Formas de vida y revolución de lo cotidiano

20.May.05    Análisis y Noticias

Vivir hoy es sobrevivir, resistir.
Organizarse para la vida es resistencia, resistir al capital, resistir a la muerte.
Pero también es soñar. Y hacer de sueños realidades.

El trabajo es precario, los salarios son bajos, la salud no es atendida, la educación es alienación, la vivienda es para unos pocos, las tierras son de los empresarios, las deudas nos estrangulan, la policía reprime, los ejércitos matan, la televisión engaña, las aguas son envenenadas, los cuerpos se venden, los gobiernos son autoritarios, los productos son para el mercado y la ganancia.

Como dice la canción: “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”.

¿La solución? Encerrarse en las casas y en el individualismo. El sálvese quien pueda. Nos empujan a unos contra los otros, a competir por las migajas.

Otros nos dicen que si llegan al gobierno las cosas cambiarán.
Le creímos a Lula y resultó neoliberal. Le creímos a Kirchner y salió neoliberal. Le creímos a Lagos y también era neoliberal. Le creímos a Gutiérrez y fue peor. Le creímos a Tabaré y puso ministros neoliberales. Una golondrina no hace verano, eso es cierto, pero dos millones que se niegan a inscribirse en los registros electorales en Chile no pueden estar equivocados. Simplemente ya no creen en los salvadores de la patria.

Los barrios periféricos de las ciudades se llenan de centros culturales autónomos, de okupas y grupos de jóvenes practican la autoorganización en pos de… ¿de qué?

Algo está faltando.
A esta altura ya deberíamos estar masivamente organizados en los barrios.
Veamos algunas hipótesis de lo que puede estar sucediendo:

Muchas organizaciones se erigen como columna vertebral de un posible contrapoder y marchan decididos y combativos a los barrios a intentar nuevas formas de organización que serán sumadas a las estrategias definidas en centros ideológicos o coordinaciones. Como la vieja izquierda divulgan ampliamente la movilización conducida por los suyos con el objetivo de que otros vean que ellos son los buenos. Llevan vistosas pancartas y lienzos. Levantan periódicos y páginas web para mostrar los avances alcanzados, y de paso relatan algunos pensamientos del autor tal o cual para ir concientizando. Distribuyen volantes a diestro y siniestro. Los manifestantes vuelven a sus casas con información de 35 vanguardias diferentes…

Bien. Eso está instalado ahí. Obviamente no es el camino. No es sumando a unos y otros detrás de consignas o programas que podremos avanzar. Por uno u otro motivo eso no funciona.

Otra modalidad muy extendida es la “lucha”. Por ejemplo el MST en Brasil, que tras arduas movilizaciones consiguió que Lula reafirmara su compromiso de asentar más campesinos sin tierra. De vuelta a casa, digo, al campamento, a esperar a ver si cumple. A ver si contrata los 1.800 nuevos funcionarios prometidos para que funcione la burocracia de la reforma agraria, y así por delante. ¡Ánimo, que vamos bien! Después será necesaria otra movilización, etc. Naturalmente habrá que comunicar a las bases que hay que estar alertas para obligar al cumplimiento. Vendrán asambleas donde oradores seleccionados o maestros preparados con la pedagogía Paulo Freire o grupos de teatro alternativo mantendrán el fuego de las posibilidades de la lucha y harán un soberbio recuento de lo alcanzado. Ya se acaba el gobierno Lula. Habrá que hacer malabares para conseguir apoyo para un próximo gobierno del PT. La policía seguirá estrechando el cerco contra las favelas.

Las convocatorias contra el TLC son otra modalidad de “combate” que acarrea aguas a los molinos electoralistas, ya que están los candidatos y partidos por delante llamando a luchar contra el imperialismo.

Otros movimientos de diferentes países también salen a la lucha, cortan caminos, ocupan locales, en fin, para luego volver a las casas a esperar los próximos combates o a prepararse para votar por el que cambiará las cosas…

Hay una disposición indudable, pero las soluciones no llegan, hay que reconocerlo.

La resistencia no puede dedicarse solamente a la lucha y a la movilización, debe consolidar, asegurar que las protestas redunden en mayor organización social en barrios y localidades, por eso creemos conveniente reforzar los lazos barriales de una nueva sociabilidad donde germinen otras formas de vida, ya no derivadas de las capacidades de un gobierno, sino de la potencia de la población, de la capacidad de manos, cuerpos e inteligencias para sembrar y cosechar una nueva vida.

Los gobiernos parecen servir a la población cuando en realidad no hacen más que administrar el capitalismo, del cual no obtendremos más que lo que quiera soltar como migajas.

Hay que descubrir formas de vida con los recursos que contamos, hay que salvar vidas, hay que curar cuerpos, hay que construir viviendas, hay que alimentarse, hay que cuidar a los niños y a los ancianos, hay que librar a la mujer de las tareas domésticas, hay que desarrollar educación y recreación para la juventud y la población en general, en fin, hay muchas tareas y necesidades que cubrir.

El estado y el mercado se encargan de educarnos y obligarnos a que las soluciones provengan de allí, de ellos, de la competencia, de la obediencia, de la venta de nuestro tiempo y de nuestros cuerpos. Muchos piensan que a más sacrificio mejores posibilidades de conseguir alguna cosa, y así pasan los años, viviendo de la ilusión, de la esperanza regada por la ideología, rifas, demagogia, loterías, discursos, concursos, programas televisivos millonarios, créditos fáciles, candidatos, etc.

Hay que quebrar el círculo vicioso, salir de esa maraña reinventando la vida por fuera de esos canales ya inservibles, aprender a sobrevivir con lo que tengamos a mano, la tierra, los medios materiales, la disposición de la gente, basura reciclable, retazos, etc. Para ello es indispensable la resociabilización de la población del barrio, nuevas maneras de comunicarse y entrecruzar las vidas y de allí partir a la sobrevivencia.

Una modalidad, planteada en una reunión, fue la de organizar actividades para los ancianos y ancianas del barrio, seres olvidados y arrinconados entre cuatro paredes. La idea fue de hacer una colecta entre varios jóvenes y organizar un té con pasteles donde se junten esos abuelos y abuelas a conversar, retomar contacto, alegrarse, recibir un reconocimiento de cariño de los jóvenes y adultos, ir a buscarlos a sus casas, traerlos y llevarlos, servirles la mesa, retirarles los platos y tazas utilizados, mimarlos, revitalizar las ganas de estar juntos, despertar el deseo de volver a reunirse, asegurar que pueda ser periódico, invertir en ello, sacarlos de las casas, que den el ejemplo práctico, que no sean factor de aglutinamiento doméstico, que vean que hay una preocupación limpia con su bienestar y estado de ánimo. Hacerles chequeo de salud, descubrir las formas de cuidarlos, hacerles ejercicios suaves. Que comenten en sus casas, a los hijos y nietos, que inciten al resto del núcleo familiar a acercarse a sus vecinos que poco a poco organizan o pueden organizar otras actividades.

Sobre esa propuesta se pueden reflexionar muchas cosas. Por ejemplo, el abuelo o la abuela, de alguna manera mantienen y reproducen la estructura vertical y jerárquica de la familia en el cubículo del hogar, de una u otra manera mantienen cierta autoridad otorgada por la experiencia y la vivencia de muchos años al mando del núcleo. Un cambio en su comportamiento puede reforzar las medidas y actividades que hacemos para la práctica asamblearia, horizontal y de nuevas relaciones comunitarias. También pueden ser un puente argumentativo entre el núcleo familiar y la actividad de nueva sociabilidad, en la medida que sienten el placer de estar fuera de la casa, en contacto con sus similares y haya cierta continuidad y periodicidad. También refuerza la sensibilidad comunitaria de aquellos que aún no se han integrado por motivos diversos, ya que ver a los abuelos y abuelas divirtiéndose en comunidad debe ser algo chocante y novedoso, además de grato y beneficioso, pues debería también auxiliar a descongestionar la preocupación y responsabilidades de hijos y nietos.

Si paralelo a ello buscamos el máximo de tiempo posible para que los niños del barrio estén juntos, también fuera de sus casas, jugando y aprendiendo con los hijos y nietos de los vecinos, estableciendo la práctica comunitaria como un factor más permanente de vida que consiga sobrepasar la importancia del hogar, auxiliados por adultos y jóvenes dedicados a la tarea en turnos rotativos según los tiempos libres de cada cual, podremos imaginar un espacio social diferente que se consolida progresivamente. No se trata sólo de educar a los niños ni de inculcarles valores, sino de desarrollar el sentido innato de sociabilidad, fraternidad y solidaridad, que crezcan practicando de manera más cotidiana una familia más amplia que la del hogar, que vean a los adultos juntos resolviendo situaciones, produciendo, cocinando, alimentándose, conversando, practicando la cooperación y el apoyo mutuo, etc.

Así, en vez de tratar de agrupar creando comités temáticos, se trataría de desarrollar una forma de vida común, donde hombres también cocinen, laven platos y la ropa junto a las mujeres, donde ellas también usen el martillo y apaleen tierra, caven zanjas y salgan a las batallas callejeras codo a codo con los compañeros, donde se pueda hacer minga en que distintos vecinos ayuden a reparar el techo de uno de ellos. Tratar de derribar los muros y rejas entre las casas colindantes.

Son sólo ejemplos, algunos se practican en pequeña escala. Hay que salir de los colectivos juveniles para pasar a dinámicas de incorporación de la población a actividades conjuntas de carácter diverso.

¿Por qué no empezar con los abuelos y los niños?
Luego pueden encontrarse los sin trabajo y pensar juntos maneras de autogestión. Pueden conversar para colectar desechos industriales de fábricas o talleres y con ellos producir objetos de venta, trueque o de uso colectivo. Lo importante es aprender a resolver en conjunto. O usar algún tipo de tierra para hacer ladrillos. O sembrar y cultivar juntos. La creatividad es infinita. Colectar la basura del barrio y usar una parte para tierra orgánica y el resto como materia prima. Aprender de los traperos de Emaús colectando objetos inservibles o no utilizados para aprovecharlos. Aprender a derretir aluminio. Construir fuentes de energía alternativa. Trabajar los desechos de papel como pappier maché o similares. Las botellas como lámparas o adornos. Los alambres para artesanías o ramas o troncos o piedras.

Puede montarse una escuela popular y un policlínico alternativo, una biblioteca, una cocina y un comedor social, un grupo de canto y baile, teatro y poesía.

En fin que hay tareas para todos y todas.
Y los estudiantes pueden venir a ayudar y a aprender de la universidad de la vida en comunidad. Hay que acogerlos, invitarlos, sumarlos.

Nuevas formas de vida. Muchos mundos. Muchos sueños.

Soñemos, pues. Abramos los ojos a la realidad. Al vecindario. Ahí está nuestra revolución de lo cotidiano.

Profesor J