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Rebelión negra y popular en Buenaventura

Raúl Zibechi :: 13.06.17

Buenaventura es el principal puerto sobre el océano Pacífico, eje del voluminoso comercio con Asia. La ciudad es el epicentro del movimiento negro colombiano, donde la población negra viene realizando movilizaciones importantes, en un período de alza de luchas orientadas por el Proceso de Comunidades Negras (PCN) y otras organizaciones étnico- territoriales.

Raúl Zibechi

12 junio 2017
Rebelión negra y popular en Buenaventura
https://desinformemonos.org/rebelion-negra-popular-buenaventura/

El 16 de mayo comenzó un paro cívico en la ciudad colombiana de Buenaventura, poblada en su inmensa mayoría por afrocolombianos. Durante estas tres semanas la represión ha sido la única respuesta del gobierno a demandas bien sencillas, focalizadas en la escandalosa falta de agua que sufre una población pobre, esclavizada y discriminada durante siglos.

Buenaventura es el principal puerto sobre el océano Pacífico, eje del voluminoso comercio con Asia. La ciudad es el epicentro del movimiento negro colombiano, donde la población negra viene realizando movilizaciones importantes, en un período de alza de luchas orientadas por el Proceso de Comunidades Negras (PCN) y otras organizaciones étnico- territoriales.

El levantamiento actual comenzó con paralizaciones de actividades y del comercio, cortes de calles y barricadas, concentraciones pacíficas a las que Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) respondió con violencia militarizando la ciudad. Tres días después de comenzado el paro, el 19 de mayo, 3.000 uniformados ocuparon la ciudad agrediendo a sus habitantes y reprimiendo toda protesta.

El objetivo es recuperar la operación del puerto que ha sido afectada por el paro. La represión fue respondida por una parte de la población con saqueos de comercios que en algunos casos fueron impedidos por los propios pobladores (formando cordones humanos) para no dar argumentos a la represión.

La movilización fue convocada bajo el lema “Paro cívico para vivir con dignidad y paz en el territorio”, porque la población vive bajo una triple emergencia social, económica y ecológica ya que sufre graves problemas de agua potable, saneamiento básico, educación y falta de hospital en una ciudad de más de 200.00 habitantes.

Como señala un manifiesto de organizaciones locales, además de la muerte de un estudiante, han sufrido ataques del ESMAD que “ha incursionado en los barrios lanzando gases lacrimógenos al interior de las casas, como sucedió en la madrugada del 26 de mayo, del cual resultaron afectados severamente niños recién nacidos, entre muchas otras personas adultas y jóvenes heridos por las balas de goma”.

Las organizaciones populares aseguran que se ha tratado a la población como si fuera una guerra y estuvieran enfrentados actores armados, sin capacidad de negociación por parte del gobierno pero descargando al aparato represivo en su contra.

A mi modo de ver, la situación que se vive en Buenaventura refleja dos graves problemas actuales en Colombia.

Por un lado, la fragilidad del proceso de paz se evidencia en la incapacidad del Estado de atender demandas sociales largamente postergadas. La población de Buenaventura soporta un calvario con la escasez y la contaminación del agua, haciendo muy penosa la vida cotidiana. Para esos millones de colombianos el proceso de paz no les ha dejado nada, más que represión y militarización de sus pueblos y barrios.

Por otro, las demandas de los pueblos más oprimidos (indios y negros) están abriendo una nueva coyuntura política, en la cual la polarización guerrilla-Estado pasa a un segundo lugar. Esa contradicción que dominó la escena colombiana durante más de medio siglo, está cediendo paso a las más diversas luchas de clases, que pueden resumirse en el conflicto entre los de abajo y los de arriba.

Por un lado, ganaderos, empresarios rurales y urbanos, liderados por el sector financiero, militares y paramilitares con negocios ilegales (como la minería informal y el narcotráfico), conforman el polo que se ha beneficiado con la guerra acumulando millones de hectáreas de tierras robadas a los campesinos.

Por el otro, se va conformando un amplio abanico de luchas populares: pueblos que resisten a la minería y consiguen victorias parciales; la larga lucha indígena focalizada en el Cauca, que pugna por romper la cooptación y domesticación promovidas por la Constitución de 1991; la re-emergencia del campesinado que lucha contra las consecuencias devastadoras del TLC con Estados Unidos (cafeteros, paperos, y una larga lista de dignidades en lucha); camioneros y maestros, estudiantes y mujeres, entre muchas otras.

A todas ellas, que han ido escalando procesos en la última década, deben sumarse ahora las luchas del pueblo negro. Luchas que venían despuntando desde que en 2008 los cortadores de caña de Valle del Cauca se sumaron a la Minga indígena que ese año recorrió medio país y parió el Congreso de los Pueblos, la mayor y más diversa coordinación de procesos populares. El año pasado, la lucha negra protagonizó una espectacular toma de Buenaventura, paralizando el estratégico puerto del Pacífico.

El paro cívico en curso coloca al pueblo negro colombiano, entre el 10 y el 15% de la población del país (de 5 a 8 millones de personas), en el centro del escenario de luchas. Cuando ese pueblo pelea por construirse como sujeto autónomo, superando enormes dificultades externas e internas, es el momento de la solidaridad incondicional. Una solidaridad que sea capaz de superar un racismo de cinco siglos, incrustado como sentido común incluso en las izquierdas.


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