El deber de América Latina es combatir las mafias del poder

El escritor ha sido un defensor de lo que fue el chavismo en sus ideales y planteamientos primerizos, pero no ha dejado de criticar a Nicolás Maduro.



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«Señor presidente:

Hugo Chávez es el hombre más grande y el político más visionario que ha tenido América Latina en las últimas décadas (…) la revolución bolivariana tiene más logros que mostrar en favor de la gente humilde de Venezuela que cien años de gobiernos liberales. Pero las revoluciones tienen sus pausas y sus reveses. Forma parte natural de su maduración (…)», con este argumento, el escritor colombiano William Ospina, se dirigió públicamente a través de una carta al presidente venezolano, Nicolás Maduro, para manifestarle su desacuerdo con la manera cómo éste había impedido de forma antidemocrática que el legado de Chávez continuara su curso.

En dicha carta, Ospina le expresaba a Maduro su propuesta de abrir un proceso de elecciones libres y, por supuesto, con garantías democráticas en Venezuela. «Si la oposición ganara en las elecciones siguientes, tendría que mantener buena parte de las políticas de la revolución: en caso contrario el pueblo comprenderá muy pronto sus verdaderas intenciones y se impondrá más abrumadoramente que antes. (…) El chavismo no debe cometer el error de aferrarse innecesariamente a unos cargos que sólo valen si son indiscutibles».

Tras la publicación de la carta en el diario ‘El Espectador’, Ospina enfrentó una lluvia de críticas. En esta entrevista, el escritor colombiano habla sobre Chávez y Maduro, pero también, por supuesto, sobre su literatura, sobre todo, acerca de su poética al escribir que es, como él lo dice, su forma de estar en el mundo.

Usted resalta a escritores como Lord Byron, Edgar Allan Poe, León Tolstói, Charles Dickens, Emily Dickinson, como fuentes de su admiración ¿Qué pasa con los latinoamericanos?
Para mí los latinoamericanos han sido los autores fundamentales. En primer lugar Borges, que ha reinventado nuestra lengua, y con ella una manera de asumir el mundo físico, la historia y los reinos de la imaginación. Su sintaxis marcada por la perplejidad, su ritmo guiado por la lucidez y la pasión, su estilo hecho de rigor, conocimiento, humor y paradojas, hacen de sus obras a la vez filosofía y ficción, aventura mental y poesía. Pero al lado de Borges está toda la poesía de Neruda, que fue varios poetas a la vez: un poeta del amor, un poeta experimental, un poeta social, un magnífico poeta de la naturaleza y un admirable poeta de la sencillez de la vida cotidiana. También García Márquez, la voz de un continente, cuya prosa embrujada atrapa al lector y no lo suelta; Juan Rulfo, con esas historias breves y llenas de fulgor como diamantes tallados; Alfonso Reyes, nuestro cordón con la tradición grecolatina; Rubén Darío, que modeló primero la lengua con la que ellos después se apoderaron del mundo. Y tres poetas colombianos: Porfirio Barba Jacob, el más sabio; Aurelio Arturo, el más melodioso; y León de Greiff, el más travieso.

«La poesía es el primer deber de la literatura, y debe estar por igual en las novelas, en los cuentos, en las canciones, e incluso en el vivir no verbal»

En su novela El país de la Canela (Premio Rómulo Gallegos) usted hace una lectura crítica de la colonización europea en América. En un tiempo en el que el eurocentrismo vuelve a estar en el foco, con la llegada de partidos de ultraderecha xenófoba al poder, ¿Qué opinión le merece el continente europeo?
Europa es un modelo muy coherente de civilización, y nosotros no podemos entendernos sin ella. Pero sus aventuras colonizadoras fueron atroces, aunque las atenuó su hondo rastro cultural. Nos trajeron una lengua maravillosa a la que en cinco siglos hemos domado y enriquecido; una idea de la divinidad que estamos empezando a comprender, y que un día fusionaremos con las magias de la naturaleza americana. Cristo dialogará con la selva y con la cordillera; las diosas de la tierra le dirán a Europa algunas cosas que ese continente hace tiempo olvidó. Fue un norteamericano, Henry David Thoreau, quien dijo que los mitos de Europa nos han ayudado a entender el mundo y han acompañado nuestro pasado, pero que para el porvenir, tal vez, la civilización necesitará más los mitos del Orinoco y del Amazonas.

Usted es del Tolima, no es un escritor de la capital y la sociedad cerrada de Bogotá. ¿Cree en la necesidad de tener raíces como escritor?
En el mundo actual cada vez tenemos más raíces, ya nadie pertenece exclusivamente a una cultura local. La globalización de verdad se ha abierto camino: ya somos parte de la humanidad. Hay ritos hindúes, cantos griegos, ideas francesas, inventos norteamericanos, poemas africanos, sones cubanos, mitos amazónicos, novelas rusas, que nos pertenecen a todos. Y eso no impide que haya unos ríos amados, unas aldeas escondidas en la niebla que le siguen hablando a nuestra infancia, giros del lenguaje que nos vuelven a ciertas tardes y a ciertos árboles, pájaros que saben nuestros secretos.

Entre y la poesía y la novela ¿con cuál se queda? Aunque su lenguaje narrativo es muy poético.
Para mí hay una diferencia entre la prosa y el verso, pero todo necesita poesía. La poesía es el primer deber de la literatura, y debe estar por igual en las novelas, en los cuentos, en las canciones, e incluso en el vivir no verbal. Finalmente la poesía es una manera de estar en el mundo, tiene que ver con el asombro del vivir, con la proximidad de lo divino como quería Hölderlin, con el arte de agradecer y de celebrar, como quería Rilke.

«La lógica necesaria es la de la poesía: dice que lo desconocido siempre será lo fundamental»

Usted ha tratado al ser humano como epicentro de sus novelas. «Un animal absurdo que necesita lógica» llamaba Antonio Machado al ser humano. ¿Cuál es la lógica que ha encontrado para sobrellevar la vida?
El mundo no es absurdo sino mágico. La razón nos hace pensar que todo es explicable, que todo, alguna vez, será explicado. Pero necesitamos no sólo entender sino sentir y agradecer el mundo. La lógica necesaria es la de la poesía: dice que lo desconocido siempre será lo fundamental, que en el desierto abundan los granos de oro, que la hierba y el agua y la muerte son grandes milagros.

¿Con qué aspecto del ser humano se siente más inconforme?
Creo que con el egoísmo, con la falta de amor. El que no ama el mundo no se ama a sí mismo, y el egoísmo es un lastimoso signo de pobreza.

Usted ha participado en la Feria del Libro de Bogotá. En su opinión, ¿Qué le falta a esta Feria? ¿Qué le sobra?
Le falta ser una Feria, es decir, no una venta de libros para beneficio de las editoriales sino una muestra de libros, una tentación cultural, una fiesta del lenguaje y de la imaginación, en beneficio de la sociedad, empezando por los que leen poco. Eso sería un gran negocio a la larga para las editoriales, pero, ahora, todo lo rige un cálculo mezquino. La Feria, sin embargo, ha crecido y despierta cada vez más entusiasmo entre los jóvenes. Ojalá alguien comprenda que ampliar el número de lectores es un buen negocio pero también es una buena idea.

¿Qué está escribiendo ahora?
Iba a ser una novela sobre el viaje de Alexander von Humboldt por América, pero se ha ido volviendo otras cosas: una novela sobre el paso de la Ilustración al romanticismo, sobre el polen de las revoluciones, sobre el amor y su capacidad de desviar el destino de los seres humanos, sobre los secretos de los seres demasiado públicos, sobre la fortuna de que no se cumplan nuestros deseos. Creo que Humboldt no logró lo que se proponía, y ese fue su triunfo.

«Toda lucha contra el neoliberalismo es urgente y digna de gratitud. La de Chávez fue alta y generosa»

En sus columnas periodísticas claramente señala que el neoliberalismo es la causa de una sociedad descompuesta. En una carta pública defendió el trabajo de Hugo Chávez ¿Cuál es su opinión de lo que fue la época más socialista de Chávez y la degeneración en la actual Venezuela?
Toda lucha contra el neoliberalismo es urgente y digna de gratitud. La de Chávez fue alta y generosa pero no estuvo libre de errores, porque no hay manuales que hagan infalibles los experimentos históricos. Para mí, es un error pensar que el socialismo se puede decretar desde arriba, pienso que otro modelo de sociedad es algo que hay que construir desde abajo, y sólo funcionará si las grandes mayorías lo asumen como un propósito, porque la felicidad no puede ser obligatoria. Para mí, también, es un error enfrentar la dignificación de los pobres con el deseo de bienestar de las clases medias.

El deber de América Latina es combatir el egoísmo extremo de las mafias del poder y de las élites mezquinas que privatizan todo lo que debería ser de la comunidad. Pero la clase media no puede ser vista como un enemigo del pueblo: ello extravía el norte de aislar a los grandes poderes egoístas que cierran el camino a la dignidad de las gentes humildes.

Creo, igualmente, que hay que apostar por la mayor democracia posible: todo autoritarismo es un error en el camino de construir sociedades reconciliadas y felices. Y hay que trabajar sin descanso en la construcción de una ética del trabajo, de hacer las cosas bien, de merecer lo que recibimos, de construir un modelo de austeridad material altamente compensado por la creatividad, por la salud afectiva y por una veneración whitmaniana hacia el mundo.

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