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Crisis y política de los vínculos. Territorio, trabajo y alimentos

30.11.10

Crisis y política de los vínculos
Territorio, trabajo y alimentos1
Ángel Calle Collado

En este artículo me propongo reflexionar sobre algunas cuestiones en torno a lo que se está
llamando “crisis financiera” y a los debates sobre consecuencias y remedios. ¿De qué “crisis”
estamos hablando? ¿Es posible que yo pueda fugarme política o socialmente de la misma? ¿Qué
escenarios pueden entreverse como respuesta, tanto en el Norte (epicentro de esta crisis) como en el
Sur (conectados de forma subordinada al centro)? ¿Hay alternativas? ¿Necesitamos nuevas
coordenadas políticas, intelectuales, culturales e incluso emocionales, para poder explorarlas?
¿Qué “crisis”?
Si por crisis entendemos los “problemas” de especuladores y bancos para mantener los incrementos
anuales de sus beneficios por encima del 25%, ciertamente, “están en crisis”. Con todo, las 7
entidades financieras españolas se embolsaron en el 2008 más de 18.000 millones de euros, 3
billones de las antiguas pesetas. Ligeramente por debajo del año pasado. Pero en muchos casos, este
ligero descenso es consecuencia de provisiones y maquillajes. El Santander llegó a los 8.876
millones de euros, tan sólo un 2% menos que en 2007, sin contar los 500 millones utilizados como
provisión ante el timo financiero Madoff. Es más, el presidente de este banco, Emilio Botín,
aseguraba en plena “crisis” que cuenta con un incremento del 10% en sus beneficios para el año que
viene. Recordemos también que las compañías que cotizan en el Ibex35 llegarán a unos beneficios
de 45.762 millones, cifra similar a los 48.073 millones de 2007. Por si fueran escasos los beneficios
obtenidos, el gobierno español apoyará a las entidades financieras (comprando activos, ofreciéndose
de aval) con más de 150.000 millones de euros2.
Estamos hablando de cantidades que, sumadas, bastarían para que ocho millones de trabajadores
recuperaran el poder adquisitivo perdido en los últimos años; se triplicara la ayuda mundial oficial
al desarrollo (sin que esta supusiera un aumento de la deuda externa); o, directamente, la
desnutrición infantil o el acceso a agua potable dejaran de ser una lacra de este mundo.
Efectivamente, los de abajo “hemos entrado” en esta crisis. Entre los sectores productivos más
afectados por el paro estarán las vacas sagradas de la burbuja consumista, como son la construcción
o el automóvil. Y mientras un 10% de la población española ha hecho ganancias sustanciosas en el
mercado bursátil e inmobiliario, la crisis se cebará en los sectores más precarios y desprotegidos:
inmigrantes, trabajadores con sueldos por debajo del salario mínimo interprofesional, empleados en
subcontratas de grandes corporaciones y empresas de trabajo temporal que garantizan una notable
rotación en los puestos de trabajo. Un perfil de riesgo que se hace más pronunciado o especialmente
relevante entre jóvenes y mujeres, en los sectores productivos en crisis, en regiones de menor renta
y más precariedad como Andalucía, Extremadura, Canarias o los cinturones de Madrid3. Un
descontento que se extiende desde abajo pero que, por el momento, no encuentra su salida en
organizaciones sociales de viejo o nuevo cuño (sean grandes sindicatos o incipientes plataformas
1 Artículo preparado para los Materiales de Reflexión producidos desde CGT; ver www.cgt.org.es/spip.php?
article400
2 Cantidad que llegaría al medio billón de euros si se contabilizan rebajas fiscales y el llamado presupuesto anti-crisis.
Ver artículo de Ramón Fernández Durán, Luis González Reyes y Luis Rico García-Amado, Crisis Global,
Materiales de Reflexión n.62, Ateneo Confederal Rojo y Negro, disponible en www.cgt.es
3 Para un análisis de la situación de estos sectores sociales inmediatamente antes del estallido de la burbuja financiera
con base en las hipotecas basura, consultar el Barómetro Social de España. Análisis del periodo 1994 – 2006,
Traficantes de Sueños/CIP-Fuhem, elaborado por el colectivo IOÉ, 2008.
1
anti-crisis).
Pero no ha “entrado en crisis” el sistema financiero, no si lo entendemos como pilar de un sistema
que, vampirizando la economía real y las economías de los de abajo, busca constantemente
legitimar mayores ritmos de acumulación y de desigualdad social para beneficio de los de arriba. Es
más, la “crisis” es la coartada perfecta para crear situaciones de miedo que justifiquen estas enormes
transferencias de capital, pues en realidad como declaran élites del PSOE o el presidente de los
Estados Unidos, se apellide Obama o Bush, esto se hace por “las familias”, “por el bien de los
ciudadanos”. La crisis es, entre otras cosas, un espectáculo (Guy Debord), un circo de cifras y
aparentes buenas intenciones, que se sostiene sobre la realidad de hogares que habrán de soportar
las fracturas y las facturas de un capitalismo que olfatea en cada shock (Naomi Klein) una
oportunidad de relegitimar la barbarie (Castoriadis). La crisis permite crear un escenario de miedo
multicolor. No es un pánico gris pues presenta texturas locales, matices según los sectores
involucrados, y sobre todo, proclamas de que la luz volverá a reinar. La crisis intenta mediatizar aún
más las relaciones sociales a través de los actores causantes del problema: los bancos lo resolverán
con ayuda de los fondos públicos y el control del Estado. El conservador lema de “morir, matando”,
o el irreflexivo de “huir siempre hacia adelante”, puestos en práctica. El capitalismo basura es no
productivo (90% del dinero que se mueve nada tiene que ver con flujos comerciales) e insostenible
tanto social (descontento in crescendo) como medioambientalmente (necesitaríamos otros tres
planetas para mantener el consumo del 20% más rico). Se diría que el espectáculo emerge ¿para
cegar con sus crepúsculos?.
No podemos afirmar tampoco que “hayamos entrado” ahora en esta crisis. Estamos en una vuelta de
tuerca más. Y si miramos a los países empobrecidos, desde los 80 nos encontramos con las
revueltas del pan, protestas frente a los ajustes estructurales del Fondo Monetario Internacional que
ocasionaban subidas indiscriminadas de productos básicos. Tendrían estas crisis su correlato, y su
explosión crecientemente especulativa, en el reguero mundial de crisis financieras: mexicana en
1994; asiática en 1997; rusa en 1998; brasileña en 1999; turca en 2000; argentina en 2001, etc. Y
culminarían recientemente con la fusión de ambos tornados, cuando los fondos especulativos entran
en los mercados alimentarios y generan un desabastecimiento que tuvo importantes brotes de
protesta en el llamado Sur4. Estos brotes de rebeldía, ausentes en nuestros telediarios en muchos
casos, darían lugar posteriormente a nuevas realidades políticas (el giro social de gobiernos
latinoamericanos) o sociales (la creciente rebeldía de campesinos y pequeños agricultores). De
muchas maneras, el espectáculo no es total. Está en continua puga con las realidades, con la
explosión de descontentos, con la acumulación de demandas sectoriales, con la coordinación de
nuevos referentes de acción. Intenta legitimarse a través de sus consecuencias. Trasladar, o mejor
dicho conformar, a una opinión pública la idea de que el paro que se avecina o las crisis
alimentarias son hijos bastardos, no deseados, del capitalismo y que, en el futuro, no volverán a
sentarse en nuestras mesas.
Sin embargo estos hijos son persistentes. Llamarán una y otra vez a la puerta, pues hablamos de una
crisis más amplia. Una crisis de civilización, en tanto que las bases morales, económicas, políticas y
culturales que sigue propugnando Occidente, en especial los sectores liberales y financieros, no son
sostenibles ya, ni siquiera desde un punto de vista energético5. Construimos, o construyeron,
imperios militares, políticos o alimentarios a golpe de energía fósil fácilmente transportable y
altamente rentable, en tanto que no se internalizaron costes medioambientales y estuvo disponible
en franjas terrestres accesibles. Pero hoy en día ni las energías renovables son (por sí mismas)
4 Ver distintos análisis en Introducción a la Crisis Alimentaria global, elaborado, entre otros, por el Observatorio
Deuda en la Globalización, www.odg.cat, y Grain, www.grain.org. En internet, también disponible el número 80 de
Diagonal a propósito de la crisis agroalimentaria (www.diagonalperiodico.net).
5 El crepúsculo de la era trágica del petróleo, de Ramón Fernández Durán, publicado por Virus y Ecologistas en
Acción, 2008, disponible en internet.
2
alternativas, en la medida en que es insostenible huir a través de una economía que intenta crecer
indefinidamente en consumo de materiales y energía, por un lado; y por otro lado, cualquier proceso
de transición hacia otros sistemas de transporte, por ejemplo, para garantizar el modelo y el ritmo
actual de consumo, precisaría de una energía accesible, “barata” y transportable que mañana ya no
tenemos, pues el gas natural y el petróleo llegan a su fin, y entraremos en períodos de escasez
mundial. Se puede afirmar efectivamente, que se acabó la fiesta6.
Se agota, así mismo, la credibilidad que daba alas a la llamada “globalización”, bastante desigual y
poco global. Las sucesivas crisis financieras y alimentarias ponen sus peros al cuanto más grande
mejor7. Hemos podido comprobar “más arriba” no es sinónimo de “más eficiente”. Cuanto más
“globalizado” puede estar menos al servicio de la humanidad. En el largo plazo, al margen del
todos calvos, cobrarán relevancia, mal que le pese a algunos gurús con peluquín “progresista”, unas
tecnologías más convivenciales8, es decir, adaptadas al desarrollo de potencialidades humanas y del
entorno ecosistémico. Convivirán con tecnologías que retomarán manejos tradicionales, junto con
otras de desarrollo reciente (tren o energía solar). Pero habrán de emerger por adaptación o por
desaparición de la especie humana, en la línea de civilizaciones que se difuminaron, en gran parte,
al desarrollar tecnologías ecocidas, que les hicieron imposible habitar el medio que creían dominar9.
Perdimos la conciencia de especie. Naufragamos aparentando control y abundancia cuando en
realidad son, ante todo, palabras o ideas que desoyen leyes fundamentales del planeta Tierra. Gaia10,
ese enorme ser vivo, no atiende a las leyes ideológicas del dinero, sino a sus dinámicas entrópicas
(la energía se hace menos disponible) y a su tendencia auto-reproductiva. Los recursos no son
ilimitados como afirma (u obvia) la economía convencional. Menos aún, podría decirse, en una
economía regida por la necesidad de crecimiento exponencial impuesto a su vez por la necesidad de
renovar, incrementar y pagar el dinero-crédito generado por los bancos11. Los satisfactores
modernos para justificar un “desarrollo” (tecnologías, políticas, instituciones, valores) han
acelerado nuestra espiral de consumo. Esto hace que hoy una persona en un país rico demande para
atender sus necesidades básicas, como promedio que le imputa el actual sistema económico, 10
veces más insumos materiales que hace unas década; ha multiplicado por 50 su demanda de agua
(para la producción de bienes que utiliza); a la par que genera 40 veces más residuos que sus
antepasados de vida más austera, en entornos rurales12. Comunidades como Madrid tienen una
huella ecológica de 20 veces su extensión13. Más consumo implica más transformaciones, más
desplazamientos. Generamos más calor que no podrá convertirse en energía apta para posteriores
usos. Gaia abosorbe dióxido de carbono a través de plantas, algas, bacterias que nos permiten gozar
de ese equilibrio gaseoso del planeta tierra en los últimos 700 millones de años: 20,9% de oxígeno y
apenas un 0,003% de CO2. En condiciones normales, Gaia “respira” gracias a estos organismos; es
decir, en su seno fluctúan estacionalmente los niveles de oxígeno y de anhídrido carbónico. Pero el
incremento de gases invernaderos puede elevar la temperatura hasta niveles insoportables para la
6 Richard Heinberg, Se acabó la fiesta. Guerra y colapso económico en el umbral del fin de la era del petróleo,
Huesca, Barrabes, 2006.
7 Como señalara en 1973 Schumacher, en Lo pequeño es hermoso: por una sociedad y una técnica a la medida del
hombre, Blume Ediciones, Madrid, 1978
8 En Ivan Illich nos ofrecía a principios de los 70 una crítica del manejo moderno de los recursos naturales en su
Hacia una sociedad convivencial.
9 Franz Broswimmer, Ecocidio. Breve historia de la extinción en masa de las especies, Pamplona, Editorial Laetoli,
2005.
10 Un introducción biológica y filosófica a Gaia es ofrecida por Lynn Margulis y Dorion Sagan, ¿Qué es la vida?,
Tusquets, Barcelona, 2005.
11 Ver artículo de Ecología Política, n. 35, “Decrecimiento Sostenible”, por Joan Martínez Alier, disponible en internet
http://www.estudiosecologistas.org/documentos/reflexion/Desdesarrollo/DECRECIMIENTO%20SOSTENIBLE.pdf
12 Ver trabajo de Óscar Carpintero, El metabolismo de la economía española: Recursos naturales y huella ecológica
(1955-2000), Lanzarote, Fundación César Manrique, 2005.
13 Es decir, su metabolismo consumista ingiere anualmente una superficie productiva muy superior a su territorio, un
tercio de la superficie del Estado español, Andalucía y Castilla-La Mancha juntas.
3
vida humana. Así, se puede decir que podemos vivir en tanto que contribuyamos a reproducir esta
vida. Ni nosotros, ni los sistemas productivos que pongamos en marcha son “sostenibles” por sí
mismos. La cuestión impostergable es si, por primera vez en los últimos 4 millones de años, el
homo sapiens (estupidus) confirmará que es inteligente a la vez que capaz de desarrollar
condiciones letales de vida para él mismo, al haber abandonado su conciencia de especie. Gaia
puede decretar prescindir de nosotras y nosotros en menos de tres generaciones desde su instinto
vital para la auto-reproducción.
La crisis respiratoria de Gaia está ligada, íntimamente, a la crisis financiera. Las enormes creaciones
abstractas y abstrusas de dinero financiero apalancándose en el dinero bancario (hipotecas basura
que se derivaron a paquetes financieros) impulsó la depredación de recursos naturales. La
constitución de mercados globales alentó un crecimiento casi exponencial en la demanda de
materiales y energías. Por ejemplo, empresas del Norte utilizaron este dinero no bancario (Repsol
en la compra de YPF) para extender sus proyectos de fuerte impacto medioambiental. El mercado
global agroalimentario, entrelazado en los últimos años al mercado especulativo de fondos de
inversión, supone, para los más acaudalados del planeta, que los productos viajan miles de
kilómetros antes de llegar a nuestra nevera. A su vez, el dinero financiero prometía mayores
rendimientos a corto plazo, forzando a las economías del Sur a ofrecer mayores intereses para
captar dinero lo que, según el contexto, llevó a muchos países a un mayor endeudamiento. Y la
deuda externa es un auténtico boomerang, al estar directamente ligada a la permisividad de los
gobiernos en consentir, en contra de los intereses de los gobernados y de los habitantes de Gaia, la
depredación ambiental de sus territorios14.
Esta crisis, por tanto, no es financiera. O no sólo. Tiene una expresión y unas raíces ecosistémicas.
Nuestros actuales requerimientos materiales y energéticos no son posibles de mantener. Proponer
una salida a la crisis en forma de mayor depredación global, como por ejemplo se afirma desde el
ministerio de Industria (internacionalizar la empresa española, abaratar sus costes y riesgos en el
exterior, etc.), es simplemente adelantar la hora del reloj del suicidio algunas generaciones. Eso, sin
contar con que los satisfactores que propone esta civilización consumista, no nos satisfacen, no
sirven para reproducir la vida, incluso para quienes son considerados como “ricos” bajo las actuales
patrones de “desarrollo”: cerca de un tercio de la población de la UE padece ansiedad por motivos
laborales, nuestra alimentación y nuestros ritmos de vida son aliados incondicionales del cáncer, un
40% de los hombres daneses y noruegos presentan una baja concentración de espermatozoides en su
semen para poder asegurar su fertilidad…15
Contamos, o se nos ha impuesto, con satisfactores que son en realidad el anuncio de nuestra propia
tumba biológica y social: expoliación industrial y agotamiento de recursos naturales como el agua,
sistema agroalimentario global caracterizado por continuas crisis, educación en patrones de
consumo insostenibles, instituciones políticas y económicas al margen de la ciudadanía, cultura del
cemento como alfombra del mundo, tecnología como las patentes y los transgénicos destinadas al
control radical de las formas en que Gaia ha cultivado su sostenibilidad, etc. La creencia o fe en
nuestra “autoridad” sobre el mundo son la base de un metabolismo socio-vital que afianza una
relación con la Tierra, y una conciencia de especie, que promueve un intercambio insostenible (para
Gaia) y desigual (para sus habitantes)16. El cambio de modelo no es sólo productivo, económico,
14 Leer el clásico de Susan George, El boomerang de la deuda, Colección Intermón, Barcelona, 1993.
15 Consultar Signes vitals 2007-2008: les tendències que configuren el nostre futur del Worldwatch Institute.
16 Propongo el concepto de metabolismo sociovital para huir de ese divorcio entre intercambios materiales,
energéticos, culturales y emocionales. En realidad, son flujos enmarañados que han de desliarse al unísono si
queremos deshacer el actual nudo de la insostenibilidad. Una crítica de las raíces economicistas del actual
paradgima de manejo de recursos naturales puede verse en el trabajo de Jose Manuel Naredo Pérez, Raíces
económicas del deterioro ecológico y social más allá de los dogmas, Madrid, Siglo XXI, 2006. Para una
introducción al concepto más materialista de metabolismo social ver Garrido, Francisco, González de Molina,
Manuel, Serrano, José Luis y Solana, José Luis (eds.): El paradigma ecológico en las ciencias sociales, Barcelona,
4
incluso sociopolítico. Es también socio-emocional. Los intercambios biofísicos con la naturaleza
son producto de unas estructuras y unas culturas determinadas. Luego la salida a la crisis financiera
¡no puede ser acelerar el instinto y las prácticas ecocidas para con nosotros mismos!
De esta manera, fallan nuestros satisfactores, porque falla nuestra forma de mirar al mundo, a lo que
nos rodea, a lo no inmediato. Nos desvinculamos, nos hacemos menos habitables. La otredad (lo
diverso, la naturaleza exterior, las otras) ha sido una de las principales víctimas del pensamiento de
raíces materialistas, racionalistas y frecuentemente individualista propugnado en Occidente. Los
liberales primero, los marxistas vulgares después, junto con los partidarios de un individualismo
nihilista, se fueron “deshaciendo” del mundo y de los otros (en particular de las otras) como lugar o
lazo existencial desde el que se estaba reproduciendo no sólo la riqueza, sino nuestra propia vida.
Lo externo debía ser dominado, invisibilizado o asimilado a mí. Las revoluciones de matrices
ilustradas o industriales, siempre funcionales a unas élites, aunque abrieron sendas de expresión, de
utilidad científica o de alternativas productivas, se tornaron involuciones ecológicas y sociales en lo
que respecta a la diversidad biocultural17.
Pensar el mundo es existir: ésta venía a ser la definición de vida para filósofos como Descartes o
Kant. Alguno de ellos podría haber dicho que estamos vivos porque alguien nos dió de mamar, o
que pensamos porque nos legaron una lengua, o que existimos por un equilibrio casi mágico de las
proporciones que se dan en la biosfera entre oxígeno y otros gases (algo más de oxígeno y esto
explotaría; un poco menos, y nos asfixiaríamos). Puede decirse que esa visión filosófica del mundo
aupó lo otro a la categoría de apéndice “incómodo” del yo. “Despreciable” si se refiere a la
reproducción básica de la vida y de nuestro cuerpo, a la naturaleza o a aquellas culturas o seres que
triangulen razones, cuerpo y emociones de forma diferente a como ellos lo pensaron.
El entierro de la otredad corrió en paralelo al destete del autoritarismo. Nos erigimos en
enterradores de nuestras emociones sociales, fruto de una educación (formal, familiar, tribal) más
destinada a interiorizar (auto)controles que a procurar encuentros. Los fascismos de la Europa de
los 30 y décadas posteriores ejemplificaron cómo la necesidad de un padre (un guía, un dictador, un
gran Estado nacional, un destino histórico), puede ser la aparente huída de las masas frente al miedo
a lo desconocido, incluso a su libertad18.
Crisis socioemocional, crisis medioambiental, crisis energética, crisis laboral, crisis alimentaria…
¿Crisis de alternativas? Lo cierto es que la tierra sigue moviéndose. La tierra y sus habitantes. No
dejamos de recomponer nuestros vínculos más cotidianos de cooperación social (lenguas, valores,
hábitos, instituciones, apoyos, afectos etc.), como desarrollaré más tarde. Lo cual no impide que
construyamos mundos que entren en conflicto, siendo esta crisis o las formas de insolidaridad que
se pueden manifestar entre las personas afectadas reflejos de ello. Más aún cuando nos hacemos, o
nos hacen, más permeables a la competitividad y menos conscientes de cuán ligados estamos. Creo
que sería bueno tener como referente político el desarrollar prácticas y cosmovisiones encaminados
a extender esa cooperación social, y no darla por supuesta, como característica del ser humano o
como finalidad intrínseca a un grupo social dado (llámese comunidad, pueblo o multitud). La crisis
ecosistémica puede ser una buena oportunidad para ello. Lo es, precisamente, por las oportunidades
Icaria, 2007.
17 Ver La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales, por Víctor Toledo y Narciso
Barrera-Bassols, Barcelona, Icaria, 2008.
18 Ver trabajos clásicos de Wilhelm Reich, Erich Fromm y Theodor Adorno sobre el fascismo.
5
políticas19 y socioemocionales20 que abre, tanto por necesidad de los de abajo, como por una
deslegitimación del papel y de los medios que impulsan los de arriba.
En el mejor de los casos, “la” historia occidental de nuestras rebeldías, en aras de dicha cooperación
social, son las historias bien de ganar dignidad (común), bien de experimentar situaciones o
vínculos que nos llevasen hacia la otredad. En el primero de los casos tendríamos la tradición del
movimiento obrero orientada hacia la dignidad material, arrancando concesiones y creando
situaciones de una mejor distribución de recursos, desde la perspectiva del llamado Norte. Desde el
segundo de los ámbitos, emergen historias ligadas a los nuevos movimientos sociales (pacifismo,
ecologismo, feminismo, autonomía, etc.), que reconocen y nos ayudan a reconocer múltiples
dimensiones de conflicto, señalando nuevos y renovados (micro)poderes, formas físicas y morales
de control.
Pero hoy esas tradiciones están siendo cuestionadas, al menos repensadas o re-experimentadas.
Procesos más globales de entender las dimensiones de cambio, las articulaciones, las necesidades
básicas se vienen dando cita desde los 80 explorando formas inclusivas de construcción política y
social que camina preguntando y preguntándose, por utilizar una gramática neozapatista.
A propósito de la crisis económica, vemos respuestas canalizadas o visualizadas a través de
repertorios de acción más clásicos. Ya se han constituido muchas plataformas en ciudades y pueblos
del Estado español, o iniciativas que se ofrecen a señalar los puntos negros del sistema financiero21.
Ha habido manifestaciones constantes, si bien no del calado numérico de otras que sí han contado
con mayor beneplácito de élites políticas y mediáticas (caso de las guerras en Irak o las iniciadas
por Israel). Es más, los sucesivos expedientes de regulación de empleo han revitalizado la protesta
sindical. Pero esta respuesta aún no se dirige en número y en objetivos hacia propósitos de mayor
calado, de alterar los pilares de la crisis ecosistémica. En particular, no atiende, o no se compone a
través de, otros frentes socioemocionales, alimentarios, medioambientales, patriarcales, de
solidaridad internacional, etc. Al mismo tiempo, tampoco desde experiencias novedosas o desde el
desafío que se da en renovados frentes surgidos al calor de los nuevos movimientos globales,
parecen que se conformen respuestas estables en las que lo social abarque también la preocupación
por la fábrica (social), por el sistema financiero, por el dinero. Quizás los tiempos de sedimentación
y de conexión sean más largos a la hora de intentar “fugarse” de este mundo en crisis. Quizás sea
cuestión de poner en juego otras miradas y otras prácticas de cooperación social.
¿Me puedo “fugar” de esta crisis?
Estamos dentro y lo seguiremos estando. Por dentro quiero comenzar señalando que, sobre todo en
los grandes oasis de consumo que se dan en Occidente, la creciente mercantilización de relaciones22
nos lleva a que alimentación, salud, vivienda, ocio o incluso participación (que presupone
19 Visión macro y política del cambio social, inspirada en los trabajos de Lenin y Gramsci, así como en los del
historiador Tilly, que apunta a la necesidad de que “por arriba” se desmorone la capacidad de control o de
legitimidad de un orden social para asistir a una “revolución”. Exponentes de una visión política más intrashistórica
del cambio social, que debería ser clave para entender los actuales descontentos sociales, son los estudiosos ingleses
de las diferentes matrices del movimiento obrero, como E. Thompson, Eric Hobsbawm o Chris Ealham (La lucha
por Barcelona); en este país y desde el medio rural, contamos con el trabajo de Díaz del Moral (Historia de las
agitaciones campesinas andaluzas). La llegada de los nuevos movimientos sociales, como el ecologismo o el
feminismo, abren la reflexión y prácticas de cambios cualitativos con base en empoderamientos “desde abajo”.
20 Foucault o Deleuze como arqueólogos de la sociedad del control contemporánea;Virno, mirando cómo la
esqueletización de las relaciones sociales (del lenguaje, de los intereses, de los códigos culturales) está en la base de
nuestra pérdida de consciencia y de autonomía. Todos, junto con la crítica vitalista presente en el feminismo,
apuntando a situar el deseo como motor de flujos de poder, de empoderamientos, de cambios.
21 Ver www.lospuntosnegros.org
22 La crítica de la (siempre) creciente colonización de la acción social por parte del capitalismo es extensa: Marx,
Marcuse, Habermas; o desde paradigmas más liberales, Rifkin (La era del acceso).
6
información, tiempo para construir confianzas y reflexiones, etc.) sean necesidades a satisfacer
desde ámbitos que han contribuido a la explosión del desorden23: deseo y diversión sujetos a
superficies y patrones de consumo y de crédito; inversiones y futuros pensados o administrados en
clave de fondos especulativos; necesidades materiales subordinadas a un centralizado e insostenible
mercado global; etc.
Por dentro quiero expresar también que nacemos y vivimos en red. Al nacer, nuestra estructura
cerebral aparece predispuesta para el lenguaje, que luego el contexto, y por ende otros y otras, nos
pondrán en marcha a ritmo de palabras, acentos y gramáticas. Abrimos los ojos, los oídos y los
poros de la piel y ya está por allí pululando la posibilidad de empatizar con lo que otros sienten, y
también la potencialidad de asustarnos cuando nos estimulen desde algo que consideremos una
amenaza. Aprendemos emociones desde las ya heredadas. Tenemos nuestra primera sensación de
hambre, y ya movemos las manos y nuestros labios a ritmo de una potencialidad de succionar (de
reclamar de otras), que viene impulsada por unos niveles de oxitocina (la hormona del amor) que
conectan madre e hijo24.
Y viviremos como hemos nacido, en red. La satisfacción de nuestras necesidades básicas, sean
materiales (subsistencia), expresivas (libertades y creatividad), afectivas (identidades y lazos
emocionales) o de relación con la naturaleza (somos una especie más), nos conducen a convivir, a
conversar y a construir herramientas con los demás25. Por activa o por pasiva, por acción o por
omisión, conscientes de nuestra interdependencia o crédulos de una posibilidad de autonomía que
nos haga dioses (si no bestias), nuestro hacer o nuestro decir es siempre una modificación del flujo
de relaciones (de intercambios materiales, simbólicos, emocionales) para construir nuestra dignidad,
a costa o en consideración de los otros. Permanentemente recreamos, acatamos o nos oponemos a
las instituciones sociales (familiares, políticas, afectivas, culturales, económicas, etc.) en las que se
recrean, a la vez que se utilizan, normas, valores, hábitos.
Trato de salir, pues, de un debate de esencias, de si somos animales sociales. Estamos dentro.
Habitamos redes. Nos construimos desde, para y a través de los otros. Como especie, Gaia nos
conecta al resto de seres vivos para formar un gran organismo que se esfuerza por autoreproducirse;
y nosotros y nosotras, por salirnos de él. Si nos pensamos, es sólo como paréntesis de
conversaciones que nos han ido legando una forma de decir, de hacer, de valorarnos.
¿Fugas? No puedo salirme, no plenamente. Sí puedo considerar esas fugas como fisuras, enredos,
recreación de otros vínculos más habitables. Y que, cualitativamente, puedan representar un salto en
alguno de los planos de satisfacción de necesidades básicas de tal manera que se reconozcan como
un “hito revolucionario”26. Pero estamos, ante todo, en la recreación constante de lo que Maturana
define como conversaciones (intercambios, enunciados, propuestas) que caminan bien hacia ese
deseo de vida y hacia esa democracia; bien hacia formas de sometimiento, de entierro de
potencialidades, de autoritarismos. Recreación que va de la mano de la legitimación, el acatamiento
aparente o la abierta desobediencia de los dispositivos de micropoder en los cuáles se nos interroga
constantemente sobre las rutas a seguir (Foucault). Ahora bien, no todo es cotidianeidad, no todo es
flujo. Las dinámicas de cooperación o de enfrentamiento social se entrelazan constituyendo
23 La Explosión Del Desorden, por Ramón Fernández Durán, Ed. Fundamentos, 1993.
24 Partimos de una pre-programación cerebral, como indicara Chomsky que hace tan “natural” que los niños aprendan
una lengua. Sobre las cualidades “sociales” de nuestras emociones más íntimas, consultar trabajos de Ignacio
Morgado y Antonio Damasio.
25 Para Max-Neef y otros autores (Desarrollo a Escala Humana: Conceptos, Aplicaciones y Reflexiones, Barcelona,
Icaria, 1993), todas las culturas buscan construir diferentes satisfactores para nueve necesidades básicas:
subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. La naturaleza,
considero, debe aparecer en tanto que nuestros intercambios de energía y materia son, a la vez, parte de cualquier
cultura y necesidad básica de cualquier individuo.
26 Condensamos bajo tipos ideales o alrededor de momentos puntuales fenómenos (o modelos) de mayor complejidad
para facilitar su comprensión y su comunicación. Pero esta simplificación no agota ni el saber, ni la realidad.
7
conversaciones sistémicas (grandes enunciados, macropoderes, tendencias) que vuelven hacia los
individuos como “poderes externos”. No son dinámicas trascendentales, no surgen de una
metafísica de lo político (en clave de pueblos destinados, clases emergentes o multitudes
teleológicas), sino de nuestra disposición (voluntad, creatividad, deseo) para remar en la vida de
manera que situaciones (y después redes y prácticas más estables; y más tarde poblaciones y
tendencias; y por último, metabolismos sociales) puedan ir asentando otras condiciones para nuestro
hacer y nuestro decir. Las grandes crisis, al zarandear bruscamente los referentes “normales” de
nuestras lecturas del entorno, son momentos con mayúscula para (re)leer nuestros mundos próximos
y lejanos; en primer lugar, desde otras direcciones emocionales, corporales, racionales; y en
segundo lugar, desde la construcción de satisfactores y relaciones (laborales, políticos,
medioambientales, alimentarios, etc.) que desanden lo andado (Jorge Riechmann) o reinventen los
caminos (zapatismo).
Esto no es intento de elaborar un curso de filosofía. Esto es una (auto)crítica hacia quien pretenda
unir los conceptos de cambio integral y recetas de microondas, democracia y necesidad de
autoritarismos por mor de alguna urgencia, satisfacción de necesidades básicas y aproximación
parcial a las mismas (siendo el materialismo el sesgo más frecuente), metabolismos más sostenibles
y economías basadas en a la depredación infinita.
Gente dispersa, masas con miedo
Todo un modelo neoliberal en crisis. Incluso los propios padres de la crisis reconocían su alcance
poniendo en duda los axiomas de fe que les sirvieron de coartada para sus recetas económicas:
había que suspender los mecanismos de mercado (pedía presidente de la patronal empresarial
española, CEOE), abandonar la idea de la racionalidad de la propia teoría económica (Reinhard
Selten, Nobel de Economía), etc.
Es una crisis de legitimidad. Lo cual no supone de facto una crisis del modelo. Tanto la capacidad
de re-legitimación, los intereses que aún sostienen el proyecto neoliberal; como, ante todo, la falta
de respuestas desde abajo, apuntan a una vida del capitalismo más allá de su aparente entrada en
coma mortal. La crisis de los 70 (alza del precio del petróleo, estancamiento económico, ciclo de
protestas frente a la sociedad del control desde el 68 francés al 77 italiano) se saldó, desde el Norte,
con una re-interpretación de los pilares del capitalismo (flexibilidad laboral y de las estructuras de
producción, privatizaciones ofrecidas como capitalismo popular, ligar consumo y vida) que fueron
suficientes para devolverle de nuevo el aliento que da el refrendo popular27.
¿Es esta crisis un trampolín hacia sociedades duales de férreas fronteras interiores? Efectivamente,
durante estos años de crisis social, aunque no financiera, las rentas más altas han ido accediendo a
patrimonio y a inversiones en dinero no bancario, de manera que la desigualdad de riqueza (bienes)
en este país entre el 10% más rico y el 50% más pobre (o empobrecido) es hoy cinco veces más que
la desigualdad de renta, que ya es de 16 a 1. El modelo social al que se llegó en los 90 se ha ido
desinflando lentamente, pasando el gasto público en relación al Producto Interno Bruto de suponer
un 28,7% (1993) a un 25,2% (2005). Era un modelo aún lejano al nivel de prestaciones de los países
de la Unión Europea (UE) cuya media actual de gasto público es del 33,1%. Y, sin embargo, la
mercantilización o privatización encubierta alcanzó muchos satisfactores sociales clave en el acceso
a necesidades básicas: aumento de la sanidad privada y del número de pensiones en el sistema
privado; vivienda gestionada por el negocio privado28; España es el país de la UE con más centros
educativos privados, tras Holanda y Bélgica; la recaudación recae sobre salarios e impuestos
indirectos, mientras se construyen ingenierías financieras y paraísos fiscales para eludir al fisco; y,
sobre todo, los salarios han perdido poder adquisitivo mientras las empresas vivían unos años de
27 Boltanski, Luc y Chiapello, Éve: El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid, 2002.
28 El doble que en países de la UE, los cuales tienen el doble de presupuesto estatal asignado a vivienda.
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beneficios crecientes29.
Todo ello nos conforma, no una sociedad dual, sino, al menos, una sociedad de tres niveles. Arriba
tenemos los 17 millones cuyo patrimonio es el doble del resto de españoles, viviendo
desahogadamente aún en la crisis financiera. Abajo estaría el 27% de la población que tiene serias
dificultades para llegar a fin de mes, y que tendrá más en el futuro. Para ellos la crisis no es de
2008. Es, como mínimo, mensual. Y comienza en el momento en que su vida (laboral, pero no sólo)
se rige por el destino que los ricos de los países ricos han elegido para ellos. En primera línea (en
última, mejor dicho), estaría el millón y medio de inmigrantes sin papeles, hoy expulsados incluso
del trabajo informal en condiciones de explotación. Entre ellos, pero no sólo ellos, están los
trabajadores pobres30, 5 millones que, en el 2005, ganan menos de 7.500 euros al año, lo que
difícilmente les da para vivir, un 37% de quienes residen en Andalucía o Extremadura. En coalición
con estos sectores, los precarios laborales, marcados sobre todo por la alta rotación de puestos de
trabajo (2 o 3 veces al año, mediando el desempleo entre ellas), temporales que podrían llegar a
suponer el 44% de la población activa31. La flexibilidad afecta especialmente a los jóvenes; la
rotación de puestos de trabajo les atrasa la posibilidad de recibir cobertura por desempleo (70%
jóvenes desempleados no cobran subsidio).
Las cifras hablan por sí solas. Hay tres millones y medio de parados, y la cifra sigue subiendo. Más
alarmante aún es que 900.000 de ellos no están recibiendo un apoyo económico por parte del
Estado, al contrario que la gran banca. El número de hogares con todas las personas en paro se ha
incrementado un 87% a lo largo del 2008, llegando a constituir el 7% de los hogares (827.000
hogares)32. La crisis golpeará más crudamente a estas familias: ningún ingreso y, en muchos casos,
padeciendo un alto endeudamiento; en especial por las hipotecas, aunque también por el fracaso de
microproyectos empresariales33. En la mayor parte de los casos, formando parte de los cinturones de
ciudades dispersas como Madrid o Barcelona, destinadas a legitimar y territorializar muros internos
entre ricos y pobres34.
Aún golpeará aún más a la población migrante. Cobran, en media, un salario que es un 30% inferior
al resto de habitantes del país; y el 70% ellos no contaba en el 2005 con ingresos para hacer frente a
un imprevisto. En muchos casos nada tienen: su trabajo era el de ser braceros en “la ruta de las
cosechas” (naranja, aceitunas, fresa, etc.); hoy, ante la vuelta al tajo agrario de muchos
desempleados “con papeles”, han sido convertidos directamente en vagabundos35.
A todo esto, hay que sumar la amenaza de futuros despidos, de mayor flexibilidad o de recortes
salariales. Para muchos precarios, la desesperación está a la vuelta de la esquina o aguardando bajo
un puente. La exclusión social se ceba con quienes entran en una espiral de pérdida de lazos de
apoyo o de sostén. La crisis económica lo potencia, teniendo en cuenta que partimos de una
sociedad fuertemente atomizada en los últimos tiempos: incremento de personas que viven sólas,
empleos precarios que dificultan conciliar vidas “sociales” y “laborales”, falta de sindicación
29 Ver informe de IOÉ, Barómetro Social de España, obra citada anteriormente.
30 En la Unión Europea, un 33% de las personas bajo el umbral de la pobreza tienen contratos con jornada completa;
ver el trabajo de Bibiana Medialdea y Nacho Álvarez, Ajuste noliberal y pobreza salarial: los “working poor” en la
Unión Europea, localizable en internet.
31 La tasa subyacente de temporalidad contemplaría todas las personas que han suscrito algún contrato temporal en ese
año. Ver informe de IOÉ, Barómetro Social de España, obra citada anteriormente, página 121.
32 Agradezco a Carlos Pereda (colectivo IOÉ) la sugerencia de este dato como relevante para reflexionar sobre posibles
escenarios y niveles de descontento social.
33 Consultar periódico Diagonal, n. 95, páginas 30 y siguienes.
34 Para una visión general de la territorialización de controles y desigualdades ver Jean Pierre Garnier, Contra los
territorios del poder. Por un espacio público de debates y… de combates, Barcelona, Virus, 2006. Para un análisis de las
situaciones de Madrid y Barcelona, ver respectivamente, Madrid ¿La suma de todos? Globalización, territorio,
desigualdad, editado por Traficantes de Sueños, Madrid, 2008; y Barcelona, marca registrada. Un model per desarmar,
Virus, Barcelona, 2004.
35 Ver artículo de Desiderio Martín, Inmigración y Crisis, n. 5 de los materiales de la CGT contra la crisis.
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laboral y reducido asociacionismo barrial. Sólo en Madrid se calcula que hay 6.000 personas sin
hogar. Quienes se encuentren en entornos de débil cooperación social, o marginados de una
explotación individual, serán carne de cañón para convertirse en deshauciados de esta sociedad de
fronteras internas.
Más que probable aumento de delitos menores. Aumento de la conflictividad social (racismo
incluído) en los barrios populosos de metrópolis como Madrid, Barcelona o Sevilla, zonas
altamente castigadas por el desempleo. Este escenario, hasta ahora, se ha ido “resolviendo” por
parte de los gobiernos de turno a través de un estado penal que ha hecho de este país el que
mantiene una política de encarcelamiento más agresiva y represora de la Unión Europea,
compartiendo lugar con el Reino Unido36.
Pero, ¿qué ocurrirá si el descontento sigue en ascenso, si la crisis financiera sigue reclamando sus
víctimas? Difícil aventurarse, pero es posible que, en un primer momento al menos, cobren más
fuerza las ideas de “orden” que de necesidad de un “cambio de paradigma ecosistémico”. Por una
parte, los sectores más precarios, y más si nos centramos en la población inmigrante “sin papeles”,
presentan un bajo nivel de asociacionismo. Están sometidos a ruletas de subcontratación, en el
mejor de los casos, de economía sumergida y trabajo a destajo, en el peor, lo que dificulta la
sedimentación de lazos y el buscar soluciones colectivas a los problemas. Algo, por otra parte,
extensible al resto de la población española, la cual dedica mensualmente 59 horas a contemplar la
televisión, y tan sólo media hora a asuntos públicos (participación en actos o en organizaciones
sociales). No es de extrañar que España esté a la cola de la Unión Europea en encuestas que
preguntan sobre la frecuencia de conversaciones sobre política: la mitad nunca lo hace, aunque
habría que matizar también que entiende el españolito de a pie cuando se le mienta la palabra
“política” que va unida a algo que le produce “desconfianza institucional”37.
Este caldo de cultivo, que afianza la sociedad del espectáculo (de los vínculos mediatizados),
impulsa la búsqueda de respuestas en clave de “para mañana mismo”, “lo más simple posible”, “que
no me requieran mucho esfuerzo”. El descontento, lejos de querer o pretender construir
articulaciones con los sectores más desfavorecidos, puede encontrar en ellos un chivo expiatorio. A
ello podemos añadir una creciente sensación de inseguridad que, como en años anteriores, no
reflejará el descenso de delitos, pero sí podrá verse guiada por las encuestas de opinión pública y los
noticieros efectistas. Los dos partidos de mayor visibilidad mediática, en su carrera por un puñado
de votos, pueden cerrar filas conjuntamente en torno a estas demandas de “orden”. Planteamientos
alternativos quedan excluídos en la medida en que los grandes sindicatos se han situado junto al
gobierno socialista en la defensa del sistema de especulación crediticia. También, los sectores de
mayor rotación laboral o de turnos, o imbuídos en dinámicas de fuerte control (telemárketing,
servicios domésticos), tienen más dificultades para canalizar su descontento a través de un
sindicalismo clásico. Con todo, existen experiencias de trabajo sindical en estos sectores que
pueden hacer variar estos escenarios38.
Si unimos descontento, sensación de inseguridad, atomización social y falta de referencia de
organizaciones críticas o de redes alternativas capaces de plantear un mayor control en la
satisfacción de nuestras necesidades básicas, nos encontramos con escenarios para el auge,
principalmente en Europa, de soluciones en clave de extrema derecha. La tangibilidad de otras
cuestiones, constituídas en “problemas clave” por los grandes medios, como la población
inmigrante que presiona sobre el mercado laboral o el de la seguridad social, o la necesidad
inmediata de apoyar a la gran banca para que fluyan de nuevo las hipotecas, se mueven a favor, en
el corto plazo, de ser “programas políticos” atrayentes y creíbles para los descontentos. “Por cada
36 64.000 presos, un incremento del 68% entre 1994 y 2005.
37 Ver informe de IOÉ, Barómetro Social de España, obra citada anteriormente, página 321 y siguientes.
38 Por ejemplo, ver seguimiento y análisis sobre la huelga general en el sector del telemárketing del 21 de diciembre
de 2007 www.cgt.es/telemarketing
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español parado, un inmigrante expulsado” rezaban algunas pegatinas xenófabas en calles de
Madrid. Cada vez más, se asume la visión de que el “antiguo régimen democrático” (más destinado
a garantizar la “gobernanza” por unas élites que a escuchar a la ciudadanía) toca fondo en Europa39.
Con todo, ante la pérdida de referencia o de validez de canales clásicos de mediación (política
institucional, sindical, servicios sociales) comprobamos como emergen respuestas “a la izquierda”,
hablemos de las protestas laborales en este país, o la puesta en escena de partidos de nuevo cuño en
Francia (aún por ver el despegue y la realidad social tras Izquierda Anti-Capitalista).
La urgencia se une a la importancia vital de acceder a remedios que gocen de credibilidad. El
plantear la búsqueda colectiva de un metabolismo sociovital más sostenible en términos de dignidad
y de relaciones con la naturaleza no es un proyecto para el corto plazo, no al menos en este
escenario de crisis “asumibles” desde el modelo actual. Por otra parte, el auge de valores fuertes en
los últimos años viene siendo una constante: campañas políticas proyectadas hacia la población en
clave de “liderazgos”, vuelta de modelos educativos que reclaman “mano dura” y direcciones
elegidas por la administración, aumento de las fuerzas de seguridad públicas y privadas, desarrollo
de leyes de control ciudadano escudándose en las políticas “anti-botellón” o el uso lúdico de la
calle, prohibición reiterada de manifestaciones alegando su carácter “ilegal” o estar en el mes
dedicado a las elecciones oficiales; la guerra como estrategia de “paz”, de “ayuda al desarrollo”, o
de argumento de distracción y educación a través de los videojuegos, etc. La propia iniciativa que
asumen los estados centrales de intervenir en favor de la banca, omitiendo el apoyo directo a los de
abajo, ejemplifica, a mi entender, y dado la escasa respuesta social, la necesidad que existe por el
momento de transferir nuestra libertad hacia “un padre” que nos garantice la paz del consumo a
cambio de ceder en la afirmación o en la conquista de nuestros derechos. Subirán, están subiendo
probablemente ya, los pactos salariales a la baja, las renuncias a indemnizaciones a la espera de un
contrato futuro, las horas extras sin retribución. Es decir, se asume, y reitero que por el momento, la
delegación ante la imposibilidad de vislumbrar otras alternativas en las inmediaciones.
En algunos contextos, como ejemplificaron las protestas ocurridas en Grecia, observamos que los
descontentos se transforman en gritos de rebeldía, de “¡ya basta!”. En ocasiones, en muchas
ocasiones, las protestas que “madrugan” son la antesala de propuestas que, una vez deslegitimadas
las instancias de mediación, pasan a plantearse otra gestión de la satisfacción de las necesidades
básicas. Su cristalización depende más de la capacidad de generar alternativas de cooperación
social, de aterrizarse en un espacio bio-socio-económico, que de estructurarse formalmente para
realizar una toma de instituciones políticas o reclamar un trozo del pastel económico y financiero
como compensación ante la barbarie. Ejemplo actual de ello puede ser el carácter territorial y
comunitario que afianza el poder en movimiento de campesinos e indígenas en Bolivia, incluso en
las grandes urbes40.
¿Desconexión?
Esta línea propositiva y de pensar la crisis conecta con las ideas de que las bifurcaciones son
precisamente eso: apertura de caminos (Wallerstein). Dado que todo no puede ser igual que antes,
por la crisis de legitimidad del proyecto neoliberal y los límites biofísicos de Gaia, alguien o
alguienes estarán ejercitando ese mundo con menos capitalismo y más sostenibilidad. En los focos
al margen del poder hegemónico, suspendidas las barreras y los códigos de la dominación, es
posible tejer otros órdenes sociales (E. Thompson), construir un saber no colonizado (Foucault).
39 Guy Hermet, El invierno de la democracia. Auge y decadencia del gobierno del pueblo, Los libros del lince,
Barcelona, 2008.
40Como ilustración de este análisis, cabe destacar los trabajos de Raúl Zibechi, Dispersar el poder. Los movimientos
sociales poderes antiestatales, Virus, Barcelona, 2007; y Territorios en resistencia - Cartografía política de las
periferias urbanas latinoamericanas, Lavaca editora, Buenos Aires, 2008.
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Suspendida la conexión forzosa a Matrix es posible dialogar como humanos. De esto nos hablaba, y
nos sigue hablando, Samir Amín bajo el epígrafe de la desconexión41. Dicho de forma resumida,
nunca le va mejor al Sur que cuando el Norte deja de estar menos presente en su vida, pues es
entonces cuando se crean condiciones para un desarrollo desde un saber, una voluntad y una praxis
propias, más en sintonía con el pasado y el futuro de los habitantes de países empobrecidos. La
crisis de 1929 habría sido un revulsivo para los proyectos de desarrollo (con desigualdad) en el área
latinoamericana. El gran salto adelante de la república China sólo es pensable tras una segunda gran
guerra que debilitó a los países centrales. En la actualidad, el auge de gobiernos sociales en América
Latina, más abiertos a la cuestión de la participación y la integración de poblaciones
tradicionalmente excluídas, se explica mejor, aunque sólo en parte, porque el guardián de “su patio
trasero” andaba enlodazado militar y económicamente en el Oriente Medio.
Dicha desconexión, como refería anteriormente, no se fragua desde una coyuntura de crisis. Así,
para el caso de Venezuela, lluvias antiguas, y otras no tanto, como el Caracazo de 1989 (cinco días
de protestas frente a un ajuste estructural, tres mil muertos) nos ayudan a explicar el fenómeno
Chávez. Es decir, el descontento se larvó en los 80 y 90. Como en Bolivia, tomó cuerpo social bajo
formas de cooperación territorializadas. Después traspasó sus límites y entró en el aprendizaje y la
disputa de otras herramientas frente a las oligarquías del país, como las instituciones estatales. Pero
tanto los campesinos aglutinados alrededor de comunidades de regantes, las redes indígenas o las
barriadas de La Vega y el 23 de Enero en Caracas, eran ya poder en movimiento antes de
visualizarse en las esferas representativas42.
Dirigiendo nuestra mirada al llamado Sur, es cierto que existe un panorama sombrío en el corto
plazo. Pero siempre dependiendo del gado de inserción en las áreas de influencia de los países
centrales. África puede ser el destino de un neo-colonialismo reforzado. El ministro de industria
afirmaba recientemente que saldremos de la crisis reforzando nuestras empresas en el exterior. Y se
ponía manos a la obra con una línea (efectista) de crédito de ayuda a empresas constructoras para
desarrollar carreteras en África. Países africanos altamente dependientes de exportaciones de cacao
o de minerales pueden ver resentidos los ingresos de sus gobiernos, no necesariamente de sus
poblaciones, si cae la economía de los ricos. Ya gobiernos africanos habían aceptado el NEPAD o
los acuerdos comerciales con Europa de liberalización del comercio (de bienvenida a
multinacionales extranjeras) como un mal menor, o necesario, dependiendo de la fragilidad del
gobernante y su dependencia de las potencias neocoloniales para seguir en el poder43. El renovado
colonialismo, de tintes más suaves con la entrada de China a la búsqueda de materias y energías
para su enorme fábrica global, puede alimentar estrategias de competencia entre gobiernos por
resituarse en la división internacional del capitalismo. De alguna manera, si reflexionamos como
Argentina y Brasil, a diferencia de Ecuador o Venezuela, están apoyando la construcción de un
Banco del Sur (latinoamericano) para fortalecer a sus empresas de exportación, importantes
distribuidores en el mercado mundial (soja o carne, por ejemplo), nos damos cuenta de que las
ansias de desconexión van por barrios; o al menos, está condicionada a los colores y conciencias
políticas en el poder. En este contexto, la crisis no es camino para una bifurcación, sino para la
repetición de antiguas farsas. La importante deuda privada de los países del Sur puede estatizarse y
acabar convirtiéndose en pública, a la manera de cómo los países del centro están reaccionando, y
41En los últimos tiempos desde una óptica menos estatista y más en clave de democracia radical; ver el llamamiento de
Bamako desde foros a los que S. Amín contribuye; en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25934
42 Bases en buena medida del apoyo real que experimenta el actual proceso político en Venezuela, por contraposición a
entornos rurales o urbanos donde las tradiciones socialistas, de apoyo mutuo y reivindicación de gestión de un
territorio, no están presentes en el cotidiano.
43 Ver artículo de Mbuyi Kabunda “De la OUA a la Unión Africana y del plan de acción de Lagos al Nepad: rupturas y
permanencias”, en Alicia Campos (ed.) Ayuda, mercado y buen gobierno, Barcelona, Icaria, 2005. Consultar también
el número 24 de la revista Pueblos, diciembre de 2006 para un análisis de la agenda comercial y política de la Unión
Europea y del gobierno española para con África.
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retomando la senda de la socialización de pérdidas de la década de los 90 en países como Argentina
o Brasil bajo gobiernos abiertamente neoliberales44.
Sin embargo, existiendo la bifurcación, o las bifurcaciones, existen también los caminos. La crisis
financiera ha estallado en el Norte. Los países del Sur tienen más divisas que cuando ya estalló la
primera gran crisis de la deuda externa, allá por 1982. La subida de precios de materias primas o del
petróleo supuso entrada de de dólares y de euros, que en muchos casos salieron hacia poblaciones
excluídas que hoy son un bastión de proyectos de transformación social en países como Venezuela o
Bolivia. La agenda neoliberal está tocada en países que, tras la borrachera neoliberal de los 90, han
recibido más hambrientos después de la expoliación de recursos y empresas por parte de
transnacionales extranjeras. Ecuador habla abiertamente de “ilegitimidad” de su deuda externa para
operaciones específicas ligadas a la externalización de empresas del Norte y del Sur (Brasil, por
ejemplo); y promete auditar la totalidad los créditos recibidos. La desconexión se alimenta a través
de iniciativas de cooperación Sur-Sur. Algunas más institucionales, como ilustra América Latina:
construcción del mercado regional ALBA, la asociación de PetroCaribe para financiar proyectos
económicos con petróleo a precios más bajos, el estudio de una moneda común; todo ello en el
marco de no reproducir un desarrollo con desigualdad sino una imbricación de economías más
cooperativas y sociales. Pero también la desconexión se teje al calor de redes sociales que plantean
una modificación a gran escala de las subordinaciones a las demandas del centro. Un ejemplo es
Vía Campesina. Y su crecimiento en Asia y en África. Se ofrece soberanía alimentaria frente a una
continuidad de las dinámicas de especialización exportadora al servicio de las élites del Norte y del
Sur.
Son apuntes para una estrategia y una visualización de las posiblidades de que la crisis incita a la
desconexión. No obstante, todo esto merece un análisis más detallado, que tenga en cuenta el
enfoque ecosocial y la existencia (o no) de políticas para la satisfacción de necesidades básicas
enraizada en la redes de cooperación de cada territorio. Así, Ecuador sigue aún apostando por el
agronegocio como estrategia de crecimiento en detrimento del pequeño agricultor. Venezuela
contempla en sus leyes la agroecología (agricultura sostenible y transformadora desde lo local)
como referente productivo, si bien su dependencia en la importación de alimentos se convierte en
coartada para aplazar dinámicas de desconexión y justificar alianzas con empresas productoras de
transgénicos en Brasil o Argentina. En Bolivia se intenta hablar un lenguaje más “desde abajo”.
La desconexión es, con todo, un posible efecto de la crisis. Más bien una puerta que se abre. Algo
aplicable tanto al Sur como al Norte. Aquí, en la medida en que la población continúe ligando su
supervivencia o sus niveles de consumo a los satisfactores y políticas que generaron la crisis, poco
podremos plantearnos. El rescate, o el aumento de beneficios, concedido alegremente a los bancos;
el apoyo a la externalización de empresas en un mercado global que se ha confesado un mecanismo
de transmisión rápida de enfermedades bursátiles; los brotes de nacionalismo desde los propios
trabajadores (“británicos primero”); el afianzamiento de las grandes superficies como referente de
ocio y consumo; la aclamación de “la política del liderazgo” como guía de cualquier proyecto
(vacío de crítica a los pilares insostenibles del actual orden social); son todos ellos ejemplos de la
cercanía a las entrañas del monstruo que nos hacen difícil, no ya ver, si no poder ejecutar, digamos
mañana, una desconexión material. Dicha dificultad material es a la vez un obstáculo para la
desconexión mental, la posibilidad de pensar fuera de este bucle sistémico45. Nuevas experiencias
podrían realimentar nuevas formas de pensamiento y de emoción que, a su vez, alentaran nuevas
experiencias. En estos momentos, este círculo se camina así, en dirección adversa a alternativas que
no supongan una nueva vuelta de tuerca. Pero nunca un círculo de crisis fue un círculo virtuoso. El
crack del 29, unido al desafío de la sombra de Rusia y la noche oscura de la II Guerra Mundial,
fueron la antesala del estado de bienestar. Y no es remarcable en tanto que supusiera una liberación
44 Consultar artículos de Eric Toussaint sobre deuda externa y crisis en www.quiendebeaquien.org
45 Marcos Roitman, Democracia sin democratas y otras invenciones, Sequitur, Ciudad de México, 2007.
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para el mundo o una puerta abierta a repensar abiertamente el capitalismo y el autoritarismo. Pero sí
es testimonio de que rotas las legitimidades, al menos desde el macropoder, se propondrán nuevos
pactos, antes impensables.
Respuestas coyunturales
No es verdad que la población esté asistiendo cruzada de brazos y desierta de voces a lo que está
ocurriendo. El descontento es hoy un hervidero de conversaciones en mercados, plazas, bares. Los
gestos van aún por detrás. Sin embargo, se han observado manifestaciones y concentraciones frente
a la crisis, en la línea de “que la paguen los ricos”. Lideradas en su mayor parte por sectores
sindicales y partidos políticos, junto con entornos vinculados al ciclo de protestas antiglobalización,
las plataformas frente a la crisis se establecen por una cantidad notable de pueblos y ciudades del
Estado. Se está lejos aún de las cifras de seguimiento que tuvo la huelga general del 29 de enero en
Francia, superior al millón de trabajadores, y que algunos sitúan en 2 millones y medio. Se trata aún
de formas clásicas, de gestos de protesta dirigidos a mover audiencias y a copar agendas mediáticas.
Pero aún no están en una fase de ofrecer la crisis como una oportunidad para sentar otras bases
sociovitales: políticas, culturales, emocionales, de relación con la naturaleza. Es más, hasta el
Partido Popular se ha apuntado a la presencia en las calles, sacando el 15 de febrero a 15.000
militantes en Málaga para pedir otra política de empleo. El descontento aumenta, sí; pero aún no
toma cuerpo social; y lo que se organiza, parece estar lejos de los sectores más afectados o
preocupados por las consecuencias de la crisis y las medidas que impongan grandes bancos y
empresas.
No hemos de perder de vista, sin embargo, la posible conexión de protestas en clave de rebeldía.
Las fuertes manifestaciones tras los expedientes de regulación de empleo, la enseñanza pública en
Cataluña, funcionarios del ministerio de Justicia o el movimiento estudiantil frente a Bolonia, por
citar algunos fenómenos, pueden ser ejemplos de descontentos que actúen como difusores de
propuestas concretas y sectoriales de cambio social hacia la dignidad y no hacia el orden. En algún
momento, una posible articulación con sectores movilizados antaño (vivienda) o habitantes en
general de esa crisis ecosistémica (inmigrantes, precarios laborales) puede dar lugar a plataformas
que aglutinen parte, sólo parte, del descontento reinante. Pero aún el sistema social goza de
legitimidad, por más que las encuestas (que hay que valorar sólo en su justa medida, pues en sí
mismos son instrumentos destinados también a crear opinión) demuestren una notable desafección:
no se vislumbra la necesidad de “cambios totales”, excepto para un 11% de la población; y el 60%
hablaba de pequeños o de ningún cambio. Cifras tomadas antes de la crisis. Porque la propia
desconfianza general hacia la clase política y el abstencionismo de los jóvenes son también acicates
para un vuelco súbito de la legitimidad, a poco que se propongan (o impongna) pactos sociales que
cuenten con la credibilidad o el consentimiento de la población.
En este panorama, en el que despegan tímidamente respu


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