Un grito del alma

El grito de los padres y madres de los 43 futuros maestros sale del alma. Hoy, más que nunca, tienen la certeza no sólo de que sus hijos no fueron incinerados en el basurero de Cocula, sino de que tarde o temprano la verdad vendrá de la mano de ellos



Los de Abajo

Un grito del alma
Gloria Muñoz Ramírez
LaJornada

El grito de los padres y madres de los 43 futuros maestros sale del alma. Hoy, más que nunca, tienen la certeza no sólo de que sus hijos no fueron incinerados en el basurero de Cocula, sino de que tarde o temprano la verdad vendrá de la mano de ellos. Un año y no se cansan, es cierto, pero sus cuerpos campesinos ya resienten el dolor y el agotamiento.

Han caminado por todo México, Estados Unidos, Sudamérica y Europa. No hay acto en el que no haya una comisión presente. El recorrido abarca las pruebas iniciales de ADN, las cárceles y hospitales, los centros de derechos humanos, la búsqueda en las fosas de montañas y valles, la denuncia en cada rincón del país y múltiples foros. Han repetido hasta el cansancio su historia a medios de comunicación amigos y enemigos. Y terminan el año nada menos que con un ayuno. Ellos, que de por sí poco alimento han probado desde que desaparecieron a sus hijos, mucho menos logran conciliar el sueño.

Dignos y resueltos como nadie, se levantan, aunque su salud se deteriora. Hay corazones que se agotan, como el de Martina, la madre de Jhosivani Guerrero de la Cruz, que no pudo viajar a la ciudad de México, aunque quería participar en el ayuno. Martina sufrió un paro cardiaco hace un mes, poco antes de que le informaran que entre los restos que supuestamente fueron hallados en el río San Juan, estarían los de su hijo.

Margarito, su esposo, sí pudo viajar al Distrito Federal en representación de la familia. El hombre de 64 años no se raja. “Vamos con todo por nuestros hijos”, dice a Fran, quien lo entrevista.

Ni cómo imaginarse las que pasarían estos meses. La mayor parte son campesinos o trabajadores con edades que oscilan entre los 45 y 65 años. Muchos tuvieron que dejar sus casas, con animales incluidos, para lanzarse al asfalto y marchar siempre con la foto de sus hijos al frente.

Dice Margarito: “En la lucha por nuestros hijos no estamos cansados; tenemos que aguantar lo que salga”. Y vaya que lo aguantan. Revisados por el cuerpo de doctores y sicólogos de la cooperativa Panamédica, el diagnóstico es que el ayuno empezó hace 365 días. Diabetes, hipertensión y complicaciones cardiacas, son algunas de las enfermedades que la lucha arroja. Más las del alma. Hoy, por supuesto, encabezan la protesta y la demanda de la presentación con vida de sus hijos. Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos.

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