Camilo Torres Restrepo: a 40 años de su muerte

25.Feb.06    Análisis y Noticias

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Gilberto López y Rivas

Camilo Torres Restrepo: a 40 años de su muerte

Recordar a Camilo Torres Restre-po a los 40 años de su muerte en combate
es hacer memoria de una historia de congruencia y compromiso personal
con la causa de los explotados de Nuestra América. Es revivir del pasado
cercano la figura de un revolucionario, trasgresor de barreras y
convencionalismos, colombiano universal que murió luchando, como escribe
su mentor y amigo, Françoise Houtart, por un sueño que “tendría tres
dimensiones, colombianas, latinoamericanas y globales. Siempre tendría
también tres bases: sociales, humanistas y espirituales”.

Habiendo nacido en una familia acomodada, Camilo cruza su primera
frontera, la de clase, al escoger el sacerdocio como expresión de la
brújula que guió la brevedad de su vida: el amor al prójimo, que mucho
predican los mojigatos que nos gobiernan en México hoy en día y que poco
practican en la cotidianidad. Sin embargo, en la búsqueda de
explicaciones terrenales a los problemas sociales de su pueblo y
respondiendo a la honda huella de rebeldía e inconformidad que impactó a
la generación que fue testigo del triunfo de la Revolución Cubana,
Torres Restrepo encuentra en la sociología un instrumento idóneo para
adentrarse en la interpretación de la lacerante realidad colombiana.

Es explicable que, habiendo estudiado en Lovaina, halló no la ciencia
social que elabora complejas justificaciones a la pobreza y coberturas a
la explotación, sino explicaciones basadas en una interpretación
marxista, de la cual retoma sus aspectos metodológicos y su tradición
humanista. Nunca se consideró comunista, pero jamás se sumó a la campaña
furibunda contra el comunismo de las oligarquías y el imperialismo, tan
común en esos días, a través del bombardeo masivo desde los medios de
comunicación y los pulpitos al servicio de los poderosos.

La convergencia entre cristianos y marxistas lo describe como un hombre
flexible y nada afecto al dogmatismo que ha menguado tantos afanes de la
izquierda. Con toda justeza pedía al marxista que evolucionara de la
perspectiva simplista de la religión como “el opio del pueblo” y, por
otra parte, pedía a los cristianos que reconocieran la utilidad del
materialismo histórico para la práctica revolucionaria y la idea de que
también existen valores fundamentales fuera de la iglesia y las
creencias religiosas. Muy oportuna y conocida su frase al respecto: “Es
absurdo pensar que comunistas y cristianos no pudieran trabajar juntos
por el bien de la humanidad y que nosotros nos ponemos a discutir sobre
si el alma es mortal o inmortal y dejamos sin resolver un punto en que
si estamos todos de acuerdo y es que la miseria sí es mortal”.

También como sociólogo, Camilo cruza otra frontera, la de la ciencia
contemplativa, y se adentra en el territorio de la acción política con
fundamento en un criterio que da origen a la teología de la liberación:
“el deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el deber de todo
revolucionario es hacer la revolución”.

Como dirigente político se topa en un momento dado con las limitaciones
impuestas por la represión a la lucha institucional y cruza la frontera
definitiva que lo llevaría a la lucha armada y a la muerte, la cual en
este caso, debiera ser interpretada como sacrificio desde sus
concepciones cristianas. Sin embargo, es significativo que un sacerdote
católico haya decidido dar tan singular paso. Houtart lo explica a
través de su propia experiencia de joven seminarista con el dilema de
ver su patria (Bélgica) ocupada por las hordas fascistas: no había otra
opción que no fuera resistir con las armas en la mano.

Se pregunta Françoise: “¿Cómo conciliar una opción cristiana, de amor al
prójimo, al enemigo, del perdón, de la no violencia con la lucha
armada?” Y él mismo se responde: “los principios no se viven en
abstracto…Se trata de elegir las ambigüedades de los oprimidos o las
de los dominantes. El Evangelio exige claramente la identificación de
los pobres. Sin embargo, esta opción exige un juicio político y un
juicio ético…Para Camilo, eso era claro: transformar una sociedad
totalmente injusta por la vía armada porque todas las otras maneras de
realizar el sueño se habían agotado”

Hay un aspecto en Camilo que lo caracteriza y que explica sus frecuentes
rupturas: por un lado, su honradez sin concesiones, su coherencia, que
lo llevan a transitar por la vida incesantemente y, por el otro, su
criterio de eficacia: él quiso dar eficacia al sacerdocio, a la
sociología, a la acción política y al compromiso revolucionario. “Para
que el amor sea eficaz” podría ser una de las frases que lo definieran.

Es sorprendente actual la perspectiva de Camilo sobre su confianza en el
pueblo, sobre la necesidad de organizar de “abajo arriba, de la vereda
hacia el pueblo, del barrio hacia el centro, del campo a la ciudad”. Él
afirmaba que la verdadera organización es la que el pueblo asume como
propia y construye como acción colectiva y autónoma. Esto lo hace un
libertario y un enemigo de las burocracias.

No podríamos recordar la caída en combate de Camilo Torres Restrepo hace
40 años sin hacer referencia a la realidad actual de su patria,
Colombia, desgarrada por decenas de años de muerte de sus mejores hijas
e hijos, de terrorismo de Estado, de intervención estadounidense, de
paramilitarismo, de dominio del narcotráfico en amplios espacios del
Estado y la sociedad.

Hace algunos años asistí en Colombia a la firma de un dialogo que, como
en el caso mexicano, no prospero. Ahora esta en marcha otro dialogo en
La Habana entre el gobierno y el ELN. Hacemos votos por que la terrible
problemática que vive ese país hermano tenga una solución por la vía del
poder popular, la democracia participativa de las mayorías, la
independencia plena y, sobre todo, la paz.