El oculto objeto del deseo

El objetivo militar estratégico de la hiper-potencia global del Norte no es exactamente Corea del Norte, sino la República Popular de China, la principal potencia económica del mundo.



13.04.2017
El oculto objeto del deseo
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Raúl Prada Alcoreza

El objetivo militar estratégico de la hiper-potencia global del Norte no es exactamente Corea del Norte, sino la República Popular de China, la principal potencia económica del mundo. Cuando se emiten discursos en un sentido, sobre todo, cuando se trata de juegos de poder y concurrencias de dominación; particularmente cuando se contempla la estrategia militar como herramienta indispensable, no necesariamente, sino, quizás, lo contrario, se tiene que tomar como si se tratara de la dirección primordial, perseguida, militarmente. Es, más bien, una especie de distracción o una manera de encubrir el sentido de la estrategia fundamental o crucial.

Desde hace un tiempo, mas bien, reciente, se ha venido publicando y tratando por los medios de comunicación, el tema álgido de Corea del Norte. Sin embargo, no ha llamado la atención que se trata de un enfrentamiento entre la hiper-potencia global, complejo militar-tecnologico-cientifico-cibernetico-económico-comunicacional, y un pequeño Estado, declarado socialista, bajo un gobierno autocrático. ¿No hay, más bien, una desmesurada desigualdad en este enfrentamiento? Todo el mundo se hace llevar por lo que causa en el imaginario el efecto en narrativas triviales mediáticas, las pruebas de misiles de un programa nuclear, el de Corea del Norte; además de hacer hincapié en el peligro que connota, no solo para Estados Unidos, sino para el mundo. Sin embargo, a pesar de este imaginario, un tanto sensacionalista, no parece tan sostenible que se trata precisamente de este enfrentamiento. Lo que parece, más bien, anunciar esta incongruencia, del enfrentamiento entre el gigante y el enano, jugando con esta metáfora grotesca, es que el mismo esconde, en realidad, otro enfrentamiento; esta vez, creíble y hasta congruente, por lo menos teóricamente. La hipótesis prospectiva: La estrategia militar norteamericana no apunta exactamente a Corea del Norte sino a China.

Si es así, por lo menos, parece coherente teóricamente, lo grave no solamente es la proximidad de una guerra catastrófica, sino que se oculta todo esto a los pueblos del mundo, al pueblo de los Estados Unidos de Norte América y al pueblo chino, además del pueblo Coreano, abarcando a las dos Coreas.

Esta situación peligrosa nos sirve para recordar que el mundo de la simulación, en el que se ha convertido el sistema-mundo capitalista, es también un mundo del espectáculo, así como es un mundo de las máscaras y los disfraces. Sin embargo, no por ser mundo de la simulación y del espectáculo, no deja de ser real, en el sentido que todos sus escenarios están sostenidos por materialidades institucionales; por la economía-mundo capitalista, las máquinas de poder y las máquinas de guerra. Las amenazas subyacentes, que cargan estos dispositivos, estos almatrostes, esta tecnología de la destrucción, no desaparecen por que sostienen toda la parafernalia ilusionista; al contrario, pueden aparecer el rato menos esperado, desmostando los escenarios y mostrando la estructura armada que los sostiene, mostrando sus ojivas.

En este mundo de la simulación, las democracias formales se han convertido en máscaras; así como también los socialismos reales se han convertido, del otro lado, en otras máscaras; los populismos son otras máscaras, esta vez, barrocas. Se inician guerras a nombre de la paz; se invaden y destruyen países a nombre de la “defensa de los derechos humanos”. Del otro lado, se dice defender el socialismo mediante la continuidad familiar de una autocracia. Se nacionalizan los recursos naturales para volver a entregarlos a las empresas trasnacionales extractivistas en otras condiciones, modificando los términos de intercambio. En un mundo así las fronteras entre lo ficticio y lo auténtico, entre lo imaginario y lo efectivo, entre lo ideológico y lo real, se han borrado; se han borrado, obviamente, en el imaginario social dominante, que es el imaginario estatal. Las diferencias, si se quiere de realidad, no han desaparecido efectivamente. Por eso, cualquier rato, por un estallido, la sociedad despierta de su sueño y es enfrentada a la cruda realidad.

En este mundo del espectáculo, entre bambalinas, los gobiernos no son conducidos por los gobernantes, sino por las estructuras de poder y de toma de decisiones efectivas; que tampoco están exactamente en el Estado, que es, mas bien, otra abstracción, sostenida por la materialidad de las mallas institucionales. Las mismas que hacen de instrumentos de otras voluntades y otras fuerzas; voluntades que no son las voluntades singulares de la gente, voluntades que no hacen a la voluntad general, que legitima al Estado-nación, mediante el ejercicio de las reglas de la democracia formal, sino voluntades conformadas en la contingencia de los juegos de poder.

Resulta que grupos de poder, que se encarnan en castas, ni siquiera clase social - que ya sería una consciencia de sí, usando este concepto hegeliano, traspasado al marxismo -, consideran que sus intereses son los intereses de la nación, que sus voluntades corresponden a la voluntad general de pueblo, sin nuca haber preguntado ni a la nación ni al pueblo. Esta subsunción hedonista de la nación y el pueblo a su entorno dinástico, de casta y familiar, es desde ya una violencia contra la nación y el pueblo. Reduciéndolos a la nada, cuando ellos se colocan en el núcleo indispensable y absorbente de la sociedad misma; reduciéndola también a esquematismos abstractos, dualistas, nihilistas y vacuos.

En estos contextos teatrales, los dispositivos más peligrosos son los servicios de inteligencia de la hiper-potencia y de su aliada continental, otro complejo militar-tecnológico-científico-cibernético-económico- comunicacional, de menor envergadura. Los gobiernos de estas potencias confían ciegamente en su “inteligencia” a su servicio; sin embargo, en el último periodo, de la fase decadente de la civilización moderna, los servicios de inteligencia han mostrado, mas bien, fehacientemente, que la “inteligencia” está a su propio servicio, inventando guerras para mantener sus enormes presupuestos y privilegios de esta casta “técnica”. Que el servicio que prestan está plagado de errores, cuyos costos son altos, en innumerables vidas humanas, en sociedades destruidas, además de los presupuestos despilfarrados. Lo grave de todo esto es que el destino de los pueblos está en manos de estos “técnicos” de la información y la contra-información, de estos “técnicos” de la vigilancia y la conspiración. No parece encontrarse aquí un futuro promisorio para los pueblos.

En la coyuntura mundial, configurada por una belicosa política del flamante gobierno de la hiper-potencia global, cuando ha dejado claro que está dispuesta a lanzar misiles, aun cuando no queden claros sus argumentos y justificativos, ni a quién exactamente ataca, ni a quién exactamente defiende, se perfila la posibilidad de una guerra. Si la misma está en marcha, como reptil que rompe el cascaron, no serán los Estado-nación, menos de las potencias involucradas, tampoco los organismos internacionales, incluso el máximo de ellos, la ONU, los que eviten el apocalipsis, agazapado en el umbral. Todas estas instituciones y dispositivos forman parte del problema. Los únicos que pueden parar esta marcha fúnebre son los pueblos, solo si toman consciencia a tiempo y toman una actitud enérgica y efectiva con relación al desmontaje de todas estas maquinarias de poder, que nos embarcan a la muerte.

Parece que la estrategia militar, impuesta ahora, entre otras alternativas, se inclina por apostar a ganar la guerra, aunque tenga altísimos costos; de lo que se trata es de vencer, aunque los vencedores se sienten victoriosos sobre montañas de ruinas y en mundo desolado. Otra astucia, si se puede llamar eso a esta conducta temeraria, es el ataque por sorpresa – bajo cualquier excusa -, masivo y contundente, sin dar ocasión a la respuesta. ¿Qué será el mundo al día siguiente? Estos robots, pues no son otra cosa, estos militares preparados para la guerra más destructiva, no entienden que el mundo es compartido, esférico, y que lo que ocurre en cualquier parte afecta a la totalidad. No entienden que las armas que disparan también apuntan a su propia cabeza, como si no se dieran cuenta de su propio suicidio.

En el periodo más banal de la historia política de los Estados Unidos de Norte América, gobernado por un bufón engreído, que confunde a su país con escenarios de shows, en la etapa más decadente de su historia social, el pueblo norteamericano está atrapado en la crisis intermitente de un capitalismo financiero y especulativo dominante. Que ha dejado que la industria, la tecnología y las ciencias, dediquen sus esfuerzos a producción de armas descomunales y cada vez más efectivas en la destrucción masiva. Está atrapado en el apabullante chantaje mediático y estatal, que dice que hay que defender el “estilo de vida americano” frente a la amenaza espeluznante del “terrorismo”; sin nunca aclarar cuáles son las fuentes de financiamiento, las fuentes de abastecimiento y de entrenamiento de este “terrorismo”. Está atrapado en una democracia formal dinástica, donde dos partidos de la casta gobernante y económicamente poderosa monopolizan la rotación gubernamental. El pueblo no participa en las decisiones políticas, en la construcción de las leyes, de las estrategias, del perfil de país; todo esto está en manos de “expertos”, “especialistas”, representantes del pueblo, gobernantes, que lo que hacen es lo que han hecho desde hace décadas; cargar el peso de los juegos de poder, de dominación mundial y de guerra de la hiper-potencia global sobre las espaldas del pueblo. Los hijos del pueblo van como soldados u oficiales de bajo rango a estas guerras aventureras; cuando vuelven, si es que vuelven, si es que no regresan mutilados, retornan a su condición modesta, mientras la burguesía dinástica ha ganado billones de dólares a costa de la vida, a costa del sufrimiento de poblaciones afectadas.

Lo de la guerra que se avecina no parece del interés del pueblo, ni que defienda ni sus derechos, ni mejore sus condiciones de vida y perspectivas; la guerra es el obscuro objeto del deseo de esta burguesía hedonista y especulativa. El objeto oculto de este deseo no parece ser la península asiática de lo que se llamó la Manchuria, sino la potencia emergente, quizás hiper-potencia emergente, el Estado-nación popular, también complejo militar-tecnológico-científico- cibernético-económico-comunicacional, el país continental más poblado del mundo.