Maquinaria despótica de la deuda infinita

Abrir rutas de transición alternativas para salir del sistema-mundo capitalista, construyendo con estos recorridos alternativos mundos alterativos, distintos, creaciones de la potencia social y no de la paranoia y la recurrente técnica usurera del capitalismo



Crisis capitalista y dominación por la deuda infinita
Maquinaria despótica de la deuda infinita

Raúl Prada Alcoreza

Como sabemos la crisis orgánica del capitalismo, que se hace evidente desde la década de los setenta del siglo pasado, es una crisis de sobreproducción, administrad diferidamente, de manera intermitente, cada vez de manera más acuciosa, por los mecanismos financieros, que hoy funcionan como una inmensa malla que atrapa al mundo. El capitalismo contemporáneo, en su fase de dominación financiera, se ha inclinado por la acumulación especulativa, por las tasas de retoro rápidas y a corto plazo, desplazando hacia las potencias emergentes la tarea de la industrialización. Entonces la geopolítica del sistema-mundo capitalista se ha complejizado, la división del trabajo y del mercado mundial se ha complicado. No solamente contrastan centros industriales con periferias donadoras de materias primas, sino que ahora aparecen como mediando en los procesos de producción y los procesos de acumulación de capital, las potencias emergentes, que son las actuales potencias industriales. Este sistema-mundo, cuyo perfil actual es del capitalismo especulativo, no podría funcionar sin las burbujas especulativas, sin los precios de inflación, que corresponden a los precios impuestos por los monopolios, sin la generación y regeneración de la deuda infinita, sin que los pueblos paguen indefinidamente, en condiciones onerosas, la deuda que les han impuestos, de acuerdo a la contabilidad de exacciones del sistema financiero internacional.

Un centenar de familias, que conforman la híper-burguesía mundial ha declarado la guerra a los pueblos, obligándolos a pagar la deuda, convertida en infinita, por un estilo aritmético, que comprende amortizaciones, intereses, refinanciamientos. Es decir, sobre el abstracto de la contabilidad del equivalente general, la moneda, se calcula la deuda, como si el espíritu del capitalismo, de una manera despiadada, haría crecer las cifras, sin que se sostengan sobre adquisiciones cualitativas de la misma envergadura. Los pueblos no se han beneficiado con las inversiones financieras, salvo los bancos, que no son el pueblo, que son a los que se acude para salvarlos de la bancarrota. Salvo también la ilusión de los créditos, que ocasionan el fantasma de la bonanza, cuando es el anzuelo con que caen en manos de estos extorsionadores modernos financieros, comprando mercancías a precios de inflación, comprando casas a preciso inflamados, de tal manera, que nunca podrán pagarlos. Esta es la nueva forma de esclavitud de la modernidad tardía, fines del siglo XX y principios del siglo XXI.

La crisis es mundial, si bien se sitúa con características singulares en Grecia, en España, en Irlanda, amenazando con extenderse rápidamente a toda Europa. Tampoco se circunscribe a Europa, pues en las condiciones de la globalización, la crisis capitalista abarca el sistema-mundo capitalista. La híper-potencia económica-tecnológica- comunicacional-militar de los Estados Unidos de Norte América está comprometida y atravesada por la crisis; es más, es ahí donde se ha desencadenado con la llamada crisis hipotecaria de la década de los setenta. Nadie escapa a la crisis, ni Bolivia, a pesar del imaginario delirantemente ingenuo del ministro de economía y finanzas públicas, que dice que Bolivia es una isla y escapa de la crisis. Que se sostenga las consecuencias de la crisis, mientas tanto, con la falta de inversiones productivas, invirtiendo, mas bien, en la demagogia coyuntural de bonos asistenciales, que se maneje disciplinadamente la administración económica, según los consejos del FMI y el BM, manteniendo un equilibrio estadístico, que en la práctica es un desequilibrio entre demandas reales y modelos abstractos y simples de las finanzas públicas, es apenas una parte de la explicación del aparente escape de la crisis. Hay que considerar las economías paralelas de la economía política del chantaje para explicarse este momentáneo detente ante el desborde de la crisis mundial.

La tarea de los pueblos es salir de la esfera del chantaje del sistema financiero internacional, que implica también, abrir rutas de transición alternativas para salir el sistema-mundo capitalista, construyendo con estos recorridos alternativos mundos alterativos, distintos, creaciones de la potencia social y no de la paranoia y la recurrente técnica usurera de un capitalismo, que ha dejado de ser productivo, para mostrar sus rostros más descarnados de la especulación. Esto significa apoyar al pueblo griego en su lucha contra esta híper-burguesía de las exacciones. La lucha del pueblo griego es la lucha de todos los pueblos; la lucha de cada pueblo es la lucha de todos.

La inscripción de la dominación

En La inscripción de la deuda y su conversión infinita, escribimos:

La deuda es un mecanismo de dominación; un mecanismo que somete al deudor. Lo exacciona, lo esquilma, le exprime su energía. Su secreto no solo se encuentra en el préstamo, en el crédito, sino en los intereses que cobra. No sólo que los intereses que cobra hacen, a la larga, una suma superior a la prestada, una suma superior a la amortización, añadiéndole los intereses. Pues el aparato financiero, la aritmética financiera, el sistema financiero, establecen una deuda infinita, impagable[1].

La inscripción de la deuda es la inscripción de la dominación. La deuda, en su genealogía, tiene como antecedente, también como substrato, la expropiación de la tierra, la expropiación de los bienes comunes, el despojamiento y la desposesión de las comunidades por parte del símbolo primordial y patriarcal, el déspota, el incestuoso y paranoico rey. El monopolio de la tierra convierte al déspota en el gran acreedor y a las comunidades y a las sociedades en las deudoras; después de la expropiación, el déspota, el poder, es el que concede la tierra, convertido en el dueño absoluto. No podría haber dominación si no hay deuda; la dominación se edifica sobre la deuda; deuda, que, a su vez, solo es posible por la expropiación de los bienes comunes.

Continuando con el análisis, proseguimos escribiendo:

Reflexionando sobre la crisis europea, que forma parte de la crisis económica mundial, crisis ocasionada por la acumulación especulativa financiera, reflexionando también sobre la deuda latinoamericana, que se presentaba impagable en el último cuarto del siglo XX, cuando dijimos que se trata de una deuda infinita impagable; por lo tanto un mecanismo de dominación del imperio, podemos reafirmar, ahora, que se trata de la extensión pavorosa de este mecanismo de dominación sobre los pueblos, que es la invención de la deuda infinita[2]. ¿Cómo salir de este sometimiento? ¿Negociando la deuda? Ya lo han hecho los gobiernos anteriores y han empeorado la situación. Lo vuelve a hacer Syriza, aunque haya introducido tópicos de asistencia social. ¿No cae en lo mismo, en reforzar la cadena de sumisión? Si se está en una lucha emancipativa anticapitalista, lo primero que hay que hacer, consecuentemente, es desconocer la deuda.

Ahora bien, ésta es una sugerencia teórica; sabemos, como dice el dicho popular, entre el dicho y el hecho hay mucho trecho. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad histórica para efectuar esta ruptura con el mecanismo de dominación de la deuda? Siguiendo la reflexión teórica, la población, por lo menos en su mayoría, tendría que estar dispuesta al gasto heroico. Algo que acontece en los escasos momentos de emergencia y convocatoria histórica. Por otra parte, hemos aprendido en la historia política de la modernidad, que un pueblo no puede batirse sólo contra el mundo, es indispensable que otros pueblos, no sólo se solidaricen, sino que participen de esta desconexión con la deuda. En otras palabras, se requiere de la movilización de los pueblos y de sus alianzas. Respecto a la economía política de la deuda, se requiere, en contraposición, la alternativa de otra economía política, manteniendo todavía este nombre, de la solidaridad y complementariedad. Por estas razones es difícil exigirles a los actuales gobernantes griegos consecuencia y radicalismo. ¿Están condenados a una eterna negociación y a permanentes ajustes, buscando afectar lo menos posible a la población, sobre todo a la población vulnerable, tratando también de incorporar en el presupuesto el cumplimiento de derechos, aunque estos correspondan a solo fragmentos de la población? Este es el tema de debate, al que ingresaremos, de manera cautelosa, buscando en la información a mano, descripciones útiles para proponer hipótesis interpretativas[3].

La genealogía de la deuda arranca, si se puede hablar así, de la maquina territorial, cuando las relaciones de filiación y de alianza se codifican en los circuitos del don. Sobre esta máquina territorial, mas bien sobre la desterritorialización producida por la construcción de la máquina despótica, que corresponde al nacimiento del Estado, en tanto máquina de captura, se edifica la maquina despótica. Es cuando los circuitos del don se interrumpen, rompiendo las reciprocidades y simetrías; generando más bien, absolutas disimetrías; en vez de reciprocidad, deuda propiamente dicha. La máquina despótica, sobre los códigos territoriales, sobrecodifica, ocasionando la plusvalía de código; por lo tanto, la posibilidad de acumulación, acumulación de prestigio, que se convierte en jerarquía institucionalizada, acumulación y disponibilidad de fuerzas, monopolio de la violencia, acumulación de riquezas; todas estas acumulaciones sobre la base de la obediencia absoluta. La máquina capitalista produce una segunda desterritorialización, acompañada por procesos de decodificación y deculturación, que llevan, se podría decir, metafóricamente, a la perdida de la memoria social. Se suspenden los valores, también las instituciones, se suspenden los hábitos, también los habitus, se suspenden los perfiles subjetivos tradicionales, generando nuevos perfiles subjetivos, constituidos ante nuevos diagramas de poder. El capitalismo se ve ante su propio desvanecimiento en la experiencia de esta vertiginosidad magmática; sin embargo, en vez de seguir el curso de los flujos liberados, prefieren reinventar el Estado, recurriendo al arquetipo del Estado oriental, sobre todo para evitar la diseminación institucional. Regeneran la acumulación, pero, esta vez, se trata de una acumulación abstracta, la acumulación del equivalente general, pero también del valor que se valoriza, el capital.

Siguiendo la genealogía de la deuda, que está imbricada con la genealogía del Estado, también, ahora, podemos decir, con la genealogía del capital, escribimos:

Hay que dejar de considerar el caso de la crisis económica griega como caso aislado, acompañada de la crisis económica portuguesa, también la española y otros países europeos. No son casos aislados o como dicen los especialistas, que se deben a manejos administrativos inadecuados; esto es “ideología” en el sentido más pedestre del término. La crisis es mundial, se trata de la crisis orgánica y estructural del capitalismo, si se quiere, una de las formas de sus crisis cíclicas. La sufren tanto unos como otros, aunque la vivan de diferentes maneras. Es una crisis que afecta a Alemania, a Gran Bretaña, a Francia, tanto como Grecia, Portugal, España, Italia, Irlanda. Que unos países aparezcan como acreedores y otros países como deudores, tienen que ver con el cálculo restringido a los compromisos adquiridos por los países al conformar el euro y la Comunidad Europea, salvo en lo que respecta a Gran Bretaña. Esta crisis también alcanza a Estados Unidos de Norte América, quizás, más bien, haya comenzado ahí. Así mismo no escapan de la crisis la Federación Rusa y los países asiáticos emergentes. Claro está, la crisis la vive, a su manera, dadas sus características, la República Popular China, a pesar de haberse convertido en la principal potencia económica del mundo.

Esta crisis, en particular, es provocada por el estilo “posmoderno” del capitalismo especulativo. La opción por la ganancia especulativa, por las tasas de retorno rápidas, por el mercado bursátil, por la compra de títulos, por el circuito del crédito sin respaldo, por lo menos, sin el respaldo del ritmo de crecimiento del sostén productivo, industrial, del tejido más sólido del sistema capitalista, ha llevado a la economía mundo a una crisis, que tiene que ver con el estallido de las burbujas financieras. Esta es la raíz del problema. No es porque son los griegos, los portugueses, los españoles, los italianos, los irlandeses, malos administradores.

La “ideología” pedestre de los especialistas atribuye la crisis de los países castigados a la “irresponsabilidad” administrativa. Puede haber algo o quizás mucho de esto; empero, este no es el problema de fondo. En todo caso habría que preguntarse ¿quién es el “irresponsable”, el que presta o el que solicita y recibe el préstamo? Si revisamos la historia de esta crisis, que en términos de la historia económica reciente, comienza en la economía estadounidense, se puede observar que, a partir de un determinado momento, la estrategia económica fue la de captar inversiones en la compra de acciones, de títulos, de bonos, de deudas, acompañadas por la apertura, sin igual, de créditos, abiertos tanto a las empresas como a las familias, así como a los consumidores. Esta estrategia hizo subir los valores, de una manera inflacionaria, por muy encima de sus valores reales. Esta compulsión bursátil duró hasta el momento que no podía sostenerse con la estrategia especulativa, pues no contaba con respaldo de la economía sólida de la producción. Es cuando los valores excesivamente valorizados caen, por gravedad, ocasionando la crisis financiera, que primero adquiere características de crisis económica inmobiliaria, viviendas que no se podían pagar. Después la crisis adquiere envergadura, mostrando su perfil financiero, afectando a toda la estructura económica.

La estrategia para “salir” de la crisis, por parte de los organismos internacionales del sistema financiero mundial, ha sido reinyectar fondos a los bancos, para salvarlos de la caída inminente. ¿Era esa una buena estrategia? Obviamente que no; ¿cómo se puede persistir en mecanismos y métodos que han desatado precisamente la crisis económica? Lo que ocurre en Europa, con sus propias características, circunstancias, condiciones e historias singulares, es parte de esta estrategia “anticrisis” que no es otra cosa que defensas virtuales ante la crisis del capitalismo especulativo[4].

Hay que comprender la crisis orgánica del capitalismo de manera integral, comprender que lo concreto de la crisis, su materialidad, corresponde a la crisis de sobreproducción, convertida en crisis financiera por los mismos administradores de la crisis, los dispositivos financieros capitalistas. Entonces la integralidad consiste en articular constantemente, no olvidar la causa - por así decirlo, usando este concepto lineal que no compartimos, solo por razones ilustrativas - de la crisis, conectándolo siempre con su efecto; la causa, la crisis de sobreproducción, el efecto, la crisis financiera. A esta composición debemos integrar la crisis de las materias primas, la crisis de sus escasez, que no se resuelve por la expansión ilimitada y la compulsión desaforada del extractivismo; todo lo contrario. Crisis que puede manifestarse de manera singular en los precios de las materias primas, como cuando aconteció con la llamada crisis del petróleo. Sin embargo, la crisis de las materias primas también puede manifestarse con la caída de los precios de las materias primas, crisis absorbida por los países periféricos. La crisis de las materias primas obviamente no se reduce a estas manifestaciones relativas a los precios; materialmente tiene que ver con la geopolítica del sistema mundo capitalista, que convierte a los países periféricos en donadores de materias primas, a los países centrales en los espacios de acumulación de capital, a las potencias emergentes, en las encargadas de mantener los procesos de industrialización. La crisis de las materias primas tiene que ver ya no solamente con la deuda y su conversión infinita, deuda que se inscribe en los cuerpos de las poblaciones y pueblos, sino con el despojamiento ecológico, la destrucción del planeta.

Los pueblos deudores son unas de las víctimas - usando un término discutible - de la acumulación ampliada y de la acumulación originaria del capital reiteradas recurrentemente. El seguir considerándose deudores y no víctimas de la exacción capitalistas los convierte en culpables, no solamente en deudores. Es aceptar la continuidad de las dominaciones.

Repasando la genealogía de la deuda, escribimos:

Primero es la inscripción de la deuda en el cuerpo, en los cuerpos, en los territorios. Se inscribe en el cuerpo la memoria, la memoria de la deuda. Los compromisos de la alianza, compromisos de las filiaciones. Después, la inscripción primitiva es atrapada, sus inscripciones son decodificadas, se las sobre-codifica; una fabulosa maquinaria cruel se instaura en su lugar, convirtiendo las deudas cíclicas, interpretadas como circuitos del don, en una deuda infinita. La deuda de los mortales al déspota, símbolo que sintetiza la composición de esta fabulosa maquinaria de captura, composición religiosa, militar y tributaria. Ha nacido el Estado contra los nómadas y nomadismos, contra la geografía territorial abigarrada, contra las comunidades. El Estado despótico es el primer acto de desterritorialización, anulando la influencia de la maquina primitiva de inscripción de la deuda primigenia y de la memoria inicial. El Estado despótico se inscribe en los cuerpos sociales por milenios, domesticando y marcando los cuerpos y territorios, logrando sumisiones masivas, incorporaciones múltiples de aldeas y comunidades, conectándolas a la inmensa malla imperial tributaria. Va a ser necesario una nueva desterritorialización, esta vez producida por otro tipo de máquina; la máquina de los intercambios, que requiere decodificar tanto los códigos primarios, así como los sobrecódigos despóticos. Esta máquina libera los flujos deseantes, muestra la arbitrariedad de los códigos y sobrecódigos, su variabilidad contingente; desmantela las instituciones despóticas, instaurando una nueva institucionalidad sobre la base de la igualdad jurídica. Sin embargo, también esta institucionalidad experimenta la misma vulnerabilidad de las antiguas instituciones, en un contexto de liberación de flujos deseantes. Tendría que ser también arbitraria esta institucionalidad, cuando dejan de haber propiamente códigos y sobrecódigos, interpretando sus prácticas y normas a través, mas bien, de axiomas. Sin embargo, se evita que ocurra esto, reinstaurando el Estado despótico, con máscara democrática, reinventando legitimaciones de sus instituciones, como si están fueran eternas o el fin de la historia, manejando los axiomas como si fuesen códigos y sobrecódigos. Nace el Estado liberal de las cenizas del Estado despótico. Este Estado liberal reactiva la deuda infinita instaurada por el Estado despótico; pero, esta vez, conmensurada por la aritmética financiera.

El Estado reaparece para evitar que los flujos fluyan libremente; para evitar que las instituciones se presenten en su arbitrariedad y puedan ser cambiadas, para evitar que las máscaras de códigos y sobre-códigos sobrepuestos a los axiomas caigan, mostrando la desnudez virtual de los axiomas. El Estado reaparece para garantizar la persistencia de las dominaciones, aunque estas cambien de formas, de personajes, de escenarios y de discursos. El Estado reaparece para evitar que las invenciones, la creatividad, las asociaciones, las composiciones libres se desborden. El Estado pone murallas a estos flujos, los captura y los encierra, los distribuye y los clasifica, otorgándoles tareas en la división del trabajo. El Estado es necesario para las dominaciones, no para los flujos, no para la libertad de los flujos, ni para la producción libre; empero, esto implica retroceder de la axiomática a la codificación y sobre-codificación, aunque se lo haga de manera combinada, quizás mejor dicho mezclada. El capitalismo es el modo de producción que libera parcialmente las fuerzas; sólo en la medida que pueden adquirir la suficiente movilidad para ser reenganchadas en los aparatos productivos privados o públicos; empero, jamás dejarlas a su propia iniciativa, a su propia autonomía. El modo de producción capitalista no es un modo de producción que libera las fuerzas, como dice el Manifiesto comunista, sino un modo de producción que las libera parcialmente; las libera parcialmente para engancharlas en las divisiones de los trabajos de las empresas privadas o públicas, manteniéndolas en condición de necesitadas, para que puedan venderse constantemente. Pieza clave del modo de producción, aunque en el concepto aparezca como externo, es el Estado. El Estado es la condición de posibilidad política del modo de producción capitalista; no se sabe cómo puede sostenerse la tesis marxista de que el Estado es una superestructura de la base económica. Sólo se sostiene por performance teórica, no se sostiene empíricamente, ni históricamente.

La reactivación del Estado despótico en condición de Estado liberal es prioritaria para el capitalismo; sin esta reactivación, la liberación de los flujos, la liberación de las fuerzas, hubiera suspendido los mecanismos de dominación, dando lugar a asociaciones libres, composiciones libres, complementariedades consensuadas, de los productores. El Estado era necesario para preservar la deuda infinita, aunque sea leída ahora financieramente. La deuda infinita es la síntesis de las dominaciones polimorfas.

Por eso es ingenuo creer que se puede salir de la deuda infinita cumpliendo con los pagos, saneando la economía, logrando equilibrios macroeconómicos, o, de otra manera, renegociando la deuda, disminuyendo los montos de la deuda, evitando la agravación del costo social y de la austeridad, ganando tiempo para buscar mejores soluciones. No se sale de la deuda con el Estado, no se sale de la deuda con la megamáquina del Estado mundial, del orden mundial, pues están ahí, para preservar la deuda infinita. No se sale de la deuda infinita en el capitalismo, en el modo de producción capitalista, en el sistema-mundo capitalista, pues el capitalismo funciona alimentado por la deuda infinita. Sólo se puede escapar de la deuda infinita destruyendo el Estado y pasando a las alternativas al capitalismo[5].

La genealogía del Estado, ligada íntimamente a la genealogía de la deuda, no es necesariamente sucesiva, es más bien de una simultaneidad dinámica[6]; la maquina despótica no desaparece, sino que es actualizada, readecuada al servicio de la maquinaria capitalista de acumulación. Se puede decir entonces que los distintos estratos maquínicos del poder se yuxtaponen, se imbrican, se actualizan, adaptados a las nuevas funcionalidades del modo de producción capitalista, de las formaciones económico sociales abigarradas, multi-determinadas por la integración de la acumulación de capital, del sistema-mundo capitalista, que es la integración compleja de estados, naciones, lenguas, culturas, “ideologías”, gubernamentalidades, en aras de la acumulación ampliada de capital.

Las conclusiones de esta parte del ensayo citado son las siguientes:

Conclusiones

1. La deuda es una relación de poder. La fuerza afectante despoja de su condición libre a la fuerza afectada; la despoja de lo que puede, la captura, la inhibe, convirtiéndola en la eterna deudora. Hay también la inoculación de la consciencia culpable. La fuerza atrapada en la deuda se convierte, a la vez, en deudora y culpable. Tiene que pagar por los dos “pecados”. 2. Es también una economía política; podemos hablar de la economía política de la deuda. Como toda economía política separa lo concreto de lo abstracto, valorizando lo abstracto, desvalorizando lo concreto. En este caso, lo concreto es lo que tiene el deudor, sus recursos, su vida; va a ser despojado de lo que tiene, de sus recursos y de su vida, a nombre de la deuda, por cobro de la deuda; que es una aritmética del cobro, del permanente cobro. Una cadena de la que no se sale. Lo abstracto es la deuda, la cantidad de la deuda, que se muestra, como si tuviera vida propia, pues crece, parece reproducirse. Este es el nuevo fetiche, no el fetiche de la mercancía, sino el fetichismo financiero, que muestra las relaciones sociales como si fuesen relaciones dinerarias, entre cantidades dinerarias. Los personajes de este fetichismo financiero son el crédito, como Dios dador de dinero, y el préstamo, como recepción del crédito, que también puede figurarse como creyente y pecador; empero, recepción maldecida, desde un principio, pues es culpable por prestarse, después por no pagar lo que corresponde a la aritmética de la deuda, con sus amortizaciones, sus intereses y sus castigos. 3. Como dice Maurizio Lazzarato, la deuda es la relación acreedor-deudor, es una relación organizada en torno a la propiedad, es una relación entre quien dispone o no de dinero. La propiedad, más que referirse a los medios de producción como decía Marx, gira en torno a los títulos de propiedad del capital, por tanto hay una relación de poder que está modificada respecto a la tradición marxiana, esta desterritorializada, por decirlo con Deleuze y Guattari, – está a un nivel de abstracción superior, pero de todos modos está organizada en torno a una propiedad: entre quien tiene o no acceso al dinero. Asistimos no solo a la clausura de un ciclo de hegemonía del capitalismo, para ingresar a otro, estructuralmente distinto, bajo otra hegemonía, sino a una transformación en las relaciones de poder, que sostienen las relaciones de dominación de las formas actuales del capitalismo. Estas relaciones de poder han convertido a los pueblos en culpables y en eternos deudores. La aritmética de la deuda, es el mecanismo cuantitativo del mayor despojamiento y desposesión que se efectúa contra la humanidad al quitarle la posesión de su vida, de su libertad; es decir, de la decisión sobre su cuerpo y energía, al convertirlo en el actual explotado, el que resumen la historia de todos los explotados anteriores, la figura que sintetiza, si se quiere, las figuras de todos los explotados, subalternos, condenados de la tierra, esta figura es la del eterno deudor[7].

Lo que está en cuestión no es solamente el capital, sino también el poder. Sin poder no hay capital; como dijimos, el Estado es la otra cara del capital, la cara política. Lo que está entonces en cuestión es la deuda, que es el substrato, desde la perspectiva genealógica, de las dominaciones. Si hay una posición clara emancipativa, ésta no puede ser sino desconocer toda deuda, desconocer la deuda infinita del capitalismo financiero; comenzando a romper las cadenas impuestas por las genealogía de las dominaciones, en cuyas transformaciones, integración y globalización, se encuentra y se realiza el sistema-mundo capitalista, más o menos, como una síntesis histórica de las dominaciones y las formas de poder.

Genealogía de la crisis

En el texto citado, La inscripción de la deuda, su conversión infinita, remontamos lo que denominamos genealogía de la crisis; escribimos:

Las crisis económicas son congénitas al capitalismo, también tendríamos que decir lo mismo de las crisis políticas, que son congénitas al sistema-mundo capitalista. Sin embargo, se trata de una composición compleja de crisis; en principio, a los inicios del modo de producción capitalista, se trata de crisis sociales, desatadas por el propio desarrollo del capitalismo. Un capitalismo que trastrocaba a las sociedades, desencadenando migraciones de gran alcance, migraciones que iban a convertirse en el proletariado y en el ejército industrial de reserva. Después, crisis imperialistas, debido a la competencia entre los imperialismo por la dominación mundial, el control de los mercados y de las colonias. Después de la segunda guerra mundial, crisis de sobreproducción, para encadenarse con las crisis financieras, que atraviesan la primera y la segunda década del siglo XXI. Esta variabilidad de crisis, sin embargo, compone lo que podemos nombrar, provisionalmente, como genealogía de la crisis, que comprende composiciones y combinatorias que se encadenan. Concretamente, de acuerdo con Robert Brenner, la crisis de sobreproducción del último cuarto de siglo XX se encadena con la crisis financiera de la primera década del siglo XXI. ¿Qué hay con la relación de las crisis anteriores?

La crisis social desatada por la emergencia y el desarrollo capitalista es la inscripción en los cuerpos sociales de la deuda infinita, reactivada por la máquina capitalista. Las crisis imperialistas, que desembocan en la primera y segunda guerra mundial, son por el control de los mercados, de los recursos y de las colonias. Se trata de guerras desencadenadas por la necesidad inherente al capitalismo de la absorción de la plusvalía, de la antiproducción activada en la producción misma. Además la competencia económica entre las potencias imperialistas se convierte en competencia militar. Después de la primera y segunda guerra mundial Europa pierde la iniciativa y hegemonía en los ciclos largos del capitalismo, sobre todo Gran Bretaña, que era la potencia hegemónica en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial. Emergen dos súper–potencias, Estados Unidos y la URSS; una hegemonizando la orbe capitalista, la otra hegemonizando el proyecto socialista.

Estados Unidos también se convierte en la superpotencia industrial, que efectúa, una revolución productiva, sobre todo por las innovaciones tecnológicas, además de hacerse cargo de las reconstrucciones de Europa y el Japón, asoladas por la guerra. La revolución productiva lleva a la superproducción, stock que no pueden venderse, sobre todo garantizando precios, que mantengan la rentabilidad. La sobreproducción desencadena la crisis de sobreproducción, que se hace sentir en la disminución de la rentabilidad. Sobreproducción agudizada por la participación competitiva de Alemania y Japón, que se convirtieron también en potencias industriales. La crisis de sobreproducción va tratar de ser manejada financieramente; se despliega una estrategia financiera, que abre las compuertas al crédito generalizado, que invierte en rubros de tasas de retorno rápidas y altas, ingresando, por estos procedimientos, a espirales especulativas. Se abren mercados inflacionarios, para absorber el préstamo de los créditos, como los mercados inmobiliarios, donde se especula con altos precios de las viviendas. Esto desencadena la crisis inmobiliaria, cuando los deudores no pueden pagar sus deudas contraídas, debido a la subida de los precios de las viviendas. A pesar que se venden las deudas no pagables, se renegocian las deudas, y siguen subiendo las viviendas, las burbujas financieras solo se mantienen un poco más, para terminar explotando.

Para comprender el encadenamiento de las distintas crisis, es menester situarnos en el referente paradigmático de la crisis de 1929. En esta perspectiva, usaremos la descripción de la crisis que presenta la Enciclopedia Libre[8].

La crisis de 1929 se convierte en el paradigma de las crisis del capitalismo, sobre todo por sus características y se podría decir por su composición y estructura. Después de la primera guerra mundial Estados Unidos de Norte América se convierte en potencia industrial, que abarca y abastece a su inmenso mercado interno, compitiendo en el mercado mundial. En esas condiciones, dadas la implementación de las nuevas tecnologías, se produce una primera ola de sobreproducción, stocks que no pueden venderse. La banca abre el crédito para garantizar no solamente las compras, sino incluso, para usar el dinero en sentido especulativo. Entonces, se podría decir, que en 1929 la crisis financiera se adelanta a la manifestación completa de los efectos de la sobreproducción. Sabemos que la crisis de 1929 va a ser uno de los contextos que desencadenan la segunda guerra mundial. De la segunda guerra mundial emerge la híper-potencia de los Estados Unidos de Norteamérica; complejo económico-tecnológico-comunicacional y militar. La transformación tecnológica en gran escala, las transformaciones administrativas del trabajo, de los talleres de la industria, las transformaciones de los mercados, así como de los medios de comunicación, que otorgan al sistema financiero la posibilidad de convertirse en la malla mundial del sistema-mundo capitalista, generan una bonanza económica, pero, también la segunda ola de sobreproducción, esta vez a escala mundial, y con niveles mucho mayores que la dada en 1929. La crisis financiera, que desencadena la crisis de sobreproducción, también va alcanzar una expansión e intensidad sin precedente. Desde la crisis de sobreproducción asistimos a crisis financieras diferidas, hasta llegar, en la segunda década del siglo XXI, a la crisis financiera y de la deuda europea, que como dijimos, es parte de la crisis orgánica del capitalismo.

La forma como pretende la híper-burguesía mundial hacer pagar los costos de la crisis, por lo tanto, de seguir manteniendo la crisis, mediante burbujas financieras, es obligar a los pueblos a pagar estos costos, cuando no son los pueblos los beneficiarios, sino los bancos, sobre todo la híper-burguesía mundial.

Ante este panorama, asombra que los pueblos hayan caído, en su mayoría, en el chantaje financiero, salvo los pueblos que resisten, que se rebelan, que se levantan y piden no cancelar la deuda. Asombra también la “ideología” recurrente de la izquierda, que cree encontrarse en circunstancias parecidas a mediados del en el siglo XX, en evidentes desenvolvimientos de revoluciones sociales en las periferias y claras luchan antiimperialista, también creen encontrarse en una especie de continuidad de la guerra fría. Por ejemplo, confunden a Putin con Lenin; en el fondo de su imaginario creen que la Federación Rusa tiene las mismas contradicciones de la URSS con el imperialismo. Esta lectura anacrónica e “ideológica” resulta el mejor aliado de las dominaciones imperiales concretas hoy, pues desarma, desinformando, desatendiendo las luchas en el presente, perdiéndose en luchas fantasmagóricas.

Ante la guerra declarada de la híper-burguesía mundial a los pueblos, no queda otra que unificar a los pueblos en esta lucha, en su defensa de la vida; también en el transito efectivo a rutas alternativas, buscando liberar la potencia social. Ante la magnitud de la crisis orgánica e integral del capitalismo, que conlleva la crisis del poder, del orden mundial de dominaciones, así como crisis de la forma Estado, es indispensable avanzar a formas autogestionarias, a alianzas de formas autogestionarias de los pueblos, logrando formas de gubernamentalidad autogestionarias, participativas, basadas en la potencia social.

En el libro de Robert Brenner, Turbulencia en la economía mundial[9], donde se hace un análisis minucioso de las crisis de sobreproducción, derivando en crisis financieras, se analiza también las estrategias empleadas de recuperación económica, encontrándose que todas estas fracasan, al no atender el carácter, las condiciones y las composiciones de la crisis de sobreproducción. Al respecto escribimos:

En conclusión, no hay tal recuperación, si observamos el largo plazo, aunque en cortos plazos se puede apreciar recuperaciones provisorias. No hay salida a la crisis prolongada, si es que no se logra coordinar entre los agentes de la producción, si es que no se evita la injerencia de capitalismo financiero sobre el capitalismo industrial, sobre todo sobre la economía, el campo económico, con sus maniobras financieras.

La coordinación industrial es indispensable para incorporar los avances tecnológicos, ocasionando mayor productividad, lo que redunda en el fortalecimiento de la economía. Esta coordinación lleva a otras coordinaciones. Se requiere de la coordinación complementaria entre las distintas economías. Ahora bien, estas recomposiciones, de todas maneras no evitan la tendencia a la baja rentabilidad, en el largo plazo. Para sostener el crecimiento económico se requiere de la renuncia a altas tasa de rentabilidad; por lo tanto, de renunciar a las maniobras especulativas del capitalismo financiero. ¿Se está en condiciones de hacer esto? ¿Se tiene esta predisposición? Claro que no, las burguesías, la híper-burguesía, no van a renunciar a la ganancia, a las tasas altas de rentabilidad. El modo de producción capitalista está destinado a clausurarse, pues, si bien puede, como dicen Deleuze y Guattari, desplazar sus límites internos, no puede desplazar sus límites externos, tampoco puede convertir a las burguesías en meros agentes técnicos de la producción. La burguesía no puede renunciar a la propiedad de los medios de producción, menos a la apropiación del excedente, de la plusvalía, por medio de la ganancia. Por esto mismo, no puede renunciar a la pretensión de altas tasas de rentabilidad. Ante la disyuntiva de invertir en la producción, cuya tasa de retorno es larga, en el cambio tecnológico, por ejemplo, de tecnología limpia, o invertir en la especulación financiera, cuya tasa de retorno resulta alta y rápida, aunque sea coyuntural o en el mediano plazo, la burguesía prefiere lo segundo, pues la valorización es inmediata.

El escenario positivo es improbables. Por más paradójico que parezca, el capitalismo del libre mercado y de la libre empresa requiere de planificación[10].

Cuando se dice, aunque sea hipotéticamente, es decir, teóricamente, que el capitalismo ha llegado a sus propios límites, se dice esto, que el capitalismo no puede seguir extendiéndose por métodos y procedimientos propiamente capitalistas, requiere de otros métodos, requiere recurrir a otros procedimientos, métodos y procedimientos, de alguna manera, externos al modo de producción capitalista. Estos métodos y procedimientos tienen que ver con el retorno a formas de dominación despóticas.

La híper-burguesía mundial no va a renunciar a altas tasas de rentabilidad, por más especulativas que sean, no va optar por la coordinación entre países productores, entre países industriales, no va a coordinar con los países periféricos, ayudándoles a salir de su condición primario exportadora, no va lanzarse a una planificación de la economía mundial. Prefiere la competencia desgarradora, que la obliga a la sobreproducción, conduciéndola, para salvar las crisis de sobreproducción, a la especulación financiera, que conduce a las crisis financieras. No hay pues salida económica; lo que hay es la salida despótica, militar, la dominación descarnada, del nuevo despotismo “posmoderno” del capitalismo.

La máquina de guerra capitalista

En este sentido hablamos de la estrategia de guerra permanente del sistema-capitalista; escribimos:

La estrategia de guerra

Como dijimos antes, aunque se presente paradójico, la maquina capitalista articula producción y antiproducción, como composición contrastante de la mecánica capitalista. No se trata solo de la comprensión del proceso paradójico, sino de entender cómo la absorción de plusvalía, incluso su destrucción, ayuda a la realización efectiva de la plusvalía.

Una forma extrema de absorción es la guerra, una forma extrema de antiproducción es la guerra. La guerra es inherente al desarrollo del capitalismo, no solo porque la colonización y la colonia, la colonialidad, son formas de la destrucción de pueblos, sino que la guerra es la antiproducción suprema, no solo porque el capitalismo requiere destruir parte de lo que produce, sino porque la guerra exterioriza los desplazamientos de los límites internos. La guerra es ineludible en el desarrollo del capitalismo. Respecto a la crisis orgánica del capitalismo, crisis entre fuerzas productivas y relaciones de producción, crisis de composición orgánica y técnica del capital, crisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, crisis que podrá postergarla en coyunturas, hasta en periodos; empero, lo que hace es diferirla.

La guerra destruye, destruye ciudades, destruye vidas; también destruye los propios artefactos, maquinarias y armas de la guerra. Como se dice, una maquinaria industrial parada no produce plusvalía; empero, ¿qué pasa, qué implica, que las armas, las herramientas, los artefactos de guerra no se usen? Cuando no se usan no se produce muerte, destrucción; la destrucción es necesaria para absorber plusvalía y para conformar las condiciones de posibilidad para la realización de la plusvalía. La guerra es guerra de conquista, es el procedimiento desmesurado para sostener la acumulación ampliada, recurriendo a una exacerbación de la acumulación originaria.

Revisando la secuencia compuesta y combinada de la crisis, vemos que el imperio y los imperialismos, en la historia reciente, han desencadenado guerras policiales, de control, vigilancia y contención. Las guerras del golfo, la ocupación de Afganistán, la ocupación de Haití, la guerra en la ex-Yugoeslavia, la guerra civil en Libia, las guerras focalizadas en África, la guerra civil en Ucrania, en menos de un cuarto de siglo, corroboran lo que decimos, nuestra interpretación calamitosa del capitalismo. La máquina despótica, el imperio antiguo, requería de la guerra para ligar espacios inmensos, pluralidad de territorios, aldeas y comunidades, al cuerpo simbólico del déspota; en cambio, la máquina capitalista requiere de la guerra para ligar los flujos de fuga, los flujos nómadas, los flujos alternativos, los flujos alterativos, al cuerpo abstracto del capital.

Hipótesis sobre la guerra inmanente

Desde la guerra de Corea, sobre todo profundizando su transformación desde la guerra del Vietnam, la maquina capitalista convierte la guerra trascendente en guerra inmanente, en la dinámica y mecánica de su compleja maquinaria de valorización del capital.

Ahora la guerra no es una herencia de la maquina despótica, no es un recurso externo, por así decirlo; por ejemplo político, que viene del campo político, para crear las condiciones de posibilidad histórica no solo del modo de producción propiamente capitalista, sino de la genética capitalista que hace al modo de producción inmanente y trascendente, un modo de producción integral, que integra todos los campos sociales, el campo político, el campo cultural, como planos de intensidad del modo de producción capitalista, de la valorización del valor, con pretensiones de integrar los ciclos vitales, de integrar la vida a la máquina capitalista[11].

La externalización de los límites internos se da con la guerra; se convierten o, mejor dicho, se transfieren, en límites externos, límites que se pueden recorrer, ampliando la llegada a estos umbrales. Las maquinas capitalistas se conectan con las máquinas de guerra; es más, en etapas avanzadas del capitalismo, las maquinas capitalistas son, de manera inmediata, también máquinas de guerra. Como el sistema-mundo capitalista no quiere morir, mejor dicho, como la híper-burguesía, que es una clase híper-parásita no quiere desaparecer, como ocurre con todos los ciclos históricos y civilizatorios, prefiere hacer morir al planeta, hacer morir a los pueblos, atacar la vida, para mantener vivo, artificialmente, a las fabulosas máquinas abstractas de poder y acumulación de capital.— NOTAS

[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza La inscripción de la deuda, su conversión infinita. Sobre todo el capítulo La inscripción de la deuda. Dinámicas moleculares; La Paz 2014-15.

[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Captura y nomadismo; también Estado periférico y sociedad interior, así como Subversiones indígenas. Está ultima ha sido publicada en la colección de Comuna, por La Muela del Diablo; La Paz 2008. También aparece, con las demás publicaciones, en Dinámicas moleculares; La Paz 2013-2015. Se publica también en http://issuu.com/raulpradaalcoreza/stacks.

[3] Ibídem.

[4] Ibídem.

[5] Ibídem.

[6] Revisar el concepto de simultaneidad dinámica en Gramatología del Acontecimiento, también en La explosión de la vida, así como en Más acá y más allá de la mirada humana, de Raúl Prada Alcoreza. Dinámicas moleculares; La Paz 20013-2015.

[7] Ibídem.

[8] Ibídem.

[9] Revisar de Robert Brenner Turbulencia en la economía mundial. Akal; Madrid.

[10] Ibídem.

[11] Ibídem.