Por Gloria Sosa*
Viernes 2 de septiembre de 2011, en: Revista Pueblos
En el marco de la educación para el desarrollo se engloban diferentes formas de hacer educación, relacionadas con algún aspecto de la situación mundial, que adquiere matices diferenciados según el colectivo u organización que la lleve a cabo. Desde el CALA (Colectivo Alternativo de Aprendizajes) defendemos una educación para el desarrollo (EpD) ligada a la transformación. Es decir, para nosotras y nosotros, la EpD adquiere sentido en la medida en que supone una lucha contra la discriminación y contra la dominación en todas sus manifestaciones, incluidas, y preferentemente, las más cotidianas.
El Colectivo Alternativo de Aprendizajes integra la educación para el desarrollo dentro de un concepto más amplio, el de educación transformadora, ya que no puede haber desarrollo si no existe una transformación de las múltiples formas de violencia estructural y directa que existen tanto a nivel global como a nivel local. Existen dos razones fundamentales por las que la educación transformadora es necesaria: la actual situación mundial y los diferentes modelos educativos. Sin posibilidad para el desarrollo personal, local y global
El sistema actual está en crisis, lleva en crisis muchos años, pero cada vez urge más su transformación. Se trata, en cierto sentido, de una carrera contrarreloj para evitar que los daños que este sistema está causando sean aún más difícilmente reversibles.
Por una parte, se trata de un modelo en el que una minoría se apodera de los beneficios del trabajo y los recursos de una mayoría. La maximización de los beneficios de esa minoría lleva a una agresión sin precedentes a la vida de la inmensa mayoría. Lejos de evitar o paliar la crisis, eso no hace sino agudizarla y, a su vez, dicha agudización desemboca en un intento mayor de agresión en una especie de espiral sin fin. La violencia del sistema se ejerce a través de una discriminación en tres sentidos: en cuanto a bienes y servicios (la más visibilizada), en cuanto a la participación, es decir, al poder para decidir sobre nuestra vida y nuestra realidad; y, por último, en cuanto a consideración social.
No sólo la discriminación en el acceso a bienes y servicios es cada vez más fuerte, sino que también está llevando a una perversión de los sistemas de participación políticos, que se revelan como cáscaras vacías de contenido, como sistemas de manipulación burdos y desvergonzados. El mantenimiento de la brutal discriminación económica está conduciendo a un incremento de la discriminación política. Ambas pretenden asentarse en una discriminación social que intenta quebrar cualquier posibilidad de resistencia y de alternativa. Por otra parte, se han traspasado ya todos los límites medioambientales y de explotación de recursos… La reacción de la minoría privilegiada ante la crisis no pretende sino arrasar con ellos.
Hay muchos más aspectos importantes de la crisis, desde los que impiden un desarrollo personal, como el pensamiento único, la crisis de los cuidados, la pérdida del tiempo libre…; aspectos que tienen que ver con el desarrollo local, como la realidad de las zonas rurales, la deslocalización tanto económica como cultural, la pérdida de redes sociales, etc.; y por supuesto la situación a nivel global, con la carrera de armamentos, una economía basada en las finanzas y las especulaciones, la explotación laboral y el poder de las multinacionales…
Necesitamos des-educarnos para el desarrollo
Esta situación mundial se mantiene gracias a nuestra complicidad, que en gran parte se potencia a través de los diferentes modelos educativos existentes tanto a nivel formal como no formal e informal. Para nuestra idea de la EpD, el concepto de complicidad es central, tanto el de complicidad activa (comportamientos directos de colaboración con la discriminación y la dominación) como, sobre todo, el de complicidad pasiva (comportamientos sin los que el sistema no podría sostenerse: consumismo, docilidad o insolidaridad, entre otros).
En una sociedad en la que los modelos educativos fueran horizontales; generaran autonomía; propiciaran la cooperación, la conciencia crítica y la implicación en la realidad; respetaran la diversidad y la entendieran como fuente de riqueza; o relacionaran lo que ocurre a nivel local y global; no haría falta trabajar de forma específica la EpD, ya que estaría implícita dentro del propio modelo educativo. Pero, desgraciadamente, nos encontramos en la mayoría de los casos que, más allá de la buena voluntad y la lucha de muchas educadoras/es, los modelos educativos nos educan para ser cómplices activos/as o pasivos/as de un sistema desigual, violento e injusto.
Desde la infancia hasta la vejez se nos suele educar para un consumo acrítico. Aunque resulta más claro cómo se hace esto desde la educación informal, también se realiza desde la no formal y la formal: se asimila la felicidad y el prestigio social a la capacidad de consumir, evitando en este planteamiento la reflexión sobre qué consecuencias tiene nuestro consumo y de dónde proviene lo que consumimos. El tiempo de ocio se asimila a “tiempo para el consumo”, por ejemplo, y desde la educación formal en pocos casos se trabaja esto de una forma consciente, relacionando nuestros hábitos con la situación mundial, no solamente desde lo cognitivo, sino también desde lo emocional, lo conductual y lo ético.
Los modelos convencionales educan para la obediencia, no sólo a la hora de “hacer lo que hay que hacer” (y “bien”), sino aprender lo que hay que aprender (la versión “verdadera” y “única”), sentir “lo que hay que sentir” y expresarlo “como hay que expresarlo”, etc. Existen pocas experiencias, aunque muy interesantes, de una educación para la desobediencia crítica, consciente y constructiva.
Otros de los aspectos de la educación convencional que creemos que favorece la complicidad de las personas con el modelo económico, político y social actual es la uniformización de las diferentes culturas, necesidades educativas y ritmos de forma subordinada a una visión eurocéntrica y androcéntrica de la realidad.
Dentro de los modelos educativos convencionales se ofrece una educación basada en lo urbano, ni adaptada ni pensada por y para el mundo rural. En muchos casos esto provoca la infravaloración y el desconocimiento de la realidad que se vive en los pueblos, así como el olvido de la relación con el propio medio natural y social, basada en el conocimiento y en el aprecio.
Resistir y crear
Nuestro enfoque y nuestro trabajo real de educación para el desarrollo persigue “educar para cambiar aquí y ahora”, para dejar de ser cómplices. Creemos que es básica una educación en dos sentidos: • Educar para resistir a los diferentes procesos de discriminación y dominación, tanto si somos las víctimas como las o los ejecutores o, también, espectadores pasivos o activos. • Educar para crear, para abrir procesos de creación de nuevas realidades con menor violencia, para lograr modelos alternativos, nuevas formas de relacionarnos, de vivir, de sentir… Para conseguir un desarrollo humano sostenible resulta necesaria una educación transformadora, un proceso educativo y participativo, continuo, generador de una ciudadanía activa y solidaria, con una conciencia crítica y constructiva.
Todas las personas que nos planteamos un modelo de vida diferente estamos en lucha con el mismo sistema que hemos absorbido: nos hemos criado en el capitalismo, y la primera educación para el desarrollo es ir desaprendiendo a nivel individual, a veces recibiendo apoyo, a veces dándolo. Existe un descontento, una lucha interna de muchas personas a las que no les gusta cómo está el mundo, y nuestra idea de educación para el desarrollo es apoyar esa lucha.
Lo que demuestra otro tipo de educación posible
Ante los modelos educativos convencionales existen muchos grupos y organizaciones que tienen otra manera de trabajar, que tienen otras prioridades, que realmente confían en el trabajo en EpD como herramienta transformadora.
Muchas de esas iniciativas parten de un buen diagnóstico de la realidad en la que trabajan y de una interrelación con el contexto. Estas organizaciones conocen la realidad local y adaptan su trabajo a ella; tienen en cuenta las perspectivas sociocultural, de género y medioambiental; cuentan con recursos locales e institucionales; trabajan con otros colectivos y/o instituciones y adecuan sus proyectos a una necesidad social. En muchas de sus iniciativas se incluye la dimensión Sur: se crean canales de comunicación y acciones conjuntas entre voces del Sur y del Norte y se facilita una participación real y equitativa de las personas y asociaciones del Sur.
Sus experiencias trabajan procesos continuos y constantes, cuestionan el sistema económico capitalista y el modelo neoliberal y sus impactos, defendiendo otros valores. Los procesos de transformación pasan de lo personal a lo colectivo y de lo local a lo global, pues pretenden generar ciudadanía global crítica y ofrecer alternativas de futuro.
No somos sólo lo que decimos…
La educación para el desarrollo, como decíamos, va mucho más allá de ser una simple cuestión de contenidos. Como características metodológicas de especial importancia queremos resaltar las siguientes:
• Pretende ser integral, transformadora. Entiende el aprendizaje como un proceso que abarca las dimensiones cognitiva, actitudinal y afectiva de la persona. • Atiende a la relación educador/a y educando, pues esa relación es lo que queda, lo que transforma. Es importante tratar a los grupos como presente, como sujetos, con respeto, cariño y sinceridad. • La metodología debe tener una vertiente interior, de felicidad y satisfacción personal. Nuestros propios grupos son los primeros lugares en los que practicar nuestra metodología. Como “no somos lo que decimos, sino lo que hacemos”, nos parece básico creernos lo que hacemos, pensar que es útil para otras personas y para nosotras y nosotros. • Una pedagogía de la indignación. Conocer las situaciones de injusticia puede provocar indignación, que no es un fin en sí misma, sino un motor para la acción, para la implicación y la transformación. • Una metodología socioafectiva que, apoyándose en vivencias personales y grupales, parta de lo emocional para pasar a la reflexión y a la acción. • Una metodología participativa y colectiva que apoye formas de funcionamiento de grupo en las que se potencie el desarrollo personal y grupal, se cuide el clima, la comunicación, la toma de decisiones y la regulación de los conflictos. • Una metodología dinámica, motivadora y flexible, que promueva la participación y que se trabajen aspectos fáciles y difíciles de forma divertida y creativa, adaptándose a la realidad de cada grupo. • Una educación que genere compromisos desde y para la acción, que promueva la reflexión personal y colectiva sobre la propia acción para poder lograr la integración y el cambio. • Un aprendizaje desde, en y para el conflicto. Partimos de conflictos que nos afectan, para gestionarlos y aprender de ellos: los conflictos personales, grupales ointernacionales forman parte de nuestra vida cotidiana y, a través de su regulación, mejoramos. • La intervención debe ser “facilitadora”, participativa y horizontal, pues el protagonismo es del grupo.
El aprendizaje debe estar ligado a la implicación, para poder transformar la realidad en la que vivimos hacia un mundo más justo, equitativo y respetuoso: educar desde y para la acción para hacer realidad ese otro mundo posible.
*Gloria Sosa es miembro del Colectivo Cala (Colectivo Alternativo de Aprendizajes). E-mail: cala@nodo50.org.
Este artículo ha sido publicado en el nº 47 de Pueblos - Revista de Información y Debate, tercer trimestre de 2011.