La idea de que el Estado es la solución está agotada

Las prácticas de ‘comunización’ del saber, de asistencia mutua, de trabajo cooperativo, pueden esbozar otra razón del mundo. A esta razón alternativa no podría dársele mejor nombre que éste: la razón del común



Christian Laval y Pierre Dardot
investigadores sobre el concepto de lo común
“La idea de que el Estado es la solución está agotada”

CÉSAR DE VICENTE, Julia G. Arconada
27/11/15 · 11:50
Diagonal

Al final de su libro La nueva razón del mundo (2009), Pierre Dardot y Christian Laval escribían: “Las prácticas de ‘comunización’ del saber, de asistencia mutua, de trabajo cooperativo, pueden esbozar otra razón del mundo. A esta razón alternativa no podría dársele mejor nombre que éste: la razón del común”. En efecto, éste fue el eje central del libro publicado en 2014, Común, con el que describen otra construcción de la sociedad diferente al neoliberalismo.
¿Podrían señalar los grandes rasgos de lo que ustedes han llamado la sociedad neoliberal?

Christian Laval: En La nueva razón del mundo describimos una lógica normativa que se llama neoliberalismo y que tiene dos grandes aspectos. En primer lugar, la difusión de normas de competencia al conjunto de actividades, de los sectores, de las prácticas, que son las nuestras, y esto no sólo por la invasión del mercado o de las grandes empresas, sino por la acción completamente deliberada del Estado mismo, que promueve por todas partes lógicas de competencia a través, por ejemplo, de nuevas formas de gestión en los servicios públicos.

El segundo aspecto es la puesta en práctica de un modelo de actividad exclusivo, único, que es la empresa. Tenemos la impresión de que nada puede hacerse en la sociedad que sea por fuera del modelo de la empresa, evidentemente con todas la dimensiones de contabilidad, de rentabilidad, y esto llega hasta la transformación de las relaciones y de la subjetividad, puesto que cada uno es llevado a identificarse con una empresa o con un capital que debe autovalorizarse. El neoliberalismo es la racionalidad del capitalismo que penetra en el conjunto de la sociedad.

“Cada uno es llevado a identificarse con una empresa o con un capital que debe autovalorizarse”
Al final de La nueva razón del mundo escriben que la razón liberal está agotada; sin embargo, todo el libro repasa esa nueva racionalidad.

Pierre Dardot: Son los movimientos mismos los que dicen “no nos representan”. Finalmente hemos entrado a través de las movilizaciones en una fase de cuestionamiento directo de la lógica representativa que manifiestamente hoy produce formas oligárquicas de poder.

Lo que ha aparecido claramente con el neoliberalismo es que las oligarquías tenían dos caras: la cara económica y la cara política, que estaban completamente entremezcladas. Entonces, las democracias representativas aparecen cada vez más como una forma que enmascara cada vez peor una dominación oligárquica brutal, violenta, bajo la forma de privatiza­ciones, de manage­rializaciones, etc. Las formas de reivindicación y de esperanza política no tienen la forma antigua del Estado frente al mercado. La idea de que el Estado sería la solución también está agotada.

De hecho, es el neoliberalismo mismo, en un primer momento, el que ha vaciado la democracia liberal bajo su forma clásica: no la ha borrado, seguimos hablando de ella, tenemos elecciones, la legitimidad del pueblo, etc. Pero cuando lo comparamos con el antiguo liberalismo, nos damos cuenta de que, por ejemplo, había una primacía reconocida del poder legislativo que está desapareciendo desde hace ya algún tiempo en beneficio de una primacía del ejecutivo, hasta el punto de que la división de poderes, que era propia de la democracia liberal clásica, está hoy completamente amenazada. Ése es el agotamiento de la democracia liberal clásica.

C. L.: Por no hablar de Europa, cuyo Parlamento está completamente vaciado.

“El principio de lo común debe ser el principio a partir del cual las relaciones sociales se reorganizan”
¿En qué sentido “lo común” puede ser una salida y en qué solamente una reforma del capitalismo?

P.D.: Salida. Salida. En definitiva, lo que está en juego es la relación entre el principio de lo común y el capitalismo. Y creo que es algo que merece ser precisado porque a menudo la gente puede reivindicar lo común sin por eso considerar que es necesario romper con el capitalismo.

Nosotros consideramos que lo común es un principio político y que la puesta en práctica de ese principio exige, en un plazo más o menos largo, la ruptura con el capitalismo, lo que no quiere decir suprimir el mercado, no somos en absoluto favorables a la supresión del comercio privado y del mercado. Consideramos que el principio de lo común debe ser el principio a partir del cual las relaciones sociales se reorganizan, pero no somos favorables a que todo sea común. Sería bastante contradictorio en la medida en que la crítica que hacemos al neoliberalismo es tratar de imponer la lógica del mercado más allá de la esfera del mercado, seríamos incoherentes si respondiéramos que lo que hay que hacer es suprimir completamente la lógica del mercado para hacer prevalecer que todo sea completamente común. No decimos eso, decimos que la lógica del mercado debe ser limitada, lo que es completamente diferente. Lo común debe subordinar al mercado, pero no suprimirlo. No identificamos capitalismo y mercado.
¿Podría decirse que iríamos a un modelo mixto?

P.D.: Depende de lo que se entienda por modelo mixto, porque a menudo la gente dice mixto y piensa en Es­tado y capitalismo, mientras que con mixto habría que entender que hay una economía de mercado, que continúa subsistiendo, pero que se encuentra reencajada, como diría Po­lanyi, en el interior de la sociedad por la lógica de lo común.

C.L.: Hacemos de lo común un principio de transformación de la economía y de la acción política. Es decir, por ejemplo, al final de nuestro libro explicamos cómo la producción misma debe escapar a la dominación del capital. Una empresa debe convertirse en una forma política democrática en la que la cooperación –sin la que no hay producción– encuentre su existencia política, su forma institucional democrática. Es un punto esencial. No solamente bajo la forma de consejos obreros o autogestión, sino bajo la forma de una coparticipación de los asalariados y de los usuarios del resultado de la actividad.

P.D.: Eso no impide que los productos de la empresa sean comercializados, vendidos, es decir, que haya un mercado.
Sin el capitalismo el mercado podría ser controlado, limitado.

P.D.: Exactamente, la ilimitación pertenece al capitalismo. El mercado no es en sí mismo y por naturaleza algo ilimitado. Ha sido históricamente construido. Es la lógica del siempre más, ése es el principio de ilimitación. Nunca suficiente, nunca suficiente, nunca suficiente, siempre hay que acumular, eso es la ilimitación. Pero esto no es el mercado. No podemos acusar al mercado, Chris­tian tiene razón. La gente que dice “abajo el mercado”, porque el mercado es responsable de todos nuestros males, está equivocada, es una confusión para nosotros terrible.

“El mercado no es en sí mismo y por naturaleza algo ilimitado”
¿Quién pone la limitación? ¿No es esto un principio conocido como el de la “regulación del mercado”?

P.D.: Exactamente, regulación institucional. No una regulación natural espontánea ni regulación por el Estado. Lo común, en sentido político, no es lo mismo que el Estado. El Estado no es el centro. No somos anarquistas, no estamos por la supresión del Estado, pero tampoco somos estatalistas, porque no consideramos que el Estado deba constituir el centro de toda la vida social.
Pero entonces ¿cómo se limita? ¿quién lo limita?

P.D.: Lo común es un principio de limitación, precisamente un principio de limitación del mercado, un principio que debe bloquear la transformación que del mercado hace la lógica de lo ilimitado que es propia del capitalismo. Hay un común político.

Lo común político de base es la municipalidad, es el autogobierno local municipal. En municipal está munus que es la misma raíz latina que lo común. La idea de una coobligación, de una obligación compartida. Estamos por una doble federación de lo común, una federación de lo común sobre el plano político a partir de lo común territorial de la base que es la municipalidad, y una federación de comunes socioprofesional, lo que quiere decir que no es puramente profesional, no hay común profesional, lo que sería un contrasentido. Si fuera profesional, sería estrecho, limitado, y no común.

C.L.: Profesional excluye a los usuarios, a todos los implicados o a los habitantes de los alrededores de una fábrica.

P.D.: Quienes sufren el impacto de la actividad y que deben estar integrados en el gobierno de la empresa, y no como algo exterior.
¿Una institución que podría funcionar en este proyecto serían las organizaciones de consumidores?

P.D.: Por supuesto, las cooperativas de consumidores para nosotros son un muy buen ejemplo.
C.L.: O las asociaciones de consumidores que controlan, dan su opinión, etc. Eso va completamente en la línea de lo que decimos.

P.D.: En Francia incluso comienza a experimentarse un proyecto de tienda gestionado completamente por los habitantes del barrio y los clientes. Se hace cada vez en más ciudades.

C.L.: O los consumidores son a la vez trabajadores, hacen algunas horas por mes…
Lo común en el libro se ve como una alternativa jurídica, pero no productiva. ¿No han contemplado la posibilidad de que lo común sea también un elemento productivo?

C.L.: No distinguimos radicalmente la esfera económica de la esfera jurídica. Nuestra idea es que la democracia política de los comunes debe concernir a la forma de la producción. La gran aportación de los economistas, a partir de Elinor Ostrom, es que las formas de producción más eficaces, más duraderas en el tiempo, eran precisamente las organizadas sobre la institución de lo común.

“Hemos salido de la idea según la cual el mercado capitalista es eficaz y el Estado burocrático comunista era ineficaz”

Esto tuvo un efecto extraordinario en múltiples esferas de la sociedad y en mucha gente que trabajaba en internet, que han entendido que no teníamos que elegir entre el capitalismo tradicional y el Estado, la jerarquía burocrática, sino que la autoorganización con formas jurídicas nuevas era extremadamente eficaz.

Lo que internet nos ha enseñado, que desde hace un tiempo ha sido inventado como un común por gente que pensaba en esos términos, es que lo común podía revolucionar la economía, formas técnicas y prácticas, etc. Hemos salido de la idea según la cual el mercado capitalista es eficaz y el Estado burocrático comunista era ineficaz, eso se ha terminado en los años noventa.

Hoy sabemos que formas nuevas no capitalistas y a la vez no burocráticas son perfectamente eficaces. Esa ha sido la verdadera revolución digital, la verdadera revolución intelectual, que ha permitido comprender eso y que ha proyectado la problemática de los comunes en el mundo entero.

P.D.: Con lo que hay que romper es con la idea de que el derecho o lo jurídico sería una superestructura y la producción una infraestructura, el viejo esquema marxista. Eso hoy tiene aún menos sentido que ayer. Consideramos, junto con Weber, Foucault y otros, que las relaciones jurídicas son parte integrante de las relaciones de producción.
¿Cuáles serían los rasgos de la democracia social que ustedes proponen al final del libro?

C.L.: Que no debe confundirse con la socialdemocracia. Lo que explicamos es que el principio de lo común no es solamente institución de algo nuevo, sino también transformación de lo ya existente.

La democracia social es, por un lado, la puesta en común de recursos para pensiones, salud y educación, es una sociedad que decide que una parte de los recursos debe destinarse a actividades, servicios y bienes que favorecen el bienestar de toda la población. Esta puesta en común ha sido monopolizada por el estado burocrático, el Estado social ha despo­seído a los actores sociales de su capacidad de deliberación y decisión. Esta burocratización ha desembocado en una situación en la que unas oligarquías dominantes venden, liquidan, destruyen la democracia social hoy.

Se trata no sólo de volver al Estado social de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, sino de reinventar esta puesta en común. Como decíamos antes, se trata de construir instituciones nuevas que permitan a los usuarios dar su opinión, controlar las decisiones, controlar el uso de los recursos. Poner en común significa que los bienes puestos en común están destinados a todos, y eso supone que todos tienen por partes iguales el derecho a decidir. Se trata de reinventar una verdadera democracia para todos sin excepción.