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Los límites del “Yo” y la trascendencia del “Nosotros”.

03.11.10

Los límites del “Yo” y la trascendencia del “Nosotros”.

Por Jaime Yovanovic Prieto
Profesor J

Las religiones y propuestas espirituales más difundidas se refieren a sujetos “Yo” que serán salvos y alcanzarán la vida eterna. Sólo que esas propuestas nacen del patriarcado, es decir, del aniquilamiento -temporario- de la vida en comunidad del sujeto “Nosotros”. Surgen de la disgregación del sujeto comunitario en múltiples “Yo”, con lo que la especie llega a parecer eso: un conjunto de “Yo”, lo que es un contrasentido. El choclo no es la multitud de los choclos, sino simplemente el choclo o los choclos, pero que la especie se pueda identificar o caracterizar por la individualidad del choclo, eso es un absurdo, ya que no es posible un choclo solitario. El choclo, como el ser humano, requiere del conjunto y de las condiciones para su desarrollo. De varias semillas sólo algunas germinarán. Si la especie se redujera a una sola semilla y ella estuviera en nuestras manos, de qué modo podemos estar seguros de que se va a reproducir?

Al separar al ser humano de la especie, quebrando la reproducción cultural del mundo de la vida y acostumbrándolo a vivir en solitario, se le aniquila en su esencia y se construye otra cosa, que por ahora llamaremos “Yo”, un sujeto imposible hecho posible a fuerza de aplastarlo y alienarlo, hasta convencerlo de que su esencia es la individualidad, como un dios, el máximo ejemplo de la unicidad y la individualidad antropomórfica.

Al sujeto “Yo” se le concede la trascendencia, es decir, la posibilidad de otra vida personal, el Yo pletórico de afán de vivir por sobre e independientemente de los demás, sin sentido de la especie ni de la humanidad, palabra con la que podemos nombrar a la especie misma. El deuteronomio como conjunto de reglas se centra en el diseño del sujeto individual que puede cometer infracciones a las leyes de relaciones entre los hombres y de éstos con los dioses, o con el dios único, pues ya se había impuesto el patriarca mayor subordinando a las otras tribus y arrojándose con saña contra el politeismo, que evitaba la homogenización y, por tanto, la hegemonización, en planos más amplios, ya que cada patriarca representa el máximo de poder de un Yo sobre otros Yo y ese mismo poder se transforma en micro poder cuando se establece el consejo de patriarcas con la estructura del poder de clase, es decir, del conjunto articulado, dialogante e interactuante de los señores de la dominica potestas, la facultad de señorío.

Ese señor es el primer interesado en acabar con el Nosotros comunitario, convenciendo al resto de que no son un solo sujeto epistemológico entre todos y menos un sujeto-actor que se construye a si mismo (la autopoiesis de Varela y Mmaturana) de modo permanente, sino que cada uno es cada uno, a cada quien le toca en suerte un destino predeterminado, distinto de los otros, y que según el esfuerzo “personal” diferenciador de otros esfuerzos “personales”, podrán alcanzarse metas individuales de éxito, placer, status, fortuna, etc.

La figura del héroe mitológico tiende a reforzar esa formación sicológica individualista, configurando modelos y prototipos, al igual que las revistas de modas propagandizan actualmente el sujeto europeo para caracterizar la belleza femenina, la blanca es el estilo, la negra o asiática es exótica, no forma parte de nuestro mundo, por favor. Que hermosa es! pero para exibirla, como una flor en una vitrina, o tal vez para poseerla y deshojarla marchitándole su pureza…

El héroe es un modelo a seguir, tiene la fuerza de voluntad de enfrentar el destino y luchar contra él para vencer y alcanzar metas, o sea, como quien se gana la lotería, uno entre millones, casi parecido a un dios. Otra vez la figura del dios. Es para llegar a pensar si acaso esa figura no será otro modelo que combina la masculinidad de la barba frondosa con la paternidad, el poder, la condescendencia, la jerarquía, el autoritarismo, la sublimación de los deseos carnales para procrear un primogénito sobre la base de un espíritu santo. La ausencia de amor en esa alegoría es demasiado explícita como para aceptar de buenas a primeras ese tipo de amor platónico que transforma el amor carnal en algo prosaico. La separación de ambos es fundamental para la auto-represión de la sexualidad en la sociedad, a diferencia de la comunidad, donde el amor se asienta directamente en la corporalidad y la libertad del ser.

Ese Yo individualista no tiene trascendencia ninguna en la especie, por eso se hace necesario ofrecerle por vía ideológica la posibilidad de la vida eterna, única manera de insuflrar aliento de autoestima al ego inidividual que requiere otro tipo de caricias y estímulos externos, radicalmente distintos al placer de compartir los afectos cotidianos y el instinto de lo común de la horda y de la comunidad, donde el Nosotros se continúa aún con la ausencia corporal de una generación tras otra. Para la comunidad no existe la cartografía positivista del árbol genealógico, sino la horizontalidad de la presencia permanente e interactiva de los vivos y los muertos. El sujeto Nosotros no está formado solamente por aquellos que están vivos, sino también por aquellos que ya no están pero que están y estarán siempre.

De ahí que la trascendencia en el caso de la comunidad está garantizada en todos y cada uno con la continuidad y reproducción de la especie. No es el Yo que trasciende, sino ese Nosotros. No es el Yo que consigue atravesar barreras temporales y espaciales desde sus limitaciones, sino el Nosotros que trasciende la temporalidad y espacialidad continuando como tal aún en ausencia de aquel Yo que pretendía erigirse en un ser superior, que para eso lo educa el sistema de dominación.

En la forma comunidad ese sujeto nosotros, siendo parte derivada e integrante de la naturaleza -lo que no puede conseguir el Yo, sujeto artificial y separado construido por el poder- al pensar es entonces la naturaleza que piensa, la naturaleza adquiriendo conciencia de si misma. Cuesta para el ego alimentado con nutriente de dioses aceptar eso, pues es el Yo que mira a su alrededor y lo “controla”, ¿cómo, entonces, puede ser la naturaleza la que se mira a si misma mediante nuestros ojos? Pues si fuese así, entonces Yo no soy nada. Yo pensaba que era Yo quien elaboraba esos bellos pensamientos y obras, tan inteligentes y sabios. Pero ahora me quieren decir que no soy Yo, sino que es la naturaleza la que piensa a través de mi persona? Es la naturaleza la que crea por mi intermedio? No. En realidad no crea por MI intermedio, ya que mi existencia individual es una abstracción, sólo existo porque existe la especie.

De ahí que quien escribe estas notas puede estar insuflado de la arrogancia de imaginar que está interpretando a la naturaleza o puede estar invitando a realizar el ejercicio de suicidio del Yo epistemológico y relacional, para permitir la re-emergencia de los sujetos Nosotros, ejercicio mucho más interesante y fructífero en función del cambio que aquel otro de ofrecerse para ser sacrificado en el altar de la revolución.

El historicismo alemán nos legó la linearidad de la evolución, que puede entenderse como reforma o revolución, pero muy luego descubrimos que ambos sólo reproducen las condiciones del poder. Es claro, como dice el poeta, que no hay camino y se hace al andar, sin embargo caminando atados al poder como única forma de cambio, sólo caeremos de un círculo vicioso en otro. Por lo tanto es preciso dar un paso al lado, cruzar esa línea y tratar de descubrir en el otro, tal vez el vecino, el espejo necesario para entender como y por que la naturaleza y el instinto pueden hablar a través de nosotros. Podemos imaginar lo que diría, en especial si constatamos diariamente que se está destruyendo el planeta sobre la base del capitalismo extractivista, dirigido por gobiernos conservadores, progresistas y aún socialistas.

Jaime Yovanovic
profesor_j@yahoo.com


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