Poder, contrapoder y no poder (3): La domesticación

31.Dic.04    Análisis y Noticias

Poder, contrapoder y no poder (3): La domesticación

Profesor J

Domesticar viene de “domos”, palabra latina que significa residencia, casa, de allí las palabras domicilio y doméstico, donde esta última denota subordinación al domos, el lugar donde habitat la familia del patriarca, que ejerce la “domínica potestas”, potestad o atributo de señorío. Familia significa conjunto de “fámulus” (Nota: el latín no lleva acentos, los que aquí aparecen son míos para graficar la sonoridad), que eran los siervos o esclavos, y que incluía también a la mujer, los hijos y parientes en el espacio de la unidad reproductiva que garantizaba la continuidad de la unidad productiva, agraria, ganadera, artesanal o comercial, exclusividad del macho que portaba y utilizaba los instrumentos, constituyendo su fuerza física la base de su autoridad (poder) sobre los fámulus. La organización de la propiedad y de la familia hicieron desarrollar las reglas del juego impuestas por los patriarcas: el derecho de familia y el derecho de propiedad, llamados en su conjunto el derecho civil, de la “civis”, el lugar donde habitaban y el orden que se imponía al conjunto de las unidades productivas y las familias. La fundación de Roma fue un acto cívico, de civilidad, de donde viene “civilización”, la modalidad de articularse el poder y las relaciones jurídicas en torno a la propiedad y su complemento, la familia, estructura básica de la sociedad patriarcal.

Así civilizar y domesticar son lo mismo: prácticas de sometimiento vía imposición de poder, se domestica a los siervos y se civiliza a comunidades, de domestica a los que dependen del patriarca y se civiliza a los que dependen o van a depender del conjunto de estos patriarcas, coludidos por el interés común, de ellos, obviamente, no con los siervos, con los que no había nada en común, a no ser la condición de bípedos que debían inclinarse sin mirar a los ojos de la autoridad, rindiendo pleitesía. Las misas y demás ritos religiosos son práctica de lo mismo con una connotación ideológica, donde una figura simbólica de universalización del patriarca lo sustituye para reproducir los actos del sometimiento en forma de autosugestión inducida por la construcción cultural de la imagen patriarcal: el dios, el padre de todos los padres, la punta de la pirámide del poder, o mejor, la representación del poder como sinónimo de bondad, mientras que el que se rebelase sufriría las penas del fuego eterno junto a aquella expresión de la maldad: el demonio, figura mítica del que se había rebelado contra el gran patriarca y por eso es feo, rastrero, mentiroso y huele mal, en fin las tiene todas. Por eso las religiones y las iglesias son tan enfáticas en el cuidado del patriarca y de la “armonía” en la familia. Justifican la domesticación.

La civilización la argumentan los partidos, que, en vez de cielo, prometen el Leviatán o la Utopía, junto a los aparatos armados, encargados de darle palo y balas a los que merecen el infierno, a los malos. Por eso no es de extrañar que los grupos enviados por los conjuntos de patriarcas se llamasen “partidas” y tenían como misión extender la civilización. En Abya Yala, nuestro continente, los invasores se repartían los grupos de prisioneros en la forma de “encomienda” para educarlos, o sea, domesticarlos, y así hacerlos aptos para aceptar vivir sometidos al nuevo orden: la civilización, palabra que siempre se utilizó casi como sinónimo de progreso o evolución y, en la medida que crecían los reinados y los imperios, se habla de la civilzación china, egipcia, azteca, romana o también occidental, escondiendo los ríos de sangre arrojados por los oprimidos como lava de volcán en erupción.

Maquiavelo fue el genio de la civilización, algo así como Von Klausewitz lo fue para la guerra, hay que leer con atención sus escritos para ver allí como se organiza y administra el poder de la civilidad, aunque los guerreristas son lo mismo, pues la guerra es una de las formas de hacer política, y el mismo Maquiavelo escribió «El arte de la guerra» (1519). A pesar de todo ello, o quizás por ello, fue llamado humanista, se le considera el fundador ideológico del Estado moderno y se le ha llamado, no sin razón, el primer clásico moderno en asuntos militares. De qué nos extrañamos si las tropas entran en acción (bien domesticados, dicho sea de paso) cuando los partidos no consiguen ideologizar convenciendo a los oprimidos de las bondades de la utopía que vendrá … Total para qué preocuparse, si después de muertos vamos al cielo donde seremos felices a los pies del trono … hay que ser… Así el cielo y la utopía se apoyan mutuamente para ofrecer continuidad de la vida después de la muerte, por lo que tanto da si no vivimos felices y andamos como Job por la vida. Cuantas generaciones han muerto en pos de la utopía mientras los partidos administran el poder.
¡Cuan estúpidos hemos sido!

El niño viene salvaje al mundo, esto es, en su condición natural, y la familia es la encargada de domesticarlo para que se ajuste a la civilidad. El “pater familias” es la autoridad máxima y la “mater” su segundo al mando que, sin saberlo, canaliza su afecto tranquilizando al retoño golpeado, como el palo y la zanahoria del burro, como el interrogador bueno y el malo, como el profesor maldito tal por cual y la bondadosa profesora llena de ternura. Asquerosas modalidades de desviar y canalizar las sensibilidades naturales -salvajes- hacia la práctica de la domesticación, como los curas que portaban la cruz junto a los disparos de los arcabuces que sesgaban la vida de las gentes de Abya Yala. Es decir que las propias sensibilidades se domestican también, se civilizan, se orientan hacia el bien, el orden social, cuestionando el mal, la vieja e inagotable rebeldía.

Luego el niño es introducido en la escuela, algunos lloran y patalean para que los saquen de allí, pero las profesoras los disfrazan de conejos y les doran la pídora de que ahí se pasa bien, en ese centro de homogenización de los comportamientos domesticados, de civilización, para que el salvaje pueda ser un pacífico y bobalicón miembro de la sociedad civil que sólo sale a la calle cuando llaman los pastores y las vanguardias, previa autorización de los gobernadores, a adorar la santa tal o cual o hacer la genuflexión ante las urnas de la civilización, donde queman su libertad, como el sacrificio del altar. Todo sea por el cielo, digo, la utopía, bueno … en fin, la misma cosa: el futuro diseñado a la perfección, la que nunca alcanzamos hoy, pues estamos previamente jodidos y debemos entregarnos a los pastores y a los políticos, encargados, según dicen, de arreglar los asuntos divinos y terrenales.

¡Vaya pícaros ellos!
¡Vaya imbéciles nosotros!

Hay que volver al estado de salvajes, a lo natural, lo espontáneo, a la libertad, pero no por las vías que nos pintan los gobernantes y poderosos ni los que aspiran a la toma del poder, sino por el camino inverso, distanciándonos de los que disputan el trono.

No más poder. Ni la imaginación al poder. Sacarnos el poder de encima y de dentro es disfrutar el sol de la mañana, estirar las manos hacia el infinito y mirar profundamente a los ojos de los otros, tan profundamente que entremos en ellos y morir nuestro yo para renacer el nosotros, como el ave Fénix, renacer de las cenizas de la civilización para recuperar el estado salvaje, acabar con la diferencia entre patriarcas y siervos, que no tienen nada en común, volver a lo común, a la comunidad.

Y eso es lo más fácil del mundo, es sólo abrir la puerta del domos, salir y mirarlo con asco, luego llamar a los vecinos, hacer una fiesta en la calle y quedarse allí a vivir con ellos para siempre. En vez de vivir como portador de la dominica potestas en el domos, emita un decreto de extinción y con los otros ex-patriarcas reconstruya lo común. Verá como los niños sonríen más y las señoras mirarán con sorpresa y ternura, otra ternura, no más la del papel de género que usted reproduce como macho patriarca.

Nada pierde con probar, a lo más será apuntado con el dedo y algunos se reirán en su cara, pero nada sustituye la sonrisa de los niños y la mirada dulce de la mujer.

Seguimos con elementos de la historia del no poder.

Profesor J
30 de diciembre de 2004

PD. Feliz año nuevo. Que este año 2005 sea el año de su decisión de destruir su propio domos, no le diga a los demás que lo hagan, deje que lo vean y que las señoras hablen entre ellas, pues por ahí circulará el aliento emancipador. Deje que los niños se encarguen de mostrar que es posible la vida salvaje.

¡Ah!
Y si alguien me pregunta como estamos por casa, le diré que no tengo donde vivir y habito por tiempos en casa de mi madre o de compañeros, hasta ver como construyo mi nido donde no estará presa mi paloma, sino que vendrá desplegando sus alas cuando quiera verme. Ella se llama Victoria y los dos, cada uno por su lado, nos pasamos arrojando semillas al viento.