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En defensa de la identidad armenia

27.12.11

Armenia comprende una vasta región que se extiende hacia el noroeste de Anatolia (Asia Menor) hasta alcanzar la porción sur de las montañas del Cáucaso. No es posible fijar límites políticos precisos, ya que los mismos han sido modificados constantemente en el curso de las guerras que el país ha sufrido durante su larga historia.

Orográficamente está formada por altas mesetas con alturas de 1500 a 1800 m, las que se hallan limitadas por las cadenas orogénicas del Cáucaso y del Ponto hacia el norte, y los montes del Tauro y Kurdistán (actual norte de Irak e Irán) hacia el sur. Dominan la región poderosos conos volcánicos como el Gran Ararat con una altura de 5165 m, así como profundos valles que labran su relieve albergando los cauces de los ríos Tigris, Eufrates, Arax y Kura, entre otros.

Su pueblo, evolucionado bajo las características propias de las zonas con importantes relieves y variaciones climáticas, es dueño de un origen que se pierde en la remota oscuridad del pasado, lo que ha favorecido todo tipo de mitos y leyendas que llevan su fundación hasta un antepasado común de nombre: Háik, quien habría creado a Armenia denominándola Haiastán (país de Háik).

Con una fundamentación seguramente más científica los eruditos contemporáneos sugieren casi en forma unánime que el pueblo armenio descendería de varías ramas autóctonas que alrededor de los s. X y VII a.c. se fundieron con los urartianos (o araratianos según el idioma original que se utilice) que se desarrollaban en las proximidades de los lagos Van y Urmiá. Según la opinión de los historiadores y geógrafos clásicos (Heródoto y Estrabón) los antepasados armenios habrían migrado desde Tracia, Frigia y quizás Tesalia instalándose en el Asia Menor y generando una particular mixtura con los pueblos locales.

Estos puntos de vista no tendrían que ser necesariamente contradictorios ya que el pueblo armenio conforma una indudable amalgama entre varios pueblos originarios e inmigrantes (Hurritas, Urartu, Nairi, Hayasa, etc.) que según el registro arqueológico, hacia el año 600 a.c., habían emergido en forma conjunta con una identidad y una lengua claramente indoeuropea. A tal respecto cabe aclarar que en las incripciones halladas, datadas para la época de Darío el Grande (521-486 a.c.), este pueblo era denominado como Armina o Arminya por los persas, Urashtu por los babilonios y Harminu por los elamitas.

Después de un modesto principio, este pueblo se convirtió en reino y éste en un estado floreciente. En lucha perpetua con Asiria fue a menudo derrotado y a veces conquistado. Pero se sobrepuso a las derrotas y en el s. VII a.c. ocupó un vasto territorio entre el lago Seván, el lago Urmiá, el alto valle del Tigris y del Melés con capital en Thushpá (Van). Pero en ese momento las invasiones de los cimerios, de los escitas y después de los medos trajeron grandes desórdenes al Asia Menor.

La historia y el desarrollo de una nacion
Ya conformados como nación, los armenios conocieron la amargura de la derrota y la sumisión; Ciaxares, rey de los medos, luego de derrotar a Asiria, extendió su dominación sobre Armenia. Con Ciro y posteriormente con Darío, Persia sustituyó a los medos, y aunque Armenia gozaba de gran autonomía dentro del imperio, fue impregnada por la cultura irania.

Cuando Alejandro Magno invadió y destruyó el imperio persa, Armenia quedó dominada por los macedonios. Esto tuvo para Armenia una doble y gran importancia; por una parte condujo luego de no pocas vicisitudes a la independencia de Armenia; y por otra, puso a los armenios en contacto con la civilización griega. De esta manera se generó una síntesis entre las civilizaciones de Oriente y Europa, que con el aditamento cultural propio constituyó el genio de los armenios, “los europeos de Asia”.

Al morir Alejandro, Armenia quedó integrada al imperio Seléucida (fundado por Seleuco general de Alejandro) en una región que comprendía Irán, Mesopotamia, Siria y Asia Menor, con capital en Antioquía. Antíoco III Megas (el Grande), sucesor de su hermano Seleuco III Cerauno, dividió Armenia en dos provincias y confió su gobierno a dos príncipes nativos: Artaxias (Ardashés) en Armenia mayor (al este del Eufrates, regiones de Erzerum, Mush, Van, Ereván) y Zareh en Armenia menor (al oeste del Eufrates, Sivás, Erzingán y Melés).

Luego de la derrota de Antíoco a manos de los romanos en la batalla de Magnesia y con el consentimiento de éstos, Zareh y Artaxias se declararon soberanos independientes. Con la muerte de Zareh, Artaxias anexó su reino en detrimento de los pueblos limítrofes, como los albanos, que habitaban el actual Azerbaiján y los íberos, que habitaban lo que hoy es la República de Georgia.

Pero fue con Tigranes II (Dikrán) el Grande (95 a.c.) cuando Armenia conoció a su más grande y prestigioso soberano. Yerno de Mitrídates Eupator, rey del Ponto, emprendió una serie de victoriosas conquistas en diversas direcciones; atacó a los partos (eternos enemigos de los armenios) y les quitó la Media del Norte, el Kurdistán y todo el norte de la Mesopotamia. Así también atacó el reino Seléucida y lo conquistó, anexando Cilicia y Siria, junto a Antioquía, que para ese entonces ya era una ciudad de enormes riquezas.

Armenia alcanzó su mayor poder y esplendor; Tigranes II dominaba toda el Asia Oriental hasta límites que sólo habían alcanzado los persas aqueménidas y los seléucidas de Siria. Monarca instruido, apasionado por el helenismo, construyó una nueva capital que llamó Tigranocerta (actual Diyarbekir, Turquía) con fabulosos tesoros y construcciones.

Lógicamente esta expansión debía atraer la hostilidad de Roma que no toleraba amenaza alguna a su hegemonía. Primero Lúculo, quien no pudo sojuzgarlo, cometiendo la torpeza de invadir un estado soberano sin el auspicio del Senado, y luego Pompeyo y sus formidables cohortes romanas, con quien Tigranes II renunció a combatir sometiéndose a éste, completaron la dominación romana en la región. El general romano, magnánimo volvió a colocar en la cabeza de Tigranes II la corona que éste acababa de quitarse, pero el soberano armenio debió aceptar el protectorado romano, pagar un tributo considerable y perder todas sus conquistas.

Desde el año 2 hasta el 53 Armenia fue gobernada por príncipes extranjeros impuestos por Roma por lo que hubieron grandes desórdenes en los cuales participó la nobleza, totalmente corrompida. Estos colocaron al rey Tirídates (Trdat), coronado por el mismísimo Nerón, el que hizo construir una nueva ciudad capital llamada Artashat, con la ayuda de arquitectos enviados también por el emperador romano. Con su coronación comienza la dinastía de los Arsácidas (o Arshagunís), que reinará durante más de tres siglos.

En el año 224 se produjo un acontecimiento que acarrearía trágicas consecuencias para los armenios; los sasánidas eliminaron a los partos y se establecieron en el trono de Irán. Años después, Anac un príncipe parto del Irán se refugió en la corte del rey de Armenia Trdat II, una vez instalado lo asesinó traidoramente. En la confusión, los persas invadieron Armenia y se instalaron en ella. Antes de morir Trdat II tuvo tiempo de hacer ejecutar a Anac y los suyos. Gregorio, hijo de aquél, fue uno de los pocos que escapó de la ira del rey traicionado.

El joven Trdat fue a Roma donde recibió educación militar. Era famoso en el ejército romano por su fuerza y coraje. Tras una exitosa campaña con el emperador Aureliano contra los persas, entró en Armenia y se hizo coronar rey con el nombre de Trdat III.

En esta época se sitúa la conversión de Armenia al cristianismo. La misma fue obra de Gregorio “el iluminador”, apóstol de los armenios. Gregorio, hijo de Anac, converso al cristianismo en Cesarea (Kayseri), comenzó a predicar la nueva religión hacia el año 280, en el mismo momento en que Trdat III reconquistaba Armenia. Tenía gran ascendiente sobre Khosrovidukht, una de las hermanas del rey, gracias a lo cual acabó gozando de la privanza del soberano. Persuadido por su hermana, el rey Trdat III envió a Gregorio en delegación a Cesarea (Kayseri) y allí fue hecho obispo. Poco después se convirtieron Trdat III y su esposa Arshken, promulgándose un edicto por el cual todos los súbditos quedaban obligados a abrazar la religión del soberano.

Se trata ésta de la primera proclamación del cristianismo como religión pero cuya fecha exacta sigue siendo objeto de no pocas controversias, no así el hecho de que se inicia un período de feroces persecuciones contra el paganismo instaurado desde tiempos remotos en Armenia y sus fronteras.

Respaldado y protegido por el rey converso, Gregorio se dedicó a destruir concienzudamente los templos para reemplazarlos por iglesias cristianas, dotadas generosamente a costa de las arcas del reino. En Ashtishat, la antigua Artaxata, que había sido un centro destacado del politeísmo, Gregorio arrasó el templo de Vahagn (Hércules), el de Astlik (Venus) y el de Anahit. Luego hizo edificar una iglesia cristiana particular, destinada a ser el nuevo “santuario nacional”de Armenia; sobre los cimientos de un templo pagano y con planos que según la leyenda se le habrían aparecido en sueños.

Este ejemplo se repitió a lo largo y ancho del reino por lo que casi la totalidad de las iglesias armenias encontraron su fundamento en las piedras de las antiguas edificaciones paganas. La prueba mas evidente la conforma Echmiadzín, máxima catedral armenia bajo la cual permanece un templo con su imponente altar consagrado al fuego (Aduryan), al que se puede acceder mediante visitas guiadas.

Al tiempo que sucedía esto también hizo construir un palacio para uso propio. Fue nombrado Arzobispo, primer dignatario del reino después del rey y Catolicós. Título, adoptado también por los arzobispos de Persia, Etiopía, Iberia y Albania, que resultaba más que significativo, ya que antiguamente era el que le correspondía al alto funcionario de la hacienda pública.

Gregorio no dejó de atender a las necesidades propias y la de los suyos, utilizando las propiedades y fondos del reino en beneficio personal y el de sus parientes. Nombró obispo y sucesor en calidad de Catolicós a su hijo menor, Aristakes; y tan alta dignidad, que implicaba el mando sobre doce obispados y la primacía espiritual de la nación, se fue heredando en el seno de la familia hasta que se extinguió, sin dejar descendencia, en su último representante, el Catolicós Sahak (390-438), tras lo cual la sucesión pasó a una rama próxima, la de la familia Mamikonian.

Al principio, y esto es bien significativo, el cristianismo arraigó sólo entre la aristocracia, y es posible imaginar cuál sería la profundidad de sus convicciones. El motivo verdadero de la conversión del monarca, y de la subsiguiente conversión a escala nacional, no fue otro sino la desconfianza y la enemistad frente a los persas. En esto coincidían los intereses de los armenios y de los romanos, ya que éstos se veían en la necesidad de tener en cuenta la importancia estratégica del país y su constante política de juego a dos barajas entre las grandes potencias. De manera que se produjo la alianza y la cristiana Armenia, lo mismo que la cristiana Roma, se embarcó en una serie de campañas militares.

En el siglo tan turbulento e incierto que le siguió a la adopción del cristianismo, ocurrió un hecho extraordinario y de gran importancia para el desarrollo del país. En el año 405 Mesrop Mashdotz compuso y dio forma al alfabeto armenio. Hasta ese momento los armenios usaban los caracteres griegos para las obras literarias y los persas para tareas administrativas. Presionados por estas dos culturas admirables pero extranjeras y sin un alfabeto nacional, habrían perdido en los siglos siguientes, su identidad como nación y casi con seguridad esa voluntad de independencia que han afirmado tan magníficamente a lo largo de su dramática historia.

En el s. V los príncipes armenios aceptaron el protectorado de Persia y al entrar en funciones el primer marspan, el rey de Irán pretendió convertir a los armenios al mazdeísmo. Al saber esto los armenios convocaron a una gran asamblea en la que participaron el Catolicós, la nobleza y el clero. En la misma expresaron la sumisión política, pero afirmaron la adhesión a la fe cristiana.

Así planteado el problema, en junio del año 451 tuvo lugar la batalla de Avarair en donde la resistencia armenia dirigida por Vartán Mamikonian trabó combate contra las tropas persas. La feroz batalla dejó a los armenios con la derrota y con su líder tendido muerto en el campo, pero las considerables pérdidas del lado vencedor hicieron desistir a su monarca de las intenciones que tenía reservadas para su nuevo protectorado.

Ya en el s. VII se produjo un acontecimiento que debía transformar el aspecto y la vida del Oriente: el nacimiento del Islam y la creación del Imperio Arabe.

Al mismo tiempo, las dos potencias que se habían repartido hasta entonces esta parte del mundo (Bizancio y Persia), estaban sumamente debilitadas por sus desórdenes internos. Ambas se derrumbaron ante el fanatismo de las fuerzas árabes: Persia, el imperio de los sasánidas, fue conquistado y Bizancio, perdió Siria y Egipto. Más tarde, mientras el grueso de las fuerzas árabes se lanzaba sobre occidente, otro ejército, al mando del general Abd-el-Rahman invadía Armenia y conquistaba una parte del país. Los armenios combatieron con la ayuda de Bizancio y a las órdenes del General Teodoro Reshtuní. Pero después, malquistados con los griegos, aceptaron someterse a los árabes y firmaron con el califa un tratado honorable.

Movido por ese tratado, el emperador Constante II de Bizancio, invadió Armenia al frente de 100.000 soldados; Reshtuní la reconquistó meses más tarde con ayuda de los árabes. Por este éxito, los árabes lo nombraron gobernador no sólo de Armenia, sino también de Iberia (Georgia).

Desde allí y durante un siglo, Armenia fue marcada por el reflujo incesante de los ejércitos árabes y bizantinos. Durante décadas, al mando de generales emergentes de la familia Bagratuní, combatieron alternativamente contra griegos y árabes. Exasperado de tanto cambio de frente, el califa de turno en el año 852 envió contra los armenios un ejército de 200.000 hombres al mando del general turco Baghá-al-Kabir quien aplastó a los armenios junto con sus ciudades y aldeas. De esta manera conocieron devastaciones como jamás habían visto.

Sin embargo Armenia no demoraría en renacer de sus cenizas y, como ocurrió frecuentemente a lo largo de los siglos, halló en el exceso de su desgracia, las fuerzas que la llevarían a una de las cumbres de la historia.

El príncipe Ashot Bagratuní obró de manera tan hábil y eficaz, que el califa habiendo aplacado en sangre su venganza contra los armenios, deseoso de reconstruir lo que había destruido, lo nombró sucesivamente, príncipe de los príncipes; gobernador y finalmente en el año 885, rey de Armenia. Así se fundó la dinastía de los bagrátidas, que durante cerca de dos siglos reinó trayendo brillo y esplendor para después ensombrecerse en una de las catástrofes cíclicas que jalonan su trágica historia.

La dinastía había comenzado bajo auspicios halagüeños e inquietantes ya que Ashot Bagratuní no había recibido una corona sino dos. El emperador de Bizancio Basilio I no quería ser menos que el califa y para atestiguar que no renunciaba a una teórica soberanía sobre Armenia, imitó el gesto de su vecino árabe. Ashot maniobró con sutileza y durante los cinco años de su reinado, mantuvo relaciones amistosas con árabes y griegos. Al morir, su hijo Sembat recibió a su vez las dos coronas.

Este extendió las fronteras de la nación, pero chocó con el emir árabe de Azerbaiján contra quien guerreó durante todo su reinado. Fue traicionado por algunos nobles armenios; entre los que se destacaron los Ardzruní, príncipes de Vaspuragán, familia que siempre había sido favorable a los árabes. Sembat hecho prisionero por el emir Yusuf de Azerbaiján, fue ejecutado y su lugar fue dado como premio a un Ardzruní; pero no por mucho tiempo, ya que el hijo de Sembat, Ashot II “Yergat” (el rey de hierro), lo apresó, conquistó su reino y venció a los árabes. Su hijo y sucesor Abeas I hizo la paz con Azerbaiján. Debió luchar con los abjases vecinos establecidos en las costas del Mar Negro, a quienes venció; y trasladó la capital del reino a la ciudad de Aní. Aquí es cuando comienza la edad de oro de Armenia.

Aní, la ciudad de cuarenta puertas, de cien palacios y de mil iglesias, ubicada en el margen del río Arpatchai, se convirtió en el baluarte de la civilización occidental y cristiana enfrentando al Asia.

Los sucesores de Ashot III no cesaron de fortificar y embellecer la ciudad, que alcanzó a ser una de las capitales más prestigiosas de Oriente. Desgraciadamente, Aní la más hermosa ciudad de Armenia, no solo no debía ser eterna, sino que fue una de las más efímeras; consagrada capital en el año 952, fue aniquilada en el 1064 por la más espantosa invasión, la de los turanios.

Su desaparición siguió de cerca a la dinastía que la había creado y embellecido, pues los bagrátidas, después de alcanzar su apogeo bajo el reinado de Gaguík I, no demoraron en sucumbir. Tres causas concurrieron a la caída de la dinastía, a la destrucción de Aní y a la pérdida de Armenia: la secesión del reino, los ataques de Bizancio y la invasión de los turanios.

En el s. X, el rey Ashot había cedido la provincia de Kars a su hermano, quien había creado un pequeño reinado armenio. Al morir Gaguík I, sus dos hijos combatieron y, el menor, quitó a su hermano el norte de los Estados, donde fundó el reino de Lorí. Y como la provincia de Vaspuragán, feudo de los Ardzruní, era desde hacía mucho tiempo independiente del poder central, Armenia estaba al comienzo del s. XI dividida en cuatro reinos: Aní, Kars, Lorí y Vaspuragán. El país se debilitaba dividiéndose, en el mismo momento en que surgía en sus fronteras la terrorífica amenaza de las hordas turanias.

Los turanios o turcotártaros eran originario del Asia Central (Turquestán y Mongolia). Por la dirección de sus invasiones, más que por sus particularidades étnicas, se les ha dividido en mongoles, los que llegaron hasta Europa pero también volviéndose especialmente hacia China; tártaros, los que irrumpieron sobre la actual Rusia y en turcos, los que ocuparon el Medio Oriente.

Los turcos seldjúcidas atacaron Armenia desde los comienzos del s. XI, pero el reino de los bagrátidas les infligió una y otra vez serias derrotas, en particular en 1021 bajo los muros de Aní. Por el contrario, el pequeño reino de Vaspuragán se vio en peligro de ser sometido. Su rey concluyó un tratado de permuta con el emperador Basilio II a cambio de la ciudad y de la región de Sivás, abandonó su reino y se instaló allí con cerca de 40.000 de sus súbditos. Esta primera gran migración, debilitó el conjunto de Armenia en un momento crucial de su historia y sin duda precipitó su ruina.

Al morir Sembat III, el emperador de Bizancio pretendió sustituir al sucesor legítimo Gaguík II, sobrino del primero, con su propio candidato, Vest Sarquís. Pero ante el rechazo de los armenios se alió con el rey de los albanos y atacó a Armenia lanzando la totalidad de sus fuerzas. El ejército bizantino fue aplastado delante de Aní por el general Vahram Pahlavaní, quedando 20.000 bizantinos en el campo de batalla.

Librados de griegos y albanos, el joven rey Gaguík II y su general se volvieron contra los turcos y les infligieron una severa derrota. Lo que no pudieron las armas, pudo hacerlo la traición. El emperador bizantino invitó a Gaguík II a firmar un tratado de paz perpetua cosa que éste aceptó. Se puso en camino, dejando de regente al Catolicós Pedrós; apenas llegado a Bizancio, el emperador lo hizo encerrar y envió un nuevo ejército a su reino. El Catolicós, vergonzosamente traidor, entregó Aní a los griegos y de esta manera, desamparados los armenios, se sometieron a Bizancio en el año1045. Así terminó por lo menos en Aní, la gloriosa dinastía de los bagrátidas, y lo que las armas de los griegos, de los albanos, de los turcos y de los árabes, reunidos en un solo ejército no pudieron destruir, sí lo logró la traición de algunos súbditos. Finalmente los turcos acamparon en Armenia y Aní cayó en el año 1064, cometiendo una matanza y devastación sin nombre, matando a sus moradores e incendiando todos sus edificios e iglesias.

El reino de Kars también había sido destruido por los turcos. Solo el reino de Lorí que gozaba de una situación geográfica más favorable subsistió más de un siglo; pero la gran Armenia, había visto su ocaso. Durante siglos conoció los horrores de la ocupación de los turanios; turcos seldjúcidas, mongoles de Gengis Khan y de Tamerlán, los turcomanos y finalmente a partir del s. XVI, los turcos otomanos.

Armenia había desaparecido como potencia independiente; pero no había desaparecido el pueblo Armenio. En el momento de la invasión turania, se habían agrupado alrededor de un príncipe bagrátida, Rubén. Así emprendieron una extraordinaria migración en dirección a la zona mediterránea de Cilicia. Otros armenios se refugiaron en Moldavia, en Hungría y en Polonia. Fue ésta, sin duda, la segunda más importante migración armenia.

En Cilicia existían pequeñas colonias armenias vasallas de Bizancio; Rubén reunió a algunos de los jefes de esas colonias y sacudió el yugo de los griegos fundando alrededor del burgo de Bartzerbert un principado que debía ser el núcleo de un nuevo estado, la Nueva Armenia, llamada también a veces, Armenia menor. Rubén fundó allí la nueva dinastía surgida de la familia de los Bagratuní, llamada Roupenian o rubeniana.

Sus primeros soberanos tomaron el título de barón, que adoptaron de la cultura occidental. Como el comienzo de las cruzadas casi coincidió con la fundación de la Nueva Armenia, Constantino, hijo de Rubén, vio llegar los primeros cruzados y ayudó naturalmente a sus hermanos de religión, participando en el sitio de Antioquia. Casi inmediatamente hubo alianzas familiares entre los barones armenios y los señores francos.

Cuando Federico Barbarroja llegó a Oriente para combatir a Salah Eddín (Saladino), se benefició con el concurso del príncipe armenio León II. En recompensa de sus servicios, recibió de los soberanos de Occidente y del Papa la dignidad real, siendo coronado en la iglesia de Santa Sofía de Tarso en el año1199.

En el reinado de León II, llamado “El Magnífico”, la Nueva Armenia conoció su mayor prosperidad junto con un período de paz. Le dio una gran organización económica, fundó una nueva capital, Sís, una ciudad floreciente, y finalmente venció a los turcos y a los árabes. Lamentablemente no dejó sino una hija llamada Zabel. Su dinastía se extinguió y Hetum, hijo de su general y marido de Zabel, fundó la nueva familia reinante.

La Nueva Armenia se hallaba entonces en peligro; los estados cruzados, sus aliados naturales, vacilaban bajo los golpes de los mamelucos de Egipto, mientras los armenios debían defenderse contra los ataques combinados de los mamelucos y los turcos. Las invasiones mongólicas en cierta manera les dieron un respiro ya que los mongoles eran más hostiles a los musulmanes que a los cristianos. Hetum llegó hasta Karacorum y concluyó una alianza con Ogotai Khan, nieto de Gengis Khan, probando su sagacidad. Los mongoles habían entrado en contacto con el cristianismo y algunos de ellos habían adoptado el culto nestoriano. Si los cruzados hubieran aceptado el consejo y se hubieran aliado con los mongoles, éstos se hubieran convertido al cristianismo y el mundo habría cambiado; pero los cruzados se rehusaron. La mayoría de los mongoles se hicieron musulmanes y los estados latinos desaparecieron de Oriente.

En el año1342 la dinastía hetumiana se extinguió como un siglo antes la rubeniana, por falta de heredero varón. La reemplazó una familia francesa: la de los Lusignan que ya reinaba en Chipre. Subió al trono Guy de Lusignan, hijo de Zabel, hermana de Hetum II y de Amauri, hermano del rey de Chipre Enrique II. Pero la dinastía Lusignan no fue más feliz. Los señores y el pueblo de Armenia, fieles a su iglesia tradicional, eran hostiles a esos príncipes latinos que querían instalar la iglesia católica en el país y Guy de Lusignan fue asesinado. Por otra parte los mongoles se habían alejado, los príncipes francos habían desaparecido y los armenios debían resistir solos los rudos golpes que les propinaban los mamelucos y los turcomanos. La traición acabó por perder el reino; los señores armenios a quienes León V, hijo de Guy de Lusignan, había encargado defender Sís, entregaron la ciudad a los musulmanes en el año 1375.

Así, también por la traición terminó Armenia Menor, al igual que la mayor, de una manera indigna del heroísmo de ambas.

Los tres siglos de existencia de Armenia Menor (1080 - 1375), tuvieron gran importancia tanto para los francos como para los armenios ya que facilitó considerablemente a los francos el éxito de las primeras cruzadas gracias a la irremplazable base de avanzadas que era Cilicia.; pero también esos tres siglos permitieron a los armenios conocer occidente; el de los francos, con la belleza de su cultura y la nobleza de su caballería.

Después de la caída de Aní en 1604, Armenia Mayor fue sometida al yugo de los turcos seldjúcidas. Fue éste el comienzo de la ocupación turania que, al menos en una parte del territorio, sería definitiva (la mayor parte del territorio de Armenia Mayor está hoy incorporado a Turquía). A lo largo de este período, Armenia debió padecer la cruel experiencia de ser ocupada por todas las variedades de la especie turania.

En el s. XIII vio surgir las hordas mongólicas de Gengis Khan, que acababa de edificar de un extremo a otro de Asia su “imperio de la desolación”. Un siglo y medio después los mongoles reaparecían conducidos por Tamerlán, siendo aún más feroces que la primera invasión. A los mongoles les sucedieron los turcomanos; su rey Kará Yusuf conquistó Armenia y su hermano Iscandar fue proclamado soberano con el título de Shah I Armen. Este se apresuró a atacar al hijo de Tamerlán, Shabruj, lo que llevó una vez más sobre el territorio de los desdichados armenios, el ir y venir de bárbaros que devastaban todo a su paso.

En el s. XV se produjeron grandes acontecimientos que tuvieron para Armenia consecuencias opuestas: la toma de Constantinopla por los turcos en el año 1453, con lo que Armenia pareció quedar definitivamente separada de Europa y librada para siempre a los bárbaros amarillos. El segundo acontecimiento fue la resurrección de Persia. En el año 1472 logró arrojar a sus ocupantes y retomar inmediatamente un papel esencial en oriente. Esta resurrección debía mitigar las miserias de los armenios, pero los persas no se mostraron nada benévolos hacia ellos.

A principios del s. XVII el Shah Abbas I, rey de Persia quitó a los turcos la provincia armenia de Ararat. Pero rechazado por un contraataque de los turcos, decidió aplicar la táctica de la tierra arrasada y en su retirada devastó la provincia, llevando en pos de su ejército a los 50.000 armenios que la habitaban. Al llegar a Persia, había perecido la mitad de la columna. Abbas instaló a los sobrevivientes cerca de Ispahán, conciente de las ventajas que podría obtener de su trabajo y de su industria. Estos fundaron la ciudad de Nueva Djulfá y en la paz ya encontrada, se enriquecieron y prosperaron.

En el año 1620 fue firmado un pacto entre turcos y persas, por el cual aquellos abandonaban a los persas una provincia armenia: el Karabaj. Los persas administraron directamente esta población indómita que preservó su autonomía en los cinco principados en los que se dividía: Gulistá, Djrarberd, Jatshén, Varandá y Tisac. Dirigidos por sus señores que llevaban el título de melik, se mantuvieron hasta el s. XVIII. Estos habían sido en las horas más sombrías de la historia, el último refugio de la independencia armenia.

Un nuevo tratado atribuyó a Persia toda la parte oriental de Armenia en al año 1639. Estas regiones no tuvieron autonomía y estuvieron sometidas a una administración casi tan dura y corrompida como la de los turcos. Los armenios no renunciaban a la independencia y desaparecido el imperio bizantino, tenían dos recursos posibles: la vieja Europa o un nuevo estado que no cesaba de crecer, Rusia.

En el año1678 el Catolicós Hagop V partió de Echmiadzín para Roma a fin de pedir al Papa que provocara una intervención de las potencias cristianas de Europa en Armenia, a cambio estaba dispuesto a poner a la Iglesia Armenia bajo la obediencia de Roma. Desgraciadamente el Catolicós murió en el camino y su delegación volvió a Armenia, menos Israel Orí. Este era hijo de un melik de Karabaj y tenía 19 años. Se presentó ante el príncipe elector del palatinado proponiendo la corona de Armenia si la liberaba; éste sorprendido le aconsejó dirigirse ante el emperador de Alemania Leopoldo I, quien a su vez le declaró que nada podía hacer si no contaba con la ayuda de Rusia de la cual al momento carecía. En el año 1700, Orí se presentó ante Pedro el Grande quien se mostró entusiasmado con el proyecto pero también ocupado en guerra. con Suecia. Finalmente en año 1722 el ejército ruso lanzó una ofensiva contra los persas; avanzó a lo largo de la depresión caspiana, pero fue contenido delante de Shamají. Simultáneamente los rusos y georgianos atacaron a los turcos. Pero los turcos eran militarmente más fuertes de lo que el Zar había imaginado; por lo que firmó un tratado con Persia y renunció a la liberación de Armenia.

Los armenios estaban sometidos a la opresión de sus vecinos asiáticos y tuvieron una gran esperanza cuando a fines del s. XVIII, los rusos aparecieron en las crestas del Cáucaso. Así se restablecería, pensaban inocentemente, el contacto perdido desde la caída de Constantinopla con los cristianos de Europa y aparecería una nueva aurora. Se equivocaron.

Los rusos atacaron primero a los persas después de ocupar Georgia. Y luego a los turcos, sus viejos enemigos a quienes combatían desde hacía mucho tiempo en Ucrania y Crimea. Los rusos tuvieron no menos de cuatro guerras con los persas. El ejército persa al mando de un notable general, el príncipe heredero Abbas Mirzá, les infligió severas derrotas, pero finalmente gracias en gran parte al concurso de tropas voluntarias armenias, los rusos alcanzaron el triunfo. Por el Tratado de Turcmenchai (1828), Rusia que ya ocupaba Georgia, se anexó además del Karabaj, las provincias de Ereván y Najicheván. Además el tratado estipulaba el derecho de los armenios que vivían en Persia a trasladarse a las provincias anexadas por Rusia por lo que 35.000 armenios de la región de Urmiá aprovecharon la oportunidad.

En el frente turco, los rusos obtuvieron éxitos decisivos. Ocuparon gran parte de la Armenia turca: Erzerum, Kars y Ardahán, pero por la intervención de Inglaterra que protegía a Turquía, los rusos devolvieron esas tierras a los turcos mediante el Tratado de Adrianópolis. Este tratado también preveía la posibilidad para los armenios de Turquía de pasar a la zona rusa así que 100.000 armenios aumentaron la población de esa zona.

Las guerras ruso-turcas siguieron adelante a lo largo de tres cuartos de siglo. Pero en el año 1878, después de las victorias del general armenio-ruso Lorís Melikián, Rusia mediante los tratados de San Stéfano y Berlín adquirió la posesión de Kars y Ardahán. Se podía pensar que Rusia, a la que los armenios habían ayudado grandemente en sus conquistas les acordaría cierta autonomía, pero no fue así; y si bien los rusos habían suprimido el yugo feudal de los turcos y de los persas, lo habían sustituido por una administración centralizada, con una gestión implacable y a veces tan brutal que les limitaba completamente sus libertades. No tardaron en inmiscuirse en los asuntos religiosos de la comunidad, llegando hasta en 1903 a confiscar los bienes de la iglesia.

Esta política debía llegar a su fin y ese fin, por una trágica fatalidad, se expresa siempre en la historia armenia con la misma palabra: matanza, la que tuvo varios ejecutores y un solo fin, la desaparición del pueblo armenio y su cultura.

Hoy Armenia es una República libre e independiente con capital en Ereván. Luego de haber obtenido su primera independencia en 1918, el ejército bolchevique ató el destino de los armenios a ser parte de la Unión Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), desde 1921 hasta su reciente emancipación soberana en 1991.


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