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La guerra de Nieve: indígenas canadienses contra los Juegos Olímpicos de Invierno 2010
por Naomi Klein • Sunday July 20, 2003 at 01:35 PM
www.dissidentvoice.org/Articles7/Klein_Olympics.htm
El entusiasmo de los promotores de los Juegos Olímpicos de Invierno 2010 está siendo opacado por la resistencia de los pueblos indígenas de British Columbia, una parte de los cuales rechaza la creación de grandes desarrollos turísticos en sus tierras y llama a atletas y turistas a “mantenerse alejados”.
En los deportes, como en la vida, la “seguridad” aventaja a la paz.
Eso es lo que sucedió cuando el Comité Olímpico Internacional se enfrentó a la decisión entre Pyeongchang, Corea del Sur, y Vancouver, Canadá, como posibles sedes de los Juegos de Invierno de 2010.
Corea del Sur se autopromocionó como candidato de la paz: con el mundo en confusión, se trataba de llevar los juegos a la propia frontera con el “eje del mal” de George W. Bush y con esto hacer un gesto hacia la reconciliación.
Vancouver se postuló como el candidato de la seguridad: con el mundo en confusión, los juegos debieran llevarse a cabo en un lugar en el que se pueda estar casi seguros de que no habrá contratiempos. Los promotores de la Olimpiada Vancouver-Whistler, presentaron a la provincia de British Columbia como un modelo de vida armoniosa y sustentable, un lugar donde todos conviven en paz: nativos y no-nativos, rurales y citadinos, ricos y pobres.
Antes del voto, Jacques Rogge, presidente del COI, reveló sus oscuras intenciones al declarar que el tema de la paz en Corea era “secundario”, y que su verdadera prioridad era contar con “la mayor seguridad posible”.
Juegos y negocios
Pero tan sólo dos semanas después de las eufóricas celebraciones, el esplendorso new-age sobre la armónica venta promocional de Vancouver, se está opacando.
“Los voy a detener”, me dijo Rosalin Sam de la Nación Lil’wat. “Me recostaré en el camino de las máquinas, si es necesario. Debo proteger nuestra tierra.” Sam se refiere al proyecto de construcción del complejo turístico Cayoosh Ski Resort, en el Monte Currie, a treinta minutos en automóvil de Whistler, el corazón de los juegos olímpicos.
Actualmente, el Monte Courrie es una vastedad prístina, hábitat de osos, venados y cabras. Es tradicionalmente utilizada por los nativos como tierra de caza, así como una fuente de plantas de té, moras y medicinas para los Once Pueblos nativos que lo reclaman como su territorio. “Hay quienes van a la iglesia, nosotros vamos a la montaña,” dijo Sam.
Su objeción no es a los Juegos Olímpicos en sí, sino al papel que dichos juegos están comenzando a jugar en la transformación económica de British Columbia. Debido a la crisis de las industrias pesquera y maderera, los juegos están siendo considerados como un comercial televisivo de 17 días con transmisión mundial, para promocionar la nueva industria de la región: el turismo de invierno.
La provincia es uno de los mejores destinos de esquí en el mundo, y es ya un importante centro turístico. Pero las fuerzas económicas detrás de la organización de los Juegos Olímpicos quieren mucho más: desarrollos monumentales de pistas de esquí, nuevos resorts en montañas vírgenes y, por supuesto, hoteles y carreteras para comunicarlos. No nos referimos al tipo de ecoturismo “deje sólo sus huellas, tome sólo fotografías”; ésta es un fábrica de vacaciones a escala industrial.
Y es ahí donde inicia el problema. Gran parte de esta expansión está alcanzando tierras que son propiedad de las Primeras Naciones de British Columbia [First Nations], propiedad que nunca han cedido bajo ningún tratado, y que fue legitimada por la espectacular decisión Delgamuukw de la Suprema Corte de Justicia de Canadá en 1997.
Según Taiaiake Alfred, director del Programa de Gobernabilidad Indígena, de la Universidad de Victoria, “el turismo puede ser tan nocivo como la tala o la minería.” Las montañas son taladas para construir pistas de esquí, la fauna es desplazada, y los pueblos se convierten en estacionamientos gigantescos con restaurantes de sushi. “El verdadero dinero”, dice Alfred, “está en la especulación en bienes raíces.” En Whistler los agentes informan que el valor comercial de las propiedades ha aumentado un 15% anual en los últimos 15 años.
Por todas estas razones, los complejos para esquiar se han convertido en el centro de las más ásperas disputas políticas en British Columbia. Hace tres años, cuando la Nación Lil’wat llevó a cabo un referéndum para la construcción del Cayoosh Ski Resort, el 85% de la población votó “No”. Para bloquear la construcción de este complejo, levantaron un campamento de protesta en la montaña con el apoyo de todos los Once Jefes del territorio St’at’imc.
La propuesta de aumentar la capacidad del complejo Sun Peaks Ski Resort, de 4 mil a 24 mil camas, ha encontrado una oposición más violenta. Los bloqueos de carreteras y protestas, organizadas por el Movimiento Autóctono Juvenil, han recibido una respuesta policial de extrema represión, resultando en el encarcelamiento de varios de los líderes, y en la reiterada destrucción de sus asentamientos.
Ahora que Vancouver ha ganado la contienda olímpica, las guerras de nieve tan sólo aumentarán. A pesar de que Cayoosh y Sun Peaks no son parte de la infraestructura olímpica oficial, ambas se verían beneficiadas de la oleada de turistas. Y todo queda en familia: la antigua esquiadora olímpica Nancy Greene Raine, fue un miembro importante en la junta del comité de Vancouver para la licitación olímpica. Es también directora de Esquí en el Sun Peaks Resort, y su compañía, NGR Resort Consultants, es la promotora detrás del Cayoosh Resort.
La brecha entre los indios
Según Arthur Manuel, antiguo presidente del Consejo Tribal de la Nación Shuswap y antiguo Jefe de la Partida India Neskonlith, una gran brecha se está abriendo entre las comunidades de las Naciones Originarias. Por un lado, están los jefes y promotores que ven a las Olimpiadas como una oportunidad –la posibilidad de un nuevo centro comunitario, vivienda que se pueda costear, y un medio para vender arte Haida. Por otra parte, se arraiga el creciente movimiento de gente que todavía caza y pesca, y que ve en el desarrollo de la industria turística, una amenaza a su supervivencia. “Los indígenas son los más pobres entre los pobres. Las familias obtienen 165 dólares al mes”, dice Manuel, refiriéndose al alto porcentaje de nativos que dependen de la asistencia social del gobierno para sobrevivir. “Son ellos los que dependen de la caza. Un incremento en el turismo va a quitar comida de sus mesas y terminarán en Hastings (el corazón del circuito de la droga en Vancouver) porque eso es lo que pasa cuando orillas a la gente india a que abandone su tierra.”
Este tipo de asuntos de “seguridad” parecen haberse perdido completamente en el Comité Olímpico Internacional. En vez de hacer una consulta entre todos los bandos cuyas vidas se verán afectadas por los juegos, el comité de promoción de la sede eligió cuidadosamente hacerse acompañar de algunos líderes que apoyan el desarrollo e ignoró al resto. Las peticiones de algunos grupos opositores autóctonos al COI no recibieron respuesta alguna. “El COI no cumplió con el protocolo, debieron haber organizado una reunión con los once jefes, para que éstos a su vez se acercaran a la gente”, dice Sam.
Di NO a las Olimpiadas
Hace poco, Sam y Manuel, en representación de los opositores a Cayoosh y Sun Peaks Resorts, llevaron su pelea a otro nivel. Proclamaron que “quien apoye los juegos del 2010 en Vancouver-Whistler, estará violando los derechos internacionalmente reconocidos de la gente indígena”, y enviaron un comunicado de prensa haciendo un llamado “a la comunidad internacional, incluyendo a los atletas y turistas, a no infringir nuestros derechos y título, y a mantenerse alejados de los juegos del 2010.”
El Comité de Promoción Olímpica en Vancouver había previsto semejantes reacciones, y advirtió en sus documentos internos acerca de la necesidad de conseguir el apoyo de por lo menos algunos de los líderes de las Primeras Naciones.
“Si las Primeras Naciones perciben que sus derechos no están siendo reconocidos y respetados por British Columbia, pueden acudir a la prensa, llevar a cabo acciones directas o iniciar un litigio. Esto tendría un impacto negativo en la postulación”.
No es de sorprenderse, entonces, que el comité quisiera iniciar su venta promocional con una bendición tradicional de las Primeras Naciones. Podemos esperar un creciente número de despliegues de sensibilidad cultural, que culminen con el sonido de los tambores y la quema de hierbas aromáticas, en las exageradas ceremonias de inauguración y clausura de las Olimpiadas (piensen en Sydney y Salt Lake City). Pero no hay que confundir estas bendiciones ceremoniales con un verdadero consenso político.
Estos juegos están lejos de ser benditos.
[Traducción: Yari Lorenzo para MaSiosare].
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