Venezuela: La Asamblea Des-constituyente

Tras la revolución mexicana el Estado-nación se edificó sobre el cadáver de Emiliano Zapata asesinado.
La burocracia “chavista”, que ha usurpado al pueblo del caracazo y de la revolución bolivariana, pretende consolidar su poder sobre el cadáver de la revolución, usando el cuerpo sin vida de Hugo Chávez.
El gobierno de Nicolás Maduro solo se sostiene por el ejército, la policía, la guardia nacional, los “colectivos” armados para la “defensa” de la revolución, un partido clientelar y los fantasmas convocados por exaltados discursos oficialistas. Se ha despilfarrado el multimillonario ingreso por concepto de renta petrolera; solo una pequeña parte ha sido destinada a las comunas y a las misiones; el resto ha sido usado de manera prebendal para mantener las redes clientelares, además del enriquecimiento de la élite gobernante.
En esta maniobra la revolución bolivariana no está en juego; es más, es la olvidada. Lo que está en juego es el poder mismo; la continuidad de la forma de gubernamentalidad clientelar o su caída. Que se hable de la “revolución bolivariana”, de su “defensa”, es retórica. Pues a única manera de continuar la revolución es seguir adelante, más allá del oficialismo y la “oposición”, más allá de la “izquierda” y la “derecha”, más allá del bien y el mal. Salir del círculo vicioso del poder.



julio 23, 2017
La Asamblea Des-constituyente

Raúl Prada Alcoreza
https://voluntaddepotencia.wordpress.com/2017/07/23/la-asamblea-des-constituyente/

La Asamblea Constituyente supone el poder constituyente, por lo tanto el desenvolvimiento de la potencia social; de ninguna manera el poder constituido. El poder constituyente está sobre el poder constituido, no hay nada por encima del poder constituyente; es decir, el pueblo movilizado. Lo que pasa en la República Bolivariana de Venezuela corresponde a cuando el poder constituido quiere imponerse sobre el poder constituyente, quiere estar encima de la potencia social desenvuelta. Esto no solo es anticonstitucional, sino que es una actitud reaccionaria, contra-revolucionaria, atentatoria de la voluntad popular y de la propia revolución bolivariana. Lo que se hace a nombre de revolución, esto de convocar a una Asamblea Constituyente espuria, es como convocar al pueblo a que asista al entierro de revolución, después de haberla matado; decir en el sepelio que lo que se hace es por la revolución, cuando sobre su cadáver se erige el poder de los asesinos.

No debería sorprendernos que esto ocurra, es parte de la dramática historia insurreccional de América Latina y el Caribe; los Estado-nación en su segundo nacimiento, el histórico político, pues el primer nacimiento fue solamente jurídico-político, las llamadas revoluciones nacional-populares, se erigieron sobre el cadáver del líder revolucionario. Así ocurrió con la revolución mexicana, cuyo desenlace fue el termidor de la revolución; el Estado-nación se edificó sobre el cadáver de Emiliano Zapata asesinado. Éste es como el formato de una trama recurrente, solo que con distintos guiones, actores, discursos y en diferentes contextos.

Asistimos entonces al termidor de la revolución bolivariana. La burocracia “chavista”, que ha usurpado al pueblo del caracazo y de la revolución bolivariana, pretende consolidar su poder sobre el cadáver de la revolución, usando el cuerpo sin vida de Hugo Chávez, para efectuar este recurrente procedimiento del duelo, convertido oficiosamente y gubernamentalmente como si fuese política.

La revolución bolivariana se encuentra escrita en la Constitución de 1999; se encuentra en los multitudinarios cuerpos del pueblo; se encuentra en las transformaciones estructurales e institucionales iniciadas, empero, ralentizadas por la burocracia, para, después, ser detenidas; por último, ingresar a una marcha regresiva, que ahora, se quiere convertir en la realización institucional de la decadencia.

Las “claves” de lo que ocurren en la coyuntura crítica y de crisis múltiple del Estado-nación y de la política instituida en Venezuela, no están en las divagaciones, acertijos, adivinanzas, de los “analistas” políticos, sino en las contradicciones profundas que conlleva toda revolución. Contradicciones que se convierten en dilemas al momento de tomar decisiones y volver a entrar en acción o, en contraste, quedar inhibidos o conformistas; el dilema se puede resumir de la siguiente manera: Seguir, continuar, con la revolución, sin detenerse ante los obstáculos del camino, entre ellos los puestos por la burocracia, que quiere convencer que la revolución ya está hecha y que de lo que se trata es de defenderla, que si falta algo por hacer, lo va a ser la burocracia, no el pueblo, o defender una simulación de revolución, una máscara carnavalesca que pretende hacerse pasar por el rostro de la revolución, cuando es la mueca grotesca de la muerte. Este es el dilema, ser o no ser, como decía el príncipe Hamlet, el personaje de la tragedia de William Shakespeare.

Si se atiende solo a los discursos emitidos por unos y por otros, es imposible comprender lo que sucede o lo que acostumbran publicar los medios de comunicación, dar con las “claves”. Es indispensable no solo observar los hechos y seguir sus secuencias, sino lograr interpretarlos desde la experiencia social política y la memoria social. Una aproximación sería desde la perspectiva histórico-política; lo mejor sería desde las genealogías del poder, en pleno ejercicio, en los espesores de la coyuntura. Se puede decir, que lo que pasa es lo que le ocurre a toda revolución; llega a un punto de inflexión, cuando la misma se institucionaliza, desde donde comienza su regresión, que evidencia las profundas contradicciones del proceso. Por este camino se llega a la decadencia, que es el del círculo vicioso del poder.

La responsabilidad de los pueblos, cuando ocurre este drama recurrente, es continuar con la revolución, continuar la lucha, dejando atrás a los aliados circunstanciales, que son la patética burocracia, que se cree la encarnación inmaculada de la revolución. Burocracia que detiene el curso de la revolución y la culmina no solo institucionalizándola, estatalizándola, sino acabándola con su muerte. Revisando la historia de la revoluciones en la modernidad, podemos corroborar, que, hasta el momento, ningún pueblo ha podido responder a su responsabilidad, salvo la excepción que confirma la regla; aunque lo haya hecho sino de una manera defensiva, enquistándose en una isla, sin poder seguir adelante; pues lo tiene que hacer con todos los pueblos del mundo. La pregunta es: ¿lo podrá hacer el pueblo venezolano, sobre todo, el pueblo nacional-popular, que emerge en el caracazo, que sostiene la revolución bolivariana, que se queda sorprendida ante la evidencia regresiva, que le costó emprender movilizaciones contra el régimen que arrojó el proceso, en la transición definida por la correlación de fuerzas? No lo sabemos, aunque hay atisbos y senderos abiertos por la tercera vía; ni oficialismo ni oposición, sino el pueblo autoconvocado. Se han movilizado sectores de los barrios populares, que ya forman parte de la movilización contra un gobierno clientelar, contra la convocatoria a una Asamblea Des-constituyente, en un conglomerado de movilizaciones, donde juegan un papel destacable las movilizaciones estudiantiles. Se ha pronunciado intelectuales críticos de izquierda, se ha manifestado y posicionado la Fiscal General, se han hecho escuchar chavistas consecuente, que están en contra del chavismo deschavetado, que, efectivamente, es una expresión anti-Chávez, al querer desmantelar la Constitución que el caudillo llevó adelante y la promulgó.

¿Qué pueda pasar? Todo depende de la correlación de fuerzas. El gobierno de Nicolás Maduro solo se sostiene por el ejército, la policía, la guardia nacional, los “colectivos” armados para la “defensa” de la revolución, un partido clientelar y los fantasmas convocados por exaltados discursos oficialistas. Se ha despilfarrado el multimillonario ingreso por concepto de renta petrolera; solo una pequeña parte ha sido destinada a las comunas y a las misiones; el resto ha sido usado de manera prebendal para mantener las redes clientelares, además del enriquecimiento de la élite gobernante. Se ha terminado efectuando una administración pública irresponsable, ocasionando entropía económica, social y política. Se han terminado dando situaciones pasmosas de hiperinflación, causando escases y desabastecimiento. El gobierno ha culpado a la “oposición” de derecha y al “imperialismo” por esta debacle; sin embargo, sus argumentos son insostenibles e indemostrables. No puede explicarse cómo una serie de gestiones, que contaba con el apoyo de la mayoría absoluta, derivó en el descontrol administrativo, además de perder catastróficamente la mayoría en las elecciones legislativas, quedando como minoría; pasando la mayoría absoluta a la “oposición”. Estos resultados pueden explicarse por el voto castigo popular al gobierno de Nicolás Maduro, que ganó las elecciones nacionales, no por mérito propio, sino porque el caudillo, en la antesala de la muerte, pidió al pueblo que lo siguió y apoyó que voten por el candidato oficialista. Fue el afecto al caudillo y la lealtad a la relación con su figura carismática y símbolo paternal, la convocatoria del mito, lo que hizo que el pueblo votara por el candidato oficialista. El mismo que no tardó en perder el halo de prestigio donado por el caudillo ausente. Gracias a la convocatoria del mito, que encarnaba el caudillo, la burocracia se hizo cargo del gobierno; si no hubiera sido por esto otra hubiera sido a historia. Esta burocracia se cree encarnación de la revolución bolivariana, que no la ha hecho; vinieron después. No son esta encarnación que pretenden, en todo caso, sería la encarnación de la decadencia de la revolución.

El chantaje emocional de la burocracia es exigir la “defensa de la revolución bolivariana”, de lo contrario, volver a los gobiernos neoliberales, bajo la férula del “imperialismo”. ¿Qué entienden por “defensa de la revolución”? La defensa del gobierno, la defensa de la versión que tiene de la revolución, versión demasiado estrecha y ligada a la supuesta epopeya de su protagonismo, el de la burocracia; cuando este protagonismo brilla por su ausencia. Están lejos de entender que la defesa de la revolución es una defensa crítica; no una apología. Precisamente es lo que no permiten; están encerrados en una argumentación elemental e indemostrable, que la “defensa de la revolución” es la “defensa” de esta élite que usurpó al pueblo la conducción del proceso.

Este poder constituido, condensado en la forma de gubernamentalidad clientelar, solo encuentra salidas a la crisis política y económica como la de la imposición, con el uso desmesurado de la fuerza. Ya no convence, mucho menos seduce; no convoca, mucho menos transforma, ni siquiera en términos de reforma. Lo que hace es presentar la decadencia como si fuera dedicación encomiable, como si fuera entrega valorable; cuando, mas bien, se trata, de preservar el privilegio que otorga el poder, de mandar, de mantener la forma de gubernamentalidad clientelar y la disponibilidad de fuerzas, usadas para enriquecimiento de la élite, los nuevos ricos, estos nuevos estratos de la burguesía rentista.

No tiene sentido hablar de “izquierda”, en contraste, de “derecha”, en estos casos. No son coordenadas referenciales. Son términos del discurso del chantaje emocional; se las emite para definir mapas imaginarios, donde ellos, la burocracia, es la “izquierda”, desde donde se juzga; los demás, comenzando por la “oposición”, siguiendo el chavismo crítico, la izquierda crítica, son la “derecha”; incluso se han inventado una “derecha posmoderna”. Valga a saber qué es eso. Se trata de un calificativo que busca descalificar, empero, es un calificativo que ellos, los emisores, no entienden. Desconocen el debate sobre la posmodernidad, y tienen la anecdótica idea de encontrar una “derecha posmoderna”. Lo que no se dan cuenta, usando sus elementales esquemas, que ya son la “derecha” efectiva en el gobierno.

Dada la situación crítica en la que se encuentra el gobierno, con más de tres meses de movilización contra la gestión de Maduro y su convocatoria espuria a la Asamblea Constituyente, con la interpelación de la fiscalía general; un gobierno aislado, arrinconado, convertido en una fortaleza para defenderse; resulta inaudita su decisión de continuar con las elecciones para la Asamblea Constituyente. ¿Por qué lo hace? ¿No le queda de otra? ¿Es su último intento para perpetuarse en el poder? Aun cuando esta apuesta sea un riesgo que arrastre al gobierno a un desmoronamiento vertiginoso.

Tal parece que en situaciones parecidas, no se dan, contra toda lógica, respuestas razonables, sino todo lo contrario. Persistir en la decisión desesperada, creyendo encontrar en ella una salida, lo que llama asombrosamente el gobierno, la “paz”. Cuando se trata, mas bien, de la continuidad más intensa de los enfrentamientos. Es cuando, de manera más patente, se confunde la realidad con el imaginario, cuando ya es delirante. Es cuando las estrategias se mueven en el mapa imaginario de la ideología, muy lejos del mapa efectivo del movimiento de las fuerzas. Se lo hace porque se considera que el manejo de la maquinaria estatal, por lo menos, la mayor parte, lo permite. Que el estar en el poder lo permite todo. Se trata de astucia, de habilidad, de chingar – usando este modismo mexicano elocuente – a la “oposición”. Se olvidan que el monopolio del poder que detentan se asienta en una sociedad institucionalizada; no saben que la sociedad institucionalizada tiene como substrato a la sociedad alterativa. Que no pueden escabullir los condicionamientos de la realidad efectiva. El Estado no es nada sin la sociedad institucionalizada.

La Asamblea Constituyente convocada por Nicolás Maduro es el punto de convergencia de los sucesos donde la revolución bolivariana muere. Es el instrumento apócrifo inventado por la burocracia y la forma de gubernamentalidad clientelar para sondear la crisis múltiple del Estado-nación y la política institucionalizada. En esta maniobra la revolución bolivariana no está en juego; es más, es la olvidada. Lo que está en juego es el poder mismo; la continuidad de la forma de gubernamentalidad clientelar o su caída. Que se hable de la “revolución bolivariana”, de su “defensa”, es retórica. Pues a única manera de continuar la revolución es seguir adelante, más allá del oficialismo y la “oposición”, más allá de la “izquierda” y la “derecha”, más allá del bien y el mal. Salir del círculo vicioso del poder.