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El sedimento racial del concepto de clase (Rep)

Raúl Prada Alcoreza :: 08.05.16

La sociedad sin clases sólo puede conformarse expropiando a los expropiadores, tanto privados como públicos, recuperando lo común, el acceso común a los bienes
No hay revolución política consecuente sin una radical revolución social; no hay revolución social consecuente sin una revolución radical descolonizadora.

El sedimento racial del concepto de clase

Raúl Prada Alcoreza

La categoría de clase es clasificatoria, como ya lo hemos dicho varias veces; además responde a un concepto abstracto sociológico y económico. No solo porque al tratarse del acontecimiento del proletariado, en contraste con el acontecimiento de la burguesía, concebidas como clases opuestas, en la narrativa marxista, la exigencia es, más bien, visualizar la multiplicidad de las singularidades, que conforman estos acontecimientos; sino también, y quizás, sobre todo, porque la genealogía de la clase proletaria, en un caso, y la genealogía de la clase burguesa, por otro lado, no llegan, de manera inmediata a la clasificación y al concepto abstracto de clase. Sea entendida sociológicamente, económicamente, políticamente o históricamente. Sabemos que en los discursos histórico-políticos la teoría de la lucha de clases arranca de los discursos histórico-políticos de la guerra de razas, entendiendo raza como nación, en el sentido de consanguineidad. Sin embargo, hay que aproximarnos más a los recorridos de esta arqueología de los discursos histórico políticos.

Como decíamos, no es posible sostener que se llega al concepto de clase por aplicación taxonómica. Una abstracción como esta, siendo categoría clasificatoria o concepto abstracto, no puede sostenerse sino sobre la base de la experiencia social. Experiencia que adquiere, en principio, su espesor sensible, su espesor perceptual. En esta perspectiva, vamos a sugerir una hipótesis genealógica. El concepto de clase se construye sobre el sedimento del concepto de raza; pero, esta vez, raza no entendida como nación, sino en el sentido moderno de clasificación racial.

En el contexto de la conformación del sistema-mundo capitalista las clases sociales no se diferencias abstractamente, sino empíricamente; lo hacen, primero como diferenciación racial. La nobleza, por ejemplo, lo hace sintiéndose superior, distinguiéndose, si no es como raza, en principio, lo es como casta; lo que tiene connotaciones corporales, de estirpe. Cuando asciende la burguesía o cuando la nobleza se aburguesa, la burguesía hereda este sentimiento de superioridad sobre el resto. En principio la burguesía se siente casta superior, aunque después se conciba como clase dominante.

Ciertamente, la “ideología” es una construcción racional; sin embargo, no es solamente eso, pues esta pretensión racional se afinca en sentimientos de casta, también construidos culturalmente. Hay como un clima de nobleza compartido por la casta. Ceremonias, ritos, conductas, maneras y modos de comportamiento, formas de hablar, compartiendo pre-juicios. Todo esto hace de atmósfera cultural, en la cual habita la casta y reproduce su “ideología” particular. Los sentimientos no son sensaciones, aunque también arranquen en estos componentes de la percepción. Los sentimientos son las sensaciones elaboradas e interpretadas desde la cultura de casta, desde la “ideología” de la nobleza. Esta distinción construye su propio retiro del mundo, su propio territorio; sus barrios, espacios de encuentro, espacios públicos y espacios de intimidad. La casta no solamente es un concepto, obviamente, sino una forma y manera de vivir; en otras palabras, se trata de una materialidad cultural, también de prácticas culturales. Si bien son estas prácticas particulares. Esta esfera cultural de la casta se transfiere a la burguesía como clase social. Ciertamente esta transferencia no preserva la misma experiencia fragmentaria de la casta, sino que se dan transformaciones empíricas. La clase dominante de la burguesía tiende a racionalizar la condición cultural de su distinción social y económica; no renuncia a la legitimación. Con propiedad recurre a la “ideología”, en el sentido de constructo racional. Se presenta como representación de la sociedad, habla a nombre de la nación; es decir, la esfera restringida de la casta se extiende como espacio accesible a todos. No habría, bajo el supuesto “ideológico”, restricción de casta, una nobleza congénita, sino se accede a la condición de la burguesía con disciplina, dedicación, trabajo. Esta la carta de presentación. Sin embargo, nunca se pierde el sentimiento de distinción; la burguesía, mucho más rica que la nobleza, adquiere otra nobleza, no congénita, sino social, como logro a la dedicación, al trabajo y a la competencia. Tampoco se pierde, la diferencia racial, en la medida que esta diferencia es fundante de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Entonces estamos ante una “ideología” en pleno sentido de la palabra; una interpretación completa, con toda la estructura de la trama. Una interpretación racional, que se explica el papel y la ubicación de la burguesía en la historia. Una interpretación, además nacional. La gran diferencia entre la nobleza tradicional aristocrática y la nobleza de la burguesía es que esta última tiene pretensiones de hegemonía, en tanto que a aquella no le interesaba tal propósito, puesto que si su origen era divino o de sangre, no hay nada que discutir, no han nada que legitimar, pues ese es el orden eterno del mundo.

Por otra parte, la burguesía nacional, en la medida que forma parte del sistema-mundo capitalista, no solamente responde a la economía nacional, es una clase social de dominación que forma parte de un fenómeno global, relativo a la apropiación privada lo los medios productivos, que cuentan con el monopolio de los medios tecnológicos, apropiándose privadamente de los recursos, del trabajo social, del intelecto general. La burguesía nacional forma parte del tejido social de todas las burguesías del mundo, por más concurrencia, competencias y contradicciones en las que se pueden encontrar enfrascadas. En estas condiciones, las diferencias raciales entre las burguesías se borran, la diferencia racial es con los pueblos. Por eso, se puede hablar, con cierta propiedad de clases sociales; pues la distinción racial, de la que hablamos, es, en realidad con los pueblos. Si se quiere, la diferencia principal es con el proletariado de todos los pueblos.

El sentido inicial del proletariado es plural, la pluralidad de los pobres, antes que identificarlos con el trabajo, con los y las que trabajan. El significado de explotación va a ser inscrito en la semántica de proletariado por los mismos proletarios, por los activistas del proletariado, por los intelectuales orgánicos o humanistas, usando estos términos gramscianos. Esta significación nace de las luchas sociales que emprende el proletariado. Es una interpretación de auto- significación, si se quiere de auto-reconocimiento, en la confrontación social. Entonces, siguiendo a E.P. Thompson, la clase proletaria se construye y constituye en la lucha de clases. No hay clase social proletaria antes, al margen, en ausencia de la lucha de clases.

Contrastando, la burguesía hereda la distinción de casta, la distinción de la nobleza aristocrática; desde esta perspectiva, no se construye ni se constituye, sino que ocupa el lugar que ocupaba la aristocracia; sólo que transforma este lugar, extendiéndolo nacionalmente, regionalmente, mundialmente. En cambio, el proletariado se construye y constituye como clase en el fragor de la lucha de clases. En este sentido, cuando se habla de auto-comprensión, más que de consciencia de clase, se habla de una diferencia cualitativa de concepción histórica-social. La burguesía construye su “ideología” con pretensiones universales, con pretensiones racionales de verdad, que denomina objetividad; habla a nombre de todos, de la nación. En cambio, el proletariado construye una “ideología” de confrontación, de lucha; sería mucho mejor hablar de contra-ideología, que acompaña a una contra-hegemonía. Desde esta perspectiva, el proletariado no podría tener, por lo menos teóricamente, pretensiones universales. Lo que extraña es que el marxismo haya construido una “ideología proletaria” con pretensiones universales. En otras palabras, imita a la burguesía, en vez de mantener la alteridad inicial de las luchas sociales, que devienen también luchas culturales.

Quizás aquí se encuentre la raíz de la burocratización de los sindicatos proletarios, de los partidos proletarios, del aburguesamiento de su dirigencia, tanto sindical como política, cuando se accede al poder. Los “revolucionarios” terminan haciendo lo que hacía la burguesía, ciertamente con otros discursos, hasta con otra “ideología”, que no habla exactamente a nombre de la nación; pero, lo hace a nombre del proletariado internacional; incluso, en el horizonte abierto por las tesis orientales, a nombre de los pueblos del mundo. El problema es que los efectos de este discurso y su combinación con los mecanismos del poder, se parecen a los efectos que causaban el discurso y la representación burguesa a nombre de la nación. Idealmente todos pueden ser burgueses; sin embargo, en la práctica, sólo una minoría alcanza a serlo. Lo mismo pasa con la dirigencia sindical y política del proletariado; idealmente estos servidores, esta vanguardia revolucionaria, está al servicio de la igualación general, de la sociedad sin clases; sin embargo, el discurso de convocatoria, articulado al monopolio de los mecanismos de poder, efectúa la distinción entre burocracia y pueblo. El proletariado mejora sus condiciones políticas de representación; constitucionalmente se encuentra en el poder; mejora sus condiciones sociales; sin embargo, no deja de ser proletariado, no deja su condición de valor de uso en el proceso de la producción socialista, en el proceso de la acumulación originaria socialista y en el proceso de acumulación ampliada. Es más, las transformaciones socialistas, que mejoran las condiciones de salud y de educación, así como las condiciones laborales, generan una movilidad social hacia las clases medias; ahora profesionalizadas y tecnificadas en masa. El socialismo termina siendo una revolución expansiva de las clases medias. No aparece en el horizonte la sociedad sin clases; lo que se tiene es una nueva jerarquía; una burguesía burocrática y sindical; una extensa clase media con perfil profesional y técnico; una minoría proletaria inmersa en el trabajo, que no ha dejado las características del modo de producción capitalista, sobre todo en lo que respecta a las relaciones sociales de producción, aunque formalmente no haya propietarios de los medios de producción; una minoría relativa o una mayoría relativa campesina, dependiendo del país. Se trata de una nueva sociedad de clases.

Volviendo a donde partimos; la clase no deja su sedimento racial. Hay pues en la burguesía burocrática también una distinción de nobleza; sólo que, ciertamente, está muy lejos de referirse a la consanguineidad, tampoco lo hace, como la burguesía, como propietaria, a nombre de la nación, sino que es la nobleza de la vanguardia, la nobleza de los “revolucionarios”, que si bien, están ungidos como héroes, por lo menos en principio y en la propaganda, también terminan adquiriendo rasgos y perfiles correspondientes a climas culturales particulares, de distinción y retiro. Aunque el sedimento racial haya quedado geológicamente más profundo, está presente en la geología social de la clase dominante burocrática y sindical.

Lo que importa en toda esta exposición es comprender que la mecánica de las clases en la sociedad, parte de la economía política racial, se alimentan de la “ideología” racial, que después se encubre con las nuevas capas discursivas, con los discursos de legitimación con pretensiones hegemónicas, con la “ideología” capitalista propiamente dicha, que habla a nombre del pueblo y de la nación, así como se representa en la institucionalidad del Estado. Cuando la “ideología proletaria” se transforma de una “ideología” de lucha de clases en una “ideología” con pretensiones universales, una “ideología” internacionalista, la “ideología proletaria” al servicio de la burocracias y la aristocracia sindical vuelve a encubrir con nuevas capas discursivas el sedimento racial de la concepción de clase dominante.

La sociedad sin clases sólo puede conformarse expropiando a los expropiadores, tanto privados como públicos, recuperando lo común, el acceso común a los bienes, contra la propiedad privada y pública. También, en cuanto a la deconstrucción “ideológica”, la crítica de la contra-ideología tiene que ir a fondo, llegando a la deconstrucción del sedimento racial, raíz de la distinción de clase. Esto equivale a demoler el substrato histórico del sistema-mundo capitalista, la malla colonial, que lo constituye, que da lugar a la acumulación originaria de capital, que lo atraviesa, reiterando permanente la acumulación originaria por desposesión y despojamiento, sosteniendo la acumulación ampliada de capital. No hay revolución política consecuente sin una radical revolución social; no hay revolución social consecuente sin una revolución radical descolonizadora.


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