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Tomás Segovia: Al final de la vida de Octavio Paz tuvimos divergencias políticas”

16.11.11

Entrevista con Tomás Segovia: “Al final de la vida de Octavio Paz tuvimos divergencias políticas, por los zapatistas”

ENVIADO POR MARGARITO CUÉLLAR EL MAR 15 NOV 2011

El poeta español, fallecido el pasado siete de noviembre en la Ciudad de México, tuvo una participación destacada en varias publicaciones culturales, faceta sobre la que versó esta entrevista.

PUBLICADA EN M SEMANAL NÚM. 732, NOVIEMBRE 14 DE 2011

El pasado martes siete de noviembre se apagó la pila del poeta, ensayista y traductor Tomás Segovia (Valencia, España, 1927). Tenía 84 años. El 14 de octubre recibió un homenaje durante el Encuentro Internacional de Escritores de Monterrey y, junto a Juan Gelman, el 16, leyó sus poemas en el Palacio de Bellas Artes como anticipo al Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2011, que alcanzó a recibir en Aguascalientes el 28 de octubre. Su despedida fue en México, aunque, como dijo al recibir en 2005 el reconocimiento que entonces se llamaba Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, “yo no pertenezco ni a un país ni a otro, ni a ningún grupo, generación, corriente literaria ni a nada parecido. Nunca me he arraigado ni a un país, ni a una época ni a un matrimonio. Me extraña la concesión del premio, porque cuando se consagra algo se hace porque eso que se consagra ya está arraigado. Y yo creo que no soy consagrable”.

El corazón se le había ya rebelado antes, varias veces, al poeta de ningún lugar. Recientemente el Señor Cáncer ocupó alguna parte de su hígado. Será que, como dice uno de sus poemas, “algo debe morir cuando algo nace”.

MC: ¿Cómo inicia su vínculo con México? ¿Es directamente con Octavio Paz o tiene otro proceso?

TS: Yo llegué a México cuando tenía 12 años y mi vínculo fue, digamos, un hecho histórico, o sea, el exilio español. Mi familia se exilió en México; un vínculo tan fatal como nacer en México, porque yo llegué a México como usted llegó a México.

MC: ¿Cómo se empezó a vincular con el espectro cultural de la capital?

TS: Viviendo en México empecé a escribir cuando tenía casi 15 años, y cuando uno empieza a escribir pues se vincula con otros chavos que escriben de una manera muy natural. Va uno escribiendo, algún día conoce uno a otro escritor, ese escritor le dice a alguien más que uno escribe y así. Luego están los proyectos juveniles que hay en todas partes. Un joven siempre quiere hacer una revista, tener un grupo, es un fenómeno natural, sociológico, inevitable.

MC: ¿Y cuáles fueron sus primeras revistas antes de Vuelta?

TS: Cuando yo estaba en la Facultad (de Filosofía y Letras) tendría 20, 19 años, había un grupo de chicos del exilio español que yo conocía; los conocía por relaciones familiares. Queríamos hacer una revista, como todo mundo, y a través de mi novia conocí a una persona un poco mayor que tenía una pequeña imprenta. Hicimos contacto con él y logramos hacer una revista que se llamó Presencia, de la cual salieron siete números. Es muy difícil sostener una revista juvenil, nunca duran mucho. De todos modos me desvinculé pronto del grupo, porque yo toda la vida me la he pasado saliéndome de todas partes; me desvinculé del grupo e hice mi propia revista, por llamarla así: era una hoja doblada que se llamaba Hoja, donde publicaba los poemas de un amigo, y de esa salieron creo que cinco o seis números también. Juntábamos un poco de dinero, íbamos a una imprenta y mandábamos imprimir 100, 150 ejemplares. Era una hoja doblada y la vendíamos a 20 centavos a la puerta de la Facultad; la pagábamos mi mujer y yo, era baratísima.

Yo trabajaba de mecanógrafo. Luego, más tarde, cuando se fundó la Revista Mexicana de Literatura, yo no estuve, me excluyeron del grupo; pero después me invitaron a participar, y entré cuando andaba por el número siete u ocho.

Primero me pidieron una colaboración, y al número siguiente me pidieron ser codirector, y al otro número me dejaron la revista como director. Luego viví unos años en París y al final de esa estancia llegó un escritor uruguayo, Emir Rodríguez Monegal, que iba a fundar allá una revista latinoamericana importante; yo lo conocía vagamente, había vivido en Uruguay dos años. Supo que yo estaba en París, me llamó y me nombró subdirector de esa revista que se llamaba Mundo Nuevo. Ahí estuve unos meses, porque siempre tuve sospechas de la revista; yo no sabía de dónde ni quién la pagaba, y tuve sospechas de que la pagaba la CIA y, efectivamente, años después se supo que así era.

Poco después Octavio Paz fundó Plural, me llamó y me nombró jefe de redacción. Estuve con él unos años, porque yo le había dicho que le entraba, que ayudaba a lanzar la revista, pero para entonces yo era profesor de El Colegio de México y no podía hacer las dos cosas; había pedido una licencia de medio tiempo en el Colegio para poder ocuparme, pero eso tenía un límite al cabo de unos años y si no regresaba perdía el puesto. Yo le había dicho a Octavio: “Trabajo contigo dos años y después vuelvo al Colegio”, y a los dos años volví. Octavio no quería que yo lo dejara porque iban a decir que nos habíamos peleado, que yo estaba en contra, pero finalmente aceptó. Años después se fundó Vuelta, cuando hubo el golpe que le dieron a Excélsior. Yo estaba fuera, en un año sabático de nuevo en París, cuando la fundaron. Ésa es la historia de mi relación con revistas.

MC: Ahí nació el vínculo con Octavio Paz.

TS: Sí. En realidad, yo debo agradecerle a Octavio que, antes de morir, una vez, me reclamó, me dijo al teléfono: “Tú a mí no me quieres”. Porque al final de la vida de Octavio tuvimos divergencias políticas por los zapatistas; por ejemplo, yo apoyé, bueno, escribí a favor, ¿no? Y Octavio estaba muy en contra y por esas divergencias decía que yo no lo quería.

Decía: “Yo siempre te he querido, te consta que siempre que planeo una revista pienso en ti como secretario de redacción”, y eso era más o menos cierto. Antes de Plural hubo una tentativa de hacer una revista, cuando yo había estado en París, y Octavio estaba entonces también allí y me escribió y me encargó hacer contactos para tratar de hacerla, pero no funcionó; luego, en Vuelta, no me propuso entrar porque yo no estaba en México. Esa vez no me propuso como jefe de redacción, pero es verdad que las otras dos veces sí me llamó y durante años colaboramos.

La primera colaboración (sobre Paz) la hice en la Revista Mexicana de Literatura, donde a partir del número seis o siete me invitó Carlos Fuentes a colaborar. Fuentes ya era una figura y no tenía tiempo, y yo entré a hacer la talacha; yo ya había trabajado y sabía ir a las imprentas, diseñar, revisar artículos, traducir, y entré en la Revista Mexicana a eso, porque Carlos quería dejarla y me fue metiendo hasta que se salió y la dejó. Allí lo primero que hice fue un artículo sobre El arco y la lira, que acababa de salir; Paz estaba entonces en la India y me escribió sobre el artículo, me escribió muy contento por lo que yo había escrito. Empezamos una amistad por correspondencia y luego, cuando ya vino a México, yo ya era director de la revista. Pasamos muchas dificultades porque en la primera época con Fuentes no tenía apoyos, no tenía ayuda, no tenía contactos y la revista era muy precaria. Yo la abaraté muchísimo y aun así apenas podíamos cubrir los gastos. Cuando Paz llegó de la India nos ayudó, nos consiguió anuncios, en fin, y la revista creció de tamaño. Por esa época tuvimos intercambios, y luego la mayor parte del tiempo no coincidimos físicamente: o él estaba fuera o yo estaba fuera, y por eso hubo mucha correspondencia que se ha publicado. Pero la época en que más colaboramos fue cuando no hubo correspondencia, cuando estábamos en México los dos y no nos escribíamos.

MC: Ahora los suplementos culturales en México casi han desaparecido, nada más quedan dos: Laberinto en MILENIO y La Jornada Semanal en La Jornada, y las revistas se han reducido considerablemente. Aquellos eran como “los años maravillosos” del periodismo cultural.

TS: En esa época las revistas eran muy importantes. Cuando se fundó Plural existía ese ambiente, y fue la revista más importante de la época. Por cierto, se me olvidó otra revista donde estuve en un experimento, que debió ser a principios de los sesenta o a finales de los cincuenta: un famoso publicista hispanoamericano, Eulalio Ferrer, que era muy rico y muy patrocinador, compró un periódico que se llamaba Claridades. Había dos o tres periódicos muy conocidos entonces, uno se llamaba La Afición y otro Claridades; entonces Eulalio compró ese periódico y decidió hacer un suplemento, Claridades Literarias. Contrató de director a Emilio Uranga, quien era la estrella, joven todavía; habíamos sido compañeros en Filosofía (y Letras de la UNAM) hasta que él se fue con una beca a Alemania. Cuando regresó, Ferrer lo nombró director y a mí jefe de redacción. Una vez más yo hacía toda la talacha y Emilio se paseaba por ahí diciendo ideas. Había regresado con la idea de que los intelectuales debían apoderarse de los medios de comunicación para dirigir la sociedad, y el primer paso era hacer ese periódico con calidad literaria: un periódico que no se vendía casi. Ahí estuve trabajando, aprendiendo el oficio, porque trabajábamos en los talleres de Excélsior; yo estaba en un taller con los linotipistas, con los fotógrafos y con los formateadores, aprendiendo. El suplemento duró tan pocos números que empezó a perder, y Ferrer se asustó. Uranga casi nunca se aparecía por la redacción y yo, un formador y un técnico trabajábamos como energúmenos la noche entera. Nos prestaban unos talleres de Excélsior cuando no los usaban ellos, normalmente de 10 de la noche a ocho de la mañana. Como iba perdiendo, los profesionales que trabajaban con Ferrer le dijeron: “La única manera es que le meta más dinero; si no, se va a morir la revista”, y para tratar de que no, decidieron hacerla a color y mucho más elegante. Hicimos un número así; pero como sea, no sé por qué, después de haber decidido arriesgar capital en ese número caro, cerró.


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