se enseña el valor de la cultura, entonces no le importa la desaparición de l’Horta. Es increíble que una ciudad como Valencia, de 800.000 habitantes, con una huerta como no hay otra en el mundo (en calidad y grandeza), permita que desaparezca. Y es también el asesinato a la cultura de un país. Si esto no se para rápidamente, l’Horta desaparecerá. Además, no se puede humillar tanto al labrador. La construcción de la Universidad Politécnica en medio de l’Horta es un atraco a mano armada, porque allí estaban las alquerías y las tierras. Era un suelo de muchísima calidad, muy fértil y que tarda muchos siglos en formarse. Ahora, con el nuevo Plan General, pretenden ampliar el Campus. Hablamos mucho de la cultura maya y de otras africanas o de América Latina… Pero lo único que queremos los labradores es poder cultivar la tierra de una manera sostenible, agroecológica, para dar a la gente salud y vitalidad. Y así, cuando nos vayamos al otro mundo, poder estar tranquilos y a gusto.

-¿Albergas esperanzas de que se valore debidamente este patrimonio cultural, paisajístico y reserva de alimentos?

Viajé a Cuba hace unos años en pleno “periodo especial”, después de la caída de la URSS. Si no se dio en la isla una crisis con hambrunas y miseria, fue porque la gente en casa cultivaba la tierra. O también organizaba cooperativas. La gente era pobre, pero no miserable. Y respondo a tu pregunta. Esa experiencia me sirvió de mucho para darme cuenta del potencial que existía en l’horta de Valencia. La crisis que estaba sucediendo en Cuba podría ocurrir en cualquier otro país del mundo. Yo lo comparo con un hijo que se va de casa y está varios años sin desaparecer. Pero cuando retorna, la madre lo acoge. Con la tierra pasa lo mismo. Cuando hay un problema tan grave como el actual, con la crisis en todo el mundo, si vuelves a la tierra ésta te acoge y te da de comer, satisfacción y alegría. La conclusión es que en años de abundancia no hay que abandonar la tierra, sino permanecer en ella.

-¿Qué importancia otorgas a la agricultura de proximidad, con productos locales y de temporada, como modelo alternativo al del agronegocio y las grandes superficies?

Si una ciudad (del tamaño que sea) o un pueblo es más sostenible que otro, es porque muy cerca hay un terreno del que se puede alimentar. Es algo totalmente de sentido común. No es de izquierdas ni de derechas, y sobre todo cuando parece que el petróleo tiene los años contados. Así pues, parece lógico que cualquier pueblo con un poco de autoestima produzca los alimentos cerca de su territorio. Y esa es la capacidad que tiene l’Horta de Valencia: tiene potencial para dar de comer a toda la ciudad, sin comprar prácticamente nada de fuera. A eso se le llama “autogestión”. Y para eso, reitero, lo que hace falta es que no se humille al labrador y le enseñen a practicar la agroecología.

-¿Es posible que el labrador viva hoy de la tierra?

Es posible si se le compra el producto. Y si las grandes multinacionales desaparecen. Lo que ocurre es que nos han quitado la capacidad, que antes teníamos, de tener a nuestra disposición los mercados municipales, a los que dábamos suministro. Y se sacaba dinero para poder vivir, por supuesto que sí. Pero como no puedas vender tu producto… Es como si tu periódico no lo compra nadie. Además, las cadenas de distribución tendrían que desaparecer, o por lo menos establecer unos límites. Mira el polígono industrial que tenemos ahí delante… Antes era un arrozal y lo convirtieron en una zona industrial que ahora tiene la mitad de las fábricas cerradas. Quiero decir que el territorio hay que ordenarlo en función de una economía ecológica. Y no, que es lo que se hace, desvincular a la gente de la tierra y meterla en factorías. Así, en la siguiente generación nadie se acuerda de que viene de la tierra.

-¿Qué diferencias destacarías entre los agricultores veteranos y las generaciones jóvenes de labradores?

Creo que hay de todo. Pero la tendencia en los jóvenes es un mayor uso de la tecnología, porque han vivido en un mundo diferente. Pero ocurre que cuando labras la tierra con un animal, puedes escuchar el sonido de la reja del arado… Es lo mismo que cuando bailo tango, o cuando escuchas la música desde dentro de ti, sin estar pendiente. Sientes entonces que algo se menea por dentro. El que no ha labrado es muy difícil que sienta esto. Es decir, cuando todo es tecnología, pues falta algo. ¿Estamos en contra de la tecnología bien utilizada? Pues no. El problema que podemos encontrar en la tecnología es que perdamos el origen. Y entonces el ser humano pierde también el sentido de la vida. Es como si bailáramos sin música. No tendría sentido, por muy bien que danzáramos o hiciéramos las figuras. Si no siguiéramos el ritmo, con el sentimiento y la emoción, eso no serviría de nada. Pues de algún modo, podemos hacer la comparación. Necesitamos saber la música, sentirla, saber interpretar…

-¿Son buenas las prisas para el trabajador de la tierra?

No. No hay que tener prisas. Es cierto que a veces hay que despabilar, porque así es la meteorología. Pero no hay que tener prisa, sino sosiego. Que vengas tú y pueda dedicarte un tiempo… Por eso yo, aunque trabaje 20 horas al día, no me siento un esclavo.

-¿No te consideras un siervo del tiempo en su sentido capitalista?

Procuro no serlo. Si me preguntas, ¿totalmente? Pues no. Sé dónde estoy y dónde vivo. Todos participamos de algún modo en la porquería del capitalismo. Pero si no me sintiera libre, como te decía, no podría aguantar todos los días 10,15 y 20 horas de trabajo.

-¿La tierra es una vocación? ¿Podrías dedicarte a otra cosa?

Sí, es una vocación. Totalmente. Podría dedicarme a bailar. Sabiendo lo que sé ahora, soy un bicho que necesita tener emociones. Y la música es una emoción. Nunca antes, hasta hace cinco o seis años, había escuchado la música. Entonces empecé a bailar tango y se despertaron muchas emociones. Yo era una persona absolutamente arrítmica, pero poco a poco no puedo dejar ya el ritmo. Pues la vida es igual.

-¿Qué te dice el tango?

Es también una vocación, como la tierra. Lo podría bailar mejor o peor, pero el tango hay que sentirlo. Escuchar la música, sumergirte en la letra, en el sentimiento. Esto se traslada totalmente a la tierra. La tierra es emoción, sentimiento… Si quieres a la tierra y la cuidas, ella siempre cuidará de ti. Es fundamental. Mi padre, cuando ya era muy mayor, se lo dijo a mi hermana: “Cuida de la tierra, que ella cuidará de ti”. Y es cierto, es real.

-Por último, decías que la tierra es “sagrada”. ¿Consideras que el labrador abraza una religión?

Cuando me preguntan si soy creyente, yo pregunto respecto a qué. Soy creyente respecto a la profundidad de lo sagrado. Y para mí, lo sagrado es la religión y otras cosas. Pero no la religión que me han enseñado en la escuela. Ésa es una mentira: un montaje de la iglesia. Yo me refiero a la profundidad y el sentimiento, y eso es precisamente lo que mi madre me enseñó. Darle al otro lo mejor de lo que tú hagas y también dártelo a ti mismo. Que el lugar donde tu vives esté “intocable”. No quiero decir, ni mucho menos, que todo el mundo se tenga que dedicar a la tierra. Es algo más profundo. Lo mismo vale si uno es carpintero, ebanista, médico, periodista o fontanero. Si uno desempeña su oficio con dignidad, eso será sagrado. Es tu religión, tu realidad y tu compromiso con la vida. ¿Y para qué sirve? Para cuando te vayas a morir, estés más tranquilo. Y eso ya es mucho.


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