La izquierda latinoamericana se mueve a la derecha

Con nota introductoria de Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)



Nota introductoria:
Wallerstein, teórico del sistema-mundo capitalista ha hecho grandes aportes a la teoría del cambio social, especialmente en el plano macro político y macro económico, sin embargo ello le ha llevado a no entender o pasar por alto la micro política de localidades y la micro economía de sustitución paulatina de la influencia del mercado en las formas de vida comunitaria autónomas. En este artículo hace un buen análisis del papel negativo que han tenido las izquierdas en los gobiernos, sin embargo la oposición popular y comunitaria la equipara a la oposición de derecha, esto es, que esos gobiernos se mantengan aunque sean malos, todo el que quiere que se vayan viene siendo metido por este teórico en el saco de la derecha, con lo que sin pretgenderlo le hace el juego a los gobiernos que estás destruyendo la madre tierra y persiguiendo a las comunidades que la defienden y se defienden con struyendo dimultáneamente las prácticas del buen vivir, esto es, los prolegómenos del fin de la sociedad como funciona ahora, en un cambio civilizatorio caracterizado por la horizontalidad de las formas de vida comunitarias autónomas más que por la verticalidad del estado.

Pide diálogo entre los sectores izquierdistas gobernantes y los que llama la izquierda de los sectores populares, lo que es imposible, pues los gobiernos están atacando para instalar mayores modalidades de extractivismo y despojando a las comunidades de sus territorios, lo que no es negociable, pues al expulsarlos apunta claramente a integrarlos al sistema como mano de obra bartata o cesantes amontonándolos en las ciudades donde quedan prisioneros de la militarización de las periferias.

Aduce que hay sectores que buscan el diálogo entre ambos, sin percibir que quienes lo hacen, como la Vía Campesina, agrupación internacional de partidos y organización que lucha por el poder, son órganos de la cooptación de los movimientos para traerlos a la cohesión estatal detrás de las burocracias. Un claro ejemplo de “diálogo” es el que propone el Partido Comunista chileno, que ha perdido parte importante de su influencia entre los profesores por querer detener el paro y llevarlos a todos de manos amarradas a las mesas de “negociaciones”.

Por lo tanto coincidimos en el título de su artículo, pero en nada compartimos su idea de que la autonomía de muchos movimientos y en especial de las comunidades, favorezca a la derecha, como por ejemplo las grandes movilizaciones por el pase libre en Brasil, las dinámicas de los mapuche, las luchas del pueblo quom en Argentina, la defensa del Tipnis en Bolivia y del Yasuní en Ecuador, el pueblo yupka en Venezuela o las comunidades que se oponen a la destructiva propuesta del canal en Nicaragua. Si los gobiernos no dialogan, ya que sus planes avanzan como locomotoras imparables, pedirle que lo hagan los movimientos y las comunidades es subordinarlas.

Con esta colocación, podemos leer críticamente la debilidad de la propuesta del autor:

La izquierda latinoamericana se mueve a la derecha
Immanuel Wallerstein

En más o menos los últimos 15 años hemos visto la ocurrencia de un importante viraje en la orientación política de América Latina. En un gran número de países los partidos de izquierda llegaron al poder. Sus programas han enfatizado la redistribución de los recursos para auxiliar a los segmentos más pobres de la población. Han buscado también crear y fortalecer aquellas estructuras regionales que incluyeran a todos los países de América Latina y el Caribe, pero excluyendo a Estados Unidos y Canadá.

De inicio, estos partidos tuvieron el logro de reunir a múltiples grupos y movimientos que buscaban apartarse de los partidos tradicionales orientados a la política de derecha y a los vínculos cercanos con Estados Unidos. Buscaron probar, como afirma el lema del Foro Social Mundial, que “otro mundo es posible”.

Los iniciales entusiasmos colectivos comenzaron a desvanecerse en múltiples frentes. Elementos de la clase media comenzaron a sentirse más y más perturbados no sólo por la rampante corrupción en los gobiernos de izquierda, sino también por los modos más y más ásperos en que estos gobiernos tratan a las fuerzas de oposición. Este viraje a la derecha de algunos simpatizantes iniciales de un “cambio” de izquierda es normal, en el sentido de que es común que esto ocurra en todas partes.

No obstante, estos países enfrentan un problema mucho más importante. Hay, y siempre ha habido, esencialmente dos izquierdas latinoamericanas, no una. De ellas, una está compuesta por aquellas personas y aquellos movimientos que desean remontar los más bajos estándares de vida en los países del Sur, utilizando el poder del Estado para “modernizar” la economía y, por tanto, “ponerse al corriente” respecto de los países del Norte.

La segunda, bastante diferente, está compuesta por aquellas clases más bajas que temen esa “modernización”, que no mejorará las cosas sino que las pondrá peor, al incrementar las brechas internas entre los más acomodados y los estratos más bajos del país.

En América Latina, este último grupo incluye las poblaciones indígenas, es decir, aquellas cuya presencia data de antes de que varias potencias europeas enviaran sus tropas y sus colonos al hemisferio occidental. También incluye a las poblaciones afrodescendientes, es decir, a quienes fueron traídos de África como esclavos por los europeos.

Estos grupos comenzaron a hablar de promover un cambio civilizatorio basado en el buen vivir. Estos segmentos sociales arguyen en favor del mantenimiento de modos tradicionales de vida controlados por las poblaciones locales.

Estas dos visiones –la de la izquierda modernizante y la de quienes proponen el buen vivir– pronto comenzaron a chocar, a chocar seriamente. Así, si en las primeras elecciones que ganó la izquierda las fuerzas de izquierda contaron con el respaldo de los movimientos de las capas empobrecidas, eso ya no fue cierto en las subsecuentes elecciones. ¡Muy por el contrario! Conforme transcurrió el tiempo, los dos grupos hablaron más y más acremente y dejaron de comprometerse unos con otros.

El resultado neto de esta partición es que ambos grupos –los partidos de izquierda y las clases más bajas– se movieron a la derecha. Los representantes de las clases más bajas se vieron aliados de facto con las fuerzas derechistas. Su demanda central comenzó a ser el derrocamiento de los partidos de izquierda, sobre todo del líder. Esto fue algo que podría haber resultado, con toda claridad, en el advenimiento al poder de gobiernos derechistas que no están más interesados en el buen vivir que los partidos de izquierda.

Entretanto, los partidos de izquierda promovieron políticas desarrollistas que ignoraron en grado significativo los efectos ecológicos negativos de sus programas. En la práctica, sus programas agrícolas comenzaron a eliminar a los pequeños productores agrícolas, que habían sido la base del consumo interno, en favor de las estructuras megacorporativas. Sus programas comenzaron a semejar, de muchas maneras, los programas de los previos gobiernos de derecha.

En resumen, el progreso de la izquierda latinoamericana, tan notable en años recientes, se está desbaratando por la amarga lucha emprendida entre las dos izquierdas latinoamericanas. Aquellas personas y grupos que han intentado alentar un diálogo significativo entre las dos izquierdas han constatado que no son bienvenidos por ninguno de los dos bandos. Es como si ambos lados dijeran, están con nosotros o están contra nosotros, pero no hay camino intermedio. Es muy tarde, pero tal vez no sea demasiado tarde para que ambas partes revaloren la situación y rescaten de la destrucción a la izquierda latinoamericana.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein