Ecuador: “Si policía cruza puente Tigüino, cruzamos lanzas”

27.Jun.03    Análisis y Noticias

TIGÜINO, Orellana.-
Indígenas amenazan con lancear a quienes intenten capturar a participantes de matanza.

En la selva fangosa de las comunidades huaorani de Tigüino, Bataburo y Pindo, se escucha un grito inusual, el de las mujeres, acostumbradas siempre a bajar la cabeza, a no contestar a los extraños y solo balbucear entre ellas, en su idioma.

“Dejen en paz, queremos que no molesten policías ni autoridades, es un problema de familias y está acabado”, afirma Zoila Iromenga, en un español casi imperceptible.

Ella es esposa de Davo Enomenga, uno de los nueve guerreros huaorani que el 26 de mayo pasado mataron a 26 taromenane, en el interior de la zona intangible (intocable), y que recibieron el perdón, la semana pasada, de los ancianos y ex presidentes de la organización para la Nacionalidad Huaorani de la Amazonia Ecuatoriana (Onhae).

El indulto de la organización no causó regocijo a los guerreros ni a sus familias, pues estaban seguros de que se daría porque el ataque fue parte de su costumbre, de la ley de la selva. Era una venganza y había que saldarla.
Lo que les inquieta es el proceso de la Fiscalía de Pastaza. Por eso ahora, hasta las calladas mujeres reclaman, piden que les dejen vivir en paz, que respeten sus costumbres.

Zoila Iromenga habla en vez de su esposo, quien colocó un cabo en el sector Pindo, a orillas del río Tiputini, para impedir el ingreso de extraños.

“Si alguno de ellos meten presos, el que no tiene culpa morirá. Será culpable la Fiscalía”, advierte. Su hija, Miriam, refiere que los guerreros están tranquilos, siempre que no los molesten.

A dos horas y media de camino de Pindo, en Tigüino y Bataburo (110 km al sur de Coca), existe ese mismo sentimiento. Isabel Ingoe, esposa de Yeti Omene, otro de los guerreros, también clama respeto por su tribu.

La mujer de Yeti cocina fréjol de monte. La ayudan tres de sus doce hijos y una decena de nietos, mientras a su lado, en una cabaña de paja instalada a orillas del río Tigüino, su pareja dialoga en lenguaje huao con Babe Ima, el anciano de la tribu y uno de los que pidió el perdón a la Onhae.

Un joven de la comunidad hace de intérprete de las expresiones de Babe. “Huao ya perdonamos, eso importa. La Fiscalía debe respetar esa decisión”, es la traducción.

El anciano se esfuerza porque se le entienda y entre señas y unas cuantas palabras en español dice: “Si policía cruza puente Tigüino, cruzamos lanzas”, y clava su dedo índice en el estómago y hace lo mismo en el cuello.

Luego habla en huao y gesticula.

Lo mismo hace Isabel Ingoe en tanto su esposo toma una cerbatana de los taromenane y dispara una flecha, que se clava en un palo, a cien metros. Ese era el blanco.

Jonathan Ima (27 años) es el más joven de los guerreros y también está a la expectativa. Habla para puntualizar dos cosas: “Ya no volveremos a atacar a los taromenane, ese es nuestro compromiso. La muerte de mi padre (lanceado por sus rivales) está vengada. Nadie más debe meterse, ni esa Fiscalía”.

El pasado fin de semana, un grupo de abogados de organizaciones no gubernamentales y de una universidad de Quito hicieron un taller sobre los derechos ancestrales de la etnia, con la participación de los comuneros y dirigentes de Tigüino, Bataburo, Pindo y Òoneno. “Ellos dijeron que nos defenderán, que no nos pueden enjuiciar”, manifestó Homero Ima, otro guerrero.

Además de Homero, Yeti, Jonathan y Davo, participaron en el ataque a los taromenane Tive y Kaya Ahua, Tiri Omaca, Omene Ima y Nenkimo Boya, hermano de Armando Boya, presidente de la Onhae y quien anunció el pasado martes el indulto de la organización para los guerreros.