México: Mátennos en caliente

Aparte de la muerte, nada es peor que perder la libertad.



Hermann Bellinghausen

20 mayo 2017 0
Mátennos en caliente
https://desinformemonos.org/matennos-en-caliente/

Aparte de la muerte, nada es peor que perder la libertad. Ambas son precisamente las pérdidas que los mexicanos venimos experimentando en los últimos años de manera variopinta y atroz. Cientos de miles de muertos y desaparecidos, decenas de miles de desplazados internos, millones de migrantes desterrados (súmenseles los heridos, los traumados, los viudos, los violados, los huérfanos; estamos hablando de no pocos millones de mexicanos directamente puestos en la estacada). Ahora, frente a las víctimas pongamos a los otros dos actores de la tragedia en curso.

El denominado crimen organizado, cuyo nombre alude a organizaciones y empresas agresivamente competitivas, se estructura sobre las vidas y las mentes de muchos miles de mexicanos, jóvenes en su mayoría, desgajados de cualquier responsabilidad familiar y colectiva, educados en el abandono, el odio y la miseria, atrapados en una espiral de violencia por miedo, codicia, ignorancia, extravío moral, engaño o vil esclavitud. Lo hacen con todas sus fuerzas, volcados en el crimen y el exceso. Matan, secuestran, violan y mueren con demasiada facilidad, como si ni ellos ni sus víctimas valieran más que un carajo. Despojados de cualquier esperanza, los que sobrevivan, presos o no, encarnarán la herida nacional más difícil de curar en el futuro, peor que los paramiltares. Por encima de todos ellos descuellan unos cuantos patrones del negocio, cínicos, intercambiables e igualmente osados que sus huestes; los jefes ejercen su voluntad con absoluta imbecilidad, mala onda y alianzas adecuadas.

El tercer actor es un Estado autoritario, torpe, corrupto y sin otra identidad que los negocios jugosos de sus patrocinadores, o sea los dueños del dinero, los territorios, los medios de producción y propaganda; dueños también de partidos políticos, de muchos secretarios de Estado y medios de comunicación, son los titiriteros de gobernadores, jefes policiacos, fiscales, alcaldes. Así pues, entre patrones y políticos tenemos al dichoso Estado que acapara el orden establecido, la legalidad en el papel, la impunidad fuera del papel, la complicidad dientes para adentro, las promesas firmadas de dientes para afuera, la violencia legal, el sistema de justicia y nuestra diplomacia cobarde y bananera.

Con demasiada frecuencia hemos comprobado que Estado y crimen organizado confunden sus fronteras, las cuales devienen borrosas y sus coincidencias de intereses resultan asombrosas. El Partido Revolucionario Institucional posee en todo el país una estructura paralela de gobernadores, caciques e instancias oficiales dedicada a la rapiña, la represión ilegal y criminal con una tolerancia de mecha híper larga del poder central. Así aguantan los cabecillas de este PRI hasta que, llegados al Duarte que “nunca fue mi amigo”, y ya todos yarringtoneados, los apañan, y su partido acusa a los ya indefendibles. En tanto, para seguirse asumiendo como legítimos ganan tiempo en favor de los Moreira y similares en toda la geografía nacional. Por último, sacan billetes de dónde pueden para comprar votos y voluntades de a dos, tres, cinco mil pesos por cabeza o cuello.

Con tales ingredientes estamos al alcance del peor de los infiernos, sin libertad y con muerte a manos llenas. México luce humillado, como no lo había sido en su historia independiente, salvo la catastrófica invasión estadunidense que se apropió de medio país en el siglo XIX.

De la muerte entonces qué añadir. Cifras desnudas, estadísticas del horror, incontables historias ya contadas de violencia y hallazgos “macabros”. Enfrentamos una inflación anestesiante de los números, su frialdad es inapelable.

De la libertad caben aún dos o tres palabras.

II.

El problema con las balas es que casi nunca sabes bien a bien de dónde salieron. Videos, fotos, testigos presenciales o circunstanciales, reconstrucciones, autopsias, pueden revelar una cosa pero en los hechos, los hechos se nos presentan falsificados una y otra y otra y otra vez, con una persistencia que si no fuera tan indignante movería a risa. A la risa que suscitan los farsantes.

Las balas son reales. Lo breve de su efecto no les quita lo escalofriante. Por eso la gente aprende a obedecer, no le queda de otra. Esto, elevado a la conciencia colectiva, delinea una sociedad sometida o contra la pared. Como ha demostrado Colombia más de una vez, en Latinoamérica no siempre se necesitan golpes de Estado y juntas militares para establecer una dictadura. Los dos últimos gobiernos mexicanos lograron los resultados de una dictadura totalitaria de manera selectiva, protegiendo las burbujas del privilegio, los nichos de refugio hípster, las vías de evasión para los aliados objetivos del sistema, los financiamientos para esto y para callarte en aquello. Hay capas de la población que creen vivir en libertad y se la pasan bomba; los suplementos y las revistas de corazón y socialité nos lo restriegan semana tras semana. Todo mundo allí viste en miles de dólares, juega golf y apapacha una mascota (usualmente perra o gata) que-te-la-comes.

A los demás nos hablaron de una transición democrática, y ahora insisten en que se logró. Con sus deficiencias, claro. Nos hablaron de una modernización, de una apertura, de una libertad (libertad, eh) nunca antes vista para emprender, invertir, vender y ganar. Nos borronearon algunas leyecitas que “garantizan” derechos humanos, pluriculturales, ambientales y sexuales, a ver si así nos calmábamos del desmantelamiento que han hecho de la Constitución Política, para inconformidad de muchos. Además, se supone que tenemos aseguradas la libertad de tránsito por el territorio nacional, la libertad de elegir oficio, seamos mujeres u hombres pues la equidad de géneros bla bla. Con discursos presidenciales y bolos para los encargados de darles resonancia nos aseguran una y otra vez que disfrutamos de una completa libertad de expresión.

Uta, nunca tuvimos tanta libertades. “Lo bueno no se cuenta”. Se nos escapa que vivimos en Arcadia, nomás por andarnos fijando en lo malo. Bien enseñan los de la burbuja: hay que permanecer positivos, felices con lo que se tiene, el cielo es el límite (que se oye más padre en inglés, por eso sus códigos y mantras vienen en puro English).

III.

En lo que aprendemos a disfrutar de todas estas libertades maravillosas, tenemos que lidiar con algunos detallitos. Inexplicablemente, si acaso somos tan libres, nos están matando por buscar y denunciar a los que mataron a nuestras hijas, por defender un bosque, un río, una loma, un desierto, una selva, un poblado. Por estorbar el paso a las mineras, los aeropuertos, los rascacielos, las autopistas o las agroindustrias nos desalojan a la fuerza, nos timan, nos amenazan, y si respingamos nos gasean, madrean o encarcelan. Más los muertos, que nunca faltan.

En una sociedad donde todo tiene precio, uno paga derecho de piso hasta por respirar. Porque la inconformidad y la denuncia reciben castigo, sea por agentes del Estado que no quieren protestas ni denuncias, sea por criminales que no toleran las “lenguas largas”. Están matando periodistas y defensores comunitarios; también madres que alzan la voz de su dolor y campesinos que se niegan a “cooperar”.

Matan las voces que les viene la gana para que los demás aprendan a callar. O deberían, porque no todos escarmientan.

La combinación letal de grupos y cárteles dominando territorios, y la militarización del país, buscaron silenciar y paralizar a los yaquis y los atenquenses, los nahuas y ñuu savi en Guerrero, los zapatistas de Chiapas, los wixárikas, purépechas, rarámuri, tepehuanos, ñhañhu y más; a los pobladores mestizos de Durango, Sinaloa, Tamaulipas, Coahuila, la Tierra Caliente, Colima, Jalisco, Veracruz. La guerra de Calderón impidió al Congreso Nacional Indígena (CNI) moverse y reunirse durante más de un lustro, hasta que el propio CNI rompió el cerco.

¿A cuántos más van a matar o encarcelar por alzar la voz y pronunciar con las manos la palabra libertad? ¿Por rimarla con la verdad y defenderla con su vida? ¿Tendrán que matarnos a todos los que no nos queremos callar, como ironizaba crudamente Javier Valdez antes de que lo ejecutarán unos tipos de parte de quién? Como escribe hoy mismo Gloria Muñoz Ramírez: “La presión mundial debe traernos expertos de organismos internacionales que acaben con la impunidad, brigadas de observación de defensores de derechos humanos y de periodistas de todo el mundo, relatores de la CIDH y de la ONU que documenten el horror e implementen mecanismos de protección porque nosotros, nosotras, no le vamos a bajar ni tantito”.

Con unos cuantos imprudentes que no aprendan a callar, el silencio no habrá triunfado, la muerte tendrá rival y para la libertad todavía existirá oportunidad. No les vamos a permitir que crean que de esto ya no hay.

Para Miroslava Breach, Javier Valdés y Sergio Ocampo, compañeros jornaleros.