La hidra municipalista

Lejos de absorber diferentes agentes y cuadros bajo una ‘marca’ centralizada, gobernada desde arriba mediática y orgánicamente, estas candidaturas se han construido desde su implantación en el territorio: desde los antagonismos propios del ámbito local y sus relaciones de vecindad



La hidra municipalista
Mario Espinoza Pino
Filósofo, activista y candidato de Ahora Ciempozuelos
16/05/15 · 7:39
Diagonal Periódico

Según las últimas encuestas, la apuesta municipalista parece gozar de muy buena salud. Ahora Madrid, Barcelona en Comú o Zaragoza en Común, por citar algunas de las candidaturas más conocidas, han demostrado una enorme capacidad para sumar apoyos. Una suma que –a menos de dos semanas de las elecciones– sigue creciendo. Sin embargo, la hipótesis populista, aquella que abriera el candado institucional del régimen del 78, parece estar recorriendo un camino inverso en los ámbitos autonómico y estatal. Salvo en Navarra y Madrid, Podemos queda siempre en tercer o cuarto lugar, mientras que las Candidaturas de Unidad Popular suelen conseguir mejores posiciones en el mapa local –de acuerdo con el CIS, Ada Colau podría ser la próxima alcaldesa de Barcelona–. Los poderes y competencias se han distribuido, impulsando una inteligencia colectiva que afronta mejor la volatilidad electoral y los contextos ásperos Frente al descenso electoral de Podemos, resulta interesante analizar la consolidación y fortalecimiento de la ofensiva municipal. El municipalismo –animado por la estela expansiva del nuevo partido– ha nacido de lógicas diferentes a las del populismo. Lejos de absorber diferentes agentes y cuadros bajo una ‘marca’ centralizada, gobernada desde arriba mediática y orgánicamente, estas candidaturas se han construido desde su implantación en el territorio: desde los antagonismos propios del ámbito local y sus relaciones de vecindad. De este modo, partidos, asociaciones vecinales, movimientos sociales y ciudadanos se han encontrado forjando iniciativas comunes. Si bien los nexos de encuentro y coordinación han sido formalmente similares en las candidaturas –actos, asambleas, grupos de trabajo, etc.–, sus trayectorias han sido muy heterogéneas. Podría decirse que su dirección es una “fuerza resultante” tanto de los agentes integrantes como de los objetivos –particulares y colectivos– proyectados en la futura legislatura. Esto ha condicionado su grado de horizontalidad, cohesión y potencial conflictividad interna –en ocasiones bien engrasada, otras veces hostil–.

En cualquier caso, el camino de las Candidaturas de Unidad Popular no ha sido fácil. No son pocas las trabas que han encontrado a la hora de materializar su estructura. Algunos obstáculos han venido de la mano del oportunismo y la vieja política de izquierdas: la usurpación del nombre Ganemos por parte de IUCM, es una buena muestra de las actitudes de esa vieja –y sucia– política. Otros problemas, sin embargo, han venido de la autoproclamada nueva política: el descuido del ámbito municipal y los miedos en torno a su control, han hecho que el apoyo de Podemos a las candidaturas haya sido muy selectivo –siempre desconfiado y problemático–. Su estrategia de conquista del Estado ha saltado por encima de lo local, algo que –tal y como están las cosas– quizá pueda ser más una virtud que un defecto. No tanto para Podemos, que tras las elecciones carecerá de un músculo municipal sólido, sino para unos procesos de unidad que crecen gracias a otro modelo organizativo.

El municipalismo parece haber acertado al adoptar una lógica pluralista, integradora y más cercana a la movilización. Ha puesto en práctica repertorios de acción próximos a los del El municipalismo parece haber acertado al adoptar una lógica pluralista, integradora y más cercana a la movilización 15M, una dinámica consensual, participada y radicalmente democrática. Los poderes y competencias se han distribuido entre la multitud de actores envueltos en los procesos, impulsando una inteligencia colectiva que afronta mejor la volatilidad electoral y los contextos ásperos. Viendo el viraje centrista de Podemos –que ha renunciado incluso a términos como “ruptura”–, el papel del municipalismo tras el ciclo electoral será crucial. Su energía no deberá concentrarse en la mera gestión, tendría, más bien, que constituirse como contrapoder que pugne por una verdadera ruptura democrática desde abajo. Sólo así se podrán conquistar derechos y transformar estructuras. Y ello no se logrará sin movilización y una Hidra municipalista –una federación antagonista de municipios– que desborde los marcos existentes. Los de la vieja política y –según están las cosas– probablemente también los de la nueva.