La comuna de París

“La Comuna –escribe Bernard Noël– es inseparable de una esperanza que ha permanecido latente. Solo hemos conocido revoluciones vencidas o revoluciones traicionadas; las primeras preservan nuestras ilusiones, las segundas nuestra desesperanza”.
La Comuna, concebida como unión, por asociación libremente consentida, de colectividades autónomas.
Era la primera revolución obrera, según el juicio contemporáneo de Marx, quien encontró en su práctica un principio nuevo: una revolución de tal signo “no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está y servirse de ella para sus propios fines”.



17-04-2017
Ilusión y desesperanza: la Comuna de París

Miguel Casado
Rebelión

El 18 de marzo, como en los últimos 146 años, se ha conmemorado en París la proclamación de la Comuna un día como ese de 1871; ha sido esta vez junto al Muro de los Federados, en el cementerio del Père-Lachaise, donde tuvo lugar uno de los mayores fusilamientos de comuneros. Aquellos dos meses ofrecen, sin duda, una referencia para el nuevo tipo de reflexión política exigida por movimientos como el 15M, Syntagma o Tahrir. “La Comuna –escribe Bernard Noël– es inseparable de una esperanza que ha permanecido latente. Solo hemos conocido revoluciones vencidas o revoluciones traicionadas; las primeras preservan nuestras ilusiones, las segundas nuestra desesperanza”. Al lado de su excepcional obra poética, Noël ha atendido durante décadas a la reconstrucción libre y abierta del episodio de la Comuna, a partir del memorable Diccionario de la Comuna que publicó en 1971; precisamente el formato expresa su propuesta: aportar los materiales de un inmenso trabajo que recorre desde los 140 periódicos del momento hasta las cartas personales o las fichas de la policía, los textos teóricos, los discursos, la ficción; y buscar con la elusión de un hilo narrativo la participación activa y plural del lector –“quería desembarazarme del sentido que impone automáticamente la temporalidad”.

Concuerda esto con el nombre de federados que designa a las gentes de la Comuna, concebida como unión, por asociación libremente consentida, de colectividades autónomas. En las elecciones comunales fueron elegidos 30 hombres de letras o periodistas, 21 obreros y 13 empleados o artesanos; todos los cargos serían electivos y revocables en cada momento; pese a la participación muy activa de las mujeres, que crean sus primeras organizaciones e intervienen de forma destacada, su igualdad de derechos –y, en particular, sus derechos electorales– no era aún reconocida. Se separa la Iglesia del Estado, se igualan los sueldos de los funcionarios a los salarios obreros medios, se abren escuelas laicas, se dicta una moratoria para alquileres y quiebras, se prohíbe el trabajo nocturno, se entregan los talleres cerrados a cooperativas.

A lo largo de 1870, la guerra contra Prusia había supuesto la caída del imperio de Luis Napoleón y el regreso de la república; el creciente malestar del pueblo, tras el largo cerco sufrido por París y la actitud entreguista de un gobierno que parecía refugiar en los prusianos su temor a las demandas sociales, estalló el 18 de marzo. El ejército intenta apoderarse de los cañones de la Guardia Nacional –milicia ciudadana no profesional–, que habían sido financiados mediante una suscripción colectiva iniciada por Víctor Hugo; un grupo de mujeres, encabezadas por una maestra, Louise Michel, se colocan ante los fusiles y las tropas desobedecen la orden de disparar. A los ocho días se celebran las elecciones y dos más tarde se proclama la Comuna; el gobierno huye a Versalles, lanza desde allí la guerra civil.

Era la primera revolución obrera, según el juicio contemporáneo de Marx, quien encontró en su práctica un principio nuevo: una revolución de tal signo “no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está y servirse de ella para sus propios fines”. Vio ahí –y contribuyó a que la Internacional lo difundiera– “la forma política al fin descubierta para llevar a cabo en su interior la emancipación económica del trabajo”. Marx murió antes de escribir su teoría del Estado, y las de sus seguidores se apartaron del modelo; se diría que la Comuna, libre y asamblearia, asume lo que ahora llamaríamos la forma-plaza, mientras luego iba a predominar la forma-partido. Sería un punto de contacto entre entonces –antes de la consolidación del modelo basado en los partidos– y hoy –al término de su degeneración–.

El vínculo de actualidad e historia anima también la extraña y fuerte película de Peter Watkins, La Comuna (París, 1871), largo documental de ficción rodado en 1999, con 220 actores no profesionales, en unos enormes estudios levantados sin recursos, tan teatral como vivo. El anacronismo de dos cadenas rivales de TV sirve como hilo conductor, y como reflexión sobre el papel de los medios y sobre el propio relato. ¿De qué modo el peso de la razón, el perfil crudo de los hechos, evita que un relato neutral parezca partidista? Pensemos en un posible documental sobre las vallas de Melilla: contar las vidas de los inmigrantes, fijar los hechos en sus detalles, mostrar los cuerpos y las conversaciones… Si montáramos luego la grabación del ministro español del Interior explicando cómo las mafias organizan el salto, o la de quien se preguntó si la reivindicación solidaria sería recibirlos con azafatas en vez de con la policía, ¿la vergüenza resultante haría que el relato dejara de parecer objetivo?

La Comuna concluye a finales de mayo, con la semana sangrienta. Según los datos, unos 30.000 federados fueron fusilados sobre la marcha (“Siempre que el número de condenados sobrepase diez hombres, se reemplazará por una ametralladora el pelotón de ejecución”), cerca de 40.000 fueron encarcelados y 7.500 deportados a campos inhóspitos en Nueva Caledonia; en el verano de 1871 faltan cien mil obreros parisinos en sus puestos. “En los ciclones –recuerda Louise Michel su prisión tropical–, el viento y el mar aúllan, roncan y mugen los coros de la tempestad; parece entonces que se detiene el pensamiento, y que te ves llevada por el viento y las olas entre la noche del cielo y la noche del océano. A veces un relámpago inmenso y rojo desgarra la sombra, otras veces es lívido. Los ciclones de noche son más bellos que los ciclones de día”.

Anota Alain Badiou que, tras un levantamiento masivo, se da una intensificación subjetiva general, y “cuando la gente regresa a sus casas, deja el resto de una energía que va a ser luego recuperada”. Por eso afirmó –luego de Túnez, Tahrir y el 15M– que había “una modificación brutal de la relación entre lo posible y lo imposible”. Y por eso proliferan, con tan distinto signo, esos movimientos, la forma-plaza de la política. ¿La repetición es motivo para la esperanza o para la desesperación?

Lecturas

Bernard Noël, Dictionnaire de la Commune, 2 vol. París, Flammarion, 1978 (Reed., en un solo volumen, París-Quebec, Mémoire du livre, 2000).

Marx, Engels, Lenin, La Comuna de París. Varios traductores. Madrid, Akal, 2013.

Louise Michel, La Commune. Histoire et souvenirs. París, La Découverte, 1999.

Alain Badiou, « Una modificación brutal de la relación entre lo posible y lo imposible”. Traducción de Álvaro García-Ormaechea. www.rebelion.org, 26 junio 2011.

(Este texto ha sido publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento del diario El Norte de Castilla)