La civilización nos enferma, la civilización nos quiere débiles.

26.Oct.05    Análisis y Noticias

Enviado por llavors@nodo50.org

EL CASO MAESO COMO ESCUSA, ¡¡QUE LE SUELTEN PARA QUE LE PILLEN LOS AFECTADOS!!.

Antes de que alguien nos acuse de perjudicar a los infectados, lo primero es
decir que nos parece genial que los perjudicados por el anestesista le saquen
todas las compensaciones posibles al entramado sanitario-estatal; ya sean estas
morales o, mejor aún económicas. Nada contra eso en el sistema en que
estamos. Pero eso no quita para que la satisfacción personal (venganza) ha de
ser eso, personal.

El caso Maeso o como un quirófano no es más que una trampa.

A finales de los años 90 las sucursales valencianas de las empresas Telefónica e
Iberdrola, haciendo un cribado de bajas laborales, detectaron un incremento
de los casos de hepatitis C entre sus trabajadores. Y los relacionaron con el
hecho de haber estado ingresados en determinados hospitales. En abril de 1998
salta el escándalo: un anestesista, Juan Maeso, había infectado a multitud de
pacientes con el virus de la hepatitis C del cual era portador. Según el
fiscal del caso, el anestesista se inyectaba parte de la anestesia con la misma
aguja con la que luego pinchaba al paciente.

En un principio se detectaron un millar de casos, pero después de los estudios
genéticos del virus, se limitó la cantidad a “sólo” 276 casos, de los que ya
han fallecido varios.

El juicio está resultando un buen show mediático, chapoteando en la
desesperación de unas personas que arrastran unas secuelas terribles tras una
operación
que casi siempre parecía sencilla, en un sistema sanitario que no detectó el
foco de infección a lo largo de los diez años que duró la cosa (1988-1998) y en
unos hospitales que demostraron ser ratoneras para la salud de los afectados.

Pero nosotros no queremos debatir ahora sobre la culpabilidad o inocencia de
Juan Maeso, ni sobre los mecanismos de control de los hospitales, ni queremos
entrar en la dialéctica sanidad pública/sanidad privada que subyace en el caso.
Queremos hacer notar otra cuestión: ¿qué se ha hecho de los otros 700 casos
de hepatitis vinculados a la hospitalización? Porque 700 casos son muchos casos
aunque sea en 10 años.

Hace unos meses se detectaron varios casos de transmisión de hepatitis en el
Hospital del Mar de Barcelona. El Gobierno de Cataluña ha sido condenado a
pagar 48.000 euros a otra contagiada, en Valencia la condena por lo mismo fue de
108.182 euros… Parece que lo de Maeso, con ser grave, es sólo y
precisamente eso: un caso muy grave pero no extraordinario.

El sistema sanitario moderno y la infección.

Pero la cosa no acaba en la hepatitis C, hoy en día, entrar en un hospital es
jugársela a pillar una infección resistente a los antibióticos
por “supermicrobios”. Uno de cada 10 ingresados en una UCI pilla una infección
grave por hongos, muchas de ellas mortales. La tasa general de infecciones
intrahospitalarias en España es del 7%.

El consumo sin freno de antibióticos propicia la aparición cada día nuevos
microorganismos resistentes, la bancomicina que era la última arma del arsenal
hospitalario dejó de ser eficaz en la mayoría de los casos hace ya algún tiempo.
Los métodos invasivos de la moderna tecnomedicina hacen el resto.

Sólo hay que ver como el oficio de sanitario es ahora mismo un oficio de riesgo,
en el que los contagios mutuos enfermo/cuidador son continuos. Los enfermos
van cocidos de antibióticos, antihistamínicos, analgésicos… mientras que los
sanitarios lo van de vacunas y antidepresivos.

La moderna religión de la salud en un mundo enfermo.

La palabra enfermedad puede tener muchos significados, depende de la época, del
medio y de la persona que la pronuncie. Pero el significado dominante hoy
en día está cada vez más restringido, ya no es lo contrapuesto al bienestar y la
plenitud, sino sólo un mal funcionamiento de la “máquina humana” congénito
o debido a una intrusión exterior.

La infección y la herencia, que en un momento dado fueron buenas explicaciones
para la transmisión de enfermedades, han acabado siendo LA EXPLICACIÓN; la
única explicación no ya de la transmisión, sino de la salud y de la enfermedad.
A cada malestar un microbio o un gen. A cada malestar un producto químico o
una intervención mecánica. Según esta visión estamos cercados por un ejército de
virus, bacterias superresistentes, hongos, priones… Que quieren acogotarnos.

Esta explicación se ha convertido así en un instrumento de miedo, miedo a lo
invisible (los microorganismos y nuestros propios genes), miedo a una amenaza
de la que sólo nos puede salvar la nueva religión de la tecnomedicina. Y el
miedo, en manos de los que saben utilizarlo, siempre ha sido un buen negocio.

Pero el sistema tecnosanitario no nos da ninguna seguridad. Curioso, pero los
médicos son la tercera causa de mortalidad en los Estados Unidos, después de
las enfermedades cardiovasculares y el cáncer (dos enfermedades de la
civilización por cierto). Se calcula que en los EUA más de 300.000 personas
mueren a
manos de los médico cada año. Y este número es una estimación a la baja, puesto
que en los partes de defunción la causa de la muerte no siempre esta “bien
explicada” y sólo se contabilizan los “fallos médicos”, no se tienen en cuenta
las prácticas médicas nocivas.

La nocividad civilizada.

El mundo civilizado es cada vez más un mundo insalubre, la salud de los humanos
se ha ido deteriorando desde sus orígenes. No se trata ya de hablar de la
ausencia de caries en los dientes del paleolítico y su aparición con la
agricultura, sino de ver lo que ha pasado en estos últimos diez o veinte años.

La incidencia de determinados tipos de cáncer va creciendo continuamente; el
cáncer es una enfermedad moderna que ha ido aumentando continuamente desde los
inicios de la industrialización. La sociedad civilizada es una sociedad tumoral.
Por ejemplo, en Inglaterra y en los últimos 5 años, los canceres han
aumentado un 6%. Algunos tipos determinados, como el cáncer de próstata, ha lo
ha hecho un 25%.

La diabetes tipo 2 es ya una epidemia, sobretodo entre los más pobres del mundo
industrializado y no deja de aumentar entre los niños y los jóvenes.
Prácticamente el 50% de las diabetes que se diagnostican a niños y adolescentes
son actualmente de tipo 2, cuando antaño su incidencia era casi irrelevante.

El crecimiento de la diabetes va ligado a los nuevos hábitos de alimentación (o
mejor dicho de sobrealimentación); en los últimos 10 años la obesidad
infantil ha crecido un 10%. En España el 34% de los menores de 10 años están
obesos. Esta epidemia civilizada está alcanzando ya a los recién llegados a la
primera línea de la industrialización, China tiene ya 155 millones de personas
con sobrepeso, 18 millones de ellos obesos. La otra cara de la moneda serían
las anorexias y bulimias, “privilegio” hasta ahora de la sociedad occidental,
pero que gracias a la globalización alcanza ya a todo el mundo, incluidos los
países subdesarrollados. Así, el estereotipo dominante y globalizado es el de la
delgadez, el del triunfo y de lo “fashion”… y las tasas de anorexia en la
Asia pobre y en África crecen a gran velocidad.

Para acabar y para no cansar con tanto número y porcentaje, tenemos un dato
significativo: entre el 25 y el 33% ,según estimaciones conservadoras, de las
enfermedades en los países industrializados se deben a factores
medioambientales.

El sistema sanitario/industrial un buen negocio para la economía y para la
dominación.

Los beneficios del sector farmacéutico son un buen indicador del volumen de
dinero y poder que mueve el sector tecno/sanitario. Aunque hay también otros
segmentos importantes como es el sector de equipos de alta tecnología
(escáneres, aparatos de análisis….), el de los proveedores en general, el de
los
beneficios de las clínicas privadas….

El sector farmacéutico movió el año 2002, la friolera de 352.342 millones de
dólares (la mitad del producto interior bruto español, unos millones más que
el de la Federación Rusa i el doble del de Dinamarca).

Dentro del conglomerado industrial del sector farmacéutico destaca el monstruo
Pfeifer/Pharmacia con el 12% del negocio (42.281 millones de dólares), la
siguiente, Glaxo, se queda con el 8%, luego, muy atrás, aparece la europea Merck
con sólo el 6%. Las 20 empresas más grandes controlan el 75 por ciento del
sector.

Dependemos cada vez más de sus productos, y sus productos nos generan nuevas
dependencias. El asmático ya no tiene suficiente con el Ventolín inhalado y lo
precisa inyectado, el afectado de migraña acaba padeciendo además una gastritis
por el consumo de analgésicos, los jabones dermoprotectores potencian las
infecciones, la oferta de antidepresivos es cada vez más dinámica, los
tratamientos hormonales anticonceptivos o de otro tipo nos producen cáncer,
millones
vivimos enganchados al Prozac, la abstinencia nos produce más depresión.

La civilización nos quiere débiles.

La civilización nos quiere débiles y dependientes, todo su entramado se basa en
la necesidad de institucionalizarnos para “cuidarnos”, porqué ya no podemos
ni sabemos hacerlo por nosotros mismos. Y en la “debilidad“ voluntariamente
asumida, en la tutela aceptada con gusto, la minorización a perpetuidad tiene la
civilización su mejor aliado.

No podemos cuidar a nuestros niños y el estado u otros especialistas lo han de
hacer por nosotros, así las organización progresista de padres (las de la
CEAPA) en la propuesta “7 puntos para compaginar la vida laboral con el cuidado
de los hijos” pide escuelas abiertas 12 horas del día, 7 días a la semana 11
meses al año (¿por qué no 12?). Hay quien pide la “escuela obligatoria” de los 0
a los 18 años.

Ya no podemos cuidar a nuestros viejos y la gerontología es ya un oficio (y un
negocio) de futuro. Morir en casa ya no es señal de cuidado del enfermo sino
de abandono.

Ya no nos podemos cuidar de nosotros mismos, somos débiles, perezosos,
irresponsables y toxicómanos, por esto son necesarias las cárceles, las
narcosalas,
las normas de seguridad, los jueces, los mediadores sociales y… el sistema
tecnosanitario.

Aunque seguramente muchos de nosotros preferimos vivir bajo el manto protector
del estado, de las corporaciones, de las instituciones, de la sociedad,…
antes de enfrentarnos a una realidad que vemos lejana, tras el cristal de la
pecera en que vivimos, más allá de las puertas del establo.

Hemos tenido que desaprender a vivir autónomamente, no sabemos construirnos casi
ninguno de los objetos que nos rodean, no sabemos procurarnos el alimento,
ni siquiera las cosas más inmediatas somos capaces de hacerlas por nosotros
mismos. Esto no ha sido siempre así, sólo hace pocos decenios la gente sabía
hacerse fuego, trenzar una cuerda… incluso fabricar objetos complejos como
cestas y vestidos… ¿Qué nos ha pasado para haber olvidado cosas tan necesarias
tan deprisa?

Seguramente, el peor olvido ha sido el del cuidado de uno mismo y de la gente
próxima a la que queremos, hemos perdido las habilidades de la autocuración o
la curación por medio del vecino. Hechos tan naturales como el parto (asunto
entre iguales antaño) o la muerte han sido entregadas a manos de de
especialistas e instituciones. Ni sabemos parir ni ayudar a parir, ni sabemos
morir (nos colapsamos) ni ayudar a morir (abandonamos a los moribundos).

La civilización nos debilita y nos enferma, todos estamos inmersos en una
depresión, en una tristeza… ¡Mata más el suicidio que los accidentes de tráfico!

Hay que quemar los CAP’s y las farmacias.

Este 11 de setiembre, en Chile, durante las conmemoraciones del golpe de estado
de Pinochet, en un barrio de Santiago, Lo Hermida, hubo una serie de
disturbios. Los carabineros reprimieron con la brutalidad tradicional de este
cuerpo las manifestaciones de los pobladores, en un momento una bala alcanzó a
Cristian un joven de 16 años que estaba al lado de una de las hogueras que
cortaban la circulación.

Lo que siguió fue algo confuso, los carabineros se habían parapetado en el
consultorio del barrio y los que transportaban al herido no pudieron acceder al
consultorio. El chico murió (también hay quien dice que llegó muerto), algunos
dicen que los sanitarios del ambulatorio se negaron a atenderle.
Declaraciones a la prensa de algunos de estos trabajadores van un poco en este
sentido, algunos de los sanitarios se sentían protegidos por los carabineros,
que por cierto se los llevaron con ellos antes de irse.

Al abandonar los carabineros la posta un numeroso grupo de personas penetran en
ella y lo destruyen todo, dicen que también lo saquearon… Las Organizaciones
Sociales y Populares de Lo Hermida sacaron un comunicado de repulsa, … de
repulsa de la destrucción y saqueo. La muerte de Cristian solo merece dos líneas
escasas al final.

El debate que siguió en Indymedia Santiago es bastante clarificador, el
calificativo más suave es el de lumpenproletarios sólo un cometario se salía de
la
tónica general: “Pero no les salio muy bien ya que la irresponsabilidad del
consultorio con el chico (…) había enrabietado a los otros pobladores del
sector, quienes arrasaron con todo para lograr golpear a los asesinos de
Cristian y a los que negaron su ayuda, ayuda que podría haber ayudado a que hoy
estuviera con vida” (NN en el foro de Indymedia Santiago del 12-9-05).

Hay pero, un malestar contra la tecnomedicina, malestar que en los pobladores de
lo Hermida, en Chile, se mezcla con la rabia por la muerte de un vecino, y
este malestar se manifiesta también en el número creciente de agresiones a
personal sanitario en todo el mundo. Ya no les besan las manos a los médicos y a
menudo se las muerden. La OMS denuncia que el 25% de los incidentes de violencia
en el trabajo se producen en el sector sanitario. En España casi un tercio
de los médicos ha experimentado al menos un episodio de violencia, un 10% de
ellos de violencia física.

Si bien es cierto que las mujeres sanitarias y el personal menos cualificado
suele ser el blanco de estas agresiones, también lo es que están alcanzan cada
vez más a los médicos y que incluso algún jefe de servicio ha tenido que ser
atendido en su mismo hospital.

La tecnomedicina nos asegura una fantasiosa omnipotencia, y ya no se concibe la
muerte como un proceso natural de la vida, sino como un fallo en la
reparación de la “máquina humana” de la que hablábamos más arriba. Si a esto
añadimos su realidad de intrusismo brutal (químico, físico y psicológico), su
autoritarismo jerárquico y su utilitarismo para el sistema (desde las
invalideces a las bajas) no es de extrañar que un fantasma este recorriendo el
sistema
tecnomédico. Un fantasma que cada vez es más fuerte y afina mejor sus objetivos.

Cuando nuestros antepasados quemaban conventos e iglesias, mataban frailes,
monjas y curas; así se enfrentaban a la facción más poderosa de la dominación
que padecían (y que todavía hoy conserva intacto buena parte de aquel poder). De
hecho esa facción era tan poderosa que fueron derrotados, aunque nos
dejaron el recuerdo de su revuelta.

Para igualar estos actos hoy en día, deberíamos enfrentarnos con el mismo vigor
con la facción más poderosa de la dominación actual, y esta facción es la
del complejo sanitario/industrial. Los médicos y los farmacéuticos ocupan el
espacio de los curas del ayer. Para lograr un hecho simbólico de la misma
potencia que quemar una iglesia haría falta quemar un consultorio médico. Nos
imaginamos que pocos se atreverían a tanto, la vaca sagrada es inatacable, un
hecho tan “inofensivo” como criticar al complejo tecnomédico comporta verse
aislado, ridiculizado y atacado. Incluso caer totalmente en sus manos siendo
clasificado como enfermo mental y, en el mejor de los casos, tu voz se pierde en
el abucheo generalizado.

Reanudar el camino.

Reaprender a cuidarnos, atrevernos a cuidar a otros… parece ser ya imposible.
Los “actos médicos” fuera del sistema están severamente penalizados.

Y sin embargo es la única esperanza que tenemos: volver a cocinar, para ti
sobretodo, pero también para otros, recuperar las técnicas básicas de salud, las
destrezas básicas para la vida: ayudar a nacer, ayudar a morir… Volver a
cuidarte, no para alcanzar el estereotipo de belleza, triunfo, delgadez,
competitividad (estandarización, codicia, nocividad y soberbia), sino para
encontrarte bien, fuerte e independiente.

Fuerte e independiente para vivir sin tutelas, sucedáneos ni paliativos: para
vivir libre y salvaje.