¿Valparaíso es un centro cultural?

Efectivamente Valparaíso es (o más bien ha sido) un centro cultural. Tierra de tango, bolero y poesía. Los arquitectos han sido verdaderos poetas. Quien no recuerda el Barrio Chino, donde marineros, turistas y aventureros se sumergían junto a nosotros en la particular bohemia porteña, cuyas características recorrían el mundo en boca y corazones de la gente de mar y quienes llegaban y salían por esa vía, encandilando los ojos y calentando el entusiasmo de los oyentes de todas partes que disfrutaban con las historias vividas por quienes nos visitaba



Por Jaime Yovanovic Prieto
Valparaisando

n, como el serrucho del American Bar, la Karla y el Roland, donde se tomaba uno de los mejores y más alegres chopazos que quedaban bailando y cantando en la memoria de sus parroquianos, habitués y visitantes, por lo que no era extraño ver como se abordaban con enormes sonrisas los barcos que salían y que hacían las delicias de los niños y familias que consideraban los barcos una entretención inolvidable y los marinos eran en aquellos tiempos muy queridos y parte integrante de la identidad porteña.

Hermoso pasado que la modernidad, los partidos, el dinero, las inmobiliarias y el poder fueron tijereteando, incendiando y aniquilando paso a paso, digamos des-poetizando, des-culturizando, no en vano el negocio de las antigüedades y las ferias que lo promueven, recibe multitudes que pasan observando esos recuerdos de tiempos idos, quien sabe cargando cada objeto la huella del paso de los flujos afectivos, energéticos y espirituales de nuestros abuelos, porteños de pura cepa llenos del polvo de los cerros y de gotitas de mar.

Valparaíso siempre ha sido un foco de romanticismo, que duda cabe, de amor, ternura, deseos. Terreno donde germinaban y abrían sus bellas flores aromáticas una pléyade de poetas, pintores y artistas de todos los estilos habidos y por haber. Manto que la uniformicracia, el desmedido afán de ganancia y posteriormente la partidocracia, se encargaron de llenar de sangre y olvido, como el fin de un período mostrado públicamente en la sábana de la novia que perdía la virginidad.

Muchos artistas salieron a la diáspora, otros vivieron el fin de sus días por motivos ajenos a lo natural y a su voluntad, otros fueron cooptados por el poder y el libre mercado, otros cambiaron la pluma y el pincel por el fusil, otros pasaron al ostracismo y al nihilismo, en tanto otros inventaban estilos de catacumbas. Muchos aprendieron de la bohemia creativa de los poetas malditos, del Manifiesto Surrealista, del Manifiesto Situacionista, otros de las pugnas mortales entre el realismo y el surrealismo. Otros fueron panfletarios y meros reproductores de mensajes que los transformaban en simples sacadores de las castañas del fuego. Después otros rasgaron sus vestiduras de seda para quedar como monas desnudas y renuncian en masa a las viejas militancias que les hacían ver como títeres, en fin que la dispersión fue enorme, acorde con la destrucción del nicho cultural subyacente en la identidad.

Con el piso destruido muchos fueron cooptados por necesidad por el mercado y las instituciones que lo defienden, pero en general la mayoría funcionan separados de los hábitos y formas de vida de la población, llegando a operar o en partidos y corrientes ideológicas o reproduciendo el rol de vanguardia elitista por medio de interpretaciones que consideran representativas de “lo popular” como sustituyendo un sujeto que ya no existe, así las fuentes de inspiración son el pueblo en abstracto o la ideología que inspira al artista, ya no más el pueblo mismo que antes tejía cultura, hábitos, arte y demás desde el mundo de la vida donde se nutría el artista empapado de la producción cotidiana del sujeto pueblo o los sujetos vecinos.

Hoy día la amplia gama de artistas que funcionan desde si mismos y para si mismoa, se asemejan a los partidos que dicen hablar en nombre del pueblo, pero más bien velan por sus intereses propios, del mercado y de las instituciones que los protegen y que generan diariamente desde arriba las condiciones para la expansión mercantil, que al mismo tiempo son las condiciones del aplastamiento, domesticación y subordinación de la subjetividad popular.

Los partidos enceguecidos por el poder o las corrientes que aspiran a “destruir” el estado, hacen del arte y la cultura un centro de atracción para la difusión de su visión de mundo, a la que deben plegarse los visitantes y participantes de sus “actividades”, con lo que simplemente reproducen la dinámica y formas que emplea el sistema para mantener y acrecentar la adhesión popular. Cada uno reproduce el arte y la cultura elitistas, unos con la derecha y otros con la izquierda, por lo que en todos los países los políticos llenan los ministerios de cultura de cuadros del izquierdismo que atraigan a la gente a las instituciones en disputa por cada uno de ellos. Entre toros no hay cornadas, como el nacional-populismo argentino y el neoliberalismo desembozado del gobierno de la Nueva Mayoría en Chile, llenos de los ex izquierdistas del Partido Comunista recitando a Gramsci ciegos a la experiencia soviética de la revolución cultural que no concientizó a nadie debido a que las relaciones de cotidianeidad reproducían las distancias del modo capitalista en que el modelo de acumulación era el mismo. Recien se están dando cuenta muchos que no será por medio de las inyecciones culturales que cambiará la conciencia, sino que la conciencia es en realidad la autoconcienca del modo de vivir y relacionarse, como la cosmovisión mapuche o andina, producción de subjetividad del sujeto común. Aquellos que consiguieron abandonar el “marxismo” y volvieron a releer Marx, la mayoría se detuvo en una de las polemicas que tuvo el gran pensador y revolucionario con su ex mentor, Hegel, donde decía que el ser determina la conciencia, y no al revés, entendiendo por “ser” el sistema de relaciones, las formas de relacionarse los hombres entre si, a lo que Murray Bookchim agregó “y de éstos con la madre tierra”, en tanto los mapuche cantan y bailan con el rehue y el canelo, sin entender nosotros, en un signo de nuestro “atraso cultural” en comparación con los pueblos originarios, que ese es su sistema de relaciones, su tejido material y de sensibilidades, afectos e instintos que no son determinados por la conciencia, como un dios que creó el mundo desde la “gran conciencia gran”, que hegel tradujo en la forma de Gran Espíritu que se va materializando en la historia, sino que sencillamente se trata de la voz del común, donde ya nadie puede diferenciar la voz humana de la voz de la tierra, la sensibilidad humana de la sensibilidad de la tierra y, menos aún, el amor humano del amor de la madre tierra. En su genial obra “Dialéctica de la naturaleza”, Engels descubre con gran alegría que cuando el hombre piensa, es la naturaleza que lo hace por su intermedio. Que palo a quienes nos creemos émulos de dioses generando ideas desde nuestro “gran ego gran”. Lo humano para el Che Guevara era el común, al cual seguía agregando el “ismo” para que lo entendieran, de allí que su comprensión de la transición a la sociedad sin clases no era el ejercicio del poder estatal, sino el que llamó “socialismo cotidiano”, que no es que cada uno aplica las reglas socialistas provenientes desde arriba en su día a día, o sea, se lo mete a cañón, sino que en vez de vivirlo verticalmente sometido a la fábrica central de “conciencia”, vivirlo en sus formas de cotidianeidad, desde donde se determina la conciencia, ojala con un rehue agregamos nosotros junto a Bookchim.

Sin embargo la juventud en Valparaíso, como en todas partes, trae aire fresco, que nutre también los anhelos de muchos viejos y adultos que perciben claramente el laberinto sin salida en que los envuelve el mercado y la política de disputa eterna izquierda-derecha que mantiene a la población como simples espectadores de lo que sucede allá arriba y consumidores de lo que produce esta máquina de “cultura”.

Dejando fuera del análisis la tendencia juvenil de armar centros cuturales o “comunitarios” saturados de partidos y corrientes de “los que luchan” por el poder y que irradian o disparan conciencia para pasarla a las cabezas vacías de la población en una arrogancia extraordinaria de egos bien nutridos por la sociedad del espectáculo y de la sicología superior de los dioses, tenemos dos tendencias predominantes que se retroalimentan entre si y una tendencia que viene desde abajo en todo el planeta y que en Chile tiene muy poca expresión… aún, pero sus chispazos brotan y salpican por todos lados, tertulias, escuelas, barrios, etc.

La primera tendencia se expresa nítidamente en las escuelas de música, teatro y artes en general, que contiene dos vertientes, una de ellas es la de creación y placer, en tanto la segunda es la de expresión callejera, micros o trenes. La primera no siente ninguna atracción o necesidad por el dinero, probablemente porque cuentan con medios de subsistencia como la familia o un trabajo, en tanto la segunda llega hasta a organizarse y allí llegan los partidos como moscas a meterse, así como las invitaciones a los “centros” culturales para pasar la gorra, aunque a veces les sueltan alguna moneda si los que reciben fondos institucionales deciden hacer el sacrificio.

En la primera corre fuerte el individualismo, ya que aún no hay el territorio comunitario donde expresarse en común, pero en muchos hay una enorme generosidad, sensibilidad y búsqueda de alternativas de expresión más allá del solipsismo creativo o del grupo de amigos. En la segunda, de expresión en la calle y locomoción, donde circulan las corrientes ideológicas mezcladas con autónomos, la tendencia es “abandonar” el individualismo y asumir el discurso no-individualista de quienes sólo actúan y el resto es espectador pasivo, aquí se encuentran con los hiphoperos de la pobla, algunos de gran creatividad popular y otros con panfletos explícitos para “concientizar”, pero entre los hiphoperos predomina la mirada y el roce popular, a diferencia de la pequeña-burguesía estudiantil donde predomina la mirada politizada y elitista propia de los partidos y profesionales modelados por la academia, por el ascenso social, las jerarquías y las posibilidades de compartir migajas del poder. Hay que aclarar que cuando decimos mirada popular nos referimos más bien a la pasiva actitud de diagnóstico, crítica social, protesta y denuncia, brillando por su ausencia los aspectos positivos o constructivos de la población de barrios, los vecinos, por lo que reflejan la necesidad de ampliar la crítica y la protesta, en parte sumándose a los panfletos de la izquierda y restándose de las tareas concretas del cambio en su barrio.

La tercera tendencia entre jóvenes es la de rescate de tradiciones culturales como tinkus y diabladas, así como sumarse a las prácticas folclóricas de comunidades mapuche urbanas o de cuequeros. Esta tendencia es promisoria ya que contiene raíces no individualistas y una gran aceptación en la población, pero que corren el peligro de ser cooptadas por el mercado, partidos, iglesias y las instituciones del poder a menos que se integren y complementen con formas cotidianas de compartir corporalidades entre vecinos, que es la tendencia que está creciendo ampliamente en todos los países desde abajo, desde la gente y no desde las instituciones.

De esa manera, los cultores de la cultura y de las artes, gestores, artistas, artesanos, estudiantes y creadores en general en Valparaíso estamos ante el desafío de la subordinación a la “concientización” que expropia la subjetividad, al mercado e instituciones verticales, todas ellas parte del proceso de domesticación, o del despliegue general de la creatividad, el caldo de cultivo para la expansión del arte y la cultura ligados al rescate de la identidad porteña, esto es, deshacer lo andado y atado por la modernidad de una urbe planificada para beneficio de los de arriba y de las elites que se pegan a ellos, recuperándola para todos, ya no sólo para disfrutar pasivamente del “espectáculo”, sino para generar ideas, y proyectar en múltiplea direcciones esa sensibilidad apagada por la competencia y el individualismo.

El debate está abierto, inducido, claro, ya que se trata de soltar las amarras y facilitar el despliegue de la potencia de la gente, con la cual y desde cual podremos multiplicar el espíritu libre que permita aflorar los instintos y las sensaciones y bajarle el moño al elitismo arrogante que se nos introduce, inducido también, por todos los poros, lugares y momentos de la vida en nuestra comuna. En otro momento haremos un balance del papel de la universidades, de los miles de estudiantes que arriendan cuartos o casas, y del turismo eco-comunitario como elementos de la vida cultural, creatividad y construcciòn de saber.

Por un arte y cultura generado en el mundo de la vida cotidiana en cada barrio, cerro, quebrada y caleta. La recuperación de Valparaíso depende de la recuperación de la subjetividad, creatividad y protagonismo de su gente. Usted decide: o elitismo, separación y aislamiento, o compartir y circular los afectos, miradas, cuerpos y sensaciones entre vecinos y de ellos con la madre tierra, en síntesis humanización en lo natural o deshumanización en lo ficticio y artificial.

Jaime Yovanovic Prieto
Valparaisando
profesor_j@yahoo.com