03-12-2011
Buen vivir, cultura y economía
Sebastián Endara
Rebelión
Qué es el Buen Vivir bajo un nuevo paradigma de desarrollo basado en las potencialidades culturales (creativas, identitarias) y principios de valor cuya centralidad se encuentra en la pacificación de la existencia, el respeto a las personas y a la naturaleza. Desde este punto se realiza una lectura crítica de la cultura al servicio del mercado.
La relación que existe entre un desarrollo de nuevo tipo, un desarrollo más allá del desarrollismo, acompañado de una economía concebida como una actividad compleja, superadora de las posturas economicistas del valor de cambio, una buena economía; y la cultura entendida como el conjunto de aspectos sustanciales para el aparecimiento de un modo de vida articulado a partir de valores que tiendan básicamente a la armonización y al equilibrio, y que se pueden definir en el concepto de Buen Vivir o Sumak Kawsay, serían los ejes sobre los cuales se podría generar una mirada alternativa y a la vez crítica de los procesos sociales actuales, que ciertamente operan dentro de una relación parecida, pero opuesta, entre la economía capitalista, el maldesarrollo, y la cultura consumista.
Me parece que es clave partir de esta diferencia que modificaría la intencionalidad del trabajo teórico, así como dotaría de otros significantes a procesos claves de nuestra sociedad como la producción de lo simbólico enmarcada dentro de las denominadas industrias culturales, y el hecho del consumo, que, como dice el economista Paciente Vázq uez, debiera ser entendido como “el momento de reproducción de la vida”. Tal discusión no tendría otro objetivo que llegar a lo que George Yudice llama “sostenibilidad cultural” o ese cambio de paradigma hacia una relación ética con la naturaleza y los seres humanos, que implique, incluso, el replanteo de instituciones que mantienen el orden particular de desarrollo, y fomente la acción ciudadana para la generación de condiciones y espacios de coexistencia amistosos y enriquecedores.
Buen Vivir o Sumak Kawsay como nuevo paradigma de pensamiento
Si es que se pudiera pensar la ruta del pensamiento libertario de manera unitaria, habría que admitir que el paso de la filosofía especulativa a la filosofía práctica, del pensamiento que se limitaba a explicar el mundo al pensamiento que trata de cambiar el mundo, desemboca con toda su complejidad y potencia en los procesos de desarrollo opuestos a la lógica del capital y a sus prospectivas de progreso que han distorsionado las lecturas de la realidad en el establecimiento (impuesto) de estilos de vida donde el ser humano y la naturaleza son cuestiones de segundo orden. En un mundo que gradualmente va perdiendo la claridad sobre lo que es correcto, el Sumak Kawsay, el Buen Vivir, como un concepto fundacional que surge de un arduo proceso de resistencia, reivindicación y tona de conciencia de la valía de las propuestas indígenas, principio que se halla plasmado dentro de las constituciones de Ecuador y Bolivia; se presenta como una seria “alternativa cultural” para levantar procesos respetuosos de la diversidad de las personas y de la naturaleza. Se presenta como una oportunidad para afianzar en nuestro medio una reflexión anticolonialista que nos dé luz sobre otras posibilidades de establecer el desarrollo de nuestros pueblos, un desarrollo equitativo, solidario, que persiga sobre todo, la armonía y la pacificación de la existencia, que asiente de una vez la idea de que el sistema capitalista, por más racional que se nos presente, es un sistema depredador de la naturaleza y depredador del ser humano. Asimismo, es la base real para nuevas formas de entender la actividad política, una política cuyo punto fundamental es tanto la coherencia entre los postulados y la acción, así como una concepción adecuada del poder. Este punto es clave para proponer una gobernabilidad participativa, horizontal y auténticamente democrática.
No obstante, la riqueza semántica de conceptos como Sumak Kawsay o Suma Qamaña no se puede restringir a la definición técnica y positiva de Buen Vivir, que tanto problema causa a los estudiosos de las ciencias sociales, que no atinan ni a consensuar un concepto de lo que ello significa, ni a generar mecanismos certeros de evaluación de lo que se está haciendo para conseguir sus objetivos. Y esto sucede porque se trata de un concepto que escapa de la estructuración racionalista de la vida para acomodarse en la esfera poética que alumbra otros significados, producto de otros ordenamientos del sentido, que a su vez surgen de otras prioridades vitales. Ser-estando bonitamente, o la plenitud de estar-siendo (nuevas formas de traducir (interpretar) el Sumak Kawsay) nos invitan a imaginar horizontes distintos, donde el componente estético va a ser determinante de la configuración ética y la posibilidad de una postura política. ¿Quién quiere más que una Vida Bonita? Qué otro objetivo debieran tener las agrupaciones colectivas sino generar las condiciones para que se dé una Vida Bonita para todos, porque eso sí, o la vida es bonita para todos o no es vida. Solo en las ficciones desoladoras de ese ‘oxidente’ oxidante, se puede obviar, como si no existieran, a las personas, sólo en este sistema que cosifica a las personas, se las puede comprar, se les puede imponer una sola forma de hacer la vida (que normalmente está definida por la competencia, la explotación y el ánimo de lucro). Y en ese sórdido panorama, parece que el único refugio es el arte liberador, pero incluso el arte y sectores importantes de la cultura, han sido puestos al servicio de ese sistema.
Qué lejos está la construcción de la Vida Bonita de ese arte desechable, inservible, que ya no conmueve, de ese arte que se apoya en la fría razón para autoconvencerse de que algo vale, o de que algo cuesta. Ese arte que con su miopía trata de instaurar el elitismo de lo absurdo, cobijado en una dudosa impostura entreabierta que toma cualquier discurso con tal que sea funcional a sus confusos intereses. Ese arte que en su búsqueda de la novedad encontró el ridículo solipsismo, ese arte que al ignorar las realidades y las necesidades de los pueblos, tornan a la acción estética un esfuerzo in-significante. Pero la conciencia popular de la Vida Bonita despierta precisamente como negación y como crítica a esas propuestas ‘atrabiliarias’ o violentas, que como dijo el poeta, nos han enredado el alma, la vida y el entendimiento.
Economía, cultura y Buen Vivir
En una entrevista realizada al profesor Josef Estermann, al preguntarle su opinión sobre la economía, palabras más, palabras menos, supo decir que es necesario volver a la comprensión originaria de la economía como aquella labor realizada para el cuidado del hábitat, del lugar en donde se existe, de la casa: el oikos-nomos. ¿Pero qué significa el cuidar la casa? Fuera de los referentes culturales en el que tuvo origen tal concepto, cuidar la casa, se nos presenta como una metáfora que invita a pensar tanto aquellas acciones necesarias para realizar el cuidado, como a conceptualizar ese espacio, esa territorialidad traspasada por la historia como testimonio vivo de los intercambios e interacciones del movimiento colectivo. Las buenas acciones, serían aquellas que aspiren a resolver de manera colectiva (y sin dejar a un lado la individualidad), equilibrada, razonable, y equitativa, las carencias a las que está expuesto el ser humano, aprovechando sus posibilidades tecnológicas acuñadas históricamente, las conexiones informativas, el saber intercultural, y las perspectivas filosóficas ligadas a la emancipación. Las malas acciones serían aquellas que no se preocupan por resolver las carencias, ni la iniquidad, ni la cuestión de la explotación entre los seres humanos y entre estos y la naturaleza, sino que en la idea del desarrollo infinito y del mayor aprovechamiento de recursos, de la urgencia que imprime la necesidad creada en el sistema gobernado por la estructura de la escases; se pierdan las alternativas y se trabaje automáticamente por el robustecimiento de tal sistema totalizante, al punto que se instaure todo un estilo de vida y quizá peor, toda una episteme hegemónica basada en la dictadura de unos indicadores legitimados por un ¿saber? subyugante que afirma tajantemente la imposibilidad de la superación o de la salida. De tal manera que buenas o malas acciones entorno al cuidado de la casa superan la actividad economicista para convertirse en una “cuestión cultural”, determinante final del rumbo de la acción política.
El cuidado de la casa, del hábitat, entonces no es solo la administración de un espacio y sus recursos sino primordialmente la comprensión de su complejidad como condición necesaria del aparecimiento del ser humano y de la vida, y esa comprensión o re-comprensión, que se presenta como uno de los ejes de la discusión del Buen Vivir, debe estar acompañada de acciones públicas (o también llamadas políticas públicas que -por cierto pertenecen antes que nada a los ciudadanos organizados- de tal manera que la organización y la movilización social rompa con concepciones absolutistas, y permita el surgimiento de buenas experiencias y saberes que se encuentran normalmente en los procesos culturales populares y en la subyacente necesidad que siente la gente de contar con otras fuentes de enriquecimiento ‘espiritual’. De hecho, el protagonismo gradual de la cultura en los procesos económicos se explicaría según Rubens Bayardo, gracias a la centralidad de significados y valores simbólicos necesarios en un nuevo tipo de sociedad proclive al consumo de elementos creativos. Tal como nos muestra este autor, quedó atrás la separación entre cultura y economía y la imposibilidad de pensar procesos serios y alternativos de desarrollo a partir de la actividad cultural. De ahí que no solo en el mercado sino en la gestión responsable de la cultura, vaya integrándose paulatinamente la conciencia de que ésta implica procesos de dinamización económica que pueden incluso reemplazar los andamios tradicionales de la producción así como integrar una nueva dimensión del quehacer económico de una sociedad. Es interesante aquí hacer mención de la definición sobre la cultura, de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, donde la cultura aparece como “el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social, que además de las artes y las letras, incluye los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. Además, que la cultura implica (por tal definición) una relación estrecha con los factores de desarrollo definido como “un proceso complejo, global y multidimensional que trasciende el simple crecimiento económico para incorporar todas las dimensiones de la vida y todas las energías de la comunidad”, de tal manera que la cultura replantearía ciertos conceptos económicos (y del desarrollo). Pero para Bayardo seguiría existiendo una distinción entre cultura y economía pues básicamente el conflicto entre las prioridades de cada una de ellas no se anularía. La economía tiene una tendencia a la instrumentalización de la vida (y la cultura) mientras que la cultura persigue otros valores, muchos de los cuales son constitutivos de la vida social. Por ello quizá sea conveniente hacer una distinción entre la ‘economía cultural’ y la ‘economía de la cultura’ pues esta última estaría relacionada con la teoría crítica.
Bayardo muestra que hay problemas no resueltos en la reivindicación de la cultura como alternativa al desarrollo, puesto que la cultura si bien es pensada como factor integral y relevante de la vida social, pervive en la ausencia de reconocimiento de sus componentes significantes, postulando abiertamente su uso como un mero recurso. Este es precisamente el tema central de la discusión: la cultura como recurso del sistema capitalista o la cultura como elemento transformador del mundo, la cultura funcional al sistema o la cultura crítica y propositiva de cambios cualitativos. Tendríamos que reconocer que las condiciones de producción de la actual sociedad, imprime en la mayoría de sus procesos, el direccionamiento hacia la masificación, sobre todo cuando estos procesos pretenden ante todo la rentabilidad, pero también es cierto que la mayoría de procesos culturales no necesariamente nacen bajo éstas prioridades. El éxito o el fracaso de un proyecto cultural no está atado en principio al éxito económico sino que éste deviene como su resultado, aunque hay procesos culturales destinados a establecer la posibilidades del éxito de proyectos culturales o procesos productivos en términos económicos, como las estrategias de comercialización y marketing que podrían ser catalogadas como un tipo especial de industria cultural ligada directamente al sistema capitalista, pues cumplen con la función de generar imaginarios, hábitos, e inclinaciones hacia el consumo, y todo un estilo de vida que en no pocos casos marca la pauta de la generación de otros productos culturales. En la potencia simbólica y económica de estos procesos se ha levantado la industria del entretenimiento que podría ser la eufemística forma de designar a una industria cultural que no cumple sino una función estimulante, idealmente conciliadora pero finalmente retardataria. Es interesante ver, sin embargo, que las alteridades, descartadas inicialmente de estos procesos construidos bajo la hegemonía de un centro especializado, comienzan a encontrar reivindicaciones simbólicas y culturales -si cabe hablar en estos términos-, en la apropiación de la tecnología y la reproducción de las mismas prácticas que les llevó a la exclusión, con lo cual se modifican las esferas populares y se complejizan sus relaciones con el sustrato cultural hegemónico que termina universalizándose en una difusa y aparente diversidad.
Lo cierto es que para muchos estudiosos, el modelo de sociedad y de economía actual no podrá ser sostenido por mucho tiempo sin causar gravísimos estragos a ingentes porciones de la población así como a los ecosistemas, y la cultura y las acciones realizadas bajo este móvil deberían contribuir a replantear una nueva sociedad y una nueva economía basada en valores. Manfred Max-Neef define al menos cinco elementos profundamente culturales para ello: 1)La economía puesta para servir a las personas y no las personas puestas para servir a la economía, 2) Que el desarrollo tiene que ver con las personas, no con las cosas, 3) Que el desarrollo no es lo mismo que crecimiento y el desarrollo no precisa necesariamente del crecimiento para aumentar la calidad de vida de la gente, 4) Que ninguna economía es posible al margen de los ecosistemas, 5) Que ningún interés económico debiera estar por sobre la vida.
En conclusión, el desarrollo basado en propuestas culturales como las del Buen Vivir, propondría la pauta para generar procesos socio económicos de nuevo tipo, pues en el respeto de las particularidades identitarias, se consolidarían procesos democráticos e incluyentes que alienten la toma de una postura ciudadana, y fomenten los verdaderos intercambios y las relaciones entre los grupos humanos, no obstante la ausencia de la conciencia sobre la importancia de la actividad cultural en la vida activa (no solo económica) de las sociedades, es una limitante. Un ejemplo de ello lo señala Octavio Getino, cuando comenta cómo el escaso material de información sobre las realidades culturales de nuestras localidades y nuestros pueblos, impide que se pueda pensar coherentemente y en toda su dimensión a la cultura, intervenir con políticas adecuadas y potenciarla como un factor de desarrollo que incluso modifique el andamiaje productivo de una sociedad.
Bibliografía
Bayardo, Rubens. Economía y cultura: problemas y debates contemporáneos. FLACSO Virtual. Curso:Gestión Cultural y Comunicación – 2011.
Estermann, Josef. En: Encuentro sobre “interculturalidad y descolonización del aprendizaje: hacia una vida sin dominio”. Cuenca-Ecuador, octubre de 2011.
Getino, Octavio. La dimensión económica de la cultura y las industrias culturales: desafíos de las políticas y la gestión cultural. FLACSO Virtual.Curso:Gestión Cultural y Comunicación – 2011.
Huanacuni Mamani, Fernando. Buen Vivir, Vivir Bien. Filosofía, políticas, estrategias y experiencias regionales. 4Ta edición. Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas. La Paz-Bolivia, octubre de 2010.
Max Neef, Manfred. Exposición organizada por la Prefectura del Azuay. Quinta Lucrecia, Cuenca, octubre de 2011.
Vázquez, Paciente. Entrevista. Cuenca, noviembre de 2011.
Yudice, George. Cultura y desarrollo: América Latina frente al desafío de un desarrollo culturalmente sustentable. FLACSO Virtual. Curso:Gestión Cultural y Comunicación – 2011.
Sebastián Endara es licenciado en Ciencias Humanas mención en Gestión Cultural por la Universidad de Cuenca. Estudiante del postgrado en Cultura y comunicación, Flacso-virtual, Argentina 2011. Maestrante del programa en Desarrollo Local del PYDLOS, Universidad de Cuenca, 2011. Miembro del Kolectivo Café Filosófico de QNK. Miembro de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay. jsendara@hotmail.com