El zapatismo rebasado. Sustentabilidad, resistencias indígenas y neoliberalismo

21.Jul.05    Análisis y Noticias

Víctor M. Toledo
La Jornada

Vivimos una época sin precedente en la historia. Los procesos que antes solían visualizarse desde las ópticas convencionales de las ciencias naturales y sociales han mutado, y la realidad, no importa el segmento que se enfoque, escala ya niveles de complejidad jamás imaginados. Los fenómenos del mundo contemporáneo no sólo desbordan, y con creces, el análisis sociológico, ambiental y político, también rebasan los habituales instrumentos humanos de conocimiento, introduciendo de paso una crisis de carácter epistemológico.

La humanidad parece entrar en lo que T. Homer-Dixon (2000) ha llamado la “era de la ingenuidad”, la época en la que los problemas generados por la humanidad se han vuelto tan complejos que han rebasado sus propias capacidades para resolverlos. En resumen, “…nos encontramos con cada vez más problemas en situaciones que no pueden ser comprendidas ni adecuadamente resueltas con las actuales instituciones e ideas, con las concepciones vigentes de lo político” (Beck, 2002:17).

Paradójicamente, el planeta vive una ebullición en el mundo de las ideas y en el de los movimientos sociales de nuevo cuño que proliferan y se multiplican, a pequeña escala. Estos proyectos tienen que ver con la justicia social, la reparación de la naturaleza, las reivindicaciones culturales, étnicas y de género, la democratización de las comunicaciones, la ciencia y la tecnología, la domesticación y socialización del mercado, el retorno de la espiritualidad, el manejo ecológico, el consumo justo y sano y, sobre todo, la participación social como eje de una nueva ética y de una praxis política renovada.

El rasgo principal que las agrupa y define es la construcción del poder en territorios particulares y concretos, el “empoderamiento” local y regional, la reparación del entramado ecológico y social del espacio mediante la organización y la resistencia ciudadanas.

México: resistencias indígenas frente al neoliberalismo

En su libro La desmodernidad mexicana, Sergio Zermeño avanza de manera inédita en el análisis del “empoderamiento”, del “capital social”, de la “densidad societaria”. Según él, la clave para que la humanidad supere su crisis se encuentra en la recuperación del poder por parte de la sociedad civil, hoy secuestrado por la política (estados y partidos) y el capital (y su mercado de economía abierta).

Para fundamentar sus tesis, Zermeño hace un recuento de seis experiencias: las llamadas “redes territoriales” que existen en algunos países, el plan de desarrollo del delta del bajo Misisipi, los llamados caracoles o juntas de buen gobierno del EZLN, y tres ejemplos a diferentes escalas de lo que he llamado el “otro zapatismo” o el “zapatismo silencioso”, experiencias comunitarias o de cooperativas, basadas en el control de los territorios, la producción ecológica, y los principios de un “desarrollo sustentable”.

Llama la atención la selección realizada por el autor. Si dejamos fuera los dos ejemplos ajenos a la realidad mexicana, encontramos las dos modalidades de resistencia no sólo rural, sino indígena, que existen en México frente al neoliberalismo: la impulsada por el EZLN mediante los caracoles, y la miríada de experiencias de corte “ecológico” que desde hace más de dos décadas se multiplican por todo el país.

Indígenas y sustentabilidad: el “zapatismo silencioso”

Fuera de los reflectores, los micrófonos y las cámaras, en el México rural han venido creciendo y multiplicándose un conjunto de iniciativas y experiencias de escala comunitaria o microrregional dirigidas al empoderamiento social. Sin pretender ir más allá de sus propios ámbitos territoriales, sin la necesidad de definirse políticamente, y con enorme flexibilidad para negociar, administrar y gestionar todo aquello que convenga a sus objetivos de autogestión y autonomía locales, estas iniciativas indígenas encierran un riquísimo caudal de experiencias en la batalla contra el neoliberalismo y por la reconstrucción ecológica y social.

Su principal rasgo es que, a diferencia del zapatismo, estos movimientos no trazan una frontera infranqueable a las fuerzas y agentes externos. Con la seguridad de su autorganización, poseen la capacidad (afinada mediante el ensayo permanente) de regular y conducir sus relaciones con el exterior. No en balde la autogestión se define como la capacidad de controlar los procesos que afectan a cierta comunidad humana, definición que coincide con las versiones más críticas y coherentes de sustentabilidad.

Su presencia se extiende por varias de las regiones indígenas del centro y sur de México, y alcanza su máxima expresión en Oaxaca, donde un inventario reciente (Anta y Pérez-Delgado, 2004) identifica 616 comunidades, de las cuales unas 200 muestran alto grado de avance. Otras regiones que destacan son el corredor que va de la reserva de Sian Kaán, en Quintana Roo, a la de Calakmul, en Campeche, porciones de la Sierra Norte de Puebla y de la sierra de los Tuxtlas, en Veracruz, la región del Balsas en Guerrero y comunidades forestales de Michoacán, Jalisco y otros estados.

Chiapas no es la excepción. Colindando o cerca de los caracoles zapatistas existen unas 40 organizaciones indígenas productoras de café orgánico (uniones de ejidos, cooperativas y sociedades), varias iniciativas de turismo ecológico y experiencias agroecológicas auspiciadas por la iglesia, que avanzan firme y silenciosamente en la reconstrucción ecológica y social de sus espacios.

Lo interesante es que buena parte de las metas levantadas por el EZLN han sido alcanzadas en esos proyectos, y a “la lucha por la libertad, la democracia y la justicia” agregan esfuerzos por el control del territorio, los recursos naturales, la producción, el conocimiento, la tecnología, la gestión, la educación y la cultura.

El zapatismo rebasado

En la Sexta Declaración de la Selva Lacandona el EZLN anuncia su decisión de buscar nuevos aliados para resistir la globalización neoliberal. Sorprende que decida unir sus esfuerzos con campesinos, trabajadores, obreros, estudiantes, mujeres, jóvenes, homosexuales, lesbianas, transexuales, sacerdotes, monjas y luchadores sociales, y que no haga una sola referencia a las miles de comunidades indígenas volcadas a la búsqueda de la sustentabilidad.

También resulta extraño que la sexta declaración no tome como referente central el mundo de la naturaleza, no obstante que en la cosmovisión mesoamericana es prácticamente imposible visualizar toda lucha social y toda resistencia cultural sin los elementos naturales. La tierra, el maíz, el monte y sus deidades, los ciclos agrícolas, los huertos, los jardines de café, la flora y la fauna, los manantiales y los ríos son siempre aliados materiales y espirituales de toda lucha indígena, fenómeno que nutre de manera permanente las experiencias indígenas de sustentabilidad.

Igualmente resulta inexplicable el que la gran mayoría de los intelectuales ligados al neozapatismo (Pablo Gonzalez Casanova, Alain Touraine, Adolfo Gilly, Neil Harvey, Hermann Bellinghausen) no se hayan percatado de la existencia de esa otra resistencia de carácter indígena que, en paralelo, ha crecido más y ha sido más exitosa en su empeño por controlar los efectos de la globalización neoliberal.

El EZLN: ¿movimiento social o partido político?

El rasgo principal de todo movimiento social es su capacidad para “construir, no tomar el poder” en territorios concretos y específicos, por lo cual se necesita “territorializar el discurso”, es decir, las metas y métodos deben tener siempre un referente espacial (local, comunitario, regional, municipal).

Con la creación de los caracoles, el EZLN había tomado el camino correcto, pues no se puede construir el poder sino a partir de los hechos edificados cotidianamente y en el espacio que se reconoce como territorio de toda acción transformadora o restauradora. Ello suponía cierta renuncia a los intentos del zapatismo de nacionalizar y aun universalizar su discurso y su lucha.

Con la sexta declaración el EZLN retorna a sus antiguas obsesiones metaterritoriales (alianza obrero-campesina, nueva constitución mexicana, más encuentros intergalácticos), haciendo evidente una incongruencia: antes que pregonar nuevas alianzas nacionales, internacionales o intergalácticas se debe demostrar que se es capaz de visualizar y de poner en práctica una modernidad alternativa al neoliberalismo en los propios territorios.

Hoy, la verdadera resistencia a la maquinaria neoliberal globalizada debe construir desde la base un proyecto alternativo en la gestión de los recursos naturales, el uso de la ciencia y la tecnología, la democracia local, la producción y los mercados, la salud y la alimentación, la administración, la educación y la cultura. En esta perspectiva, la principal fuente de inspiración para el EZLN sigue estando en las experiencias que los pueblos indígenas del país (y del mundo) han echado a andar en la ruta, incipiente pero firme, de la sustentabilidad.

La decisión implica resolver una contradicción permanente del zapatismo: su deseo de presentarse ante el mundo como movimiento social (de ahí su demoledora crítica a los partidos políticos), pero esgrimiendo objetivos que atañen claramente a asociaciones políticas (obligada definición ideológica, militancia, luchas de escala nacional e internacional, organización centralista, cambios en leyes).

Mientras tanto, la reinvención de la política (Beck) continuará desarrollándose al tiempo que en paralelo se construye, teórica y prácticamente, una modernidad alternativa al “sueño neoliberal”. La resistencia ciudadana contra el neoliberalismo seguirá avanzando por todos los rincones del mundo, mediante nuevas fórmulas inimaginables para las viejas teorías basadas en la lucha de clases y la toma del poder mediante partidos.

Ahí están para demostrarlo las propuestas de empoderamiento local en las áreas rurales basadas en la sustentabilidad y en la agroecología no sólo de México, sino de Finlandia y Bután, de Japón y los países andinos, del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, las organizaciones indígenas de la Cuenca Amazónica, Bangladesh e Indonesia y las comunidades forestales de Centroamérica.