Otro mundo, otro camino, otro caminante

23.Sep.10    Análisis y Noticias

Otro mundo, otro camino, otro caminante

Sergio Rodríguez Lascano
Revista Rebeldía

Introducción
En esta larga lucha entre el capital y el trabajo, parecería
que el primero gana espacios irrecuperables, y
que su capacidad para modificar aspectos secundarios
de su dominación lo ha llevado a una situación inmejorable.
La realidad, sin embargo, es que en este enfrentamiento
desigual, no está dicha la última palabra: el
combate todavía continúa.
Lo que sucede es que las modificaciones que el
capital llevó a cabo en el último periodo han transformado
los escenarios de la confrontación. Pero, mientras
haya explotación, despojo, represión y desprecio,
seguirá subsistiendo la voluntad por justicia, democracia
y libertad.
Hace más de un año, en Grecia, la rebeldía se
paseó por las calles, enfrentándose al poder y a todos
los mecanismos con los que cuenta: los cuerpos
represivos; los partidos políticos institucionales que,
inmediatamente, buscaron disolver los conflictos
sociales para convertirlos en simples desavenencias
negociables; las instituciones jurídicas que, cada vez
que nos recuerdan la vigencia del Estado de Derecho,
es porque echan mano del Estado de Excepción, con
la eliminación de los derechos elementales del ser humano;
los medios de comunicación masiva que, ansiosos,
quieren que la gente regrese a casa, que vuelva
la democracia del espectador a ser la única real y
verdadera, que se acabe con la democracia callejera,
aquélla que junta y hermana, aquélla que permite la
alegría de vivir.
I
La restructuración capitalista, iniciada a finales de los
setenta, conocida como neoliberalismo, ha significado
una reorganización del mundo: a través de una reorganización
productiva, política, social, cultural.
Con esa reestructuración se buscaba eliminar
las viejas conquistas que, después de cruentos enfrentamientos,
los trabajadores del campo y la ciudad
habían ganado. La reorganización espacial de la
acumulación fue acompañada con una reorganización
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espacial del dominio. El objetivo no era simplemente
adueñarse de la fuerza de trabajo de los que no tienen
otra cosa que eso, sino de reorganizar esa propiedad,
para acabar con las anomalías que este sistema había
aceptado después de la Revolución rusa.
El capitalismo perdía su careta del bienestar
—escogida frente el pavor a la revolución—, para recuperar
su verdadera vocación: aumentar la tasa de
explotación, para aumentar la tasa de ganancia.
Esta reorganización espacial de la acumulación
tenía como objetivo fundamental fragmentar las relaciones
laborales, acabar con los vínculos solidarios
entre los seres humanos, eliminar las restricciones nacionales,
lo que generó una redistribución del capital
en el tablero mundial y un ejército de reserva de mano
de obra, ahora sí, totalmente mundial.
En este proceso ha sido muy importante la reinserción
de Rusia al capitalismo y la apropiación de
todas sus riquezas por parte de quince hombres: la
mafia rusa (solamente hay más norteamericanos entre
los cien hombres más ricos del mundo que rusos), así
como la reincorporación de China al mercado mundial
capitalista. Mientras que, en 1978, había 150 millones
de trabajadores chinos, ahora hay 560 millones. Eso
quiere decir que, en menos de 30 años, hubo una incorporación
de 410 millones de trabajadores al modo
capitalista asiático de producción. Se trata de mano
de obra disciplinada y con cierto nivel de preparación
que, más temprano que tarde, les quitará la careta a
estos nuevos mandarines.
Todo esto y muchas cosas más nos plantean que,
efectivamente, el siglo XX no tan sólo forma parte
del pasado sino que, como dijo el Subcomandante
Insurgente Marcos, se trata de la prehistoria.
II
La combinación entre la explotación y el despojo
ha sido la constante en los últimos 30 años. El despojo
ha permitido que las grandes trasnacionales se
apropien de territorios importantes del mundo para
la producción de soya, palma africana, transgénicos
en general. El fracaso de la revolución verde y, en
general, de toda acción capitalista en el campo, como
generadora de bienestar, ha permitido el desarrollo de
las ciudades hiperdegradadas, en especial, en los países
más pobres.
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Hoy, la inmensa mayoría de la clase obrera industrial,
no está en Manchester, Liverpool, Detroit. Torino,
Berlín, Pittsburg, sino en Cantón, Mumbay, Jakartha,
el ABC de Sao Paulo, Lagos, Islamabad, Teherán,
Tijuana, Ciudad Juárez, Matamoros, Tehuacán (por
cierto que en la entrada a esta ciudad del estado de
Puebla todavía se lee un mensaje que dice: “bienvenidos
al lugar cuna del maíz”. Cuando debería decir:
“bienvenidos a la cuna de los Blue Jeans, lugar donde
se ensayan los mecanismos más atroces de organización
del trabajo bajo el capitalismo”).
Este hecho se complementa con otro: una buena
parte de la mano de obra en los países más desarrollados
proviene del sur. 210 millones de inmigrantes son
hoy una parte sustancial de la clase obrera de países
como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania,
etcétera.
Esto permite cuatro dinámicas que se combinan y
que son completamente explosivas:
a) Existe un proceso de deslocalización del capital
en el ámbito mundial. Las grandes trasnacionales,
cada vez más, invierten en la creación de fábricas movibles
en los países pobres, que les garantizan mano
de obra barata, control represivo sobre los trabajadores,
eliminación de requisitos jurídicos, simplificación
administrativa, incremento de la mano de obra no sindicalizada,
utilización de esos bajos salarios como espantajo
frente a los trabajadores de su país de origen
(si todavía se puede hablar con estos términos) para
que limiten sus peticiones. En una palabra: sobreexplotación.
b) Existe un proceso de deslocalización in situ
o relocalización del trabajo, al favorecer —más allá
de las consabidas rabietas de los ultranacionalistas
fascistoides— la llegada de trabajadores inmigrantes,
cuyos salarios son mucho más bajos que los de los
trabajadores originarios, lo que favorece la división y
la confrontación. Lo que está sucediendo en el norte
italiano creo que así lo revela.
c) Una combinación entre la sobreexplotación interna,
que tiende a regular los salarios hacia la baja,
y un incremento del comercio mundial de las firmas
trasnacionales, por medio de la incorporación de los
sectores más desfavorecidos como consumidores
de los productos de las trasnacionales, como resultado
del envío de divisas que hacen los trabajadores
originarios de los países pobres a sus familias. Esto
ha permitido, igualmente, un abandono de lo que se
conocían como las responsabilidades sociales de los
Estados en este tipo de países.
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d) Una nueva clase obrera: deslocalizada, fragmentada,
en cuyo seno se combinan desde el trabajo
tedioso y rutinario hasta el trabajo esclavo, como sucede
en el BRIC (Brasil, Rusia, India y China, que
tanto apasiona al antiimperialismo de los tontos), y
también en México.
Todo esto permite un nuevo tipo de proceso de
marginación. Por un lado, en las megápolis de los
países más ricos, millones de seres humanos viven al
día. El trabajo desregulado, precario, no sólo afecta a
los inmigrantes, sino también a los que ahí nacieron,
pues ya se decidió que son carne de cañón. Ahí se
encuentra la razón fundamental de la utilidad que tienen
para las “democracias” occidentales los partidos
fascistas: al exacerbar el odio racial, se divide a los
trabajadores, se genera un fantoche para ser atacado,
y el capital sale bien librado.
Al mismo tiempo, según un cuadro elaborado por
Mike Davis, las 20 zonas urbanas más hiperdegradadas
en el mundo, por lo menos hasta 2005, se encontraban
—todas— en los países más pobres. La región
de Nezahualcóyotl, Chalco e Iztapalpa, en el Valle de
México, ocupa el primer lugar, con 4 millones de habitantes.
Si a esta zona le agregamos Ecatepec, los
Reyes las Paz, entonces estamos hablando de cerca
de 6 millones.
III
La crisis que han vivido, o están viviendo, las instituciones
políticas generadas en el siglo XX tiene como
base material la transformación radical de la organización
(desorganización) de la vida.
Ahora, no se trata de la migración de los campesinos
que producían aceitunas en el sur de Italia y que
llegaban a Milán en busca de un puesto de trabajo en
la Alfa Romeo, como nos contaba la vieja película
de Luchino Visconti: “Rocco y sus hermanos”, con
un Partido Comunista Italiano de masas que administraba
la situación de manera magistral, como el
gran controlador de la situación, que ejercía una especie
de poder desde abajo y desde arriba, con una
relativa capacidad de veto y con una impresionante
capacidad de impedir un desbordamiento de las confrontaciones.
Es decir, en última instancia, jugaba el
papel de administrador del descontento. Cuando los
patrones se querían pasar de listos, se movilizaba;
cuando la movilización se hacia muy fuerte se desmovilizaba.
Ahora, los inmigrantes que llegan a las metrópolis
no tienen muchas expectativas sociales. O los hijos
o nietos de los que llegaron hace ya algunos años se
rebelan contra sus padres y abuelos, que siempre les
contaron historias sobre que ellos eran franceses o
suizos, o alemanes.
Hace unos meses, en las afueras de París, en
un partido de fútbol, en el que jugaba la selección
de Francia contra la de Tunes, miles de migrantes
tunecinos abuchearon La Marsellesa, himno de la
Revolución francesa, que, entre otras cosas, dice:
Vamos, hijos de la patria,
Que ha llegado el día de la gloria
Contra nosotros se alza
El sangriento estandarte de la tiranía.
Esto provocó la cólera del pequeño Nicolás Sarkosy y
de su gabinete y del grueso de la clase política francesa.
En un diario se comentó así el hecho:
“Difícil decir si a lo que pitaban los jóvenes era
al himno nacional y lo que representa, o al presidente
Nicolás Sarkozy, que estaba por llegar; o al seleccionador
nacional, Raymond Doménech —que va de
derrota en derrota— o incluso a la cantante Lââm,
juzgada en medios del hip hop underground como
traidora a las esencias mismas del movimiento. Sin
distancias, la clase política francesa, como suele ser
costumbre, se tomó el problema como algo gravísimo
y hasta imperdonable. Inmediatamente, el personaje
más en primera línea, el propio Laporte (ministro de
deporte), saltó al ruedo nacional. Juzgó “escandaloso”
lo ocurrido y propuso de ahora en adelante “deslocalizar
estos partidos”.
Cuando explicó qué entendía por deslocalizar,
dijo que era indispensable llevarlo a la Francia profunda,
donde sí se ama a ese país y no viven los jóvenes
migrantes o hijos de migrantes, rabiosos ingratos
que no aprecian lo que se ha hecho por ellos. Ahora,
hasta el fútbol debe ser deslocalizado.
Bueno, desde hace mucho lo ha sido, simplemente
hay que ver a la selección inglesa y francesa, sus componentes
no tienen mucho que ver con los merovingios,
ni con los bretones o los galos, o los normandos,
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más bien parecen como descendientes de los bereberes
o de los habitantes de la África profunda. No son descendientes
de Pipino el Breve o de Chilperico. O de
Roldán y los doce pares invictos de Francia, sino de los
que los barrieron en Roncesvalles.
Yo creo que de las cuatro alternativas que sugiere
el redactor del artículo, descartaría la tercera y me
quedaría con las otras. La rechifla era para el himno,
un himno que hace más de 200 años fue el símbolo de
la revolución, que fue prohibido durante el Termidor,
el imperio y la restauración, y que fue el canto que
unió a los maquis que pelearon en contra del gobierno
de Vichy, de Petain y la ocupación nazi.
Pero, ahora ¿Qué les dice a esos jóvenes ese
himno? ¿Qué les recuerda? Les dice, les recuerda
que, aunque formalmente tienen un pasaporte francés,
ellos son los nuevos metecos (extranjeros indeseables
durante el Imperio Romano) que no tienen
lugar en el Imperio, que no deben estar en la gran
megápolis, en el gran país, en la gran patria. Que si
están allí es porque alguien tenía que hacer el trabajo
sucio, peligroso y cansado. Pero que no son franceses.
Los verdaderos franceses viven en la “France
profunde” y no en les banlieu. Eso sí, cuando ganan
la copa del mundo de fútbol, entonces todos les perdonan
el color de su piel.
La deslocalización in situ es producto de varios
fenómenos, siendo el más importante el envejecimiento
de las poblaciones originales de los países
industrializados.
IV
Todo esto ha permitido que, en todo el mundo, se abra
una disyuntiva que es trascendental. Si antes los teóricos
de la estrategia revolucionaria decían que era
fundamental neutralizar y ganar a las capas medias
—por medio de una política que combinara fuerza
con concesiones— hoy, esto, creo yo, no es ni con
mucho lo más importante.
Las clases medias son parte de los asalariados y
han sido desplazados hacia los de abajo
Si se quiere ubicar una idea central diríamos
que, hoy, lo fundamental es buscar unir el abajo con
el más abajo en todo el mundo. Y que, normalmente,
ésta es y será una tarea de los que viven más abajo
que abajo.
Pero, seamos claros. ¿De quién hablamos?
¿Quiénes son esos que viven más abajo que abajo?
Se trata de los trabajadores migrantes del mundo, de
los trabajadores precarios, de los subcontratados por
la tercerización o externalización (Outsourcing), los
campesinos sin tierra, los sin techo, los sin papeles,
los jóvenes que terminan una carrera universitaria y
se enfrentan a la terrible realidad del desempleo, los
estudiantes que no pueden continuar y van a dar al
mercado más formal que existe: el llamado mercado
informal. De las mujeres agredidas permanentemente,
aún por sus propios compañeros, a quienes siempre se
les dice que esperen, que no se precipiten, que aguanten,
que no hay que dividir, que hay que comprender,
que entiendan que el compañero vive bajo el estrés de
la explotación (como si ellas no lo vivieran) y que si
son golpeadas deben poner la otra mejilla.
Y, en América Latina, se trata de los pueblos indios,
los que son la columna vertebral de la reorganización
de un pensamiento libertario y emancipador. Quienes,
a pesar de todas las chingaderas que se han realizado
en su contra, promueven la única alternativa que incluye
a todos los oprimidos y explotados, al más abajo y
al abajo y al escaso enmedio que han dejado.
No se trata de una masa amorfa, sin raíces sociales.
Son el nuevo y más masivo proletariado que
haya existido en la historia de la humanidad. El 80
por ciento del proletariado mundial se concentra en lo
que se conocía como Tercer Mundo.
Ese proletariado está estratificado entre los que
mantienen algunas de las conquistas del siglo XX, el
abajo, y la inmensa mayoría: los que carecen de todo,
que viven en condiciones de miseria y que, sin embargo,
generan la mayor parte de la plusvalía mundial
y la mayor parte de los granos, frutas y legumbres: el
más abajo.
V
Hace algunos años, muchos militantes de la izquierda
latinoamericana, después de la gran Revolución cubana,
pero más claramente, después de la gran Revolución
sandinista, nos formábamos bajo la idea de que
era indispensable descolonizar nuestra teoría.
Lo que yo quiero señalar es que, creo, que si la
izquierda europea o norteamericana quiere tener posibilidades
de reconstruir una alternativa de masas más
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allá del capitalismo debería aceptar ser, por lo menos
parcialmente, colonizada por el pensamiento de
los habitantes de sus ex colonias. Si no fuera por otra
razón, simplemente por el hecho cuantitativo de que
cada vez serán más los trabajadores que provengan de
ahí. Es fundamental ser de izquierda en el Estado Español
tratando de comprender qué piensan, cómo se
organizan, cómo se mantienen unidos los indígenas
ecuatorianos. Es imposible ser de izquierda en Alemania
sin comprender la lucha y la cultura del pueblo
Kurdo. Es más que imposible ser de izquierda en los
Estados Unidos y no entender qué es la raza.
Se requiere de un nuevo tipo de internacionalismo
que borre la vieja geografía del norte y del sur, del
país rico frente al país pobre, y genere una más realista,
que evite galimatías sobre la teoría del enemigo
principal contra el cual luchamos, mientras el enemigo
secundario se la ha pasado reprimiéndonos. Una
geografía más sencilla, más nítida, aquélla que fue
formulada por los zapatistas durante el inicio de la
guerra en contra del pueblo de Irak.
Nuestros enemigos no son únicamente los señores
Gates o Warren Buffet de los Estados Unidos,
o Ingvar Kamprad de Suecia, o Bernard Arnault de
Francia, o el español Amancio Ortega, o Karl Albrecht
de Alemania, o David Thomson de Canadá, o Michele
Ferrero de Italia.
Sino también el señor Lakshmi Mittal, o Mukesh
Ambani de la India, o Li Ka Shing de China, o Oleg
Deripaska y Roman Abramovich de Rusia, o el Príncipe
Alwaleed Bin Talal Alsaud de Arabia Saudita, o
Naguib Sawiris de Egipto (estos dos individuos poseen
una fortuna de 55 mil millones de dólares, mientras
el pueblo palestino muere de hambre. Desde luego
que es fundamental denunciar al Estado sionista
de Israel —no a los judíos, por favor—, pero también
a las cobardes burguesías árabes y también a la iraní),
Antonio Ermirio de Moraes, de Brasil —que ya conociendo
mejor a Lula se ha llevado bien con él—, o Iris
Fontbona de Chile, o Carlos Slim, el intocable y, con
él, las 28 familias mexicanas que tienen una fortuna
equivalente a 300 billones de pesos.
E igual abajo. Los pobres, el proletariado mundial
está conformado por trabajadores de ese sur social a
los que les quieren imponer las 65 horas semanales
en Europa, al que le reducen los salarios de manera
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global, cuyos hijos no tienen ninguna expectativa de
promoción social. Los que no son responsables de la
irresponsabilidad de la clase política y los capitalistas
en Grecia, Portugal y el Estado español y, por lo
mismo, no están dispuestos a pagar las consecuencias
de una crisis, que no sólo no provocaron sino que han
sido los únicos que han hecho su trabajo; mientras los
banqueros y empresarios presionan a los gobiernos a
que reduzcan su déficit fiscal, a que no aumenten los
salarios, a que restructuren las empresas y hagan más
flexibles las relaciones laborales.
VI
Todo esto como parte de una nueva guerra mundial,
la más terrible de todas: contra la vida y por la ganancia.
No contra tal o cual país, sino contra todos los trabajadores
del campo y la ciudad. No hay para dónde
hacerse, lo siento, pero los que suspiran y aspiran a la
reinstauración del viejo Estado Benefactor, lo hacen
por algo que ya pasó y no volverá. Su “íntima nostalgia
reaccionaria” —parafraseando a Ramón López
Velarde— no hace sino vestirlos de cuerpo entero.
Ellos no están contra el capitalismo, sino contra sus
excesos.
El capitalismo es como es, es decir: inhumano.
Es una tarea muy ingrata proponerle al pueblo que
se organice, luche y se confronte simplemente para
que el Estado recupere el control de la rectoría en la
economía sin tocar las bases de la explotación, es decir,
la relación trabajo asalariado-capital.
Porque después se llega al gobierno y se convierte
a los pobres en los peores enemigos.
El Subcomandante Insurgente Marcos ya ha contado
varias veces la acción de guerra en contra de
los habitantes de la Nueva Atzacoalcos, en el News
Divine. Por razones profesionales, yo estuve en el entierro
de algunos de los chavos y chavas. Ahí había una
cartulina que alzaba sobre su cabeza un joven como de
16 años que decía: “izquierda asesina”. Un letrero que
gritaba una realidad: izquierda asesina. Igual que en
Zinacantán, Chiapas: izquierda asesina. Igual que en
Atenco —porque nosotros, a diferencia de otros, no
olvidamos el desplegado de los diputados del PRD en
el estado de México felicitando al gobernador Enrique
Peña Nieto por la represión en ese lugar digno, de
hombres y mujeres dignos—: izquierda asesina.
Aquélla que tiene como jefe de la policía, en la
Ciudad de México, a un racista que no le gusta la talla
y complexión de los pobres veracruzanos, chaparros
y gordas, dijo. Aquélla que llamó a la madre de todas
las batallas para impedir la toma de posesión del fraudulento
Felipe Calderón como presidente, pero pactó
dejar la puerta trasera del recinto libre, para que por
ahí entrara y, luego, la acción fue proclamada como
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heroica por López Obrador. Aquélla que llamó a la
otra madre de todas las batallas para impedir la privatización
de Pemex, sin reconocer que ha sido cómplice
del hecho de que el 35 por ciento de la energía nacional
ya haya sido privatizada, para luego pactar una
reforma ad-hoc y ahora aceptar sin más la elaboración
de los nuevos contratos de exploración y explotación
con empresas extranjeras.
VII
Conclusión
En esta guerra, los habitantes del sótano del mundo
comienzan a salir, después de iniciar la construcción
de túneles de comunicación. El encuentro de la Digna
Rabia fue la evidencia que la construcción subterránea,
que ha tardado mucho, ya comienza a estar sólida.
En esa construcción, a veces se pica piedra cuando
creíamos que era viable construir camino. Pero
no importa, también ahí se aprende. A veces parece
que ahí hay piedra y que no hay que avanzar, pero
se descubre que, después de desencuentros, se puede
continuar la construcción.
Hace algún tiempo, un amigo común del
Subcomandante Insurgente Marcos y mío me contó la
siguiente anécdota: en la reunión privada que sostuvo
el Sup con Fausto Bertinoti, dirigente en esa época de
Refundación Comunista de Italia, al final, después de
intercambiar varias ideas, ya al despedirse, el Sup le
recomendó que leyera El Quijote de la Mancha.
Una conclusión rara después de que se habló del
movimiento de movimientos, de la globalización, de
la crisis del Estado-nación, etcétera. La recomendación
del Sup fue que leyera El Quijote. A la luz de lo
que sucedió después, parece que Bertinotti no le hizo
caso al Sup.
Dentro de la mente de la mayoría de los seres
humanos, por lo menos en algunos momentos de su
vida, conviven siempre la rebeldía y el orden. Dentro
de cada uno de nosotros se encuentra el rebelde y el
Estado-policía. Si en nuestras acciones diarias, cotidianas:
en la forma en que tratamos a nuestros compañeros
y, en especial, a las compañeras; en la forma
en que tratamos a los enfermos, en la forma en que
tratamos a los indígenas, en la forma en que nos burlamos
de los defectos físicos o la apariencia de los
otros, en la forma en que tratamos a nuestros alumnos,
el Estado-policía que llevamos dentro domestica
al rebelde, seremos parte de las hordas de reaccionarios
que hacen de su particularidad su rechazo.
Los partidos políticos de izquierda, sinceramente
anticapitalistas, que luchan por la toma del poder, viven
con esa contradicción. Yo no soy nadie para decir
que no es viable la posibilidad de construir una fuerza
revolucionaria de izquierda que luche por el poder y
que no se deforme en el camino. Yo no hago nuevas
ortodoxias, aparentemente heterodoxas. Lo que sí señalo
es que la contradicción existe.
Hacia dónde se incline esa izquierda anticapitalista
será fundamental para el destino de los seres humanos,
en una buena parte del mundo. Aquí en México,
la izquierda institucional y sus remoritas —que no
son institucionales porque no las dejan—, no sólo no
son anticapitalistas, sino que no tienen nada que ver
con la rebeldía. A lo más que llegan es a estar a la vera
del que lanza las purificaciones y admoniciones.
Mientras tanto, en esta fase mórbida de la crisis,
cuando la Rebeldía se expresa en todo el mundo y
nos regocijamos de ver que en la Conferencia sobre
el cambio climático los de abajo salen a mostrar lo
que tienen, lo que no quieren que se les arrebate: su
cuerpo, su vida.
Cuando la sin razón se viste de bombas y cae sobre
los niños de Palestina y nos inunda una infinita
rabia.
Aparte de hacer nuestro trabajo en la comunidad,
en el trabajo, en las calles y los barrios, es decir, ayudar
a generar relaciones humanas que permitan desatar la
energía social hacia la destrucción del sistema capitalista,
también es indispensable leer y releer El Quijote
de la Mancha. Para que un día no aparezcamos apoyando
la invasión americana y europea a Afganistán o
a Haití, o a Irak, o a… México. Bajo el pretexto, viejo,
sobado y consabido de que es indispensable instalar la
democracia y acabar con los regímenes fundamentalistas
o las fuerzas terroristas.
En esa batalla, El Quijote nos ayuda a que el
rebelde domestique al estadista, a ubicarnos a la izquierda
de lo posible y que ése sea nuestro horizonte
y no el de la real politik. A que la realidad sea multicolor
y no el desierto de lo real. A que la vida triunfe
sobre la muerte.