El fatalismo global abandona su máscara optimista neoliberal de otros tiempos y va asumiendo un pesimismo no menos avasallador.
En el pasado los medios de comunicación nos explicaban que nada era posible hacer ante un planeta capitalista cada día más próspero (aunque plagado de crueldades), solo nos quedaba la posibilidad de adaptarnos, una ruidosa masa de expertos avalaban las grandes consignas con argumentos científicos irrefutables. A eso se le llamó discurso único, aparecía como un formidable instrumento ideológico y prometía acompañarnos durante varios siglos aunque duro unas pocas décadas y se esfumó en menos de un lustro.
Ahora la reproducción ideológica del sistema mundial de poder empieza a acudir a un nuevo fatalismo profundamente pesimista basado en la afirmación de que la degradación social (desplegada como resultado de “la crisis”) es inevitable y se prolongará durante mucho tiempo.
Como en el caso anterior los medios de comunicación y su corte de expertos nos explican que nada es posible hacer más que adaptarnos ante fenómenos universales inevitables. Como cualquier otra civilización, la actual en última instancia controla a sus súbditos persuadiéndolos acerca de la presencia de fuerzas inmensamente superiores a sus pequeñas existencias imponiendo el orden (y el caos) ante las cuales deben inclinarse respetuosamente. El “mercado global”, “Dios” u otra potencia de dimensión oceánica cumplen dicha función y sus sacerdotes, tecnócratas, generales, empresarios o dirigentes políticos no son otra cosa que ejecutores o intérpretes del destino lo que de paso legitima sus lujos y abusos.
Así es como en septiembre de 2012 Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional anunciaba que “la economía mundial necesitará por lo menos diez años para salir de la crisis financiera que comenzó en 2008” (1). Según Blanchard el enfriamiento durable de los cuatro motores de la economía global (Estados Unidos, Japón, China y la Unión Europea) nos obliga a descartar cualquier esperanza en una recuperación general a corto plazo. Aún más duro en agosto del mismo año el Banco Natixis integrante de un grupo que asegura el financiamiento de aproximadamente el 20% de la economía francesa publicaba un informe titulado “La crisis de la zona euro puede durar veinte años” (2).
Nos encontramos ante un problema que difícilmente puedan resolver las élites dominantes: la cultura moderna es hija del mito del progreso, una y otra vez pudo cautivar a los de abajo con la promesa de un futuro mejor en este mundo y al alcance de la mano, eso la diferencia de experiencias históricas anteriores. Las épocas de penuria son siempre descriptas como provisorias preparatorias de un gran salto hacia tiempos mejores. La reconversión de la cultura dominante en un pesimismo de larga duración aceptado por las mayorías no parece viable, por lo menos es de muy difícil realización exitosa no solo en los países ricos sino también en la periferia sobre todo en las llamadas sociedades emergentes. Solo poblaciones radicalmente degradadas podrían aceptar pasivamente un futuro negro sin salida a la vista, las élites imperialistas golpeadas, desestabilizadas por la decadencia económica, sin proyectos de integración social podrían encontrar en la degradación integral de los de abajo (sus pobres internos y los pueblos periféricos) una riesgosa alternativa posible de supervivencia sistémica.
Autodestrucción
El capitalismo como civilización ha ingresado en un período de declinación acelerada, una primera aproximación al tema muestra que nos encontramos ante el fracaso de las tentativas de superación financiera de la crisis que se desató en 2008 aunque una evaluación más profunda nos llevaría a la conclusión de que el objetivo anunciado por los gobiernos de los países ricos (la recomposición de la prosperidad económica) ocultaba el verdadero objetivo: impedir el derrumbe de la actividad financiera que había sido la droga milagrosa de las economías centrales durante varias décadas. Desde ese punto de vista la estrategias aplicadas fueron exitosas, consiguieron aplazar durante cerca de un lustro un desenlace que se acercaba velozmente cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria norteamericana.
Una visión más amplia nos estaría indicando que lo ocurrido en 2008 fue el resultado de un proceso iniciado entre fines de los años 1960 y comienzos de los años 1970 cuando la mayor crisis económica de la historia del capitalismo no siguió el camino clásico (tal como lo mostró el siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX) con gigantescos derrumbes empresarios y una rápida mega avalancha de desempleo en las potencias centrales, sino que fue controlada gracias a la utilización de poderosos instrumentos de intervención estatal en combinación con reingenierías tecnológicas y financieras de los grandes grupos económicos.
Esa respuesta no permitió superar las causas de la crisis, en realidad las potenció hasta niveles nunca antes alcanzados desatando una ola planetaria de parasitismo y de saqueo de recursos naturales que ha engendrado un estancamiento productivo global en torno del área imperial del mundo imponiendo la contracción económica del sistema no como fenómeno pasajero sino como tendencia de larga duración.
Se trata de un complejo proceso de decadencia, basta con repasar datos tales como el del volumen de la masa financiera equivalente a veinte veces el Producto Bruto Mundial y su pilar principal: el súper endeudamiento público-privado en los países ricos que bloquea la expansión del consumo y la inversión, el de la declinación de los recursos energéticos tradicionales (sin reemplazo decisivo cercano) o el de la destrucción ambiental. Y también el de la transformación de las élites capitalistas en un entramado de redes mafiosas que marca con su sello a las estructuras de agresión militar convirtiéndolas en una combinación de instrumentos formales (convencionales) e informales donde estos últimos van predominando a través de una inédita articulación de bandas de mercenarios y manipulaciones mediáticas de alcance global, “bombardeos humanitarios” y otras acciones inscriptas en estrategias de desestabilización integral apuntando hacia la desestructuración de vastas zonas periféricas. Afganistán, Irak, Libia, Siria… México ilustran acerca del futuro burgués de las naciones pobres.
El área imperial del sistema se degrada y al mismo tiempo intenta degradar, caotizar al resto del mundo cuando pretende controlarlo, superexplotarlo. Es la lógica de la muerte convertida en pulsión central del capitalismo devenido senil y extendiendo su manto tanático (su cultura final) que es en última instancia autodestrucción aunque pretende ser una constelación de estrategias de supervivencia.
Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en realidad un nuevo empujón hacia el abismo. Los subsidios otorgados a los grupos financieros abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable de la economía y cuando luego tratan de frenar dicho endeudamiento restringiendo gastos estatales al tiempo que aplastan salarios con el fin de mejorar las ganancias empresarias agravan el estancamiento convirtiéndolo en recesión, deterioran las fuentes de los recursos fiscales y eternizan el peso de las deudas. Frente al desastre impulsado por las mafias financieras se alza un coro variopinto de neoliberales moderados, semi keynesianos, regulacionistas y otros grupos que exigen suavizar los ajustes y alentar la inversión y el consumo… es decir seguir inflando las deudas públicas y privadas… hasta que se recomponga un supuesto circulo virtuoso del crecimiento (y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y restablecer la prosperidad… a lo que los tecnócratas duros (sobre todo en Europa) responden que los estados, las empresas y los consumidores están saturados de deudas y que el viejo camino de la exuberancia monetaria-consumista ha dejado de ser transitable. Ambos bandos tienen razón porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son viables a mediano plazo, en realidad el sistema es inviable.
Las agresiones imperiales cuando consiguen derrotar a sus “enemigos” no logran instalar sistemas coloniales o semi coloniales estables como en el pasado sino que engendran espacios caóticos. Es así porque la economía mundial en declive no permite integrar a las nuevas zonas periféricas sometidas, los espacios conquistados no son absorbidos por negocios productivos o comerciales medianamente estables de la metrópolis sino saqueados por grupos mafiosos y a veces simplemente empujados hacia la descomposición. Mientras tanto los gastos militares y paramilitares de los Estados Unidos, el centro hegemónico del capitalismo, incrementan su déficit fiscal y sus deudas.
Queda así al descubierto un aspecto esencial del imperialismo del siglo XXI mutando hacia una dinámica de desintegración general de alcance planetario. Esto es advertido no solo por algunos partidarios del anticapitalismo sino desde hace un cierto tiempo por un número creciente de “prestigiosos” (mediáticos) defensores del sistema como el gurú financiero Nuriel Roubini cuando proclamaba hacia mediados de 2011 que el capitalismo había ingresado en un período de autodestrucción (3).
Es un lugar común la afirmación de que el capitalismo no se derrumbará por si solo sino que es necesario derribarlo, por consiguiente quienes señalan la tendencia hacia la autodestrucción del sistema son acusados de ignorar sus fortalezas y sobre todo de fomentar la pasividad o las ilusiones acerca de posibles “victorias fáciles” que desarman, distraen a los que luchan por un mundo mejor.
En realidad, ignorar o subestimar el carácter autodestructivo del capitalismo global del siglo XXI significa desconocer o subestimar fenómenos que sobredeterminan su funcionamiento como la hegemonía del parasitismo financiero, la catástrofe ecológica en curso, la declinación de los recursos naturales especialmente los energéticos catalizada por la dinámica tecnológica dominante, la incapacidad de la economía mundial para seguir creciendo lo que la lleva a acelerar la concentración de riquezas y la marginación de miles de millones de seres humanos que “están de más” desde el punto de vista de la reproducción del sistema. En suma el ingreso a una era marcada por la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas de la civilización burguesa amenazando a largo plazo la supervivencia de la mayor parte de la especie humana.
Presenciamos entonces una subestimación de apariencia voluntarista que oculta la devastadora radicalidad de la decadencia y en consecuencia la necesidad de la irrupción de un voluntarismo insurgente (anticapitalista) capaz de impedir que el derrumbe nos sepulte a todos. Dicho de otra manera no nos encontramos ante una “crisis cíclica” con alternativas de recomposición de una nueva prosperidad burguesa aunque sea elitista sino ante un proceso de degeneración sistémica total.
La historia de las civilizaciones nos recuerda numerosos casos (empezando por el del Imperio Romano) donde la hegemonía civilizacional que conseguía reproducirse en medio de la decadencia anulaba las tentativas superadoras engendrando descomposiciones que incluían a víctimas y a verdugos.
La contrarrevolución ideológica que dominó la post guerra fría acunó a una suerte de marxismo conservador que caricaturizó la teoría de la crisis de Marx reduciéndola a una sucesión infinita de “crisis cíclicas” de las que el capitalismo conseguía siempre salir gracias a la explotación de los trabajadores y de la periferia, el ogro era denunciado quedando demostrado una vez más quien era el villano del film.
Pero la historia no se repite, ninguna crisis cíclica mundial se parece otra y todas ellas para ser realmente entendidas deben ser incluidas en el recorrido temporal del capitalismo, en su gran y único súper ciclo, es lo que nos permite por ejemplo distinguir a las crisis cíclicas de crecimiento, juveniles del siglo XIX de las crisis seniles de finales del siglo XX y del siglo XXI.
Por otra parte es necesario descartar la idea superficial de que la autodestrucción del sistema equivale al suicidio histórico aislado de las élites globales liberando automáticamente de sus cadenas al resto del mundo que un buen día descubre que el amo ha muerto y entonces da rienda suelta a su creatividad. Es el mundo burgués en su totalidad el que ha iniciado su autodestrucción y no solo sus élites, es toda una civilización con sus jerarquías y mecanismos de reproducción simbólica, productiva, etc. que llega a su techo histórico y comienza a contraerse, a desordenarse pretendiendo arrastrar a todos sus integrantes, centro y periferia, privilegiados y marginales, opresores y oprimidos… el naufragio incluye a todos los pasajeros del barco.
Decadencia global
La autodestrucción aparece como la culminación de la decadencia y abarca al conjunto de la civilización burguesa no como un fenómeno “estructural” sino como totalidad histórica con todas sus herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales, religiosas, tecnológicas, morales, científicas, etc. Se trata de la etapa descendente de un prolongado proceso civilizacional con un auge de algo más de 200 años precedido por una prolongada etapa preparatoria.
Decadencia general, mucho más que “crisis”, el fenómeno incluye a las dos configuraciones básicas del sistema: la central (imperialista, “desarrollada”, rica) y la periférica (“subdesarrollada”, globalmente pobre, “emergente” o sumergida, con sus áreas de prosperidad dependiente y de miseria extrema).
Los primeros años posteriores a la ruptura de 2008 mostraron el comienzo del fin de la prosperidad de las economías dominantes mientras un buen número de países periféricos seguían creciendo sobre todo China. Pero la expansión de la economía china dependía del poder de compra de sus principales clientes: los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, como ya se pudo ver en 2012 el desinfle de esos compradores desinfla al engendro industrial exportador de la periferia. En síntesis: no hay ningún desacople capitalista posible de la declinación mundial del sistema.
La decadencia es ante todo decadencia occidental, degradación del centro imperialista. Desde fines del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros años del siglo XXI, el capitalismo estuvo marcado por la dominación inglesa-norteamericana. Inglaterra en el siglo XIX y los Estados Unidos en la mayor parte del siglo XX han cumplido la función reguladora del conjunto del sistema, imponiendo la hegemonía occidental y al mismo tiempo subordinando a los rivales que aparecían al interior de Occidente, Francia fue desplazada a comienzos del siglo XIX y Alemania en la primera mitad del siglo XX.
El sello occidental del capitalismo viene dado no solo por factores económicos y militares sino por un conjunto más vasto de aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo, arte, ciencia, perfiles tecnológicos, diseños políticos, etc.). Lo que ahora es visualizado como despolarización o fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del imperialismo norteamericano (paralelo a la declinación europea) sin reemplazante a la vista expresa la desarticulación del capitalismo en tanto sistema global que debe ser entendida no solo como desestructuración política y militar sino también cultural en el sentido amplio del concepto, es la historia de una civilización que entra en el ocaso.
Dicho de otra manera, la reproducción ampliada universal pero no occidentalista del capitalismo es una ilusión sin asidero histórico, sin embriones visibles reales en el presente. Recordemos el fiasco del llamado milagro japonés de los años 1960-1970-1980 y los pronósticos de esa época acerca de “Japón primera potencia mundial del siglo XXI” seguidos hasta hace poco por especulaciones no menos fantasiosas sobre el inminente ascenso chino al rango de primera potencia capitalista del planeta.
Agotamiento financiero
Es posible señalar fenómenos que marcan a la declinación sistémica. Uno de ellos es el de la hipertrofia financiera que como sabemos se fue expandiendo mientras descendían las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial desde los años 1970. Cuando estalló la crisis de 2008 la masa financiera global equivalía aproximadamente a unas 20 veces el PBM. Su columna vertebral visible, los productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea representaban en Junio de 2008 11,7 veces el PBM (contra 2,5 veces en Junio de 1998, 3,9 veces en Junio de 2002, 5,5 veces en Junio de 2004, 7,8 veces en Junio de 2006). Pero desde mediados de 2008 esa masa dejó de crecer tanto en su relación con el PBM como en términos absolutos, había llegado en ese momento a unos 683 billones (millones de millones) de dólares nominales, alcanzó los 703 billones en Junio de 2011 bajando a 647 billones en diciembre de 2011 (4).
Nos encontramos ahora ante un fenómeno de agotamiento financiero, en el pasado (posterior de los años 1970) la expansión de las deudas de los estados, las empresas y los consumidores permitió crecer a las economías de los países ricos pero el endeudamiento fue llegando al límite mientras allí se saturaban importantes mercados (como los del automóvil y otros bienes durables). Deudas, consumos tradicionales y parasitarios, redes comerciales, etc. en torno de los cuales se inflaban las actividades especulativas alcanzaron su frontera hacia 2007-2008, la droga había terminado por agotar la dinámica capitalista y al decaer los clientes se estancaron los negocios de los dealers es decir del espacio hegemónico del sistema.
El capitalismo financiarizado, resultado de una prolongada crisis de sobreproducción potencial controlada pero no resuelta, parásito cada día más voraz, finalmente agotó a su víctima y al hacerlo bloqueó su propia expansión.
Visto de otra manera, la reproducción ampliada del capitalismo atravesando exitosamente una larga sucesión de crisis de sobreproducción dio finalmente alas al hijo de uno de sus padres fundadores: las finanzas, lo hizo para sobrevivir, porque sin esa droga no habría podido salir del atolladero de los años 1970-1980, iniciado el camino quedó atrapado para siempre, más difícil era el crecimiento más droga necesitaba el adicto y después de cada breve ola de prosperidad económica global (su euforia efímera) llegaba el estado depresivo que reclamaba más droga, las tasas de crecimiento zigzageaban en torno de una línea de tendencia descendente y la masa financiera mundial se expandía en progresión geométrica. La fiesta terminó en 2008.
Bloqueo energético y crisis tecnológica
Otro fenómeno importante es el del bloqueo energético, el capitalismo industrial pudo despegar hacia finales del siglo XVIII porque la Europa imperial agregó a la explotación colonial y a la desestructuración de su universo rural (que le proporcionó mano de obra abundante y barata) un proceso de emancipación productiva respecto de las limitadas y caras fuentes energéticas convencionales como la corrientes de los ríos que permitían el funcionamiento de los molinos, la madera de los bosques y la energía animal. La solución fue el carbón mineral y en torno del mismo la ampliación sin precedentes de la explotación minera, su polo dinámico fue el capitalismo inglés.
La depredación creciente de recursos naturales atravesó a todos los modelos tecnológicos del capitalismo y si consideramos a la totalidad del ciclo industrial (entre fines del siglo XVIII y la actualidad) podríamos referirnos al sistema tecnológico de la civilización burguesa basado en la disociación cultural del hombre y la “naturaleza” asumiendo a esta última como universo hostil, objeto de conquista y pillaje.
Al auge del carbón mineral del siglo XIX le sucedió el del petróleo en el siglo XX y hacia comienzos del siglo XXI ha sido agotada aproximadamente la mitad de la reserva original de ese recurso. Eso significa que ya nos encontramos en la zona calificada como cima o nivel máximo posible de extracción petrolera a partir de la cual se extiende un inevitable descenso extractivo, desde mediados de la década pasada ha dejado de crecer la extracción de petróleo crudo.
Suponiendo la existencia de reemplazos energéticos viables a gran escala y a largo plazo cuando aceptamos las promesas tecnológicas del sistema (para un futuro incierto) y los los introducimos en el mundo real con sus ritmos de reproducción económica concretos a mediano y corto plazo nos encontramos ante un bloqueo energético insuperable. Si pensamos en lo que resta de la década actual comprobaremos que no aparecen reemplazos energéticos capaces de compensar la declinación petrolera.
Dicho de otra manera, el precio del petróleo tiende a subir y la especulación financiera en torno del producto lo empuja aún más hacia arriba, además alguna aventura militar occidental como por ejemplo un ataque israelí-estadounidense contra Irán y el consiguiente cierre del estrecho de Ormuz llevaría el precio a las nubes. Todo ello significa que los costos energéticos de la economía se han convertido en una factor decisivo limitante de su expansión y en algún escenario turbulento causarían una contracción catastrófica de las actividades económicas a nivel global.
No se trata solo del petróleo sino de un amplio abanico de recursos mineros que se encuentran en la cima de su explotación, cerca de la misma o ya en la etapa de extracción declinante (5) afectando a la industria y a la agricultura, por ejemplo la declinación de la producción mundial de fosfatos, componente esencial para la producción de alimentos, desde hace algo más de dos décadas (6).
Pasamos entonces del tema del bloqueo energético a otro más vasto, el del bloqueo de los recursos mineros en general y de allí al del sistema tecnológico de la civilización burguesa que lo ha engendrado. En dicho sistema tenemos que incluir a sus materias primas básicas, sus procedimientos productivos y su respaldo técnico-científico, su dinámica y estilo de consumo civil y de guerra, etc., es decir al capitalismo como civilización.
Asistimos ahora a la búsqueda vertiginosa de “reemplazos” energéticos, de diversos minerales, etc., destinados a seguir alimentando una estructura social decadente cuya dinámica de reproducción nos dice que más de la mitad de la humanidad “está de más” y que en consecuencia la “civilización” ha marcado un camino futuro habitado por una sucesión de mega genocidios.
Pero la decadencia nos lleva a pensar que todos esos “recursos necesarios” para el sostenimiento de sociedades y élites parasitarias no son necesarios en otro tipo de civilización o por lo menos lo son en volúmenes mucho más reducidos. No están de más los pobres y excluidos del planeta, está de más el capitalismo con sus objetos de consumo lujoso, sus sistemas militares, su despilfarro obsceno.
De la sobreproducción controlada a la crisis general de sub producción
Es posible describir el trayecto de algo más de cuatro décadas que ha conducido a la situación actual. Aproximadamente entre 1968 y 1973 nos encontramos ante un gran crisis de sobreproducción en los países centrales que, como ya he señalado no derivó en un derrumbe generalizado de empresas y una avalancha de desocupación al el estilo “clásico” sino en una complejo proceso de control de la crisis que incluyó instrumentos de intervención pública destinados a sostener la demanda, la liberalización de los mercados financieros, esfuerzos tecnológicos y comerciales de las grandes empresas. Y también integrando a la ex Unión Soviética como proveedora de gas y petróleo y a China como proveedora de mano de obra industrial barata.
Los cambios se produjeron gradualmente en respuesta a las sucesivas coyunturas pero finalmente se convirtieron en un nuevo modelo de gestión del sistema llamado neoliberalismo girando en torno de tres orientaciones decisivas marcadas por el parasitismo: la financiarización de la economía, la militarización y el saqueo desenfrenado de recursos naturales.
El proceso de financiarización concentró capitales parasitando sobre la producción y el consumo, la incorporación de centenares de millones de obreros chinos y de otras zonas periféricas y el saqueo de recursos naturales permitió bajar costos, desacelerar la caída de los beneficios industriales.
El resultado visible al comenzar el siglo XXI es el ahogo financiero del sistema, la degradación ambiental y el comienzo de la declinación de la explotación de numerosos recursos naturales tanto renovables como no renovables (al ser quebrados sus ciclos de reproducción).
Finalmente la crisis de sobreproducción controlada engendra una crisis prolongada de sub producción que está dando ahora sus primeros pasos. El sistema encuentra “barreras físicas” para la reproducción ampliada de sus fuerzas productivas, los recursos naturales declinan, no se trata de “fronteras exógenas”, de bloqueos causados por fuerzas sobrehumanas sino de autobloqueos, de los efectos de la actividad productiva del capitalismo, prisionero de un sistema tecnológico muy dinámico basado en la explotación salvaje de la naturaleza y en la expansión acelerada de las masas proletarias del planeta (poblaciones miserables de la periferia, obreros pobres, campesinos sumergidos, marginales de todo tipo, etc.).
Asistimos entonces a la paradoja de industrias como la automotriz con altos niveles de capacidad productiva ociosa, si por alguna magia de los mercados esas empresas llegan a encontrar demandas adicionales significativas se producirían saltos espectaculares en los precios de una amplia variedad de materias primas, por ejemplo el petróleo, que anularían dichas demandas.
No estamos pasando del crecimiento al estancamiento, esté último no es más que el transito hacia la contracción, más o menos rápida, más o menos caótica del sistema, hacia la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas al ritmo de la concentración de capitales, la marginación social y el agotamiento de los recursos naturales. No tiene porque ser un proceso de declinación inexorable de la especie humana, se trata de la decadencia de una civilización, de sus sistemas productivos y perfiles de consumo.