Debate de un anarquista con Zibechi

Es extraño que Clavijo, del movimiento anarquista uruguayo, haya tomado uno de los peores y tristes textos de Zibechi para lanzar una lluvia de las verdades anarquistas y de cuan claros están los anarquistas en general (no lo digo yo, sino Clavijo).



Debate de un anarquista con Zibechi

Por Jaime Yovanovic (Profesor J)

Es extraño que Clavijo, del movimiento anarquista uruguayo, haya tomado uno de los peores y tristes textos de Zibechi para lanzar una lluvia de las verdades anarquistas y de cuan claros están los anarquistas en general (no lo digo yo, sino Clavijo).

Zibechi representa una nueva mirada que se extiende por el continente de autores, teóricos, investigadores e intelectuales que han ido rompiendo con la teoría y práctica del marxismo, no de Marx, de destinar sus esfuerzos a la lucha por el poder y no al comun-ismo, sólo que Zibechi aún no consigue despegarse del leninismo o estatismo de la segunda fase de Marx y en muchos textos no necesita hablar del asunto y le ha ido bien, pues ha señalado nuevos elementos que han ido surgiendo en el continente en relación con las dinámicas emancipadoras, sin embargo cuando analiza lo sucedido con lenin y los bolcheviques, se cae estrepitosamente, pues levanta solamente una apología positivista carente de fundamentos.

Tal vez aprovechando la debilidad del texto, este anarquista imaginó que era el momento de salirle al paso al nuevo analista que se ha negado a plegarse a las filas anarquistas a pesar de tener una buena cantidad de críticas y reflexiones cuya coincidencia con las críticas anarquistas son tan evidentes que tal vez allí está la necesidad de atacarle teóricamente. Veamos primeramente el texto de Zibechi anotando algunas de nuestras diferencias y luego vayamos a escarbar el texto de Clavijo:

El Estado (colonial) y la revolución
Raúl Zibechi
Publicado en el diario mexicano La Jornada
Ha transcurrido un siglo desde que Lenin escribiera una de las piezas más importantes del pensamiento crítico: El Estado y la revolución. La obra fue escrita entre las dos revoluciones de 1917, la de febrero que acabó con el zarismo, y la de octubre que llevó a los soviets al poder. Se trata de la reconstrucción del pensamiento de Marx y Engels sobre el Estado, que estaba siendo menoscabado por las tendencias hegemónicas en las izquierdas de aquel momento.
Las principales ideas que surgen del texto son básicamente dos. El Estado es un órgano de dominación de una clase, por lo que no es apropiado hablar de Estado libre o popular. La revolución debe destruir el Estado burgués y remplazarlo por el Estado proletario que, en rigor, ya no es un verdadero Estado, puesto que ha demolido el aparato burocrático-militar (la burocracia y el ejército regular) que son sustituidos por funcionarios públicos electos y revocables y el armamento del pueblo, respectivamente.
Este no-verdadero-Estado comienza un lento proceso de extinción, cuestión que Lenin recoge de Marx y actualiza. En polémica con los anarquistas, los marxistas sostuvieron que el Estado tal como lo conocemos no puede desparecer ni extinguirse, sólo cabe destruirlo. Pero el no-Estado que lo sustituye, que ya no cuenta ni con ejército ni con burocracia permanentes, sí puede comenzar a desaparecer como órgano de poder-sobre, en la medida que las clases tienden también a desaparecer.
La Comuna de París era en aquellos años el ejemplo predilecto. Según Lenin, en la comuna el órgano de represión es la mayoría de la población y no una minoría, como siempre fue el caso bajo la esclavitud, la servidumbre y la esclavitud asalariada.
Véase el énfasis de aquellos revolucionarios en destruir el corazón del aparato estatal. Recordemos que Marx, en su balance sobre la comuna, sostuvo que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión del aparato estatal existente y ponerlo en marcha para sus propios fines.
Hasta aquí una brevísima reconstrucción del pensamiento crítico sobre el Estado. En adelante, debemos considerar que se trata de reflexiones sobre los estados europeos, en los países más desarrollados del mundo que eran, a la vez, naciones imperiales.
Comentamos:
Como puede verse, Zibechi se ha quedado sin descubrir la farsa de Engels y de Lenin sobre lo escrito por Marx respecto a la comuna de París. Esa insuficiencia ha sido la fuente de muchos errores y desviaciones oportunistas de los marxistas como Lenin, más preocupados por la defensa del estado y le economía capitalista que el avance al comun-ismo.
En su libro “El Estado y la revolución” Lenin dice que se orienta por los escritos de Marx y Engels de la Comuna, lo que es falso, pero no puede ser aceptado por la nomenklatura, ya que se vendría abajo su argumentación forzada que oculta el ansia de poder y además se enojarían Borón y Sader, los Popes de la teoría marxista del estado en nuestro continente. Lenin no sigue a Marx, sino las interpretaciones que Engels hace de Marx en la introducción escrita después de la muerte del autor del libro “La guerra civil en Francia”. Usted sólo tiene que ir a ver esa introducción y sorprenderse que Engels diga muy suelto de cuerpo “A Marx hay que interpretarlo” (cosas que nunca hizo en vida del autor, por lo que su oportunismo raya con el cinismo) y va tomando algunas de sus frases claves para darlas vuelta. Insisto, léalo usted mismo, no me haga caso a mi, y sea de los que aceptan que a Marx “hay que interpretarlo” o ponga eso en duda y arme su propio mono con las palabras de Marx sin la famosa “interpretación”.

Sólo anoto dos y haga el esfuerzo de estudiar usted mismo el resto y no tragar la biblia en manuales:

Marx dice: “La comuna cumple las funciones del estado”. O sea, ya no es el estado, es otra cosa, con lo que rompe con la tradición jacobina, la que Lenin como burlándose escribe en “El estado y la revolución”: “yo soy jacobino”, que se entiende como contrario a la democracia asamblearia estilo ágora griega, sino favorable a la representación, delegación, transferencia del poder y de la soberanía popular, el soberano no tiene soberanía, que es meramente titular, pues se ontologiza en el acto de la delegación jacobina. De allí que la consigna mayoritaria del congreso de los soviets “todo el poder a los soviets”, se correspondía con la idea de Marx de comuna o consejo en vez de delegación e instalación de delegados en una estructura superior separada del pueblo, como el parlamento burgués, por lo que Lenin “interpretó” astutamente gracias a su vocación jacobina, que de los delegados locales de cada soviets, debían salir otros más arriba hacia el soviet supremo, invento que no había sido debatido en el congreso de todos los soviets de Rusia, pero los bolcheviques lo impusieron a la fuerza y de manera autoritaria en los diferentes soviets que se negaban, en algo parecido a lo que hace el estalinismo madurista en Venezuela.
Lenin lo que hizo fue seguir la “interpretación” engelista que negó la frase de Marx sosteniendo que la comuna es “la forma” que asume el estado. Malabarismo literario para imponer de vuelta el estatismo que Marx había abandonado tras la comuna.
La segunda interpretación fue sobre la frase de Marx: “no se necesita un ejército profesional, bastando el pueblo en armas”, a lo que Engel sostiene con desparpajo (véalo usted mismo, busque el libro) “si se necesita el ejército profesional”, lo que permitió a Lenin y Troski reclutar a los oficiales zaristas, entre ellos los que los marineros de Kronstadt se habían sacado de encima y estaban implementando otros modos de hacer funcionar el brazo armado del soviet y que conste que si bien habían anarquistas en el soviet de Kronstadt, habían varios partidos que no aceptaban la hegemonía estatista jacobina que presionaban los bolcheviques.
Zibechi pasa por encima de la historia, se adscribe al paradigma marxista y se pliega al leninismo estatista seguidor de Engels, que puso nombre “marxismo” a las ideas de Marx cuando el autor ya había fallecido, fue en su funeral que puso ese nombre, a sabiendas que Marx le insistió en que “marxismo no” y “yo no soy marxista”, y así Lenin, el engelista number one, escribió su manual que encierra a Marx: “Las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”.
Sigue Zibechi:
En América Latina la construcción de los estados-nación fue bien diferente. Estamos ante estados que fueron creados contra y sobre las mayorías indias, negras y mestizas, como órganos de represión de clase (al igual que en Europa), pero además y superpuesto, como órganos de dominación de una raza sobre otras. En suma, no sólo fueron creados para asegurar la explotación y extracción de plusvalor, sino para consolidar el eje racial como nudo de la dominación.
En la mayor parte de los países latinoamericanos, los administradores del Estado-nación (tanto las burocracias civiles como las militares) son personas blancas que despojan y oprimen violentamente a las mayorías indias, negras y mestizas. Este doble eje, clasista y racista, de los estados nacidos con las independencias no sólo no modifica los análisis de Marx y Lenin, sino que los coloca en un punto distinto: la dominación estatal no puede sino ejercerse mediante la violencia racista y de clase.
Si aquellos consideraban al Estado como un parásito adherido al cuerpo de la sociedad, en América Latina no sólo parasita (figura que remite a la explotación), sino que es una máquina asesina, como lo muestra la historia de cinco siglos. Una maquinaria que ha unificado los intereses de una clase que es, a la vez, económicamente y racialmente dominante.
Comentamos: La pseudo independencia no sólo instala el estado, sino que este aparato garantiza la continuidad de la colonización asumida en manos de la oligarquía de la tierra que requería destinar capitales desde la agricultura hacia la minería y la industria.
Sigue Zibechi:
Llegados a este punto, quisiera hacer algunas consideraciones de actualidad.
La primera, es que la realidad del mundo ha cambiado en el siglo anterior, pero esos cambios no han modificado el papel del Estado. Más aún, podemos decir que vivimos bajo un régimen donde los estados están al servicio de la cuarta guerra mundial contra los pueblos. O sea, los estados le hacen la guerra a los pueblos; no estamos ante una desviación sino ante una realidad de carácter estructural.
La segunda es que, tratándose de destruir el aparato estatal, puede argumentarse (con razón) que los sectores populares no tenemos la fuerza suficiente para hacerlo, por lo menos en la inmensa mayoría de los países. Por eso, buena parte de las revoluciones son hijas de la guerra, momento en el cual los estados colapsan y se debilitan en extremo, como sucede en Siria. En esos momentos, surgen experiencias como la de los kurdos en Rojava.
No tener la fuerza suficiente, no quiere decir que deba darse por bueno ocupar el aparato estatal sin destruir sus núcleos de poder civil y militar. Todos los gobiernos progresistas (los pasados, los actuales y los que vendrán) no tienen otra política hacia los ejércitos que mantenerlos como están, intocables, porque ni siquiera sueñan con entrar en conflicto con ellos.
El problema es que ambas burocracias (pero en particular la militar) no pueden transformarse desde dentro ni de forma gradual. Suele decirse que las fuerzas armadas están subordinadas al poder civil. No es cierto, tienen sus propios intereses y mandan, aún en los países más democráticos. En Uruguay, por poner un ejemplo, los militares impidieron hasta hoy que se conozca la verdad sobre los desaparecidos y las torturas. Tanto el actual presidente, Tabaré Vázquez, como el anterior, José Mujica, se subordinaron a los militares.
Es muy poco serio pretender llegar al gobierno sin una política clara hacia las burocracias civil y militar. Las más de las veces, las izquierdas electorales eluden la cuestión, esconden la cabeza como el avestruz. Luego hacen gala de un pragmatismo sin límites.
Entonces, ¿qué hacer cuando no hay fuerza para derrotarlos?
Los kurdos y los zapatistas, además de los mapuche y los nasa, optaron por otro camino: armarse como pueblos, a veces con armas de fuego y otras veces con armas simbólicas como los bastones de mando. No es cuestión de técnica militar sino de disposición de ánimo.
Comentamos:
Las experiencias que nombra no han ido detrás del estado, ni para ocuparlo ni para destruirlo. Zibechi esconde o aún no ha alcanzado a comprender, dado su lastre leninista, que esas experiencias vistoriosas o de avanzado, lo que sido justamente por lo contrario: han hecho abstracción del estado, ni a favor ni en contra, a lo más mediante la autodefensa en el caso de las agresiones.

Veamos ahora las opiniones de un anarquista que parece representar a más anarquistas organizados del Uruguay:

03-07-2017

Acerca del artículo de Raúl Zibechi “El estado (colonial) y la revolución”

Nathaniel Clavijo
Rebelión

Nos llama la atención que un periodista tan culto y atento a los movimientos sociales y a su historia, sostenga que la principal crítica hacia el Estado provenga del marxismo, tanto del pensamiento de Carlos Marx y Lenin. Incluso sostiene que los marxistas planteaban la destrucción del Estado, no su desaparición o extinción.
Comentamos: También extraña que aún queden anarquistas que confunden o mezclan intencionalmente a Marx con el marxismo, pues Marx se salío del estatismo y asumió el comun-ismo, el común, la comuna, la comunidad, las formas de vida comunitaria, 11 años antes de fallecer, justamente tras su reflexión sobre las experiencias de la comuna de París, donde los anarquistas dicen haber sido protagonistas, pero tuvieron serias contradicciones y encontrones con los blanquistas que eligieron la mayoría de los delegados. Los blanquistas tenían puntos de similitudes con los luddistas, pero en general representaban los remanentes de la cultura comunitaria del campesinado no debidamente proletarizado o disciplinado, por lo que Marx de manera muy sabia dice que “los obreros no necesitan un programa acabado, bastando el vago anhelo de la república social” anotación preciosa que no guarda relación con el racionalismo anarquista ni el estatismo “marxista” del engelismo-leninismo.
Sigue Clavijo:
Con ello desconoce el corazón del debate entre marxistas y anarquistas, específicamente entre Marx y Bakunin. Mientras Marx planteaba la necesidad de tomar el poder del Estado a través de la “dictadura del proletariado”, Bakunin sostenía que el Estado -todo Estado- debía ser destruido e instalarse en su lugar una organización social “de abajo a arriba”, federalista.

Comentamos:
Aquí el joven desconoce o esconde que Marx había modificado su manera de entender el estado, de modo que baste lo dicho anteriormente.
Sigue Clavijo:
“Poned al obrero más rojo en el Zar de todas las Rusias, y será peor que el propio Zar”. Esta célebre frase fue dicha por Mijail Bakunin en respuesta a la propuesta estatista de Marx. Es más, justamente la corriente marxista fue tildada de “socialista autoritaria” a raíz de su concepción estatista y dictatorial y en cambio, la concepción anarquista fue llamada “socialista revolucionaria”. Es curioso que hechos tan conocidos no sean mencionados o tergiversados en el artículo en cuestión.
No fue Marx -y muchos menos Engels- y ningún miembro de la corriente marxista en todas sus variantes, crítico del Estado. La vía para acceder al poder era el Estado, como si el poder fuera un objeto que se pudiera tomar y no un conjunto de relaciones que circulan por la sociedad, como lo ha señalado Michel Foucault.
Es más, prácticamente todas las corrientes marxistas reconocen en las elecciones una táctica válida (o estrategia en la mayoría de los casos) para acceder al control coyuntural del Estado y realizar algunas reformas o modificaciones a ciertas políticas. Fue justamente el anarquismo quien ha criticado las elecciones como un engaño y un medio para mantener en el poder a los de siempre, generando una ficción de participación y democracia. Esta critica radica en el profundo rechazo a la concepción estatal.
Fue justamente Lenin, quien en “El Estado y la Revolución” (título tomado de otro libro de otro autor socialista) intenta mantenerse a flote de una concepción dual: destrucción/conservación del Estado, sosteniendo que éste debe ser abolido. Una lectura a cualquier capítulo del libro nos lleva a encontrar múltiples contradicciones en el planteo de Lenin, quien si bien sostiene que el Estado es un instrumento de dominación de clase, debe ser “tomado” en el período de transición por el Partido (ya no por la clase) para reorganizar la sociedad, y luego lentamente se irá extinguiendo. ¡Qué extraña formulación! Es necesario conservar un organismo de dominación de una clase sobre otra para lograr la abolición de las clases y la felicidad humana!!!
Comentamos: Sigue solamente la batalla eterna entre quienes son los buenos y quienes los malos, quienes son la mejor vanguardia y quienes los mejores dirigentes del pueblo. Zibecho por sacar ese leninismo estatista se ganó una pelea que ya no tiene sentido, pero ese compa anarquista necesita reavivarla, lo que nos dice quer no les está yendo muy bien en Uruguay en su afanes vanguardistas por “destruir” el estado, una tontería, puesto que del estado se instala sobre el fracccionamiento individualista de la solciedad y por más que los anarquistas y quien sea organicen grupos y experiencias, su esperanza de que sean la mayoría anarqusitas antes que se caiga el estado es un tanto forzada, pues si lo destruyen ahora no habrá quien quiera estar con quien, por eso que resulta más práctico instalar formas de vida compartida que con o sin estado vayan expandiendo el ejemplo del buen vivir y del cambio civilizatorio desde abajo, en vez de onsersionarde y obsesionar a la población conla “destrucción del enemigo estado”, siendo mucho mejor “construir” otra civilización mediante el despliegue de la potencia social, pero ellos son de los que necesitan “enemigos” y la multiplicación del odio.
Sigue Clavijo:
El libro “El Estado y la Revolución” de Lenin fue realizado en base a “La guerra civil en Francia” de Carlos Marx, sin duda su obra más libertaria. Allí Marx se plantea que la “Comuna” -con la experiencia fresca de la Comuna de París- es la forma organizativa más adecuada para la construcción de una sociedad socialista. Pero como señala Arthur Lehning en “Marxismo y Anarquismo en la Revolución Rusa”, fue Lenin quien retocó el texto de Marx y le hizo decir cosas a Marx que no están escritas en dicho libro, es decir, realizó un plagio para justificar esa navegación a la deriva en que estaba envuelto Lenin y su partido. Todo ello puede ser consultado en dicha obra.
Comentamos: Hay que resaltar que este compa reconoce, aunque sólo porque lo dice un autor y no podía haberlo visto él mismo, como buen anarquista dogmático a diferencia de otros anarquistas comunitarios, que Lenin jugó con Martx como quizo, pero hace falta ver el papel nefasto de Engels que fue quien escribió las tonteríads que llevaron a Lenin a abandonar as Marx y seguir como que lo sigue tras el marxismo.
Sigue Clavijo:
Pero más aún nos llama la atención, el desconocimiento profundo que evidencia Zibechi respecto a la obra de Bakunin. Y eso que fue uno de los expositores en una actividad de conmemoración de los 200 años del nacimiento de esta figura revolucionaria. Bakunin -y todos los anarquistas- han criticado con dureza al Estado y han rechazado la vía estatal para transformar la sociedad. Ese es un punto identitario del anarquismo; todas sus corrientes lo comparten.
Por eso no entendemos por qué Zibechi se empeña en buscar en el marxismo la crítica al Estado, algo que no existió prácticamente en dicha corriente, salvo algunas contadísimas y breves excepciones. Habría que esperar a Nicos Poulantzas para que dicha corriente realizara un interesante estudio sobre el Estado y lo entendiera como una de las estructuras del sistema, que interrelacionadas con otras, generan la estructura de clases de la sociedad.
Sin quitarle mérito al griego, ello ya había sido planteado por el anarquismo en el siglo XIX, desde Proudhon, luego Bakunin, Kropotkin y Malatesta, habían señalado que el Estado es fuente de privilegios y que produce y reproduce las clases sociales.
Sería bueno buscar las respuestas en los lugares correctos y no estar como exégetas analizando la filigrana en los “textos sagrados” de maestros, cuyas propuestas el desarrollo histórico ha descalificado como inválidas e inviables. El socialismo libertario tiene mucho para decir y ya ha dicho bastante. Es más, las experiencias puntuales de socialización que se han desarrollado han sido de la mano del anarquismo. Creemos que con las colectivizaciones de España alcanza como botón de muestra.
Pero también podríamos mencionar que muchos luchadores a lo largo del mundo han buscado en el anarquismo respuestas. Tal el caso de Abdullah Ocalan, líder del PKK Kurdo, preso hace 18 años, quien buscó en Murray Boochkin, teórico del anarquismo y la ecología social, respuestas que el marxismo- leninismo no podía brindarle a la lucha del pueblo kurdo. Ese modelo ya se había desgastado.
Nathaniel Clavijo, militante de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU).
Conclusión: Zibechi se ganó el palo, por arrastrar figuras de yeso, pero el otro se ha mostrado sumamente sectario y reacio a entender que Zibechi está haciendo un camino por fuera del anarquista y así poco a poco irá abandonando el leninismo y el marxismo para descbrir que Marx no era perfecto como Bakunin, pero iba cambiando sus metodologías de interpretación hasta llegar al común, su sueño del comun-ismo.

Jaime Yovanovic (Profesor J)
unlibre@gmail.com