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Autonomías y emancipaciones: El arte de gobernar los movimientos II

20.12.10

EL ARTE DE GOBERNAR LOS MOVIMIENTOS II
Raul Zibechi

III. Los nuevos desafíos para la autonomía y la política desde abajo

Las luchas de los movimientos y de las sociedades en movimiento pueden
ser consideradas como una suerte de temblor que afecta a toda la socie-
dad, tanto a los dominados –que modifican su lugar en el mundo– como a
las clases dominantes, sus instituciones y sus estados. Nada permanece
en su lugar, todo se mueve, se adapta a la nueva situación. La irrupción de
los de abajo fuerza a las élites a modificar sus formas de dominación, a
calcular el mejor modo de mantenerse como élites, como grupos dominan-
tes. Los nuevos gobiernos progresistas y de izquierdas y sus renovadas
artes de gobernar, son parte de esa adaptación de las instituciones estata-
les a la nueva situación de insubordinación generalizada de los de abajo.
La masividad de la revuelta, cuando ya no se rebelan sólo algunos secto-
res sociales localizados espacialmente sino que son verdaderas socieda-
des otras las que se levantan, hace imposible para las clases dominantes
borrarlas del mapa social y geográfico, ya que la propia relación de fuer-
zas creada –y la crisis y debilitamiento de las instituciones estatales– difi-
culta la operación genocida. Lo que no quiere decir que los de arriba ha-
yan renunciado al genocidio. Quiero decir que hoy la masacre no resulta
una operación sencilla, ya que en vez de ahogar la revuelta puede alentarla.
Por eso los gobiernos progresistas. Porque son los más capaces, en la
nueva situación, para desarmar el carácter antisistémico de los movimien-
tos, operando en las profundidades de sus territorios y en los tiempos en
los que se gesta la revuelta. Los dos casos mencionados, actúan sobre
situaciones bien diferentes pero en idéntica dirección: en Ecuador para
desarmar las bases de los levantamientos indígenas y populares; en Uru-
guay para prevenirlos. En líneas generales, el personal de lo que hoy son
los gobiernos progresistas comenzó a incrustarse en el aparato estatal a lo
largo de los años 90: el PT y el Frente Amplio comenzaron a gestionar
municipios y estados en ese período, en tanto el personal que acompaña a
Kirchner tuvo –pese a las diferencias «ideológicas»– una trayectoria simi-
lar. En México se produjo un corte político muy claro en 1997 cuando el
PRD ganó las elecciones en el Distrito Federal y accedió a la principal
gobernación del país. En Ecuador la creación de Pachakutik, en 1996,
señaló un camino similar. Desde ese momento un sector importante de la
izquierda comenzó a gobernar las instituciones y los principales dirigentes
pasaron a ocupar espacios rentados en el aparato estatal.
Pero este es sólo un primer paso. El segundo paso sobreviene cuando
la izquierda asume la política de la derecha, o sea, la izquierda asume la
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EL ARTE DE GOBERNAR LOS MOVIMIENTOS
administración de parcelas del aparato estatal y en ese proceso vira hacia
la derecha, dejando a los movimientos sin referencias, ya que llegó a ocu-
par esos espacios con la promesa de resolver las demandas populares. Al
desarme ideológico y político que esto produce se suma una crisis
organizativa, ya que los encargados de llevar adelante en las instituciones
la política de la derecha, en nombre de la izquierda, son precisamente los
dirigentes de esos movimientos, con el aval de sus bases. Esta triple des-
articulación de los movimientos (ideológica, política y organizativa) asume
la forma de un descabezamiento de la lucha popular que sienta las bases
para la cooptación de lo que queda de los movimientos. Dicho de otro
modo, la política de los partidos de izquierda se traduce en los mismos
objetivos que la represión no pudo conseguir: una derrota histórica, sin
represión masiva pero con un poder de destrucción muy similar al que en
otros momentos tenía la acción autoritaria del Estado.
Los movimientos, que fueron los que crearon las condiciones para el
ascenso al gobierno de Néstor Kirchner, Lucio Gutiérrez, Tabaré Vázquez
y Lula, se encuentran aislados, divididos y a la defensiva. Una parte de los
dirigentes (piqueteros en Argentina, indígenas en Ecuador, sindicales en
Uruguay y Brasil) han pasado a defender las políticas oficialistas aún dan-
do la espalda a sectores importantes del movimiento social. La división y
la dificultad de movilizarse por objetivos comunes, aumenta los márgenes
de autonomía de los gobiernos para seguir adelante con sus políticas
neoliberales. Sólo que ahora el neoliberalismo es más sutil, menos directa-
mente depredador que en el período en que se llevaron adelante las priva-
tizaciones salvajes y los primeros ajustes estructurales. Sin embargo, la
intensidad y profundidad del neoliberalismo no ha cambiado en lo más
mínimo según los análisis con que contamos. Veamos dos casos que pue-
den ser paradigmáticos, los de Brasil y Argentina, ambos abordados por
personas que en su momento fueron favorables a los gobiernos de Lula y
Kirchner.
En Brasil, la Conferencia Nacional de Obispos –aliada histórica de
Lula– sostiene por boca de su secretario general, Odilio Scherer, que con
el actual gobierno Brasil «se transformó en un paraíso financiero». El obispo
de Salvador, Geraldo Majella Agnelo, fue lapidario: «Nunca hubo un go-
bierno tan sumiso a los banqueros»90. En el caso concreto de la frustrada
demanda de reforma agraria, los obispos estiman que Lula apostó a la
«modernización» del campo por la vía del agronegocio para fortalecer las
9 0 O Estado de Sao Paulo, suplemento Aliás, 5 de marzo de 2006.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
exportaciones y poder afrontar así las exigencias del sector financiero.
Como resultado de esta opción, lejos de una reforma agraria se está pro-
duciendo una mayor concentración de la propiedad rural, a la vez que en
Brasil la concentración de la renta no deja de crecer.
En el caso de Argentina podemos cederle la palabra a un economista
que fue electo diputado por una lista afín a Kirchner. Claudio Lozano,
economista de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), no es un
radical pero sostiene que «estamos peor que en los 90», los años de Menem.
Asegura que bajo Kirchner no se alteró el régimen de alta concentración,
ni el patrón regresivo de distribución de ingresos, ni el papel del Estado, ni
siquiera la inserción internacional del país. Por el contrario, se registra
«mayor explotación de la fuerza de trabajo y mayor empobrecimiento de
la sociedad»91. Pese al importante crecimiento económico que se registra
en los tres últimos años, «en 2004 y 2005 se agudizó la desigualdad».
Asegura que el de Kirchner es un modelo hacia afuera, «de colocación de
naturaleza barata en el mercado mundial», pero además es «un modelo
hacia arriba, en el sentido de atender las demandas de los sectores más
acomodados de la población. El modelo se sostiene orgánicamente en una
distribución más regresiva»92.
En ambos casos al continuismo neoliberal se le suman políticas
focalizadas para atender la pobreza extrema93, que no implican políticas
de derechos universales sino apenas la atención a ciertos sectores que el
Estado define como prioritarios sobre la base de sus propios criterios. Esto
es así porque «la universalidad pone en cuestión a buena parte del sistema
político» que funciona sobre la base del clientelismo, como señala Lozano.
La popularidad de que gozan Lula y Kirchner se debe a este factor deci-
sivo que es el que les permite seguir ganando elecciones. En paralelo,
ambos consiguieron debilitar a los movimientos, aislarlos a través de polí-
ticas explícitas destinadas a crear movimientos «razonables» –con los que
se puede negociar y pactar– y otros «radicales» a los que se considera
desestabilizadores y deben ser reprimidos. En Argentina esto es muy claro
91
92
93
274
«Estamos peor que en los 90», entrevista a Claudio Lozano (08/03/2006) en:
www.lavaca.org
Ídem.
El concepto de «políticas focalizadas» debe ser revisado, toda vez que en Brasil los
planes sociales atienden a 40 millones de personas, más del 20% de la población, en
tanto en Argentina superan el 10%. Aunque aún es pronto para evaluarlo, es probable que
con los gobiernos progresistas esté naciendo una nueva forma de abordar la pobreza
diferente al modelo keynesiano y al neoliberal.
EL ARTE DE GOBERNAR LOS MOVIMIENTOS
en relación con el movimiento piquetero; en Brasil se están estableciendo
puentes privilegiados con movimientos rurales menos combativos que los
sin tierra (MST), con los cuales se tienden a establecer lazos más fluidos.
Debe entenderse que no se trata de una cuestión de maldad intrínseca
del proyecto de la izquierda, ni de alguna especial animadversión de sus
dirigentes hacia el movimiento popular. El divorcio entre la izquierda elec-
toral y los movimientos no tiene solución. En la primera hay demasiados
intereses materiales y complicidades con el aparato estatal para pensar
que puede producirse un viraje, salvo que el abajo cobre la fuerza suficien-
te como para que el arriba no pueda ignorarlo. La izquierda electoral no es
la enemiga de los movimientos, pero su acceso al poder estatal puede
hacerles un daño irreparable si los movimientos no tienen ganada la sufi-
ciente autonomía material y política.
Por la experiencia reciente en países como Argentina y Uruguay, así
como en Bolivia y Brasil, situaciones todas ellas diferentes pero que tienen
en común la capacidad de los nuevos poderes arriba de neutralizar la re-
beldía abajo, se imponen algunas reflexiones sobre las dificultades y las
respuestas posibles. No pretendo hacer un inventario que suponga una
«línea» política a aplicar por los movimientos, lo que me parece que sólo
los movimientos pueden hacer. Sólo pretendo mencionar algunos desafíos
ineludibles para poder seguir moviéndonos en la nueva realidad.
1) Comprender las nuevas gobernabilidades en toda su complejidad:
como resultado de nuestras luchas, pero además como un intento de
destruirnos. En este punto, no cabe la menor ingenuidad. Sólo en los
momentos críticos para los movimientos, como los que vivió Ecuador bajo
el gobierno de Lucio Gutiérrez, aparece en toda su desnudez y crueldad la
nueva estrategia de los poderosos. Sin embargo, el problema no radica en
el carácter «traidor» de ese gobierno. Se trata, a mi modo de ver, de com-
prender que las nuevas gobernabilidades representan un ataque en pro-
fundidad a los espacios de autonomía conquistados por los movimientos.
Uno de los argumentos más filosos que presentan quienes, con la mejor
buena voluntad, defienden a los gobiernos progresistas, es que son mejo-
res que los gobiernos de la derecha y que le brindan a los movimientos
oportunidades para consolidar conquistas y fortalecerse.
Este argumento es cierto, pero supone una mirada desde arriba y de
corto plazo que los propios hechos desmienten. Hoy los movimientos es-
tán más débiles, más fragmentados y aislados que nunca. No sólo lo reco-
nocen así muchos piqueteros argentinos, sino numerosos militantes del
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
MST de Brasil y de otros países. Oscar Olivera, dirigente de la Coordina-
dora del Agua de Cochabamba, evalúa así el primer año del gobierno de
Evo Morales:
Ahora que el MAS ocupa el espacio estatal, es a partir de ese espacio
que pretenden ejercitar una cooptación y control de los movimientos con
el objetivo de desmovilizarlos a través de las demandas concretas y pro-
pias, y tratan de domesticarlos en función de los intereses del gobierno.
Diría que hay una fuerte expropiación del aparato estatal de las capacida-
des que habíamos recuperado con mucho sacrificio, capacidades de rebe-
larnos, de movilizarnos, de organizarnos y de proponer. Se dan cargos a
portavoces de sectores sociales, embajadas a dirigentes sociales, y a los
que no queremos entrar en esa institucionalidad sino que queremos rom-
per con ella, nos descalifican, nos estigmatizan diciendo que somos finan-
ciados por la derecha y que le hacemos el juego, en una actitud ciega y
sorda que hace lo mismo que hizo la derecha.94
La nueva realidad «progresista» conlleva –como hemos visto en el
ejemplo uruguayo pero como se desprende también de la experiencia ecua-
toriana– enormes dosis de confusión y ambigüedades. Ante ellas, el pri-
mer paso ineludible es profundizar en el análisis para intentar desentrañar
cómo son las nuevas artes de gobernar. Más aún cuando compañeros y
compañeras de larga militancia apoyan estos gobiernos con las mejores
intenciones. Este trabajo pretende ser una pequeña colaboración en ese
sentido, aún incipiente, provisoria, porque se trata de abordar fenómenos
que recién están comenzando a mostrar sus objetivos de largo plazo.
2) Proteger nuestros espacios y territorios. Las nuevas gobernabilidades
apuntan directametne al corazón de las sociedades otras en movimiento.
Invaden sus espacios sin enviar ejércitos armados sino a través de técni-
cos apoyados por financieras internacionales. Esta invasión silenciosa es
tan peligrosa como la intervención militar, ya que busca conseguir los mis-
mos objetivos pero de forma menos ostensible. Y, lo que es peor, a menudo
la llevan adelante «compañeros» de lucha.
Las élites que gobiernan el mundo parecen haber comprendido la im-
portancia de los espacios y territorios de los de abajo en los desafíos que
se les están lanzando, y en la propia supervivencia de los sectores popula-
res. Por eso se multiplican los proyectos destinados a trabajar en nuestros
territorios. Lo nuevo, es que se han propuesto hacerlo con los mismos
94
276
Entrevista a Oscar Olivera, Montevideo, 30 de octubre de 2006.
EL ARTE DE GOBERNAR LOS MOVIMIENTOS
instrumentos que usamos para rebelarnos, a través del «fortalecimiento»
de las organizaciones populares.
3) No sumarnos a la agenda del poder, crear o mantener nuestra
propia agenda. En este sentido, es cada vez más visible la existencia de
dos agendas. La de los de arriba puede ser implementada por la derecha o
la izquierda, y esto es absolutamente indiferente. El problema, es que para
mucha gente resulta difícil discriminar la agenda de arriba de la de abajo,
sobre todo cuando la primera aparece revestida de movilizaciones de ma-
sas. Más aún, a primera vista puede resultar complicado diferenciar entre
movimientos y movilizaciones, ya que las ambigüedades y confusiones
que hemos detectado en las experiencias mencionadas arriba, se trasla-
dan cada vez más al escenario político «oficial», no sólo a través de dis-
cursos que incluyen algunas demandas del abajo, sino sobre todo incorpo-
rando en las movilizaciones del arriba modos y códigos propios del abajo.
¿Cómo diferenciar cuando estamos ante una movilización del abajo o
del arriba, si las apariencias tienden a ser comunes? Parece evidente que
la cantidad de personas movilizadas no es el mejor modo de entrarle al
tema. El historiador indio Ranahit Guha, en su intento de desarticular la
«historiografía elitista», sostiene que «la movilización en el ámbito de la
política de la élite se alcanzaba verticalmente, mientras que la de los sub-
alternos se conseguía horizontalmente» (Guha, 2002: 37). La primera es
«más cauta y controlada», mientras la segunda es «más espontánea»; la
movilización de la élite tiende a ser «más legalista y constitucionalista», y
la de los subalternos es «relativamente más violenta» (Guha, 2002: 37). El
paradigma de la primera, es la movilización electoral; el de la segunda, la
insurgencia popular. De todos modos, sólo en el largo plazo pueden hacer-
se visibles un conjunto de confusiones y ambigüedades que seguramente
no son casuales sino «calculadas», como parte del arte de gobernar los
movimientos que están implementado las élites.
Los puntos 2 y 3 pueden considerarse como formas de proteger la
autonomía de los movimientos del abajo, en un período en el que la política
de las élites va dirigida a destruir cualquier forma de autonomía popular.
Por eso las elecciones se están convirtiendo en una carga en profundidad
contra la autonomía cultural y política de los de abajo, ya que son un buen
terreno para expandir las ambigüedades.
4) Es imprescindible delimitar campos. Que la realidad presente eleva-
das dosis de ambigüedad y confusión no quiere decir que debamos asu-
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
mirlas pasivamente. Llamar a las cosas por su nombre significa asumir la
soledad respecto a los de arriba, y por lo tanto la hostilidad de la izquierda
institucional. Hasta hace algunos años, los grandes eventos de los movi-
mientos (Foro Social Mundial, contracumbres y otros) eran espacios con
contradicciones pero en los que cabía la resistencia. Ahora, cada vez que
hay un gran evento de los de arriba, se organizan «contracumbres» para-
lelas montadas con el apoyo de los gobiernos progresistas. Así sucedió en
Mar del Plata en noviembre de 2005, en Córdoba en julio de 2006, y en
Cochabamba en diciembre del mismo año, donde se organizó una Cumbre
de los Pueblos en paralelo a la cumbre de presidentes sudamericanos.
La Coordinadora Nacional de Defensa del Agua, los Servicios Bási-
cos, el Medio Ambiente y la Vida, tomó una posición ejemplar al rechazar
su participación en ese evento organizado «con el apoyo del gobierno bo-
liviano y bajo la atenta mirada de algunas Organizaciones No Guberna-
mentales»95. La declaración señala que «la autonomía, la política desde
abajo, no se construye desde arriba». Critica a intelectuales y profesiona-
les que mantienen una postura «paternalista respecto a lo que los movi-
mientos sociales debemos hacer o cómo debemos organizarnos y pelear»,
y añade que «no aceptamos la tutela» de las ONG. Sobre la Cumbre,
«pensamos que su origen no era del todo horizontal y sí excluyente», y
consideran que «los eventos planeados no parecen contar con todas las
organizaciones y sus lugares de trabajo, de vida». Una posición firme como
ésta implica un seguro aislamiento, sobre todo en el corto plazo. Sin em-
bargo, es el precio para no hipotecar los movimientos del abajo por un
largo período.
5) Potenciar la política plebeya. La unidad es uno de los modos que
puede adoptar la política de las élites en el mundo de los de abajo. Aún
tienen fuerza las ideas que sostienen que la unidad del campo popular
puede ser útil para potenciarlo. Pero en la historia, los de abajo no han
necesitado estructuras unitarias –que siempre son centralizadas– para
rebelarse. La unidad la consiguen de otra manera: en los hechos insu-
rreccionales, en los modos de rebelarse, en el poner en común las hori-
zontalidades. Las grandes rebeliones nunca provinieron de aparatos o es-
tructuras que suelen tener intereses propios que no están dispuestos a
poner en riesgo.
95
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«Declaración de la Coordinadora Nacional de Defensa del Agua, los Servicios Básicos, el
Medio Ambiente y la Vida», Cochabamba, octubre de 2006.
EL ARTE DE GOBERNAR LOS MOVIMIENTOS
Va ganando terreno la idea de que la unidad puede ser una imposición,
una forma de frenar los movimientos del abajo. «Sostener la falsa unidad
encima de todo, solamente sirve para dejar los flancos abiertos a las fuer-
zas contrarias a la transformación social. Así, en ciertas coyunturas, la
consigna puede ser ‘dividir para luchar mejor’», sostiene el sociólogo bra-
sileño Francisco de Oliveira, que para seguir luchando se vio obligado a
dejar el Partido de los Trabajadores que contribuyó fundar hace un cuarto
de siglo96. En suma, el objetivo de la política plebeya nunca puede girar en
torno a la unidad. Más aún, en las culturas del abajo la unidad no es mone-
da corriente, como sí lo es en las políticas que tienen por objetivo la toma
del poder estatal. Ellas desarrollan Estado en el abajo, que siempre es una
buena forma de ganar visibilidad, permanencia y, casi siempre, se convier-
te en un buen gancho para la cooptación. Hoy, una de las tareas más
importantes es seguir potenciando las diversas formas de hacer política de
los de abajo, sus espacios, sus tiempos, sus modos de hacer. Para ello, la
unidad es una de las principales barreras. Por el contrario, lo que se llama
«fragmentación», que suele ser una mirada desde arriba, es una forma de
evitar la cooptación que, como hemos visto, es uno de los objetivos traza-
dos por las élites. En este sentido, las políticas de «fortalecimiento de las
organizaciones» trazadas por el Banco Mundial, e implementadas por las
élites con ayuda de dirigentes surgidos abajo, busca crear organizaciones
«fuertes», o sea aquellas que eviten la división y sean capaces de unir
fragmentos. Comprender que la unidad a toda costa, asentada en grandes
aparatos, puede despejar el camino de la cooptación con la excusa de la
visibilidad y de ganar espacios para los que luchan, es parte del aprendiza-
je de los últimos años.
Por el contrario, las políticas plebeyas no suelen tener asegurada la
visibilidad, son impermanentes a los ojos del arriba, porque los focos de
los grandes medios no suelen enfocarlas y los intelectuales sólo se ocu-
pan de ellas cuando logran impactar en el escenario «grande». El resto
del tiempo, los de abajo simplemente viven, o sea resisten en sus propios
espacios lejos del ruido del arriba. Sin embargo, esta nueva realidad que
viven nuestros pueblos ha sido construida allí abajo, y sería incomprensi-
ble sin tener en cuenta los miles de espacios en los que van cobrando
forma los sucesivos levantamientos que le están cambiando la cara a
América Latina.
9 6 Francisco de Oliveira, «Voto condicional em Luiz Inácio» en: Folha de Sao Paulo, 30
de octubre de 2006.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
En esta coyuntura tan esperanzadora pero tan difícil para los movi-
mientos, la Otra Campaña, con su voluntad de construir espacios de inter-
comunicación entre los de abajo, nos lanza un enorme desafío mostrando
que se pueden crear otras formas de hacer política, por fuera de las insti-
tuciones. El éxito de esta campaña puede ser un aliento necesario para
todos los que, en este continente, seguimos luchando sin mirar hacia
arriba sino sabiendo que la construcción de autonomías ligadas a la eman-
cipación –una construcción que nunca llegará a su fin– sólo pueden ha-
cerla los de abajo, con otros de abajo, en los espacios propios creados por
los de abajo.


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