20 meses después del terremoto
Los jóvenes haitianos también padecen el problema habitacional que se agravó luego del terremoto, pero participan en los movimientos sociales que defienden los más elementales derechos de su pueblo.
TAMARA ROSELLÓ REINA
Desinformémonos
Crónica, día con día, de un movimiento en ciernes
Viernes, 30 de septiembre
Puerto Príncipe, Haití. Las calles de Puerto Príncipe son un hervidero como de costumbre. El mercado informal colma cada espacio: ropas, zapatos, vegetales, frutas, comida elaborada, artesanías… Quienes tienen empleo agradecen poder contar con fondos para costear los estudios de sus hijos. Otros piden prestado a las familias de mejores condiciones. Todo el mundo quiere mandar a sus pequeños a clases, pero no todos pueden. Es el último día de las vacaciones. El lunes 3 de octubre inicia un nuevo curso escolar en Haití.
En la sede del Grupo de Apoyo a Refugiados y Repatriados (GARR) se abren las puertas para una celebración infantil que cierra el programa de verano con niñas y niños de varios campamentos de la capital. Es un inmenso cumpleaños a juzgar por los globos multicolores, la música y las sonrisas en los rostros.
Colette Espinasse, coordinadora del GARR, asegura que el trabajo con la población infantil damnificada por el terremoto del 12 de enero del 2010, ha sido una prioridad, por eso convocaron a talleres artísticos y a la práctica deportiva durante este período. Han involucrado a la juventud en el desarrollo de habilidades artísticas. Esta tarde se han aplaudido los frutos.
Sábado, 1º de octubre
A las cinco de la mañana el día comienza a despertar. La claridad se cuela por entre las lonas y sacos que cubren alrededor de 800 mil personas que viven en los improvisados campamentos, veinte meses después del terremoto. El gobierno del presidente Michel Martelly no tiene una propuesta real que atienda las necesidades habitacionales de tantas familias.
Una red de organizaciones sociales haitianas se ha unido para exigir el derecho a una vivienda digna. Como parte de esos esfuerzos han convocado a una Jornada de Reflexión sobre el tema.
Las carpas no son una solución, ya se sabe. Pero nadie mejor para decirlo que quienes soportan bajo ellas, los rigores de la inseguridad, la violencia y las inclemencias meteorológicas.
La joven María Elena llegó a la sede del debate y contó cómo son sus días desde enero del 2010: “estoy viviendo en un campamento. Cuando fuimos para allá nada más teníamos las telas para armar las carpas. El sol está provocando malestares de estómago, dolor de cabezas, es como si te estuvieras cocinando ahí dentro. Y cuando llueve te empapas.
“Hay unas tres duchas y son insuficientes e inseguras. En ocasiones hay una niña bañándose y aparece un hombre, además las condiciones higiénicas tampoco son adecuadas.
“El terreno donde estamos es privado y nos amenazan con que nos van a expulsar. Hay personas que piensan que nos estamos aprovechando de esta situación, pero esas no son condiciones de vida. Somos personas y tenemos derecho a vivir de otro modo. El gobierno no muestra interés ni preocupación por esta situación y debería ocuparse de tratarnos como seres humanos. Nos sentimos expulsados de la sociedad, como si fuéramos personas inferiores.
“Quiero decirle al mundo entero que nosotros tenemos derecho de vivir como seres humanos, porque esta vida no es humana. Estamos pidiendo el apoyo necesario para poder salir de esta situación, porque el gobierno nuestro no entiende que estamos sufriendo. No podemos más, estamos cansados”.
Domingo, 2 de octubre
En el campamento de Coraïl se encienden las luminarias gracias a paneles solares que prolongan la claridad en los caminos, limitados por las filas de pequeñas viviendas de madera donde viven aproximadamente cinco mil personas.
Frente a la escuelita que este lunes se llenará de niñas y niños, se ha improvisado una tarima. Ahí se han reunido buena parte de las mujeres y hombres que ahora intentan hacer una comunidad en esta zona. El gobierno ha prometido instalar algunas fábricas que generarán empleos. Ésa se ha vuelto una esperanza, como posible fuente de ingresos estables. La cooperación internacional también ha dejado huellas a favor de un poco más de calidad de vida para las personas acampadas.
El arte popular despide este día y poco a poco la gente va de regreso a sus casas.
Thénorel Alcime también camina en busca de los suyos. Sólo que su familia ocupa un terreno que colinda con este campamento. Allí han tenido que levantar tiendas de tela, nylon, zinc o de cualquier material al alcance.
Una joven trae en sus manos la lista con los datos de las familias asentadas en esta periferia, luego de ser violentamente desalojados de los campamentos Jango (Delma 17) y Aeropuerto. Fue en mayo pasado cuando por orden de la alcaldía fueron sacados del territorio donde inicialmente se establecieron. Personas armadas rompieron las carpas y otras pertenencias, cuenta Alcime.
El Estado declaró esa zona de emergencia, por eso se tuvieron que mover de allá, pero aquí tampoco tienen la seguridad de que no los vuelvan a “echar”. Entre los planes de reconstrucción se ha hablado de edificar viviendas a quienes son propietarios de tierra y de vez en cuando, “aparece alguien diciendo que esa tierra es suya”.
Lunes, 3 de octubre
Es el Día Mundial del Hábitat y la principal acción de movilización en Puerto Príncipe toma por asalto al Ministerio de Asuntos Sociales. Todas las personas participantes portan carteles y hacen un coro para exigir responsabilidad social a las autoridades haitianas.
Tselma Jean es una de las jóvenes de la primera fila. Vino por sus tres niñas. Ninguna de ellas fue a la escuela hoy porque no tiene dinero para enviarlas. “Es una situación muy crítica”, dice y vuelve a sumar su voz a la del resto de los manifestantes.
Alexandre Schelot, estudiante de Psicología en la Universidad Estatal de Puerto Príncipe, reconoce el daño psicológico que dejó el terremoto de enero del 2010 en sus coterráneos. “El pueblo haitiano no ha sido sólo víctima del terremoto, sino también del hambre, de las enfermedades y la mala gestión del gobierno haitiano”.
Con él coincide Josil Sanon, estudiante de Sociología y Antropología en la misma universidad. “En Haití todo el mundo debe vivir como persona”, así lo pensó Desaline, “y aunque estén todos estos problemas también hay personas grandes que inspiran a un cambio para el país y esperamos contribuir con ese cambio.”
Más del 60 por ciento de la población haitiana es joven. Ellas y ellos también son víctimas del problema habitacional que se agravó luego del terremoto del 12 de enero, pero sobre todo, son parte activa de los movimientos y organizaciones sociales que defienden los más elementales derechos de su pueblo.
Patrice Flowilus es abogado y su breve carrera profesional la ha vivido junto a los más excluidos de la sociedad, no solo para defenderlos, sino para enseñarles a exigir por sí mismos sus derechos. “Creemos que no hay un plan de reconstrucción haitiano, es un plan de Clinton, de Bush, de Obama, pero no de los haitianos. Falta la participación nuestra en ese proceso, por eso creemos que no tiene legitimidad, porque es un plan para fortalecer la hegemonía del sector privado.
“El plan de reconstrucción de Haití debe ser un plan típico haitiano. No de los gobiernos norteamericanos. En teoría tenemos una comisión nuestra, pero su presidente es Bill Clinton, el ex presidente de Estados Unidos que representa la supremacía gringa y la burguesía haitiana. ¿Cuál es el papel de los haitianos en el plan de reconstrucción de Haití?
“Sin la juventud no podemos planificar una buena reconstrucción. Los jóvenes tienen que exigir su participación en todo este proceso, por eso estamos capacitándolos, para fortalecer su nivel profesional y que no solo intervengan en la construcción de casitas. Por eso estamos apoyando la movilización y formación de la gente que vive en los campamentos. También emprendemos procesos legales contra las autoridades públicas y propietarios que están destruyendo las carpas de los desplazados.
“Además nosotros no estamos en guerra, no necesitamos a los militares. Rechazamos la presencia militar por las violencias sexuales contra la población haitiana y por el costo que tiene su estadía aquí. Con ese dinero se podrían construir miles de casas y apoyar a una política pública popular.
“Lo que necesitamos es la solidaridad de todas y de todos, de la juventud de todas partes de América Latina, porque de ese modo podremos detener esos planes de militarización y dominación”, aseguró Patrice Flowilus.
Justo cuando los líderes de las organizaciones que convocaron a la movilización popular anunciaron que habían dialogado con un representante del Ministerio de Asuntos Sociales para hacerle saber los reclamos y exigir una respuesta, niñas y niños haitianos salían de sus escuelas, luego de la primera jornada de este curso.
Para otros no fue un día de comienzos, sino de espera, una espera exigente que busca el protagonismo de más haitianas y haitianos para levantar la dignidad de un pueblo grande que han tratado de acallar. Romper esas cadenas implica “una conciencia nacional, para vivir como hermanas y hermanos, y cultivar una vida sana para nuestros niños y jóvenes”, reclamó Roselorol Esperance, uno de esos jóvenes que eligió alzar su voz por otro hoy para Haití.