EleCCiones y AbsTención: El insTinTo de Clase del PreCariado y El TraBajo Negado

22.Oct.05    Análisis y Noticias

Colectivo Nuevo Proyecto Histórico

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Elecciones y Abstención:
El instinto de Clase del Precariado
y El Trabajo Negado

PROKLA 6
PROblema de la Lucha de KLAses

Coordenadas y rumbos:

1) ¿RIFLES Y BAYONETAS POR URNAS?: LA PARADOJA DEL SUFRAGIO DEL CAPITAL

2) EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO: ELECCIONES EN SANTIAGO DEL ESTERO, CATAMARCA Y CORRIENTES: ¿CONTINUIDAD SILENCIOSA DEL QSVT?

3) LÓGICA DE LA ACCIÓN COLECTIVA: EL INSTINTO DE CLASE

4) LA INVENCIÓN DE LA DESOCUPACIÓN: EL TRABAJO NEGADO POR EL CAPITAL, TORTURA Y HUMILLORES

5) PEQUEÑA HISTORIA DEL DERECHO AL TRABAJO

6) PLUSTRABAJO Y TRABAJO NECESARIO: EL JEROGLÍFICO DEL CAPITAL

“Las Elecciones son esas cosas por la cual cierran los bares los domingos”
(Barny, Los Simpsons, 1ª temporada)

“A los conservadores les digo: ¿Cómo pudieron dejar de entender que el sufragio universal es el instrumento para terminar todos los conflictos pacíficamente y para resolver todas las crisis? ¿Como pudieron dejar de entender que si el sufragio universal funciona en plenitud de su soberanía la REVOLUCIÓN ya no es posible porque ya no puede intentarse?”
(M. Gambetta, político republicano francés, 1877)

“El carácter de las elecciones no depende de sus denominaciones sino de sus fundamentos económicos,
de los vínculos económicos entre los miembros del electorado”
(K. Marx, 1865)

“Los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que ‘no están para democracia burguesa’, ‘no están para política’”
(Lenin, 1918)

“La miseria engendra sufrimiento, también engendra crimen.
Si termina en el hospital, también conduce a la prisión.
Hace esclavos; hace a la mayoría de los ladrones, los asesinos, las prostitutas”

(Louis Blanc, 1850)

1) ¿RIFLES Y BAYONETAS POR URNAS?: LA PARADOJA DEL SUFRAGIO DEL CAPITAL:

Disparadores:

El sufragio del capital nació para combatir, domar y cooptar a la república social de las masas. El voto universal era un nuevo derecho, pero además significaba una restricción a la participación en política y a las formas de acción política, con sagacidad reconocieron los republicanos burgueses. Reprimía la participación a una forma pasiva, retardataria, decantada y relativamente inocua. La tensión entre lo social y lo político encarnaba la paradoja del sufragio del capital. EL sufragio del capital es la transustanción de la explotación económica en violencia de estado. Una sociedad desgarrada entre clases necesita instituciones simbólicas que no dispongan de poder efectivo (material) pero que realicen, en el sistema de poder, determinadas funciones sin las cuales el poder dominante podría hundirse. Para un método eficaz de poder es imprescindible que una parte de las oligarquías políticas y sociales sea activamente visible en el Parlamento (o sea: públicamente “controlable”); Que esté visiblemente elegida más o menos por el Pueblo (legitimada democráticamente para los actos del mandato) y sea visiblemente titular de poder (y en condiciones potencialmente posibles de hacer prevalecer deseos, intereses, moralmente obligatorios de los electores). SI esto no fuera así, la población no entraría en absoluto en el juego del “Capital-Parlamentarismo” y no consideraría el fetichismo del sufragio del capital como una expresión esencial de su libertad política.
Si el Parlamento no es el locus de la decisión (como lo demuestra hasta el cansancio Kirchner), ni el lugar del debate de ideas (como lo demuestra los diarios de sesiones); sí forma el lugar de paso y configuración de la paz social (y política). En una democracia posfordista correctamente entendida como normativa, la representación popular debe ser un centro secundario de poder, o no ser.

La primera elección nacional bajo el sistema de sufragio universal (sólo varones) se realizó en Francia en abril de 1848. La decisión del gobierno provisional luego de la revolución de febrero (retratada por Marx) se asoció, para cierta historiografía neoliberal y la tradición del jacobinismo político, a un hito histórico, a una gigantesca concesión que las masas le habían arrancado por la fuerza a la burguesía. Todos los franceses en edad de votar recibieron ese derecho cuando en todo el mundo burgués o no se votaba o se lo hacía según rango y riqueza (el peor de los mundos posibles eran los EE.UU. donde además se le sumaban restricciones chauvinistas y el esclavismo). Una visión desde el punto de vista autónomo de clase, el “Standpunkt” obrero del que hablaban los clásicos, sugiere una interpretación distinta, incluso si incluimos en él a protagonistas y actores de esa revolución. ¿Cómo el capital le concede ese derecho a la multitud turbulenta, armada, desordenada e impulsiva de Paris, que acababa de realizar su tercera revolución en dos generaciones? El capital entronizó sabiamente las elecciones representativas como la única forma legítima de expresión de intereses y opiniones. Efectivamente, el voto universal era un nuevo derecho, pero además significaba una restricción a la participación en política y a las formas de acción política, con sagacidad reconocieron los republicanos burgueses. Reprimía la participación a una forma pasiva, retardataria, decantada y relativamente inocua. EN la época los mismos proletarios y militantes la vivieron como una derrota. Existe en la Bibliothequè Nationale de Paris, en el Cabinet de Estampes, una bella imagen de 1848. En ella se sintetiza el ánimo oscuro de la multitud: un trabajador urbano, con su mono de trabajo y tiradores, descamisado, renuncia desconfiado a su rifle con bayoneta con su mano izquierda; simultáneamente con su mano derecha desganada deposita una papeleta electoral en una urna que reza: “Suffrage Universal”. Su mirada salvaje denota duda, escepticismo y remordimiento: la tensión entre lo social y lo político encarnaba la paradoja del sufragio del capital. El instinto de clase desconfiaba de este derecho “democrático-formal”. Como lo recordaba el político profesional Gambetta el sufragio era, además, un procedimiento para desactivar y contrarrestar las inclinaciones parisinas de desobediencia, sus impulsos constituyentes, su autonomía hacia la acción directa por el contrapeso electoral del conservadurismo de las provincias. Que el sufragio fue en su nacimiento un dispositivo de orden, una medida conservadora de facto, lo sugiere el resultado de las elecciones de abril de 1848 para la Constituyente y, lo que es más importante para entender la hiperactividad del gobierno de Kirchner, el sufragio permitía construir una legitimidad densa, una fuerza moral que la propia Constituyente opuso contra los insurgentes en junio de 1848. EL sufragio del capital es la transustanción de la explotación económica en violencia de estado. Para los revolucionarios de la época (de Blanqui a Marx) la implantación del sufragio era un antídoto contra la marea revolucionaria. El problema del voto no es que el resultado de la votación esté predeterminado (¡que lo está!) por la distribución del poder en la economía dentro de la sociedad, sino que el voto “capital-style”, priva de legitimidad y legalidad a otras formas políticas de participación (quizá las más importantes para los trabajadores), sean postpolíticas o sociales. Las formas que se excluyen y criminalizan, obviamente, son aquellas más eficaces y transformadoras. El sufragio del capital hecho institución madura, el “Capital-Parlamentarismo”, este estado de los partidos políticos, es el régimen del postfordismo, cuyo núcleo es la incapacidad de que intereses genuinos se filtran en la toma de decisiones. Órgano de dominio no significa centro del poder efectivo, sino, de modo más genérico, centro de una función social del poder, que puede desarrollarse asimismo en sujeto de facultades directas, pero representa en determinadas circunstancias una ficción o se deja caracterizar por un valor ficticio de posición. Una sociedad desgarrada entre clases necesita instituciones simbólicas que no dispongan de poder efectivo (material) pero que realicen, en el sistema de poder, determinadas funciones sin las cuales el poder dominante podría hundirse. Cuando el público se queja de la “impotencia” del pueblo llano frente a la representación por medio de elecciones, de la “impotencia” de la representación popular frente al despotismo del poder ejecutivo, de la “impotencia” frente al aparato burocrático-clientelístico de los partidos del sistema, olvida preguntarse si esta “impotencia” no es, justamente, el “elemento constitutivo” y garante del sistema de dominio, a cuyo fortalecimiento él mismo contribuye también mediante este olvido. Y es que la tendencia hacia el debilitamiento y neutralización del parlamento (anulación total del órgano legislativo) encuentra sus fronteras en las exigencias ideológicas del propio sistema de gobierno. Para un método eficaz de poder es imprescindible que una parte de las oligarquías políticas y sociales (incluida la izquierda folklórica) sea activamente visible en el Parlamento (o sea: públicamente “controlable”, accountability), esté visiblemente elegida más o menos por el Pueblo (legitimada democráticamente para los actos del mandato) y sea visiblemente titular de poder (y en condiciones potencialmente posibles de hacer prevalecer deseos, intereses, moralmente obligatorios de los electores). SI esto no fuera así, la población no entraría en absoluto en el juego del “Capital-Parlamentarismo” y no consideraría el fetichismo del sufragio del capital como una expresión esencial de su libertad política. Solamente, como decía Agnoli y Brückner, es esta presencia fantasmal de poder en el parlamento (¡y no el Poder del Parlamento!) lo que hace posible el cumplimiento de las tareas de legitimidad que le corresponden como órgano del poder burgués. El Congreso es un órgano de constitucionalización que hace aparecer las decisiones (ligadas al interés) como si fueran conformes a la constitución y les confiere, tanto ideológica como institucionalmente, la consagración de la decisión democrática “par excellence”. Si el Parlamento no es el locus de la decisión (como lo demuestra hasta el cansancio Kirchner), ni el lugar del debate de ideas (como lo demuestra los diarios de sesiones) sí forma el lugar de paso y configuración de la paz social (y política). El Parlamento (Congreso) ha representado históricamente, de menor a mayor, la “ficción” de la libertad popular realizada por medio del maravilloso sufragio del capital. Como señalaba el jurista burgués Kelsen: “De todos los elementos que limitan la libertad y, por lo tanto, la democracia, el Parlamento es tal vez el más importante”. El Parlamento, como sabemos todos, es una “máquina de registrar”, que reproduce pasivamente las decisiones que se toman en otro lado (empresas y poder ejecutivo). Pareto ya había apreciado para el capital el poder de ese órgano constitucional presuntamente sin función para la disciplina de las masas. El poder del Parlamento no es el poder del Pueblo. Y el sufragio del capital no es ningún arma eficaz en espera de un hábil estratega “rojo”. Lo lamentable es que la vieja izquierda crea que puede ser una arena de la lucha de clases al nivel estatal. Ignora que en una democracia posfordista correctamente entendida como normativa, la representación popular debe ser un centro secundario de poder, o no ser. El sufragio del capital nació para combatir, domar y cooptar a la república social de las masas.

2) EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO: ELECCIONES EN SANTIAGO DEL ESTERO, CATAMARCA Y CORRIENTES: ¿CONTINUIDAD SILENCIOSA DEL QSVT?:

Disparadores:

Las elecciones, los ciclos políticos del capital nos sirven como instrumento de emancipación. Es un indicador indirecto del grado de legitimidad de masas del “Capital-Parlamentarismo”, de la adhesión al ritual electoral y de la fortaleza o debilidad del Estado de Partidos. Anclado en una vieja ideología del fetiche parlamentario (en la falsa dialéctica democracia-dictadura) se presuponía que la abstención era patrimonio del lumpen-proletariado, de los sectores desclasados o, paradójicamente, de capas altamente politizadas y concientizadas de la derecha social. Paralelo al establecimiento del postfordismo, de la propia capacidad de autorreflexión de la nueva izquierda, este punto de vista demócrata-liberal ha comenzado a cambiar. La abstención electoral configura una discrepancia radical con el régimen político. Nada puede cambiar realmente gane quien gane las elecciones. Sabotaje activo. Es una suspensión en la creencia burguesa en el mito de la representación y el fetiche del mandato. En la teoría de la acción colectiva es una salida, un éxodo por sobre la voz, sobre la lealtad al sistema; subrayada por el sesgo obligatorio que tiene el sufragio en Argentina. Es una abstención no participante, que consiste precisamente en un no hacer, en un no votar, en violar la legalidad de manera consciente. El no votar ya implica la no expresión de preferencia alguna, incluso la plena conciencia de estar bloqueando al maquinaria institucional. Ya se han celebrado tres elecciones provinciales. En dos ha perdido el candidato del comisario, lección aprendida que se aplicó en Corrientes, donde “K”, se subió al caballo del que ganara en las encuestas. Santiago del Estero: La abstención fue récord: ignoraron el circo entre el PJ y la UCR casi un 40% de santiagueños. Podemos medir este sabotaje en la tendencia histórica: en el 2003 la abstención fue de un 34%. Catamarca: Si en el 2003 la abstención fue del 44% y el voto en blanco el 2,7%; ahora es del 56% y el blanco de 3,7%. Es decir: El nuevo gobierno sólo cuenta con la legitimidad del ¡Quince por ciento del padrón! Un boicot silencioso, espontáneo y sin organización. Corrientes: sólo un 10% es desocupado y un 10% resulta subocupado, lo que indica la aparición del trabajador pobre superexplotado. Kirchner apoyó al Frente de Todos, integrado por el PJ y la UCR, que impulsa el actual gobernador (Colombi), que lleva a Arturo -el primo- como candidato. La abstención fue enorme: sólo votaron un 69%. En todos estos casos puede verse una tendencia en el comportamiento electoral de las masas: 1) el “voto bronca” se trasvasa hacia la abstención lisa y llana. El 27 de febrero, en las elecciones a gobernador y legisladores provinciales de Santiago del Estero, votó solo el 65,8% del padrón; en Catamarca, el 6 de marzo, solo lo hizo el 65,8%; en julio, para la elección de constituyentes de Santiago del Estero, se presentó ¡Nada más que el 35,4%!, y en la elección a gobernador de Corrientes, el porcentaje de votantes se ubica en 69%. La multitud, la alianza silenciosa de trabajadores activos, precarios, trabajadores negados y nuevos pobres de la vieja clase media, está adoptando formas de acción de “salida” sobre la “voz”, boicoteando su lealtad al sistema.

Las elecciones, los ciclos políticos del capital nos sirven como instrumento de emancipación. ¿En qué sentido? Favorecen el recuento de votos de las fuerzas progresistas; nos informan con exactitud acerca de la fuerza del movimiento y la de los partidos adversarios, suministrándonos el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra propaganda y de nuestras acciones. Además nos corporizan las conductas e instintos de clase de las masas, incluso aquellas más atrasadas o las que no tienen acceso a la propaganda del movimiento. Es un indicador indirecto del grado de legitimidad de masas del “Capital-Parlamentarismo”, de la adhesión al ritual electoral y de la fortaleza o debilidad del “Partei-Staat”. Los estudios electorales de la sociología burguesa identifican tradicionalmente la abstención con la ausencia del ejercicio del derecho de sufragio activo, es decir, con el no acudir a votar en un proceso electoral determinado. Anclado en una vieja ideología del fetiche parlamentario (en la falsa dialéctica democracia-dictadura) se presuponía que la abstención era patrimonio del lumpen-proletariado, de los sectores desclasados o, paradójicamente, de capas altamente politizadas y concientizadas de la derecha social. A partir del afianzamiento y maduración del “Capital-Parlamentarismo” (la llamada tercera ola de democratización en América Latina), paralelo al establecimiento del postfordismo, de la propia capacidad de autorreflexión de la nueva izquierda, este punto de vista demócrata-liberal a comenzado a cambiar. La abstención electoral ya no es percibida como un déficit de las masas, como una carencia de nichos precapitalistas, o virtudes de la clase media alta, sino como una discrepancia radical con el régimen político (o, incluso, con la democracia in toto: como sistema del capital), en los que no se desea participar de ninguna forma, en un desinterés por la política o en un convencimiento de que nada puede cambiar realmente gane quien gane las elecciones. Sabotaje activo. Es una suspensión en la creencia burguesa en el mito de la representación y el fetiche del mandato. En la teoría de la acción colectiva es una salida, un éxodo por sobre la voz, sobre la lealtad al sistema (medido incluso con el voto en blanco). Pero, en cualquier caso, sea voluntaria o técnica, la abstención electoral que acabamos de explicitar se caracteriza por la no participación en el proceso electoral, subrayada por el sesgo obligatorio que tiene legalmente en Argentina por ser una abstención no participante, que consiste precisamente en un no hacer, en un no votar, en violar la legalidad de manera consciente.
Sin embargo, la abstención electoral a la que nos hemos referido hasta aquí no agota las posibilidades abstencionistas de un potencial elector en un proceso electoral determinado. Abstenerse electoralmente no significa tan sólo no votar o no participar en las elecciones. También puede significar no expresar preferencia por ninguna de las opciones electorales concurrentes. Por supuesto, el no votar ya implica la no expresión de preferencia alguna, incluso la plena conciencia de estar bloqueando al maquinaria institucional. Pero, y aquí estaría el matiz diferencial importante, también es posible no expresar ninguna preferencia y, sin embargo, no dejar de participar en el proceso electoral (voz sobre salida), porque manifestar preferencia y votar no son ni acciones idénticas ni sinónimos. Se trata, que duda cabe, también de una abstención electoral, pero de una abstención distinta de la anterior y de otro orden, de una abstención participante, que nosotros denominamos abstención activa o leal. Este es un año electoral, previsible con sólo ver el histrionismo en acción de Kirchner, y ya se han celebrado tres elecciones provinciales en provincias de poca importancia económica y social. En dos ha perdido el candidato del comisario, lección aprendida que se aplicó en Corrientes donde “K” se subió al caballo del que ganara en las encuestas. Analicemos brevemente los resultados:

• Santiago del Estero: es la primera provincia en realizar elecciones este año. Es parte de la zona más pobre de Argentina, con casi un 30% de hogares con NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas). Esto quiere decir que el 70% no tiene cobertura médica, el 84% carece de agua potable, un 53% tiene piso de tierra en su hogar y el 93% no posee teléfono. Estaban habilitadas para votar 522.101 personas, para elegir gobernador y vice, además de 50 diputados provinciales. El 27 de febrero la UCR, encarnada en el Frente Cívico, venció al PJ en la carrera por la gobernación. Escrutados más del 28% de los votos, Zamora aventajaba al candidato justicialista Oscar Figueroa 46,5% a 39,8%. Por otro lado, si bien el Frente Cívico se impuso en las elecciones legislativas de la provincia, no logró tener quórum propio, al obtener sólo 24 de las 50 bancas disponibles, mientras que el PJ consiguió 21. Este distrito con una Legislatura unicameral y representación proporcional (D’Hont) por secciones electorales, con la novedad de que, para esta elección, se abandonó el sistema de lemas. En cuanto a la división político-electoral, cuenta con 27 departamentos. La abstención fue récord: ignoraron el circo entre el PJ y la UCR casi un 40% de santiagueños. Podemos medir este sabotaje en la tendencia histórica: en el 2003 la abstención fue de un 34%.

• Catamarca: provincia pobre, con un 19% de hogares con NBI (datos no actualizados del 2001). El Frente Cívico y Social (FCyS), coalición encabezada por la UCR, venció el 6 de marzo al PJ en las elecciones de senadores y diputados provinciales. Escrutados el 98% de los votos, el FCyS obtuvo el 36,2%, seguido por el PJ con el 25,7%, y ubicándose el MAP (Saadismo) en tercer término con el 9,1%. La izquierda clásica, toda sumada, llegó a un 4%. El FCyS confirma su predominio político, al obtener 11 bancas de diputados (el 54% de la cámara) y 6 de senadores departamentales (el 62%), por lo que mantendrá su hegemonía. La participación electoral, con una asistencia del 44,5% se ubica en el nivel más bajo en la historia provincial desde que existe la democracia burguesa. Si en el 2003 la abstención fue del 44% y el voto en blanco el 2,7%; ahora es del 56% y el blanco de 3,7%. Es decir: de un padrón de 222.489, sólo asistieron a las urnas 97.216 catamarqueños. El nuevo gobierno sólo cuenta con la legitimidad de 35.192 votos o sea: ¡el 15% del padrón! Un boicot silencioso, espontáneo y sin organización.

• Corrientes: provincia pobre, tiene (datos 2001) un 24% de hogares con NBI (Necesidades Básicas insatisfechas: sin cobertura médica, sin agua corriente en vivienda, con piso de tierra, sin teléfono), tiene un 44,7% de hogares pobres, un 53,5% de personas pobres y un 17,7% de hogares indigentes y un 21,7% de personas indigentes, perteneciendo a la Argentina del Cuarto Mundo. Pero esto es más dramático cuando se lo mide con la desocupación: sólo un 10% es desocupado y un 10% de subocupado, lo que indica la aparición del trabajador pobre superexplotado. Una idea: el 49% de los niños menores de 18 años es indigente. Botín de dinastías familiares y con récord de intervenciones federales (17) y allí fue donde murieron a manos de la Gendarmería dos trabajadores durante el gobierno de la Alianza. Es la única provincia que elige Gobernador, con una segunda vuelta que se realiza el 23 de octubre junto con la elección nacional. Kirchner apoyó al Frente de Todos, integrado por el PJ y la UCR, que impulsa el actual gobernador (Colombi), que lleva a Arturo –el primo- como candidato. El Frente de Todos (UCR-PJ) sacó el 60,56%; el Frente Unidos el 32,43%, el Frente Proyecto el 5,9%; por fuerzas políticas los resultados fueron: UCR, 24,9%; PJ, 10,8%; Patria Libre, 3,7%, en blanco, 1,1%; nulos, 1,48%. La izquierda clásica tuvo un apoyo simbólico: el PC, 0,4%. Como en las anteriores elecciones provinciales la abstención fue enorme: sólo votaron (si obviamos las irregularidades denunciadas y los padrones duplicados) un 69%. En la tendencia histórica en Corrientes votó en 1983 el 73,2% del padrón, llegó a un pico de participación del 81,8% en 1987, para comenzar a descender a un 70,3% en pleno voto bronca del 2001, bajar aún más en el 2003 (60,2%). El promedio histórico de participación entre 1983 y 2003 es de 74,6%, por lo que el resultado de esta elección baja cinco puntos su media en la década. En cuanto a desagregación por municipios y departamentos vemos grandes diferencias: en Capital la participación fue más alta (73%) y Patria Libre llegó a un 6%, aunque Colombi también aumentó su porcentaje.

En todos estos casos puede verse una tendencia en el comportamiento electoral de las masas: 1) el “voto bronca” se trasvasa hacia la abstención lisa y llana, hacia el sabotaje, hacia proceso de salida más que de voz; 2) si se suma las tres provincias el panorama es revelador de la crisis del “Capital-Parlamentarismo” el 27 de febrero, en las elecciones a gobernador y legisladores provinciales de Santiago del Estero, votó solo el 65,8% del padrón; en Catamarca, el 6 de marzo, solo lo hizo el 65,8%; en julio, para la elección de constituyentes de Santiago del Estero, se presentó nada más que el 35,4%, y en la elección a gobernador de Corrientes, el porcentaje de votantes se ubica en 69%. Además de la dramática (para la burguesía) baja de la concurrencia, se observa también una merma generalizada en la incidencia sobre el padrón de los votos positivos, en blanco y nulos (el “voto Clemente”), lo cual resulta lógico, dada la menor cantidad de votantes efectivos. No obstante, la caída del voto en blanco ha sido mayor a la de los demás elementos mencionados. Mientras que el porcentaje de votos positivos cayó 6,2 puntos en lo que va de 2005 respecto de las legislativas 2003, y el voto nulo 0,3 puntos, el promedio de los votos en blanco en 2005 fue 7,7 puntos menor al de dos años atrás. Es lo que reflejábamos en análisis anteriores: parece empezar a delinearse el alejamiento de sectores de masas que expresaron su disconformidad en 2001 y 2003, mediante el voto en blanco y la impugnación del sufragio. Pero este fenómeno de caída de la concurrencia con respecto a las legislativas del 2003, no es exclusivo de la región del Nordeste argentino, sino se enmarca en una tendencia observada a nivel nacional, en la cual el porcentaje de asistencia a votar sobre el padrón ha bajado desde 1999 del 81,9%, al 71,6% en 2003, pasando por el 73,0% en 2001. Las elecciones legislativas de 2003 marcaron el nivel más bajo de participación electoral desde la instauración del “Capital-Parlamentarismo” en 1983, representando sólo el 71,6% del padrón electoral, 6,8 puntos porcentuales por debajo de la media del período, que es del 78,4%. La multitud, la alianza silenciosa de trabajadores activos, precarios, trabajadores negados y nuevos pobres de la vieja clase media, está adoptando formas de acción de “salida” sobre la “voz”, boicoteando su lealtad al sistema.

3) LÓGICA DE LA ACCIÓN COLECTIVA: EL INSTINTO DE CLASE:
Disparadores:

La burguesía sabe que hay niveles de salida (desintegración y sabotaje) y de voz (destrucción y organización) más allá de los cuales resulta imposible mantener la reproducción ampliada, que exista el “Capital-Parlamentarismo” como tal. La voz es un instrumento útil con un grado de organización avanzado, y con cierto nivel de activismo de clase. La salida es la “mayoría silenciosa”, una respuesta instintiva de la multitud desprovista (todavía) de capacidad expresiva en sus propias instituciones revolucionarias, el único medio de defensa de quienes carecen de voz organizada contra la maquinaria del sufragio capitalista. La lealtad al sistema es siempre “voz”, la “voz” como protesta institucionalizada transmite más información al capital que la salida, que el sabotaje de la abstención electoral. El voto en blanco o el voto nulo planificado, es un mecanismo mucho más complejo pero recomponible. La voz es rica en información y puede dar instrucciones precisas a la Nueva Clase de los políticos. La salida anula la pretensión de legitimidad absoluta de la voz en el “Capital-Parlamentarismo”. Lo que provocará un nuevo deterioro de las organizaciones constituidas (partidos-parlamento) que responden al proceso de legitimación. La abstención es hoy, como salida de masas, el único medio de autodefensa de quienes carecen del nivel de activismo y organización en los parámetros del sufragio del capital. Únicamente un Parlamento, con su maquinaria de sufragar detrás, respetado, proporciona autoridad moral a los actos constitucionales del Poder Ejecutivo. Un organismo como el estado posfordista debe suprimir, por su propia naturaleza, la “salida” como forma de secesión y sabotaje, se juega en ello, su cobertura de legitimidad.

La lealtad al sistema es siempre “voz”, la “voz” como protesta institucionalizada transmite más información al capital que la salida, que el sabotaje de la abstención electoral. La voz, tal como la protesta subyacente en el voto en blanco o el voto nulo planificado, es un mecanismo mucho más complejo pero recomponible. La voz es rica en información y puede dar instrucciones precisas a la Nueva Clase de los políticos. La voz puede ser favorecida, corregida, tratada preferentemente por la planificación política del “Capital-Parlamentarismo”. Como formas de activismo, la voz y la salida son diferentes: la voz es un instrumento útil con un grado de organización avanzado, y con cierto nivel de activismo de clase, la voz es un instrumento de administración del posfordismo; la salida es la “mayoría silenciosa”, una respuesta instintiva de la multitud desprovista (todavía) de capacidad expresiva en sus propias instituciones revolucionarias, el único medio de defensa de quienes carecen de voz organizada contra la maquinaria del sufragio capitalista. Pero aparte, como se presentan juntas, la salida cuando es de masas, conduce a un deterioro y una deserción rápida de los dispositivos potencialmente más influyentes de la “voz”, de la lealtad al sistema. Es decir: a un grado determinado, la salida anula la pretensión de legitimidad absoluta de la voz en el “Capital-Parlamentarismo”. Lo que provocará un nuevo deterioro de las organizaciones constituidas (partidos-parlamento) que responden al proceso de legitimación. La abstención es hoy, como salida de masas, el único medio de autodefensa a quienes carecen del nivel de activismo y organización en los parámetros del sufragio del capital. El “Capital-Parlamentarismo” es una integración vertical de la voz, un dispositivo de control no para anular los intereses y las necesidades radicales sino para que no figuren en la “voz”, institucionalizarla y volverla pura rutina. Por ello todo estado capitalista requiere para su establecimiento y existencia ciertas limitaciones o “topes” a la medida de la “salida”, de la “voz”, o de ambos. En otras palabras: la burguesía sabe que hay niveles de salida (desintegración y sabotaje) y de voz (destrucción y organización) más allá de los cuales resulta imposible mantener la reproducción ampliada, que exista el “Capital-Parlamentarismo” como tal. Únicamente un Parlamento, con su maquinaria de sufragar detrás, respetado proporciona autoridad moral a los actos constitucionales del Poder Ejecutivo. Frente al “demos” del pueblo trabajador, frente a la multitud, el parlamento apoyado por elecciones de “voz” (sean positivos, blancos, nulos, etc.) es una correa de transmisión de las decisiones de la oligarquía política, la Nueva Clase. Y es que la representación legislativa es una formadora de voluntades invertida: en lugar de transmitir mandato imperativo de abajo hacia arriba, transmite normas del comando del capital de arriba abajo. El Parlamento es un aparato de estado, representa al estado capitalista ante el ciudadano corriente y silvestre, y el representante parlamentario (diputado, senador, concejal) se convierte en un representante… de la razón de estado. Al mismo tiempo, el sistema necesita niveles mínimos de salida y voz (más de voz) para recibir información necesaria acerca de su actuación y para construir niveles creíble de legitimidad de masas. Un organismo como el estado posfordista debe suprimir, por su propia naturaleza, la “salida” como forma de secesión y sabotaje, se juega en ello, con en 1848, su cobertura de legitimidad. Las próximas elecciones, conformadas como un verdadero plebiscito y carta blanca para la actual tendencia de acumulación del capital, seguramente serán el signo más claro de la recomposición o no del movimiento, serán el intento postrero del capital por cerrar la brecha revolucionaria abierta en el 2001.

4) LA INVENCIÓN DE LA DESOCUPACIÓN: EL TRABAJO NEGADO POR EL CAPITAL, TORTURA Y HUMILLORES:
Disparadores:

El trabajo tiene un origen funesto: la tortura. El trabajo viene del latín vulgar del siglo VI, “tripaliare”, que significa torturar, de “tripalium”, que era un instrumento de tortura en la antigua Roma, compuesto de tres “palus” (palos) donde se ataba al reo para azotarlo. El trabajo es la traba o sujeción del hombre. “Dolor”, “esfuerzo” o “sufrimiento”. Con razón en algunos países al trabajo le dicen “pegue” (en Chile, “pega”), por aquello de que en el tripalium se “pegaba” al que no trabajaba con ritmo. En la Antigüedad sólo los esclavos podían ser torturados cuando sospechaban que trabajaban a desgano o cometían alguna falta contra la propiedad. Existían dos tipos de ciudadanos libres: los “honestiores”, clase gobernante de propietarios y los “humillares”, la multitud del pueblo trabajador. A partir del Digesto de Justiniano (siglo VI) los “humillares” fueron los primeros romanos libres susceptibles de ser torturados legalmente en procedimiento judicial. Para ser “trabajado” con el “tripalium” había que ser “trabajador”. La tortura nace unida al trabajo, se desplazó con el capitalismo, transformándose el objeto de la actividad en sujeto, en trabajador libre, en el asalariado del capital. La economía política oculta la alienación en la esencia del trabajo, la dimensión de tortura y sujeción forzosa a un amo. El trabajo, en su forma más abstracta y universal, es un metabolismo entre el hombre y la naturaleza. En su forma capitalista el trabajo debe producir “valor de cambio”, o sea: dinero. Para ello debe adoptar la forma de trabajo asalariado. Aquí el trabajo en su faz humana, creativa, lúdica o artística, incluso como mero servicio para la satisfacción de necesidades inmediatas, no tiene nada que ver con el capital, aspectos que no necesita en absoluto. El capital es un impulso hacia la ganancia, primero hacia el plusvalor absoluto, luego hacia el relativo. La unidad pasajera, una síntesis transitoria, se producía en la maquinaria, que sólo disminuye el trabajo necesario para aumentar el plustrabajo y que se revela como el medio más poderoso para la producción del plusvalor (tanto relativo como absoluto). ¿Qué significa esto? Que la tendencia objetiva del capitalismo hacia la extracción de plusvalor relativo lo obliga a poner como “no-necesario” a muchos obreros. Aumentar el número de horas de plustrabajo mediante la reducción del trabajo necesario. Reducir al mínimo la fuerza de trabajo necesaria. Por supuesto, como vemos en Argentina desde 1998, el capital tiende a ligar el plusvalor relativo con el absoluto. Marx llamó a esta población “excedente”, opuesta a la “necesaria”, también “reserva” o “reserva para uso posterior”. La “desocupación” es un producto de la producción de plusvalor relativo, es una decisión subjetiva del poder de mando del capital en la esfera económica. La desocupación es trabajo negado por el capital, no se trata de un fenómeno natural, es un acto soberano y planificado de quienes manejan el poder.

El trabajo tiene un origen funesto: la tortura. La verdad se deduce de la propia etimología del concepto: trabajo viene del latín vulgar del siglo VI, “tripaliare”, que significa torturar, de “tripalium”, que era un instrumento de tortura en la antigua Roma, compuesto de tres “palus” (palos) donde se ataba al reo para azotarlo. Si consultamos un Diccionario de Derecho Laboral con respecto a la etimología de la palabra trabajo, aparece que, tanto en francés (travail), como travaglio (italiano) y el trabalho portugués, se derivan de alguna voz latina, con idea de sujeción y pena. Según algunos viene de “trabs” (viga, traba), porque el trabajo es la traba o sujeción del hombre. El italiano ha conservado la antigua palabra labor-is (”lavoro”) con su acepción original, pero posee también la palabra “travaglio”, aunque con un significado más restringido: ‘dolores del parto’ (Dante la usó con el significado de ‘esfuerzo’). La expresión idiomática alemana “Joch der Arbeit” (yugo del trabajo) evoca todavía este sentido. En castellano se encuentra a principios del siglo XIII, la voz “trebajo”, con el sentido de “dolor”, “esfuerzo” o “sufrimiento”. Con razón en algunos países al trabajo le dicen “pegue” (en Chile, “pega”), por aquello de que en el tripalium se “pegaba” al que no trabajaba con ritmo. En castellano antiguo, y aún hoy, trabajo conserva el sentido profundo de sufrimiento, sacrificio, esclavitud y esfuerzo. Del dolor y sufrir se pasó, junto con el origen del capital, a esfuerzo, sudor y lágrimas: laborar. Ya en el castellano medieval la palabra trabajo aglutinaba sufrimiento corporal, castigo divino, tortura, sudor. En la Antigüedad sólo los esclavos podían ser torturados cuando sospechaban que trabajaban a desgano o cometían alguna falta contra la propiedad. Existían dos tipos de ciudadanos libres: los “honestiores”, clase gobernante de propietarios y los “humillares”, la multitud del pueblo trabajador. A partir del Digesto de Justiniano (siglo VI) los “humillares” fueron los primeros romanos libres susceptibles de ser torturados legalmente en procedimiento judicial. Para ser “trabajado” con el “tripalium” había que ser “trabajador”. La tortura nace unida al trabajo, la tortura tenía como objeto a los “humillores” y esclavos, a los trabajadores. La unidad originaria sólo se desplazó con el capitalismo, transformándose el objeto de la actividad en sujeto, en trabajador libre, en el asalariado del capital. La economía política oculta la alienación en la esencia del trabajo, la dimensión de tortura y sujeción forzosa a un amo, por el hecho de que no considera la relación directa entre obrero (trabajo) y la producción, afirmaba un joven Marx en 1844. Es decir: para descubrir el carácter alienado de los fenómenos socio-económicos, es preciso observarlos bajo el ángulo de su constitución. Y esto sigue siendo válido para uno de los efectos más perversos del capitalismo en su fase posfordista: la mal llamada desocupación. El trabajo, en su forma más abstracta y universal, es un metabolismo entre el hombre y la naturaleza; sus momentos esenciales son tres: actividad orientada, un objeto y su medio. Pero, como bien recordaba Debord… “Si el concepto de trabajo se entiende como “intercambio orgánico con la naturaleza”, entonces es tan verdadero y tan inútil conceptualmente como la afirmación de que el hombre tiene que respirar”. Si se entiende, en cambio, como una modalidad de organización de dicho intercambio, el trabajo se convierte en un dato histórico potencialmente superado por el propio desarrollo del capitalismo. En su forma capitalista el trabajo debe producir “valor de cambio”, o sea: dinero. Para ello debe adoptar la forma de trabajo asalariado. Aquí el trabajo en su faz humana, creativa, lúdica o artística, incluso como mero servicio para la satisfacción de necesidades inmediatas, no tiene nada que ver con el capital, aspectos que no necesita en absoluto. El trabajo asalariado es un instrumento que puede utilizarse y reemplazarse, importando poco el sentido social de la acción productiva. Llegado a este punto el capital es un impulso hacia la ganancia, primero hacia el plusvalor absoluto, luego hacia el relativo. ¿Qué significa esto? Que la tendencia objetiva del capitalismo hacia la extracción de plusvalor relativo lo obliga a poner como “no-necesario” a muchos obreros. El capital en determinada fase de su desarrollo está acicateado por una ley: aumentar el número de horas de plustrabajo mediante, ya no la prolongación de la jornada laboral, la reducción del trabajo necesario. Este impulso recibe la rastrera forma de reducir al mínimo la fuerza de trabajo (obreros) necesaria. Por supuesto, como vemos en Argentina desde 1998, el capital tiende a ligar el plusvalor relativo con el absoluto, porque su aspiración es la máxima cantidad de jornadas laborales simultáneas, pero, al mismo tiempo, con la reducción al mínimo, por un lado, del tiempo de trabajo necesario, por otro lado, de la cantidad de trabajadores necesarios. Al discutir los efectos de lo que después se llamó “Ejercito Industrial de Reserva”, un término que no usó Marx sino que utilizó Engels en su libro sobre la clase obrera inglesa de 1845, los clásicos comprobaron que estas dos tendencias necesarias y opuestas eran una contradicción viva del capital, y que la unidad pasajera, una síntesis transitoria, se producía en la maquinaria, que sólo disminuye el trabajo necesario para aumentar el plustrabajo y que se revela como el medio más poderoso para la producción del plusvalor (tanto relativo como absoluto). Esto implicaba a todas las relaciones de la población, e incluso de las formas fundamentales de plusvalor derivan todas las contradicciones de cualquier teoría moderna sobre la población. A la ley forzosa que obliga al capital a embolsar la mayor masa absoluta de trabajo necesario con la mayor masa relativa de plustrabajo corresponde una ley igualmente ambigua de transformar, por un lado, a una parte lo más grande de la población en trabajadores independientes, y por el otro, poner permanentemente a una parte de la misma como “sobrepoblación”. Marx llamó a esta población “excedente”, opuesta a la “necesaria”, también “reserva” o “reserva para uso posterior”. Marx lo sintetizaba con esta fórmula: “El capital sólo es, en la medida en que el trabajo necesario es y, al mismo tiempo, no es” (Grundrisse). La “desocupación” es un producto de la producción de plusvalor relativo, de una decisión subjetiva del poder de mando del capital en la esfera económica. La desocupación es trabajo negado por el capital, no se trata de un fenómeno natural, ni siquiera un proceso sin sujeto: es un acto soberano y planificado de quienes manejan el poder.

5) PEQUEÑA HISTORIA DEL DERECHO AL TRABAJO:
Disparadores:

El pasaje del fordismo al postfordismo, como respuesta del comando del capital a una presencia salarial de la clase obrera intolerable, llevó a la desocupación masiva, al trabajo precario y la flexibilidad. A mediados del siglo XIX mezclaban al lumpenproletariado con el trabajador negado. Ya a comienzos del siglo XX: se produce la noción administrativa capitalista moderna de “desocupado” (una inactividad forzosa debido a una falta de trabajo). Roosevelt y el WPA, Hitler con el DAF y el RAD.: en lo sucesivo el capitalismo esperaba que la creación de empleos para los desocupados proviniera del gasto público y el sostenimiento desde el estado de la demanda. Poner a trabajar a los inútiles de la asistencia social era una tarea moralizante que asumía el estado, y que podía incluir hasta la planificación familiar. Los políticos argentinos repiten con más o menos fidelidad los viejos argumentos, tantos keynesianos como posfordistas. Ya no era un derecho al trabajo sino una contraprestación. Al mismo tiempo, el populismo descubrió que el manejo estatal de los lazos de dependencia y clientelismo sobre la asistencia era una palanca de poder fáctico de enorme alcance.

Los niveles de desempleo que en 1974 se ubicaban en torno al 4,2% promediaron el 12% durante la década de 1990, alcanzaron el 21,5% después de la devaluación de Duhalde-Kirchner y se han reducido al 16% gracias a la baratura de la mano de obra. A su vez, los salarios reales de 2002 eran la mitad de los de 1974. En 1974 la diferencia de ingresos entre el 10% de los hogares más pobres y el 10% de los más ricos no llegaba a diez veces. En 2004 llegó a 50 veces. El pasaje del fordismo al postfordismo, como respuesta del comando del capital a una presencia salarial de la clase obrera intolerable, llevó a la desocupación masiva, al trabajo precario y la flexibilidad a nuevas formas de regulación inéditas. No se trata de desindustrialización abstracta (como señalan la ideología cepalina de muchos economistas y fundaciones) o un vago efecto de época llamado “neoliberalismo”, o como sostienen los economistas “marxistas” falta de inversión (¡?) sino de lucha de clases concreta. A mediados del siglo XIX la percepción de la desocupación como inactividad voluntaria seguía siendo muy imprecisa: el estado distinguía mal al indigente marginal (linyera), al mendigo y el trabajador privado de empleo. Era la categoría indiferenciada de “pauperismo” la que recubría estos diferentes estratos que mezclaban al lumpenproletariado con el trabajador negado. Esa vaguedad comienza a disiparse ya a comienzos del siglo XX: la noción administrativa capitalista moderna de “desocupado” (una inactividad forzosa debido a una falta de trabajo) hace su aparición, se comienza a distinguir independiente de la voluntad y el comportamiento del individuo: la que provenía de una “disfunción” del mercado laboral, de causas macroeconómicas, a la que se la califica con un término apolítico y aséptico: desocupado. El concepto aparecía en el cruce entre una dinámica social (lucha contra el pauperismo), una económica (la construcción de la institución del mercado laboral) y jurídica (el estatuto del salario mínimo en el derecho laboral). El desocupado era, para la administración capitalista, una disfunción de la sociedad industrial, una persona afectada por un proceso “natural” pero imprevisto, casi como un refugiado o una víctima de un terremoto. Sólo a partir del 1900 se incorpora en la alta teoría económica en la voz de Wicksell y Casell, economistas suecos, quienes relacionan “desocupado” con la idea de involuntario (“ofrivillig”), o incluso “desocupado forzado” (“tvungen arbetslöshet”), por lo que se intuía que detrás de la desocupación existían intencionalidades y fuerzas políticas y económicas responsables. Ya existía una larga tradición en la economía burguesa que había analizado la acción involuntaria del trabajador que quiere trabajar y es impedido, desde Henry George (1879), Alfred Marshall (1890), John Hobson (1895), Arthur Pigou (1913) and Wesley Mitchell (1913), hasta llegar a Keynes (1936). Todos habían descubierto, cuarenta años más tarde que Engels y Marx, que el desempleo capitalista era peculiar de un modo de producción histórico. A partir de la década del 30’ la idea del derecho al trabajo iba a disolverse progresivamente en la perspectiva keynesiana (populista en Argentina) de las políticas públicas de estimulación de la economía, transformando la vieja idea decimonónica de asistencia por el trabajo. Roosevelt y el WPA, Hitler con el DAF y el RAD.: en lo sucesivo el capitalismo esperaba que la creación de empleos para los desocupados proviniera del gasto público y el sostenimiento desde el estado de la demanda. El ideólogo del “Welfare”, Beveridge sostenía ya en 1919 que el desempleo moderno era un problema de la industria. Con la crisis del estado de bienestar apareció en EE.UU., Europa y América Latina la idea del estado mínimo, el “Workfare State”: quienes recibían ayuda pública por asistencia de desempleo debían a cambio brindar un trabajo o prestación de servicios. La pobreza ya no era, para los “neocons” que abrían la transición al posfordismo, un defecto del capital sino un problema de conducta individual. El desocupado no sólo no tenía trabajo, no quería tenerlo: había perdido la disciplina y la formación que requería la nueva economía. Poner a trabajar a los inútiles de la asistencia social era una tarea moralizante que asumía el estado, y que podía incluir hasta la planificación familiar. No nos extrañemos que nos resuenen estos tópicos: los políticos argentinos repiten con más o menos fidelidad los viejos argumentos, tantos keynesianos como posfordistas. Ya no era un derecho al trabajo sino una contraprestación. Al mismo tiempo, el populismo descubrió que el manejo estatal de los lazos de dependencia y clientelismo sobre la asistencia era una palanca de poder fáctico de enorme alcance. Contra la idea de autonomía personal y de derecho universal, el mecanismo asistencial peronista de los ’90 se transformó en una forma posmoderna de vasallaje y de asistencia degradante. Los estados stalinistas no se quedaron atrás, creando un derecho al trabajo sin ciudadanía, que dependía de la arbitrariedad paternalista del Estado-Partido: se aseguraban derechos materiales como contrapartida de la subordinación política. Lo cierto es que todavía hoy hay que volver al viejo debate entre Malthus y Marx para aclarar los puntos oscuros y las mistificaciones del problema del trabajador negado por el capital: el mal llamado desocupado.

6) PLUSTRABAJO Y TRABAJO NECESARIO: EL JEROGLÍFICO DEL CAPITAL:
Disparadores:

Es ley del capital la tendencia a crear la mayor cantidad posible de plustrabajo, y reducir el trabajo necesario al mínimo. Recordemos que el trabajo necesario es esa parte de la jornada en la que el obrero trabaja para cubrir los bienes necesarios para su subsistencia. Asimismo, es una tendencia del capital la de aumentar la población trabajadora, así, como la de colocar permanentemente a una parte de la misma como “sobrepoblación”: población que es inútil hasta que el capital pueda valorizarla, o no. Si consideramos que el valor no es más que trabajo objetivado y el “plusvalor” (valorización del capital) es el excedente por encima del trabajo necesario, el proceso es simple; decía Marx: 1) prolongar la jornada laboral hasta los límites de la posibilidad natural (plusvalía absoluta); 2) disminuir cada vez más la parte necesaria de la jornada (y, por lo tanto, acrecentar desmesuradamente el desarrollo de las fuerzas productivas), Es decir: en la condición de apropiación de plustrabajo ajeno está implícito que a la población necesaria indispensable para la producción capitalista, le corresponde, una población excedente que no trabaja. Una población que “Excede” las proporciones entre trabajo vivo y muerto, que el comando del capital decide en la producción, en la economía, y que el estado sanciona. La población sólo es necesaria en la medida en que resulta condición para que se valorice el capital. El capitalista se saca de encima los costos de reproducción de la clase obrera excedente y “pauperiza” en su beneficio a la población restante. La fórmula es simple: al desarrollo de plustrabajo, le corresponde, una población excedente, desocupada, negada. Paradójicamente como la condición del capital es que el trabajador produzca cada vez más plustrabajo, se libera más y más trabajo necesario, con lo cual aumenta la amenaza del pauperismo. No es sino en el modo de producción capitalista donde la pobreza se presenta como resultado del trabajo mismo, del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo. El desempleo y su compañero de ruta, el trabajo precario (atípico, intermitente, flexible, marginal) están inscritos en la dinámica actual del posfordismo. Muchas veces la precisión de un concepto nos permite un nuevo enfoque en términos de acción política y social. Desocupados, no: trabajadores negados por el capital.

Es ley del capital crear tiempo disponible, plustrabajo y sólo puede hacerlo al poner en movimiento “trabajo necesario”, es decir: intercambiarse con el obrero (muchos, no uno). Tienen la tendencia a crear la mayor cantidad posible de trabajo, y reducir el trabajo necesario al mínimo. Recordemos que el trabajo necesario es esa parte de la jornada en la que el obrero trabaja para cubrir los bienes necesarios para su subsistencia (indirectamente), es necesario para el trabajador para vivir y reproducirse; y necesario al capital para la reproducción de la fuerza de trabajo. Asimismo es “Tendenz” del capital la de aumentar la población trabajadora, así como la de colocar permanentemente a una parte de la misma como “sobrepoblación” (“Surplusbevölkerung”): población que es inútil hasta que el capital pueda valorizarla o no. Es también otra tendencia del capital la de volver superfluo (relativamente, ¡ojo!) el trabajo humano, la de empujarlo como trabajo humano hasta límites desmesurados. Si consideramos que el valor no es más que trabajo objetivado y el “plusvalor” (valorización del capital) es el excedente por encima del trabajo necesario. El trabajo es siempre el supuesto del capital y el plustrabajo sólo existe en relación con el trabajo necesario: sólo en medida en que éste existe. Para poner plustrabajo el capital debe poner trabajo necesario continuamente, tiene que acrecentarlo para poder aumentar el excedente de la jornada; pero asimismo debe eliminar aquel trabajo en cuanto necesario, para ponerlo como plustrabajo. Desde el punto de vista de un simple día de trabajo, el proceso es simple, decía Marx: “1) prolongar la jornada laboral hasta los límites de la posibilidad natural (plusvalía absoluta); 2) disminuir cada vez más la parte necesaria de la jornada (y, por lo tanto, acrecentar desmesuradamente el desarrollo de las fuerzas productivas)”. En determinada etapa del desarrollo del capital sólo puede salvar el límite natural constituido por el día de trabajo vivo de un obrero poniendo otro obrero. Es decir: el capital promueve el aumento de la población trabajadora y el proceso mismo por el cual se reduce el trabajo necesario. Como decían los clásicos: “La producción de los obreros mismos se vuelve más barata, en la medida en que el tiempo de trabajo necesario se reduce”. Por eso el propio aumento de la población trabajadora constituye el medio fundamental para la reducción de la parte necesaria para el capital (poniéndola como reserva). No sólo crea sobrante, incluso para Marx el capital crea “minus-trabajo”, ociosidad relativa y permanente, formas de trabajo no-productivo. Es decir: en la condición de apropiación de plustrabajo ajeno (esencia del capitalismo) está implícito que a la población necesaria (=la población que representa en un momento histórico dado el trabajo necesario, indispensable para la producción capitalista) corresponde una población excedente que no trabaja. “Excede” las proporciones entre trabajo vivo y muerto que el comando del capital decide en la producción, en la economía, y que el estado sanciona. Esto deriva simplemente de la naturaleza del capital. La población sólo es necesaria en la medida en que es condición para que se valorice el capital. La relación entre trabajo necesario y plustrabajo cambia bruscamente por la propia ley del valor: parte del trabajo necesario (el que reproduce la capacidad de trabajo) es superfluo, esta capacidad es utilizada como “excedente” de la población trabajadora necesaria para el capital. Como el desarrollo de la fuerza productiva consiste en aumentar (como vimos en Argentina en la década del ’90) la proporción de plustrabajo frente al necesario, debe reducirse necesaria y continuamente la proporción de trabajo necesario. El poner como superfluo trabajadores es consecuencia necesaria del crecimiento del plustrabajo en proporción al necesario. Parcialmente el capitalista se saca de encima los costos de reproducción de la clase obrera excedente y “pauperiza” en su beneficio a la población restante. Por eso, decía Marx, que en el concepto de trabajador libre está ya implícito que el mismo es “pauper”, un pobre virtual. Con arreglo a sus condiciones económicas es mera capacidad viva de trabajo, sólo puede vivir en la medida en que entra en el intercambio forzoso con el capital. Tal intercambio está ligado a condiciones que para el trabajador son fortuitas, casuales, indiferentes a su ser orgánico y existencial. Por lo tanto, virtualmente, es en todo momento un “pauper” (pobre). La fórmula es simple: al desarrollo de plustrabajo corresponde el de población excedente, desocupados. Paradójicamente como la condición del capital es que el trabajador produzca cada vez más plustrabajo, se libera más y más trabajo necesario, con lo cual aumenta la amenaza del pauperismo. No es sino en el modo de producción capitalista donde la pobreza se presenta como resultado del trabajo mismo, del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo. La invención de trabajadores excedentes, de poblaciones inútiles, de verdadero “intocables”, outcasts del posfordismo, sin utilidad económica, hombres privados de su propiedad y que sólo tienen para intercambiar su capacidad para trabajar, es propia de la época del capital. Como decía el filósofo romano Libanio: “la esclavitud no es nada semejante a la miseria del pobre; el esclavo duerme en paz, nutrido por los cuidados de su amo, mientras que el hombre libre y pobre vela durante la noche para ganarse la vida, sometido a la miseria que lo extenúa de hambre”. El desempleo y su compañero de ruta, el trabajo precario (atípico, intermitente, flexible, marginal) están inscritos en la dinámica actual del posfordismo. Muchas veces la precisión de un concepto nos permite un nuevo enfoque en términos de acción política y social. Desocupados, no: trabajadores negados por el capital.
21 de octubre de 2005.

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