El Istmo Oaxaqueño, histórica búsqueda de autonomía
Por Carlos Beas
Desinformémonos
Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. El Istmo de Tehuantepec es una región rica en recursos naturales y cuenta con una impresionante fuerza cultural. Esta gran riqueza contrasta con la pobreza y el abandono en que viven la mayoría de sus habitantes. En nuestra región se encuentran importantes y diversos bosques y selvas como Los Chimalapas, en extensión la segunda gran selva tropical de nuestro país; el sistema lagunar de los pueblos ikojts y de la zona chontal son ricos en camarón de alto valor comercial; las tierras chahuiteras del bajo Mixe, que producen hasta 12 toneladas de maíz por hectárea; los recursos minerales de Yautepec, Tequisistlán y el Barrio de la Soledad. A todo ello se suma, por supuesto, la ubicación estratégica que tiene esta región, un verdadero corredor interoceánico entre los mercados más importantes de la economía global. El Istmo es rico y su gente es pobre.
Esta riqueza y el abandono y pobreza en que están sumidos la mayoría de los istmeños son extremadamente contrastantes, y han provocado que a lo largo de los años y en diversas épocas los habitantes de estas tierras se hayan rebelado e incluso hayan demandado el reconocimiento de la autonomía del Istmo. Una razón de peso que orilló a los istmeños a rebelarse y a reivindicar su independencia fue el saqueo de sus recursos y los onerosos tributos e impuestos que fueron obligados a pagar a gobiernos coloniales o al mismo gobierno del estado. El Istmo históricamente ha sido saqueado y despojado por gobiernos y por extranjeros.
La gran rebelión de 1660 de Tehuantepec, donde las mujeres jugaron un relevante papel, y la revuelta de los chontales, mixes y nejapas -que durante 10 años lograron liberarse del yugo colonizador de los españoles- fueron ocasionadas por los tributos que reclamaba el Marqués de Leyva, pero también fueron en contra de la imposición de las autoridades locales. Las rebeliones de 1660 y de 1715 fueron severamente castigadas, sin embargo, el espíritu de libertad de los pueblos indios del Istmo no se extinguió.
En 1834 estalló una rebelión en Juchitán que fue encabezada por José Gregorio Meléndez, dirigente binnizá mejor conocido como Che Gorio Melendre. Esta rebelión fue ocasionada por los impuestos que aplicó el gobierno estatal por el aprovechamiento de las salinas. En 1847, Melendre dirigió un movimiento que logró recuperar el poder político para los zapotecas, y fue nombrado gobernador del departamento de Tehuantepec, cargo del cual fue destituido por Benito Juárez García, de quien poco se dice cuando ordenó quemar el caserío de Juchitán, el 19 de mayo de 1850, y cuando entregó tierras zapotecas a dos hacendados extranjeros. Ahí no funcionó eso del “Respeto al Derecho Ajeno…” (pero decir esto es una blasfemia en Oaxaca).
A raíz de la quema de Juchitán, Melendre levantó la demanda de separar al Departamento de Tehuantepec del estado de Oaxaca, demanda a la que se sumaron los sanblaseños y los ixtaltepecanos, mientras los tehuanos se opusieron a este movimiento; nació así una división profunda entre los pueblos binnizá del Istmo. En una terrible paradoja, el día de mayo de 1853 en que murió intoxicado (¿o envenenado?) Melendre se firmó el decreto que reconoce la autonomía política del Istmo de Tehuantepec al convertirlo en territorio federal, estatus que sólo conservo durante 4 años. Che Gorio Melendre lanzó dos planes autonomistas: el primero, el 20 de octubre de 1850, y el segundo, el 10 de enero de 1851, donde razona las causas legítimas de su lucha señalando los abusos y el saqueo que impone la vallistocracia (como se conoce a la clase dominante de la región Valles Centrales de Oaxaca, n. de la ed.).
Bajo el Imperio de Maximiliano, entre 1865 y 1867, el Istmo fue autónomo. En septiembre de 1866, los istmeños -liderados por Rufino Pineda y Remigio Toledo- se batieron heroicamente en contra de los invasores franceses y los derrotaron cuando los empujaron hasta las lagunas de Igu y Biahui dó, donde les ocasionaron grandes bajas. La batalla del 5 de septiembre ocasionó muchas muertes y sufrimiento para los istmeños, y Juchitán fue de nuevo quemada. En 1870, los istmeños, cansados de los abusos del gobernador Félix Díaz -quien no reconoció la lucha y los sacrificios de los pueblos del Istmo en su lucha contra el invasor francés-, anunciaron nuevamente su voluntad de independizarse y se rebelaron de nuevo, ahora encabezados por Albino Jiménez, mejor conocido como Binu Gada. Félix Díaz, también conocido como El Chato, encabezó una operación punitiva contra los juchitecos rebeldes, quemando de nuevo a Juchitán, fusilando a conocidos vecinos y robándose la imagen de San Vicente, santo patrono de Xha Vizende. Estos hechos pronto serían vengados, ya que una partida de istmeños sorprendió a El Chato en las cercanías de Pochutla, y en enero de 1872 le dieron cuello (expresión para “lo mataron”, n. de la ed.).
Ya en pleno porfiriato, en el año de 1880, se rebeló el tehuano Miguel Petriz y, poco después, el Istmo fue sacudido por una nueva revuelta indígena encabezada por Ignacio Nicolás, conocido también como Mexu Chele. Esta rebelión siguió reivindicando el derecho de los istmeños a las tierras y salinas, y en contra de diferentes tributos y de la imposición de autoridades locales. Esta rebelión fue brutalmente reprimida y muchos de los rebeldes fueron enviados como esclavos hasta las haciendas tabacaleras de Valle Nacional; otros, hasta las haciendas henequeneras de Yucatán y Quintana Roo. Esta rebelión autonomista está considerada como una de las luchas precursoras de la Revolución Mexicana, como también precursora fue la actividad de los magonistas Adolfo Gurrión, de Juchitán, y Plutarco Gallegos, de Tehuantepec.
En 1911, Juchitán se rebeló de nuevo contra la imposición, cuando el gobernador Benito Juárez Maza tuvo la pésima ocurrencia de imponer como jefe político al represor Pancho León; al conocer la noticia, el pueblo de inmediato se movilizó. Ante la protesta, Francisco León se desistió de tomar el cargo; entonces, el gobernador Juárez Maza impuso como nuevo jefe político a Enrique León, quien para tomar posesión atacó durante tres días y llegó a bombardear el palacio municipal de Juchitán. Los rebeldes, encabezados por José F. Gómez, tuvieron que replegarse y las fuerzas federales tomaron el control de la situación. Entonces el gobierno de Panchito Madero convocó al Che Gómez a la ciudad de México para explicar las causas de la revuelta popular, entre las cuales se encontraban los abusos e imposiciones del gobierno estatal, por las que se demandaba la autonomía del Istmo en relación a Oaxaca. Cuando el Che Goméz se dirigía a la capital mexicana, sicarios al servicio del gobernador Juárez Maza lo emboscaron y asesinaron en Barrancones, muy cerca de Rincón Antonio, hoy Matías Romero.
Años después, en 1919, Heliodoro Charis Castro, líder político juchiteco más popular por sus ocurrencias que por haber emitido el Plan de San Vicente, exigió la erección de los distritos de Juchitán y Tehuantepec como territorio federal, es decir, autonomizarlos del estado de Oaxaca. Cuando Charis abandonó esta lucha, la retomó “El Chechito”, hijo del asesinado José F. Gómez, quien pronto fue derrotado.
En 1930, Valentín Carrasco y el doctor Roque Robles se rebelaron contra la imposición de Fidel Sandanga como presidente municipal de Juchitán; ante el escaso apoyo de Charis, fueron derrotados y asesinados en mayo de 1931.
En los últimos 50 años las iniciativas autonomistas en el Istmo han sido escasas, ya que las principales organizaciones sociales no han levantado este reclamo. En 1964, el médico sanblaseño Facundo Génico Salinas fundó el Comité Pro Creación del Estado del Istmo, iniciativa que pronto fue abortada pues Génico fue brutalmente asesinado. En el año 2004, un grupo de jóvenes profesionistas fundó el Comité Pro Independencia del Istmo “Che Gorio Melendre”, el cual busca crear un estado zapoteca. El ahora llamado Comité Autonomista Zapoteca “Che Gorio Melendre” publica la revista cultural Guidxizá (Nación Zapoteca) y declara que busca la “transformación positiva de nuestra cultura, de nuestro pueblo, de nuestra gente y todo aquello que implique una mejora espiritual y social para nuestro pueblo”. Este Comité ha dado un importante impulso al rescate de la memoria histórica de los pueblos zapotecas y han realizado una intensa campaña de difusión entre los estudiantes de educación básica y media de la región.
Esta breve relación de hechos históricos nos muestra una antigua voluntad regional, la cual expresa resistencia y aspiración de independencia ante el despojo y la imposición que vienen desde fuera. Esta voluntad se mantiene viva pero, hay que reconocerlo, es una expresión débil y limitada a ciertos ambientes y con alcances más culturales que políticos o sociales.
El Istmo vive una profunda crisis social y política. La miseria está provocando que miles y miles de istmeños busquen la vida en el norte; campesinos, artesanos y pescadores, apenas sobreviven; los jóvenes profesionistas no encuentran acomodo y las mujeres no cuentan con apoyos para mantener a sus familias; la vida política está completamente descompuesta, acaparada por personajes oportunistas y mediocres, sin proyecto y sí con muchos intereses personales. La corrupción se ha extendido y mucha gente se moviliza o vota por algún candidato sólo si está de por medio cemento, dinero o despensas. Las fiestas se han comercializado y se ha perdido mucho de la identidad cultural; algunos idiomas, como el chontal y el zoque, están casi muertos y muchos jóvenes indígenas ocultan su origen y esencia detrás de cremas blanqueadoras o de tenis y ropa de marca. Para muchos jóvenes, la delincuencia se ha convertido en una opción de vida, y la violencia e inseguridad prosperan en nuestros pueblos. Una muestra terrible de esta descomposición y hartazgo son los linchamientos y otras formas extremas de ira y coraje que han ocurrido en estos últimos tiempos en la región.
Además, la pobreza está provocando muy graves conflictos entre sus habitantes. La falta de recursos y de empleo está ocasionando disputas que son violentas. A nivel nacional, las noticias que llegan del Istmo son los enfrentamientos entre transportistas, la controversia por los Chimalapas o la entrada en operación de más y más parques eólicos. Mientras los istmeños se encuentran enfrascados en disputas y confrontaciones, grandes empresas como Wal Mart, Cementos Mexicanos (CEMEX), Iberdrola, Unión Fenosa, la embotelladora FEMSA, se siguen enriqueciendo gracias a los recursos de nuestros pueblos.
Es momento de que rasquemos en el tiempo, que rescatemos la memoria de nuestros pueblos. No es posible que permanezcamos impávidos y paralizados ante la crisis que se vive en la región, ante el saqueo de tierras y recursos naturales por parte de empresas extranjeras, ante el abandono y olvido que se sufre por parte de los gobiernos, ante la descomposición y falta de oportunidades que sólo dejan a los jóvenes como camino la delincuencia o la migración.
Es hora ya de que los pueblos del Istmo renazcan impulsando un proyecto propio, multiétnico, que asegure un aprovechamiento racional de los recursos naturales para beneficio de las familias istmeñas; un proyecto político que rescate los valores tradicionales del servicio a la comunidad y cierre la puerta a los políticos profesionales; un proyecto que defienda los valores culturales propios. Ello sólo será posible si se impulsa una propuesta autonómica de y para los istmeños. Es hora ya, más adelante puede ser demasiado tarde.