Genealogía y hermenéutica del presente

Una condición de posibilidad histórica para salir de la crisis orgánica del Estado-nación es liberar la potencia social, liberar la autodeterminación de subjetividades emancipadas, capaces de imaginación e imaginarios radicales, capaces de crear asociaciones y composiciones alterativas, configurando mundos alternativos.



Genealogía y hermenéutica del presente

Raúl Prada Alcoreza

¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos en el momento presente? Esta es la pregunta que se hacía Michel Foucault cuando relacionaba genealogía y hermenéutica del sujeto; el análisis del presente a través una mirada retrospectiva del pasado y la interpretación de la constitución del sujeto, mediante tecnologías del yo. Esta pregunta es pertinente si la hacemos respecto a la coyuntura inaugural del nuevo milenio (tercer milenio), cuando aparecen gobierno que se denominan como progresista, populistas, socialistas del siglo XXI. La pregunta relaciona la genealogía de los gobiernos progresistas y la hermenéutica de las subjetividades sociales, que acompañan la coyuntura política. Resumiendo, la pregunta puede ser planteada de la manera siguiente: ¿Quiénes somos en esta coyuntura cuando la forma Estado-nación aparece con el contenido histórico-político de los gobiernos progresistas? Vamos a tratar de responder a esta pregunta efectuando una mirada retrospectiva del pasado, para poder dar cuenta del presente, acompañando a esta genealogía con la hermenéutica de nuestras subjetividades.

Nacimiento

No nacemos con la conquista, pues la conquista impone la dominación colonial, buscando el olvido de las memorias pre-coloniales; la conquista mata no hace nacer. No nacemos con la guerra de la independencia, pues la república va a ser la continuidad colonial en versión neoliberal. Nacemos con la revolución. Desde el norte hasta el sur del continente la revolución nos constituye; mediante la revolución buscamos recuperar nuestras memorias perdidas, actualizarlas, hacerla presente, y constituir la nación social. Para nosotros la nación emerge de la reforma agraria y de las nacionalizaciones de nuestros recursos naturales, en manos de extranjeros. La nación emerge de la democracia popular, cuando se establece la igualdad como sentido común y la deliberación como procedimiento político. También cuando se otorga derechos de trabajo, derechos sociales, derechos universales, como el derecho de votación a las mujeres. Esta nación es concebida como mestiza. En el mito nacionalista los pueblos indígenas y los territorios son la matriz de donde emerge la nación, la mezcla es la historia de resistencias a la conquista, a la colonización, proliferando desplazamientos demográficos y antropológicos como invención de la nación. Este mito sirve para explicar la incursión de la nación en la modernidad. La nación se libera de la dominación imperialista, establece su soberanía con el Estado-nación, se lanza al desarrollo nacional mediante el proyecto de industrialización anhelado.

Desde la revolución mexicana a todas las revoluciones nacionales, que atraviesan el continente, nuestras naciones nacen con la revolución. Es cuando emerge, de manera efectiva, el Estado-nación. Antes, con las oligarquías no había, en sentido efectivo, Estado-nación. Solo era una declaración jurídico-política. Hablado metafóricamente, si Europa había nacido con las resistencias a la guerra inicial, guerra de conquista, anhelando la guerra contra los reyes conquistadores, la revolución fue su telos, su finalidad, también su fin, la última guerra. En cambio, nosotros, en el nuevo continente, nacíamos con la revolución; el fin de la historia de Europa era el nacimiento de la historia para nosotros. Interpretando este contraste histórico, podemos decir que si Europa había vivido su historia hasta la revolución, nosotros comenzábamos a vivir la contra-historia.

La pregunta es entonces: ¿Qué clase de Estado-nación constituimos? En Europa se constituye el Estado-nación liberal, la república; lo nuestro no es un Estado-nación liberal, aunque lo llamemos república. Para decirlo rápidamente es un Estado-nación corporativo; el Estado-nación de los pactos. Aunque en esas constituciones iniciales se califique a la estructura jurídica de liberal, la estructura política no es exactamente liberal. La estructura política responde a los pactos, al corporativismo de las clases sociales. No podemos dejarnos llevar por los nombres; así caemos en la ficción de los discursos; debemos atender, más que a las expresiones, a los contenidos existentes de la política efectuada. Nuestros Estado-nación tienen una estructura política corporativa, expresada en lenguaje liberal. Hay que atender a esta estructura corporativa para interpretar o explicar los avatares, las contradicciones, las crisis dramáticas de nuestras historias políticas. Perderse en las constituciones liberales es pretender normar las fuerzas, el campo de fuerzas, con llamadas de atención al deber. Esta es metafísica jurídica.

¿Cómo explicar entonces nuestras contradicciones histórico-políticas a lo largo de nuestras historias políticas, a partir de la estructura corporativa de los Estado-nación? La primera hipótesis interpretativa que lanzamos es que se deben, fundamentalmente, a rupturas corporativas, rupturas de pactos. La revolución proclama incluir a todos, pacta entre las clases, convoca al pueblo como soberano, sostiene una concepción social y del trabajo en relación a la representación del perfil de este pueblo. El itinerario de los gobiernos nacionalistas rompe por dos lados el pacto; por el lado popular, rompe con el pueblo o las clases trabajadoras cuando no cumplen con el programa social; rompe, por el lado jerárquico, cuando afectan a las clases privilegiadas. Lo segundo, ocurre al principio, cuando por la irradiación de la revolución, todavía al calor de las armas, se afecta a las clases privilegiadas; por ejemplo, con la reforma agraria. Lo primero, ocurre después, cuando los gobiernos nacionalistas optan por la mesura, el pragmatismo, y se proponen constituir una burguesía nacional. Ciertamente, las historias concretas no repiten oficiosamente esta secuencia; pueden darse recorridos inversos; pueden darse recorridos combinados o, en su caso, intermitentes, con avances y retrocesos. Lo que importa no es tanto el dibujo de las secuencias, sino anotar que las crisis estallan precisamente por estas rupturas de los pactos.

La estructura corporativa del Estado-nación entonces impone límites. El Estado-nación corporativo está como obligado a mantener el equilibrio de los pactos; tiene que avanzar respetando los pactos; lo que parece no solamente difícil lograr, sino hasta imposible, cuando las clases sociales se hallan en francas contradicciones, en los despliegues de la lucha de clases. O avanza apoyándose en la burguesía o avanza apoyándose en el proletariado, apoyándose en las clases populares. Por eso, lo que se presenta como soluciones, para unos grupos, unas clases, termina siendo síntomas de la crisis estatal, cuando otros grupos, las otras clases, ven esta salida como “traición”. El Estado-nación corporativo está entrampado en los límites impuestos por esta configuración de los pactos. Por eso, sus realizaciones gubernamentales son problemáticas, sus lapsos inciertos, las historias efectivas accidentadas. Sin embargo, tienen al alcance la posibilidad de alargar sus temporalidades mediante la consecución consecuente de las nacionalizaciones, la reforma agraria, la ampliación y garantía de derechos, la industrialización, la extensión de la educación y la atención logística de la salud. Sorprende que, en muchos casos, no sea esta la opción que tomen; en estos muchos casos, prefieren adelantar la decisión política de inclinarse por los prejuicios, los temores, las renuncias, fantasmas de una lumpen-burguesía; rompiendo el pacto con el proletariado, las clases populares y las naciones y pueblos indígenas. Ciertamente, esto se puede explicar por la influencia geopolítica del imperialismo, que empuja a las lumpen-burguesías a renunciar a la industrialización, incluso a las nacionalizaciones, convirtiéndolas en burguesías intermediarias en el mapa de la geopolítica del sistema-mundo capitalista.

Cuando esto no pasa, cuando la burguesía no es lumpen, cuando la burguesía industrial tiene pretensiones de edificarse, conformar la industria, apoyándose en el mercado interno, la burguesía se convierte en el sostén de los gobiernos nacionalistas. Sin embargo, el problema reaparece cuando la necesidad de bajar los costos de producción requiere fijar los salarios, limitar los derechos de los trabajadores. Entonces, la sombra de la crisis reaparece; aunque puede prolongarse cierta estabilidad, dependiendo de la bonanza económica. Esta secuencia histórica casi es una excepción en la regla. De todas maneras, el imperialismo presiona a esta burguesía y al gobierno nacionalista a incorporarse a la dominación mundial, formando parte de áreas de influencia regional. Cuando la burguesía cede a estos cantos de sirena imperialista, termina apoyando golpes de Estado y dictaduras militares.

Crepúsculo

En el presente, aparecen nuevas formas de secuencia histórica. Se da el caso de una alianza entre burguesía industrial, incluso comercial y financiera, con el proletariado sindicalizado, bajo el manto de un gobierno progresista. Este desplazamiento de las clases da lugar a un núcleo de pactos en la estructura corporativa del Estado, que conecta a parte del proletariado, el sindicalizado, de éste, al proletariado organizado y privilegiado por el desarrollo, con la burguesía y con la burocracia; núcleo corporativo capaz de sostener un lapso de tiempo gubernamental prolongado, siguiendo la ruta del desarrollo nacional. Sin embargo, este núcleo deja al margen al proletariado nómada, a la mayoría de las clases populares, sobre todo al campesinado, deja al margen a los pueblos indígenas. La crisis política estalla por este lado.

En comparación, contrastando, se ha dado lugar otro perfil de las secuencias histórico-políticas de los gobiernos progresistas. Esta vez, la ruptura aparece en relación a parte de la burguesía y lo que queda de las oligarquías, apoyándose en el proletariado y en el pueblo organizado. La crisis política viene por el lado de las clases privilegiadas, sobre todo de esta parte de la burguesía afectada. Ciertamente esta alianza con el proletariado y las clases populares, también alarga la temporalidad del gobierno progresista; sin embargo, aparecen otras contradicciones. La burocracia aparece como la nueva clase privilegiada, su monopolio político entra en contradicción con la orientación participativa de la democracia popular. Las pretensiones monopólicas de esta burocracia ralentizan el proceso político, afectando al proletariado y las clases populares. Estas contradicciones pueden mantenerse en ciertos límites, sin ser todavía peligrosos; empero, afectan no solo la marcha del proceso de cambio, sino la cohesión del mismo bloque en el que se sostiene el gobierno progresista. Cuando estas contradicciones se atizan, las contradicciones en el seno del pueblo merman la legitimidad del gobierno progresista; la burguesía afectada puede creer que se trata de apoyo a la burguesía, investida de demócrata. Se trata de contradicciones diferentes; la habida entre la burguesía y el gobierno progresista y la habida entre la burocracia y el pueblo. Cuando estallan las contradicciones en el seno del pueblo no se puede tratar de evitarlas o tratar de esconderlas aduciendo que el enemigo es la burguesía, que el enemigo es el imperialismo, exigiendo subordinación de parte del proletariado y del pueblo al gobierno progresista. Esto es pedir obediencia, sacrificio, a nombre de la revolución, aparando la causa de una de las contradicciones en el seno del pueblo, la contradicción entre la burocracia con el pueblo autogestionario. Si esta es la opción del gobierno progresista lo que hace es encontrar uno de sus límites estructurales; al defender a su burocracia genera, amplifica e intensifica la contradicción, convirtiendo a la burocracia en un fin, en vez de desmantelarla; convirtiendo al pueblo y al proletariado en medios, en vez de ser los fines de la revolución.

Un cuarto perfil de las secuencias de los gobiernos progresistas es el que combina la afectación, en un principio, a la lumpen-burguesía y a la oligarquía terrateniente, con la subsecuente alianza con esta lumpen-burguesía y oligarquía, suponiendo que es la burguesía nacional, buscando sostenerse más que en el proletariado sindicalizado, poco numeroso, en el campesinado, en los estratos privilegiados del campesinado. Esta alianza dicotómica entre burguesía, oligarquía y estratos privilegiados del campesinado, puede convertirse en un núcleo de la estructura corporativa del Estado-nación; sin embargo, es más inestable que el núcleo entre proletariado sindicalizado y burguesía, alianza encaminada al desarrollo nacional. En el cuarto perfil, la crisis estalla con los pueblos indígenas, cuando sus territorios son afectados por la política extractivista del gobierno progresista. Las contradicciones con los estratos no privilegiados del campesinado, mayoritarios, puede mantenerse latente, dando chance y respiro al gobierno progresista. Sin embargo, estallan otras contradicciones, con los sectores populares urbanos. La orientación, en esta alianza lumpen-burguesía-campesinado, no es, como en el otro caso, hacia el desarrollo nacional, aunque lo digan discursivamente, pues la lumpen-burguesía no tiene capacidad de hacerlo, tampoco el gobierno progresista; no tanto por problemas de disponibilidad de recursos, sino por falta de voluntad política. En las condiciones de una economía más dependiente estructuralmente, el gobierno progresista prefiere optar por mejorar los términos de intercambios y extender intensificando la orientación extractivista de su economía.

Este perfil de gobierno progresista tiene menos margen de maniobra, incluso menos tiempo, que el perfil anterior. El carácter más marcado de Estado rentista y un perfil dominante extractivista de su economía no coadyuvan a satisfacer las demandas del campesinado, parte importante del núcleo de alianzas, no coadyuvan a satisfacer las demandas populares urbanas, quedando claro que quedó en franca contradicción con las naciones y pueblos indígenas.

Hay un quinto perfil de las secuencias de los gobiernos progresistas. La que viene dada en el nucleamiento institucional, basada en la reforma institucional y en la eficiencia burocrática. La reforma institucional y la eficacia burocrática pueden ayudar a evitar el estallido de las contradicciones entre burocracia y pueblo, durante un buen tiempo. Pueden convertirse en dispositivos eficaces en las negociaciones con estratos de la lumpen-burguesía, manteniendo las alianzas también por este lado. Puede, incluso, ayudar a soportar el estallido de las contradicciones con los pueblos indígena, incluso con parte de las clases populares urbanas; otra parte de estas clases puede mantenerse satisfechas con los logros de la inversión social estratégica, sobre todo en lo que respecta a la salud.

Como se puede ver, del mapa de las secuencias histórico-políticas dibujadas, dos tienen perspectiva a prolongarse, la segunda y la última; en cambio, la tercera y la cuarta, manifiestan de entrada la proximidad de sus límites estructurales. La primera secuencia definida es el modelo clásico, por así decirlo, dado con anterioridad; se trata de una secuencia fatal; también, entonces, donde se manifiestan prontamente sus límites estructurales.

¿Por qué los caudillos son imprescindibles?

El caudillo es el patriarca esperado, el mesías. Retorna para proteger a los pobres, para curar sus heridas, para apaliar sus hambres, para satisfacer sus necesidades, para vengar a los humillados. El caudillo es el justiciero; hará justicia redimiendo a los desamparados, reponiendo por las sufridas injusticias, enmendando los errores padecidos. El caudillo es el vengador; vengará a los ofendidos, a los agraviados, a las víctimas. El caudillo es el padre afectivo; protege y abraza a los sufrientes, habla con voz apacible a sus hijos y con voz de trueno a los enemigos, a los culpables de los males soportados. La relación con el caudillo es la de los hijos desamparados que esperan al padre pródigo; cuando llega se convierte en el consolador y en el paño de lágrimas. El caudillo es el gran oído, escucha los reclamos, las denuncias, las demandas, de los indefensos; es el gran ojo, pues no pierde de vista a sus hijos, los del pueblo, siempre está preocupado por ellos. El caudillo es el padre protector.

Estamos ante subjetividades dramáticas, tanto en lo que respecta a los hijos desamparados, como en lo que respecta al caudillo. Los hijos desamparados conciben al mundo como abandono, el caudillo concibe al mundo como misión. La trama histórica los anuda en el decurso de un destino profético.

¿Cómo se constituyen estas subjetividades? Hay como una religión internalizada, heredada, una religión popularizada, convertida en sentido común, que forma parte de la cultura popular compartida; una religión incorporada en los habitus, una religión recurrente en la interpretación del mundo. Esta religión aparece con todos sus sincretismo; no deja de ser por esto religión, pues su narrativa se estructura en una trama de la salvación. La concepción del mundo se reduce, al final de cuentas, a la lucha entre el bien y el mal. Los culpables del infortunio y de los saturados sufrimientos son toda clase de figuras malditas, metáforas del demonio. En esta lucha contra el mal y los demonios se espera al salvador, al mesías, que es encontrado en la figura del caudillo. La espontánea y religiosa interpretación del mundo parece confirmada cuando aparece el carismático personaje de la promesa.

Estamos ante prácticas recurrentes, más que ante tecnologías del yo, institucionalizadas y concentradas en centros de formación; prácticas recurrentes como costumbres, como habitus, que vienen a formar parte del arsenal cultural de herramientas formativas de subjetividades sociales. Para esta interpretación heredada y acumulada por siglos, hasta por milenios, el mundo no se mueve históricamente, sino en ciclos eterno del mito; mas bien, la historia o, mejor dicho, la memoria histórica, es corregida por la interpretación alegórica del mito. El caudillo aparece como la convocatoria del mito.

Estas herramientas prácticas y recurrentes del habitus religioso, popular y espontáneo, forman parte de una economía política de la moral social. Esta economía política moral diferencia entre bien y mal, como valores antitéticos, opuestos, antagónicos. En este caso la valorización se mueve en el terreno de la espiritualidad; la lucha es entre tendencias espirituales, que se encarnan. No es que se desvaloriza lo concreto, para valorizar lo abstracto, como ocurre en el conjunto de la economía política generalizada; sino, sobre la base de la desvalorización general de lo concreto, del cuerpo, sobre la base general de la valorización de lo abstracto, de lo espiritual, se establece esta interpretación mitológica de la lucha entre el bien y el mal, constitutiva del cosmos.

Las subjetividades de las que hablamos se constituyen en esta economía política moral. Adquieren sus perfiles dramáticos en la reproducción de esta economía política moral. Estas subjetividades constituidas como consciencias culpables, como consciencias desdichadas, que adquieren el espíritu de venganza, se reconocen en su padecimiento y decodifican el símbolo del poder, decodifican la diferencia entre el buen caudillo y el mal gobernante. El caudillo, que comparte esta economía política moral, asume su rol atribuido socialmente; tiene al imaginario popular como referente; entonces la tarea es duplicar lo mejor posible la imagen configurada en el espejo de la representación social. El caudillo es atrapado en la narrativa colectiva, es inventado por el imaginario colectivo, forma parte del drama inscrito en la memoria religiosa-política. También el pueblo es decodificado en la interpretación singular del caudillo, interpretación movida por la imaginación singular del personaje carismático. El pueblo aparece como el rebaño que hay que salvar y conducir a tierras de buenos pastizales.

Pueblo y caudillo se encuentran en el lenguaje dramático de la economía política moral. Se reconocen en la narrativa de la trama religiosa-política, de la epopeya del bien en su lucha contra el mal. Se trata de subjetividades que se entregan a la convocatoria del mito, que depositan la confianza en el caudillo. Son subjetividades dependientes, subjetividades anhelantes de la intervención del patriarca.

El perfil subjetivo de los guerreros y las guerreras es distinto. Interpelan esta cosmovisión religiosa-política; no dependen de la convocatoria del mito; confían en sus propias fuerzas; se auto- determinan. No heredan narrativas; las interpelan, critican sus concepciones inherentes. Prefieren escribir con acciones alterativas al orden, prefieren inventar nuevas narrativas, que se encuentran más allá del bien y el mal, más acá y más allá á de la mirada humana, más allá de los dualismos esquemáticos. El perfil subjetivo de los y las guerreras se define en la profusión creativa del imaginario radical y de la imaginación radical.

Ahora bien, las subjetividades no son únicas y aisladas; al contrario, pueden formar parte de distintos posicionamientos del sujeto; pueden combinarse abigarradamente, formando parte de composiciones subjetivas complejas y contradictorias. Los comportamientos sociales pueden pasar de conductas subalternas acostumbradas a conductas interpeladoras y rebeldes inovadoras, abriendo líneas de fuga; de esta posición intensa y de ruptura se puede volver, otra vez, a posiciones conservadoras. El problema es este retorno conservador, esta caída a las prácticas de la reproducción del poder. La relación con el caudillo es la que manifiesta la preponderancia de conductas conservadoras, de perfiles subjetivos conservadores, a pesar de que en un primer momento los mismos sujetos intenten romper con las tradiciones y el pasado, o, si se quiere, con las formas de dominación.

Los caudillos pueden aparecer como libertadores; empero, lo hacen desde estilos conservadores, afincados en la “ideología”, en los habitus, en la dominación patriarcal. Esto limita, de entrada, los alcances de la revolución; que si bien comienza con la avalancha social, con la iniciativa transformadora, acaba, prontamente, en formar parte de la fabulosa maquinaria del poder.

ConclusionesLos gobiernos progresistas se explican por sus propias genealogías políticas, genealogías sostenidas por los perfiles de subjetividades constituidas, heredadas y repetidas. El referente inicial corporativo del Estado-nación marca el comienzo de las historias políticas de las repúblicas instauradas en Abya Yala. Las revoluciones nacionales inauguran el carácter histórico-político de las luchas sociales y políticas en los Estado-nación del continente. Estamos ante Estado-nación en crisis, de alguna manera como todo Estado-nación, que, sin embargo, las crisis singulares de estos Estado-nación subalternos, estallan en el marco del Estado corporativo, de su composición de pactos. Las alianzas se rompen por un lado o por el otro, por el lado de las clases populares o por el lado de las clases privilegiadas. Las salidas provisionales a la crisis consisten en lograr el apoyo de la burguesía industrial, combinando este apoyo con concesión de reivindicaciones sociales, que en todo caso se atribuyen de manera controlada. También en conformar una alianza sui generis entre burguesía y proletariado sindicalizado, orientado las políticas al desarrollo nacional; dejando sin embargo, al margen al proletariado nómada, a gran parte de las clases populares y a los pueblos indígenas. Una segunda salida consiste en romper con parte de la burguesía y la oligarquía, apoyándose en las clases populares, realizando inversiones sociales a gran escala, orientadas a transformar la estructura social; dejando pendiente la reforma institucional, teniendo como consecuencia el abultamiento ineficiente de la burocracia. Una tercera salida consiste en apoyarse en los estratos privilegiados del campesinado, estableciendo alianzas con la lumpen-burguesías y las oligarquías, por lo menos, con parte de ellas; dejando al margen a los pueblos indígenas y parte de las clases populares urbanas. Una cuarta salida consiste en efectuar una reforma institucional, hacer eficiente el aparato burocrático, estableciendo alianzas con la burguesía y parte de los estratos urbanos, satisfaciendo las necesidades de salud y de equilibrio económico. Si bien las salidas a la crisis orgánica del Estado-nación corporativos prolongan la temporalidad de los gobiernos progresistas, los límites de esta estructura corporativa son categóricos. Salir de estos límites implica transformar la estructura estatal o abandonar toda forma de Estado, optando por formas autogestionarias de la potencia social. Se sostienen los ciclos del Estado-nación corporativo, también los ciclos de las crisis de los Estado-nación, con la constitución y reproducción de subjetividades subalternizadas. Entonces, una condición de posibilidad histórica para salir de la crisis orgánica del Estado-nación es liberar la potencia social, liberar la autodeterminación de subjetividades emancipadas, capaces de imaginación e imaginarios radicales, capaces de crear asociaciones y composiciones alterativas, configurando mundos alternativos.