12-11-2011
‘Occupy Everything’: identidades en fuga
Luis Moreno Caballud
Diagonal
La recuperación de espacios públicos, los multitudinarios actos de desobediencia civil y resistencia no violenta, los procesos masivos de participación y decisión directa y horizontal, la reconstrucción de lazos, de sociabilidades… son algunos de los rasgos comunes de este nuestro actual movimiento: primavera árabe, 15M y ahora Occupy Wall Street en EE UU. Pero cada área tiene sus especificidades. Para enriquecer el común de este creciente movimiento, intentamos abordarlas abriendo el debate.
En uno de los primeros días de Occupy Wall Street (OWS) se produjo la detención de cuatro personas por llevar máscaras. Según explicó el Village Voice, la policía neoyorquina aplicó una ley de 1845, implementada originalmente con el propósito de impedir que granjeros disfrazados de indios atacaran a funcionarios del Estado. Dicha ley fue renovada en 1965 para especificar que solamente en caso de fiestas de disfraces se toleraría la presencia de más de dos enmascarados juntos en el espacio público. The New York Times puntualizó que una de las personas detenidas en OWS llevaba su máscara –por supuesto, se trataba de una máscara de Guy Fawkes, el protagonista de V de Vendetta– “en la parte trasera de la cabeza”.
Dejando aparte los desesperados e inútiles intentos de criminalizar OWS por parte de las autoridades, esta anécdota nos puede ayudar a pensar cómo los procesos de experimentación colectiva que ha puesto en marcha el movimiento Occupy en EE UU están transformando ciertas formas habituales de entender la identidad personal y colectiva. “Deberían quitarse las máscaras”, me dijo un amigo norteamericano en la plaza, “en este país la gente piensa que si llevas una máscara es porque tienes algo que ocultar”. Mi amigo no tiene nada personalmente contra ese tipo de tácticas de anonimato, pero piensa que el individualismo americano no las entenderá. Al principio de la ocupación, es cierto, no dejábamos de oír por todas partes una pregunta: “Pero, ¿quién es esta gente?”.
No sólo los medios masivos; también –incluso con más ansiedad–, los propios activistas neoyorquinos nos la lanzaban una y otra vez. Más que una respuesta, lo que esa pregunta esperaba era cuestionar la legitimidad de OWS. En una cultura que tiende a entender el espacio público como un lugar al que uno va para buscar reconocimiento de su identidad previa, OWS resultaba una ‘protesta’ inadecuadamente identificada. De hecho, el gran enemigo del movimiento no ha sido la policía, ni la derecha mediática, ni siquiera el frío, sino esa obligación social de aferrarse a identidades fuertes, tanto a nivel individual como colectivo.
Se trata de un rasgo cultural que no es en absoluto exclusivo de este país; está en todas partes en tanto que el capitalismo global nos insta a que pongamos nuestro ‘yo’ en el centro del mundo, y a que entendamos la vida como una acumulación de mercancías materiales e inmateriales –experiencias, saberes, emociones– que engrandecen a ese yo. Pero es verdad que la versión norteamericana de esta tendencia es extremadamente sofisticada y cruel. En EE UU los que nos desprecian por participar en el movimiento Occupy nos pueden insultar diciéndonos no sólo “get a job!”, sino incluso “get a life!”, expresión cuya mera existencia denota el fuerte nivel de implantación de la mentalidad consumista y competitiva en el lenguaje cotidiano: la vida no es algo que se tenga simplemente por el hecho de estar vivo, sino algo que, como todo lo demás, hay que conseguir –comprar– , en la lucha de todos contra todos. Por eso ha sido doblemente sorprendente y maravillosa la capacidad que el movimiento ha demostrado para cortocircuitar las lógicas identitarias e instrumentalizadoras.
Mencionaré dos tácticas concretas entre las muchas que han posibilitado esta fuga: una, la utilización del llamado “people’s microphone”, y otra el uso imaginativo de la formula Occupy… X. El “micrófono popular” o “micrófono de la gente” es simplemente la repetición de lo que alguien dice, frase tras frase, por parte de quienes le escuchan. Comenzó a ser utilizado por pura necesidad: no había permisos para usar amplificación eléctrica.
Después, se ha convertido es una práctica muy querida por el movimiento, usada no sólo en asambleas multitudinarias, sino también en reuniones más pequeñas que a veces no lo requerirían en términos de acústica. Lo interesante del people’s mic es que funciona igual que el movimiento: no consiste simplemente en individuos plegándose a una identidad fuerte grupal, sino que articula una composición colectiva variable, que crece según a más gente le gusta lo que se propone –más voces, más fuertes– o, por el contrario, disminuye cuando no cuaja el discurso lanzado –menos voces,menos sonido–. Es, además, una forma muy directa de incorporar la inestabilidad de lo que viene de fuera en la configuración de mi propia identidad.
No sé lo que voy a decir, pero lo digo, y no sólo para que lo oigan los otros, sino para participar activamente en la construcción colectiva de un discurso en el que me construyo yo también. De estemodo, y a pesar del tempo lento que impone, el ‘micrófono de la gente’ ha generado verdadera adicción entre los participantes en el movimiento, tal vez precisamente porque procura una experiencia directa de ese otro modo de ser ‘yo’ que nos rescata de la asfixiante presión competitiva.
El movimiento por lo demás, hace tiempo que dejó de llamarse Occupy Wall Street, y ahora incluso lo smass media se refieren a menudo a él como “The Occupy Movement”. La fórmula inicialmente propuesta por Adbusters en su llamamiento a ocupar la zona financiera ha resultado sorprendentemente fructífera para la proliferación del movimiento más allá de Wall Street. Lejos de reproducirse la posible ‘fetichización’ del espacio enemigo que estaba implícita en Occupy Wall Street, la aplicación del verbo ‘ocupar’ a cualquier otra cosa ha permitido una explosión imaginativa y viral que nos ha llevado desde los primeros “Occupy Chicago, Boston, Los Angeles”, pasando por “Occupy Schools”, “Occupy Marines” u “Occupy the ‘Hood” (ocupa el suburbio), hasta el contundente “Occupy Everything”. Este último eslogan es quizá el que más lejos lleva esta lógica de proliferación y desbordamiento que de pronto sustituye lo que podría haberse entendido, en términos más tradicionales, como una estrategia de resistencia; sustituye un “no nos moverán” – de nuestras convicciones, espacios, identidades– por un “nos moveremos en todas direcciones”.
El aspecto constructivo que caracteriza a los movimientos como la primavera árabe y el 15M, su capacidad de ser mucho más que una protesta, en EEUU se ha visto dinamizado por este uso creativo del verbo ‘ocupar’. Ya no se trata de resistir siendo quienes somos, o de pedir que nos den lo que nos merecemos, sino de fugarnos juntos al mundo en el que queremos vivir. Frente a la obligación de ‘tener una vida’, esa vida rentabilizada y narcisista del neoliberalismo, Occupy se ha agenciado miles de máscaras que nos permiten vivir siendo ‘cualquiera’.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Occupy-Everything-identidades-en.html