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El decrecimiento ha de ser anticapitalista y organizarse de abajo arriba

28.09.11

28-09-2011

Entrevista a Julio García Camarero, autor de “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano”

Enric Llopis
Rebelión

En 1978 nace Aviat, la primera asociación ecologista de la ciudad de Valencia. Julio García Camarero –ingeniero técnico forestal y doctor en Geografía- es uno de sus fundadores. Tres décadas después, dedica buena parte de su tiempo a divulgar una idea en la que cree firmemente: el decrecimiento. Lo hace mediante charlas y conferencias, y con una trilogía de libros de la que ya ha publicado dos (“El crecimiento mata y genera crisis Terminal” (2009) y “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano” (2010), ambos editados por “Los libros de la Catarata”) y trabaja en un tercero: “El crecimiento mesurado y el desarrollo humano del sur”. García Camarero defiende un decrecimiento compatible con el marxismo, construido de manera horizontal y abiertamente anticapitalista.
¿Qué novedades plantea el decrecimiento respecto al ecologismo tradicional?

Pienso que el fundamento del ecologismo es, en términos generales, observar y denunciar los males que se producen sobre la naturaleza, pero sin detenerse demasiado en considerar las causas, esto es, la explotación del hombre por el hombre, lo que lleva implícito además la explotación de la naturaleza por el hombre. Por esta razón, porque incluye estas premisas, el marxismo me ha interesado siempre. El ecologismo ha criticado muchas veces al marxismo por excesivamente obrerista y productivista, en ocasiones con razón. Pero personalmente defiendo un decrecimiento conectado con el marxismo, que elimine la explotación del hombre por el hombre, el trabajo enajenado, el consumismo y el productivismo. Estas ideas pueden encontrarse en el pensamiento de Marx.

Apuesta por un decrecimiento compatible con el marxismo. ¿También con la socialdemocracia y sindicatos al estilo de CCOO y UGT?

Decrecimiento y socialdemocracia no son compatibles. La socialdemocracia propende al productivismo. En cuanto a los sindicatos, podrían realizar una gran labor para implantar las ideas decrecentistas, pero siempre unos sindicatos que actúen de modo diferente a cómo lo hacen CCOO y UGT. Opino que, en lugar de reivindicar incrementos salariales para aumentar el consumo, deberían apostar por una reducción de la jornada laboral, con el horizonte de que el trabajo se convierta en actividad voluntaria y creativa. Que tenga como fin la realización personal y la calidad de vida de las personas. Valdrían los sindicatos que defendieran estos principios.

Algunas objeciones al decrecimiento. Hay quien subraya que no critica de manera suficiente la propiedad privada de los medios de producción

Es cierto que hay corrientes anglosajonas que ponen el acento en la retirada al campo o a los pueblos, e incluso subrayan vías místicas. Pero una parte significativa de autores sí que realizan esta crítica a la propiedad privada de los medios de producción. La denuncia está implícita cuando se señala que, como mínimo, el 50% de lo que consumimos son pseudonecesidades, dictadas en buena medida por las modas. Y también cuando se critica la obsolescencia programada, es decir, la producción de objetos perecederos a corto plazo con el fin único de que la maquinaria capitalista no deje de funcionar.

También puede objetarse que el decrecimiento puede postularse en los países ricos (en los que hay crecimiento económico) pero no en la periferia del sistema.

Trabajo en estos momentos en un libro que lleva por título “El crecimiento mesurado”. Este sería el concepto idóneo que, en mi opinión, debería aplicarse en los países del sur. Un crecimiento que garantice unos mínimos de calidad de vida sin cometer los mismos errores que en occidente. Se materializaría en centros de enseñanza, hospitales y todas aquellas infraestructuras que sienten las bases para un desarrollo humano.

En uno de sus libros ha abogado por un “decrecimiento feliz”. ¿Sobre qué premisas?

En primer lugar, formulo una distinción entre dos tipos de decrecimiento, que califico como “feliz” e “infeliz”. Este último es el que vemos hoy, con los recortes en sanidad, educación y pensiones en el contexto de la actual crisis. Por el contrario, el decrecimiento “feliz” pretende superar la insatisfacción que genera el consumismo y se vincula además al desarrollo humano. Esta idea no es mía, la desarrolla Manfred Max Neef en el libro “El desarrollo a escala humana”. Este autor explica básicamente que la felicidad consiste en satisfacer las necesidades básicas del ser humano, y distingue 9: afecto, subsistencia, protección, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad.

Un concepto clave para las teorías del decrecimiento es la “huella ecológica”

En efecto. Es el cociente de la división entre la superficie productiva del planeta y el número de personas que lo habitan. El resultado es 1,8 hectáreas por persona. O, lo que es lo mismo, la “huella ecológica” por persona que es capaz de soportar el planeta. Si se supera, se produce un deterioro grave de la naturaleza. Y actualmente la media es de 2,2 hectáreas por persona. Ahora bien, la “huella ecológica” no se distribuye de manera homogénea: la de un ciudadano medio de Estados Unidos es de 5 hectáreas; la de un español, 3 hectáreas; y la de un indio, 0,8 hectáreas. En conclusión, hay quien no ha llegado al límite mientras otros lo superan.

En el actual contexto de crisis, desde la izquierda suele pedirse un keynesianismo basado en aumentar la demanda. ¿Cómo pueden abrirse paso las ideas decrecentistas?

Opino que hay que dar pasos explicándole a la gente la imposibilidad del crecimiento económico por tres razones. Primero, por la huella ecológica, que ya desborda la capacidad del planeta. En segundo lugar, sabemos –por la aplicación del principio de la entropía- que en todo proceso de producción de energía se da un residuo energético, que no es posible reciclar. Y, por último, resulta una auténtica quimera aspirar a un crecimiento ilimitado a partir de recursos limitados.

¿Es posible una sociedad basada globalmente en el decrecimiento o esta idea se plasmaría más bien en núcleos locales o pequeños grupos autogestionarios?

El decrecimiento es totalmente incompatible con el autoritarismo. Ha de construirse, por tanto, de abajo arriba. Es más, se trata de un movimiento de democracia participativa y de acciones horizontales, que pueden ser muy diversas. Como leí una vez que decían unos indígenas de América, “gente pequeña haciendo cosas pequeñas en lugares pequeños pueden cambiar el mundo”. Sin duda, es una reflexión muy sabia.

En tus conferencias insistes en un punto: no se trata de ir contra el consumo, sino contra el consumismo

En efecto. En la década de los 60, por influencia del mayo francés, se formula una crítica radical a la sociedad de consumo, de la que muchos somos herederos. Pero más que contra el consumo, contra lo que hay que luchar es contra el consumismo. Consumir es sano e indispensable, incluso productos sofisticados. Y esto hay decrecentistas que no lo tienen claro. Aspiran sólo a una vida retirada en el campo. En mi opinión, hemos de rescatar el concepto del “vivir bien”, arraigado en las culturas andinas. Y para ello es necesario consumir, eso sí, sin incurrir en el despilfarro ni el derroche.

En tanto se hace camino, ¿Qué iniciativas podrían apuntar en la dirección del decrecimiento?

Hay multitud de pequeñas cosas que pueden ir haciéndose. Por ejemplo, fomentar el trueque, las cooperativas de consumo, huertos urbanos, bancos del tiempo. Iniciativas concretas que permitan huir del dinero y, lo que resulta esencial, salirse del capitalismo. No puede haber decrecimiento sin salirse del capitalismo. Y, para ello, insisto, hemos de abandonar el consumo de pseudonecesidades.


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