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La partidocracia en México

09.01.12

09-01-2012
México 2012, el carácter de las elecciones

Adrián Sotelo V.
Rebelión

En México se inicia oficialmente lo que se conoce como Proceso Electoral Federal 2011-2012 y culmina e l 1º de julio de 2012 , cuando se habrán de elegir senadores, diputados y presidente de la república. Sin duda, se cumple un nuevo ciclo político del neoliberalismo que se originó a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. El rito sexenal, que opera con exactitud matemática desde la época del cardenismo (1934-1940) y que asegura la reproducción de las relaciones capitalistas de dominación cada seis años, nuevamente emerge a la escena como un conjunto de prácticas mediáticas y emblemáticas por parte de quienes aspiran a la presidencia de la República a partir del año 2012, al margen de los intereses y necesidades de la gran mayoría de la población del país, que se debate entre graves problemas de inseguridad, violencia, represión, desempleo, precariedad en el trabajo, pobreza y pobreza extrema, marginación y frustración social.
Los partidos políticos legales del régimen de transición pactada simulan la contienda político-electoral mediante demostraciones y discursos generalmente superficiales y sin contenido social que nunca expresan la esencia de los graves problemas estructurales, sociales y políticos en uno de los países que exhibe uno de los índices de desigualdad social más altos del planeta. Se invierten miles de millones de pesos en los medios privados de comunicación (principalmente en las cadenas televisivas propiedad del gran capital) para exponer las peroratas de los candidatos de los partidos políticos que nunca llegan a constituir un verdadero discurso, ni mucho menos, un “proyecto alternativo” de nación frente a los problemas y carencias de la sociedad mexicana.

El contexto en que se desenvuelven las precampañas–y más tarde las campañas presidenciales de los principales partidos políticos del país– es el de la intensa y extendida crisis internacional del capitalismo mundial que, con algunas excepciones de regiones como la asiática —donde comparece China como la principal economía en esa región y la segunda a nivel mundial—, pudiera provocar una profunda recesión (superior a la que ocurrió en el lapso de 2008-2009) en el presente año y cuyo epicentro es justamente la Unión Europea y los propios Estados Unidos. En efecto, el Fondo Monetario Internacional en sus proyecciones estima que la economía mundo creció 4% en 2011, las llamadas economías avanzadas lo hicieron 1.6% en ese año para proyectar un magro aumento de 1.9% en 2012. El organismo internacional sólo vislumbra una recuperación débil del producto en alrededor de 2.7% hasta el año 2016.

Para América Latina, si bien ha sido la región menos afectada por la crisis durante 2010, a partir del segundo semestre de 2011 se vislumbra una situación de desaceleración en sus variables macroeconómicas donde, por ejemplo, el Producto Interno Bruto pasará de 4,3% en 2011 a 3,7% o menos en 2012, afectando negativamente variables como inflación, empleo, desempleo, producto por habitante, salarios y bienestar social.

En México se observa una constante tendencia a profundizar el ciclo económico de la crisis como se observa en variables como la curva de desarrollo del Producto Interno Bruto el cual experimentó un crecimiento anual de 5,6% en 2010 para comenzar a descender a alrededor de 4% en 2011 con proyección a declinar, aún más, a 3,3% para 2012, de acuerdo con proyecciones de la Comisión económica para América Latina (CEPAL). Lo mismo ocurrió con los salarios reales que fueron de los más bajos en América Latina y con el producto per cápita que, durante el quinquenio 2006-2010, es negativo según el Banco Mundial.

Esta situación, indudablemente hará más precaria la vida para millones de trabajadores mexicanos sumidos en la pobreza, en la carencia de empleos que les permitan obtener mínimamente un ingreso para subsistir en condiciones “normales” y en la incertidumbre de no saber qué les depara el futuro en un país en crisis estructural y permanente.

Ante este panorama internacional, regional y nacional los partidos políticos, incrustados en el aparato de Estado (partidocracia), no tienen más “propuestas” para la población que la demagogia, las promesas huecas y el espectáculo mediático, del que participan todos los candidatos. La ley electoral, elaborada por los mismos que hoy participan en el proceso electoral, controla las supuestas precampañas de candidatos que se disputan los lugares en la televisión comercial, invierten millonadas en sus actividades para obtener la “adhesión” del voto por parte de la población y, las más de las veces, sus disputas no van más allá de resaltar sus “atributos” narcisistas y supuestas “cualidades carismáticas” frente a los otros “contendientes” que tampoco tienen nada que ofrecer más que sus intereses individuales y sus frustraciones.

Es evidente que en la tradición del corporativismo mexicano, donde comparecen los principales partidos políticos registrados, el pueblo no tiene más alternativa que votar cada seis años, por alguno de los que quedan seleccionados (a través de “encuestas” que realizan las mismas agencias privadas contratadas por los partidos políticos con sumas millonarias) o bien, abstenerse para mostrar su total descontento y rechazo al proceso electoral.

Más allá de “diferencias” superficiales de membresías, géneros, colores e individuos, los partidos políticos esencialmente son proclives a las políticas neoliberales de mercado y productividad que fortalecen el régimen del gran capital a través del reconocimiento de la propiedad privada, de la existencia y explotación del trabajo asalariado y de la manutención del país en su condición estructural dependiente y subordinada a los ciclos económicos y políticos del capitalismo, particularmente, estadounidense; fenómenos ante los cuales no dicen una sola palabra.

No hay planteamientos alternativos frente al subdesarrollo, el atraso y la dependencia; sólo panglosianas promesas de “combatir”, por supuesto que en un incierto futuro, la pobreza, crear empleos —en realidad mayoritariamente precarios, inestables y de muy baja remuneración— y fortalecer la inserción dependiente de México en la economía capitalista mundial; la recurrencia constante a las exaptaciones con el fin explícito de no plantear ningún propósito realizable que sea favorable para la población y que efectivamente comprometa al futuro candidato cuando se convierta en presidente con la anuencia, por supuesto, de los organismos financieros y monetarios internacionales.

La abigarrada y compleja realidad social del país pasa desapercibida por el proceso electoral y sus protagonistas, el cual más bien cumplimenta los rituales institucionales que reproducen el bloque dominante en el poder y el sistema de clases sociales vigente cada seis años sin menoscabo de los intereses de la burguesía y la oligarquía que comandan el proceso. Es más: contribuye a reforzar la supuesta “legitimidad” del sistema político durante los próximos seis años para darle continuidad a la próxima administración gubernamental, que permanecerá hasta el año 2018.

Independientemente de quien obtenga el triunfo en la contienda electoral —hasta ahora todas las encuestas perfilan al candidato del partido (PRI) que (mal) gobernó el país durante 71 años (1929-2000) — la situación estructural socioeconómica y política del país no hará más que profundizarse en términos de deterioro y crisis económica y social para millones de mexicanos, donde los trabajadores y las clases proletarias son sin duda los más afectados.

Desde los discursos mesiánicos ungidos por la divinidad de quienes se autoproclaman “ser de izquierda” —y así los reconocen y promueven los medios de comunicación— hasta los francamente oligárquicos y de derecha pasando por los del “centro” (que esencialmente coinciden con los anteriores), no hay una sola alternativa que vislumbre soluciones esenciales y trascendentes ante la situación de crisis global del país. Esto debido a que e n el México oficial y de sus instituciones donde, en donde el sistema sólo reconoce lo que se mueve en su interior (la “legalidad”), el espectro político es uno ladeado hacia la derecha: de aquí se mueven y se estiran, como en un péndulo, las distintas fuerzas políticas, sin cambiar el rumbo: sólo así se vislumbra un centro, una ala izquierda y otra ala derecha. En el centro del espectro político aparece el PRI, a la derecha el PAN y en el polo opuesto el PRD y sus partidos lacayos. Los demás partidos y agrupaciones luchan encarnizadamente entre sí por colocarse en cualquiera de estos puntos. La correa de transmisión son las elecciones y las componendas.

Esta tesis del espectro político del México oficial y neoliberal actual configurado en la derecha, se confirma cuando constatamos la actividad postelectoral de los partidos que se mueven en dos direcciones. Por un lado, sólo están preocupados por las elecciones presidenciales para ver cómo se “reparten el pastel”. Por otro lado buscan reacomodos, alianzas y componendas (”concertacesiones”) dentro de la nueva composición del poder —legislativo— al igual que los otros partidos que tuvieron la fortuna de mantener su registro y acudir al reparto de curules y prebendas.

Ante la crisis de la partidocracia y de la hegemonía que el neoliberalismo rapaz mantiene en todos los ámbitos de la vida nacional, tendrá que ser el pueblo organizado, los trabajadores y sus organizaciones de clase, los estudiantes y profesores y el conjunto de los movimientos populares del campo y de la ciudad que permanecen al margen del espectro oficial del Estado y de los partidos políticos, quienes tendrán que construir una alternativa viable para tomar en sus manos las riendas del proceso y los destinos del país en un contexto de agudización de las contradicciones esenciales del modo de producción capitalista, cuya crisis civilizatoria amenaza la misma existencia de la humanidad.


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