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Segunda Parte: Actuar desde la vida cotidiana

10.12.12

¿Paso a la segunda parte de la pregunta: la cultura “de la pobreza”?

Adelante con ella.

Por qué me interesa esa denominación, ese genitivo, ese complemento del nombre “cultura”. En primer lugar: personas intelectualmente relevantes que actualmente están reflexionando en Europa sobre la necesidad de crear una alternativa cultural, son pocos, usan de ese calificativo, cuando hablan de la nueva cultura posible que necesitamos. Petros Márkaris, por ejemplo –que es economista, y economista formado en Viena, si bien no terminó los estudios, y es, además, un gran germanista, y el escritor de los guiones cinematográficos de Angelópulos, y el creador de las magníficas novelas policíacas del inspector Jaritos-, Berger, o Pasolini y Berlinguer, o Wolfgang Harich, que, a pesar de haber fallecido, estos tres últimos, hace 40 años o más, deben ser considerados no solo contemporáneos, sino también y sobre todo, actuales. Más actuales que todo el pensamiento keynesiano. Y entre nosotros, Sacristán, otro contemporáneo ya fallecido, o personas como Jorge Reichmann, o Gamoneda,.
Para ser exactos, Berlinguer, Harich y Sacristán hablaban de austeridad, de vida sobria, de cultura austera. Y por el contrario, los pensadores vivos que he nombrado, utilizan la palabra pobreza, para caracterizar la nueva tarea constructiva de cultura que se quiere proponer.

¿Nueva cultura desde atalayas estrictamente teóricas?
Desde luego es un poco una paradoja hablar de cultura y dejar la cosa en el mero plano teórico, en el plano intelectual. La cultura solo existe como formas de vida en uso, y la propuesta de la creación de algo así no puede ser elaborada simplemente desde la teoría; digamos que una propuesta sobre una nueva cultura solo puede ser desarrollada en la medida en que la gente, los millones de subalternos y explotados, asumamos organizarnos para crear nuevas formas de vida. En estas cosas no existen atajos. Y se trata de una propuesta política que busca crear una alternativa a la actual cultura y sociedad del consumo, esto es, al actual Estado. Sabedores de que esta cultura material de vida que ha sido la desarrollada por el capitalismo de consumo durante los “treinta gloriosos” ha fenecido, es inviable porque hasta las mismas bases energéticas sobre la que se sustentó se agotan. Sabedores de que esta cultura material de vida, basada en la privacidad, en la vida privada aislada y el consumo de bienes materiales y servicios producidos, es la cultura, el modo de vida, orgánicos del capitalismo; se basa en la antropología -axiologías de valor, principios orientativos prestigiados, los deseos, etc- orgánica del capitalismo. Sabedores de que el capitalismo no es, tan solo, un modo de producir, sino, ante todo, una cultura material concreta, un modo de vida y una antropología.
Entre nosotros se ha abierto últimamente la reflexión sobre este asunto y consecuentemente, sobre la denominación de “pobreza” para esta propuesta de cultura. Es cierto que la palabra puede asustar. Y que puede tener ecos religiosos. No solo: las culturas populares históricas siempre fueron pobres, materialmente pobres o sobrias, incluidas las organizadas por las fuerzas laicas. También es cierto que en los trabajos clásicos de antropología –Oscar Lewis- el término está acuñado para hacer referencia a subculturas de grupos sociales marginales, arrojados por la sociedad en desarrollo a sus márgenes exteriores. Pero no lo es menos que la cultura de la pobreza tal como la teoriza Lewis no se caracteriza solamente por la escasez extrema de bienes, sino también por el aislamiento, la falta de esperanzas y expectativas, la falta de orientación según principios universales, el conformismo y acomodo a la situación, el aislamiento social el hedonismo inmediatista, la falta de proyección hacia el futuro, la carencia de previsión. Y que personas sumamente pobres pero organizadas políticamente, o participantes y activas en organizaciones de la comunidad, etc. no pueden ser consideradas miembros de la cultura de la pobreza, porque la característica fundamental de la cultura de la pobreza es “la pobreza de la cultura”. Y este otro rasgo sí que sirve para caracterizar las culturas de vida basadas en el consumo, en el aislamiento, en la falta de expectativas comunitarias, de principios de orientación colectivos, que son los que pueden orientar praxis de vida activas, autoprotagonizadas, ricas. Como señalaba también Lewis, las culturas de las “clases medias” –en las que los estados más desarrollados trataban de integrar a los miembros de la cultura de la pobreza mediante programas sociales, por ejemplo en EEUU- eran también muy pobres culturalmente.
Deseo ir más un paso más allá en esta reflexión sobre la conveniencia de pensar en una nueva alternativa de cultura, y en que se use la denominación de cultura de la pobreza para referirse a ella. O que, al menos cuando se trate de caracterizarla, se incluya como un rasgo importante, fundamental de la misma, esto es de esta nueva cultura popular que debemos tratar de crear, la noción de pobreza: precisamente porque, tal como hemos convenido, la cultura de vida que hasta ahora era la actual entre nosotros es ya inviable porque el propio capitalismo la ha desechado. El orden económico sobre el que se basaba dejó de producir beneficios, la tasa de ganancia del capital entró en decadencia y las fuerzas capitalistas introdujeron drásticos cambios para remontar nuevamente. En consecuencia el capitalismo aprovechó las buenas condiciones políticas que implicó para sus proyectos el hundimiento del bloque del Este, y se lanzó a una colosal lucha de clases contra los subalternos que está ganando de corrido. Nuevamente por lo tanto, nos encontramos ante una situación de cambio cultural. No puede volver a ocurrir que las modificaciones culturales y antropológicas que sobrevengan sean elaboradas e impuestas por las fuerzas capitalistas, que la izquierda siga sin ser consciente de la importancia fundamental de la lucha cultural y siga desaparecida en este combate. En el combate por la capacidad de decidir cómo creemos nosotros que se ha de vivir, cómo se debe organizar el vivir, cómo debe ser nuestro ethos. Además, y como tercer elemento a tener en cuenta, y este de particular importancia para la lucha de masas inmediata, en la actualidad se hace imprescindible acompañar la experiencia de millones de personas, muchos millones, de parados, depauperados, empobrecidos, de familiares a menudo ancianos, jubilados, que comparten sus escasos recursos con todos los parados de su familia, desahuciados, etc.

¿Qué debe hacerse entonces en tu opinión?
Debemos ser capaces de ayudar a elaborar intelectualmente esta nueva y masiva experiencia social, que se nos viene encima casi de repente; debemos poner expresión a esta experiencia social, masiva, experiencia de vida que irrumpe como un cataclismo en las biografías de millones de personas, que se estrella contra sus expectativas y previsiones de vida, que es y va a ser fundamental y permanente en nuestra sociedad, que va a ser característica constitutiva del nuevo ciclo histórico social. Para esto, para poder ayudar a la gente en su elaboración intelectual, en su reflexión segunda correcta sobre esta nueva experiencia de vida, se necesita conectar con su base experiencial existencial, con la dislocación antropológica que significa, con la distorsión que acarrea en la propia autopercepción. Debemos ser consciencia de la experiencia, autoconsciencia viva de la experiencia viva en ciernes, si es que queremos evitar el posible desprecio autodestructor, la interpretación de la situación histórica nueva en que se encuentra la gente en términos de fracaso personal, de incapacidad, de culpa por haber caído en una posición social de pobreza y no poder encontrar, en solitario, salida o solución a la misma. Debemos evitar que se caiga en la sensación de impotencia que lleva a buscar grandes protectores, incluso los de la desesperanza: los fascistas. Para todo esto, debemos ser capaces de conectar con el sentido común que es el que recoge esta experiencia, el que recoge lo que está ocurriendo en el vivir de las gentes; y debemos conectar con su base psicológica. Debemos ser capaces de dialogar con esa experiencia cambiante, esto es, con la experiencia de quienes hace tan solo dos años deseaban creer y creían que todo lo que estaban viviendo era cuestión de poco, de meses, un bache momentáneo. Debemos procurar elaborar con ellos el discurso que dé sentido a la nueva realidad y proponga soluciones realistas, solidarias. Que les haga no avergonzarse de su nueva situación de pobreza, que les haga sentirse dignos y por tanto capaces de tomar iniciativas, de ser solidarios, de sentirse partícipes de una comunidad y de ser capaces en consecuencia de imaginar praxis política, de pensar políticamente su estado nuevo y su posible solución; que les haga y nos haga capaces de ingeniar, de ir creando ya entre todos nuevas prácticas culturales, nuevo ethos, la única forma de crear un sujeto social nuevo, un bloque nuevo, la única forma de crear una hegemonía cultural que pueda llegar a fraguar un Estado nuevo verdadero.

Esto exige, estás señalando, una aproximación a estos sectores desde la vida cotidiana.
Efectivamente. Y exige, desde luego, que se les organice y convierta en protagonistas de su propia elaboración ideológica, de la elaboración de la propia autoconsciencia de su experiencia, de los problemas que padecen. La elaboración cultural nueva ha de disponer de recursos intelectuales que nos saquen de los actuales sueños monstruosos de la razón, de las ideas mágicas que pergeñan el “sueño Europeo”, de forma que los subalternos quedemos libres del peligro de la ilusión mágica -“Europa” nos los resolverá- y evitemos la caída en el marasmo de la pasividad. Como podemos percibir actualmente en Catalunya, todavía el realismo no “llega”: “Europa” sigue siendo una muy poderosa idea ilusa, mágica, de la que se esperan bienes sin cuento. Porque nos reímos desde hace decenios de la ridiculez del “sueño americano”, pero tenemos naturalizado nuestro fetiche. Entre nosotros, en Catalunya, el “España no es como Grecia” se duplica del “Catalunya no es como España” y el “España nos roba” los españoles nos impiden ser como los holandeses. Esa imaginación entraña muchos peligros, y entre otros el seguir esperando una nueva versión del mundo de los 80, de los 90, o como mínimo, del mundo anterior al 2007.
Todo esto, toda esta intoxicación es posible porque se hace muy duro para quienes creían estar tocando el cielo –el del despilfarro generado por la burbuja y los derroches de los fastos, cuyas migajas cayeron en sus mesas y les hacía creer que ya no eran “trabajadores”-, encajar su nueva situación. Todo esto acarrea un hundimiento interno, psicológico y moral, antropológico, debido a la incapacidad de autocomprenderse uno a sí mismo y comprender su nueva relación con la realidad. Este hundimiento interno va unido al hundimiento externo, el que el paro, la crisis, la pobreza, impone en sus vidas. Debemos acompañar ese viaje, un viaje solidario de apoyo intelectual, -un acompañamiento “no solo intelectual” desde luego- que ayude a tomar consciencia de la nueva situación y empuje a no aislarse y a luchar por una nueva forma de vida.
La propuesta de la cultura austera, sobria, pobre, de una cultura de vida que no se base en la privacidad y el consumo es imprescindible para poder desarrollar incluso políticas diferentes a las generadas actuales. Asumir que el futuro no volverá a reproducir esa sociedad del despilfarro, y que es posible otra forma de vida satisfactoria, solidaria es la única manera de que los temores que paralizan esta sociedad y hacen buenas fantasías como la bondad de la Unión europea, y la posibilidad de reconvertirla hacia un nuevo keynesianismo –keynesianismo es también la crítica a los keynesianos de Varoufakis, cuyo discurso es paralizador de la creatividad política, porque nos atemoriza sugiriéndonos que si nos salimos del euro el fascismo volverá a Europa-, al que se considera posible, dado que se considera posible reconvertir las instituciones, actuales, europeas.
Se debe decir que, por ejemplo, la creación de puestos de trabajo nuevos –hay un 25% de parados, entre los que se incluye la mitad de la generación joven- exige que se impulsen políticas desde el gobierno. Pero este tipo de inversiones rompe con las directrices y lineamientos económico políticos, neoliberales, impuestos por la Unión Europea, y más aún los elaborados por la “eurozona”, desde la última directriz hasta la denominada Constitución, letra y espíritu. En consecuencia, este tipo de políticas carecerá del apoyo financiero de la banca y de las instituciones europeas, que las boicotearán, y su financiación deberá salir del esfuerzo solidario de la comunidad de ciudadanos, de los posibles impuestos. Será distribución de la escasez, no relanzamiento de la “prosperidad” etc.
En un intercambio sobre cultura y política que ha habido entre dos amigos, se señalaba cómo la heteronomía, la enajenación había alcanzado tal punto que la creación cultural había quedado al margen de las gentes. Creo que precisamente aquí se abre ahora la posibilidad concreta de comenzar a retomar autonomía: lo posibilita la desgarradura de la cultura dominante que ha impuesto el propio capitalismo, y que abre la consciencia a nueva experiencia, a una nueva experiencia terrible, pero que permite interpelar a las individualidades. Se abre la posibilidad de comenzar a recuperarnos a nosotros mismos como creadores de cultura. Evidentemente, volver a recobrar la iniciativa en la creación de cultura, en la creación popular de cultura propia sólo puede comenzar de forma pobre, modestamente, y al hilo de las verdaderas necesidades y problemas de las gentes.
Precisamente la reflexión cultural y la denominación de pobreza para la situación en la que vivimos puede servir, creo, muy adecuadamente para ayudar a sacar de esa posición de pasividad a los explotados en un periodo de desplome económico, de robo, de liquidación por parte del capitalismo, mediante la lucha de clases por él emprendida, de las conquistas y el grado de bienestar mínimo que poseían millones de personas. Fundamentalmente creo conveniente el empleo de esta palabra y el desarrollo de una elaboración intelectual común colectiva como medio para acompañar la experiencia de millones de personas que se encuentran en una grave situación económica y, en general, la experiencia de la mayoría inmensa de la sociedad. Ayudar a la gente a elaborar la experiencia nueva que tiene como consecuencia de la nueva situación social ante la que nos encontramos; ponerle palabras a esa experiencia, ayudar a reflexionarla, esto es, a que pueda ser reflexionada por las personas que la viven. Que podamos auto reconocernos a nosotros mismos, que seamos capaces de comprender que esta situación es histórica, no provisional, y, a la vez, que comprendamos que no es consecuencia de nuestro fracaso individual, y que puede ser políticamente afrontada y cambiada.

¿Cómo ves estos últimos treinta años para la cultura de izquierdas? ¿Que estuvimos haciendo tan mal si fue el caso? ¿Por qué nos encontramos hoy tan desarmados?
Creo que para comprender las consecuencias de estos treinta años, debemos recordar que el periodo actual comienza con la derrota de las fuerzas populares, democráticas, en la transición, y del modo en que salen derrotadas: con la aceptación de la Reforma franquista y la desmovilización forzada del movimiento democrático popular, la aceptación de pactos con el franquismo y la institucionalización de la política. Los acuerdos de la Reforma, la constitución, la ley electoral, la monarquía, los Pactos de la Moncloa, la transformación del CCOO de movimiento en sindicato, la herencia de la relación de fuerzas anterior que sale intocada, y que incluye el inmenso fraude fiscal de las clases dominantes, etc. Todo eso fue aceptado, y marcó el terreno de juego político futuro. Pero no deseo, a 35 años vista, seguir este tipo de análisis, que en última instancia harían responsables de la situación a unas personas, pocas, que adoptaron decisiones disparatadas. Las adoptaron, desperdiciaron el tesoro acumulado durante 20 años de terrible lucha de masas contra el franquismo y aceptaron compromisos miserables. Pero esta interpretación nos llevaría a considerar que la actual situación de la izquierda española es consecuencia de su propio pasado –el problema “español” o el del “estalinismo”…-. Sin embargo, vemos que, en lo que hace a la evolución de la izquierda, los problemas de esta izquierda tienen también muchísimas semejanzas con los del resto de la izquierda europea. La profesionalización de la política, la corrupción, la debilidad ideológica, etc., no son problemas nuestros tan solo, sino generales. Y hacen referencia a carencias de análisis y al agotamiento de formas de organizar la actividad política: al agotamiento de la que ha sido la forma habitual de hacer política, la “forma partido”. De hecho, la “forma partido”, si entendemos por tal cosa lo que fue el PCF, el PCI, o los grandes partidos de la social democracia, pues hace tiempo que feneció. Y no hay mejor juicio, al respecto, que el que hace la propia realidad. Esto que existe ahora son sindicatos de profesionales de la política, elites de profesionales técnicos en la gestión de los recursos públicos recaudados por los estados para utilizarlos ulteriormente en la solución de las necesidades sociales. Por eso, por la inexistencia de organizaciones políticas de masas, y de ideologías firmes que agrupen a la gente en torno a partidos con cultura organizativa popular, la política es tan lábil en un momento de crisis. Durante decenios, además, las razones de fondo del hacer político han sido arcana imperii, elaborados a espaldas del Soberano, y eso se ha dado en la totalidad de las fuerzas políticas, y no precisamente porque éstas desarrollasen políticas ilegales según las leyes oficiales. Y esto sigue: las fuerzas políticas mienten sobre las decisiones políticas que van a adoptar, y sobre la situación real y sus posibles alternativas. Escamotean los debates sobre alternativas políticas y los reservan para las elites dirigentes. Tenemos por tanto, y en consecuencia, una sociedad despolitizada en el sentido más crudo de la palabra: que no sabe de problemas políticos. Que no ha debatido sobre política y que tan solo espera que los políticos les resuelvan la situación y les proporcionen servicios, etc. Pero todo esto no es específico, del caso español, por desgracia. Pone de manifiesto el agotamiento de una forma de hacer política, que fue gloriosa, que no hay que confundir con la actual miseria política, que movilizó grandes masas populares, pero que dejó de existir. Y debemos enfrentarnos a la reflexión sobre cómo elaborar otras formas organizativas de hacer política, capaces de incorporar masivamente a la gente a la práctica política y que sean democráticas, porque el Soberano es el demos. Nuestros actuales burócratas no son peores que los de otros países, estamos, en ese sentido, “homologados”. No así en lo tocante a los problemas políticos españoles, los no resueltos en la transición, el reparto de poder que puso en manos de las derechas catalana, vasca y gallega estas tres naciones, la ley electoral, el fuerte grado de corrupción política que impera en España, como consecuencia de la particular fuerza de la falta de democracia de el sistema político elaborado en la transición puso en manos de la partitocracia, esto es, de las maquinarias políticas de los partidos, en fin, todo lo que ha vuelto a aflorar ahora, cuando el Estado entra en crisis como consecuencia de la política económica elaborada por la Unión europea –“el euro”, etc- que llueve, que graniza, sobre el mojado de la crisis mundial. Quiero insistir en esto antes de seguir adelante, porque, de lo contrario, no veremos cuál es el problema a abordar y resolver. Si, tras analizar las elecciones, por ejemplo las autonómicas catalanas, somos capaces de advertir la manipulación ideológica, el oportunismo, la falta de democracia, etc, podríamos optar por pensar que faltan fuerzas políticas nuevas, formadas por jóvenes que sean honrados. O podemos tratar de pensar si los problemas, más que en las personas, no estarán en el modelo organizativo de la política, en las formas de concebir la política heredadas. Podemos tachar de tacticismo, de oportunismo, de aventurerismo, etc a un partido concreto, pero luego vemos que esos mismos “defectos” son característica común a todos los demás. Y es que la política, una vez planteada como lo está ahora, esto es como acción de gobierno desde el aparato administrativo mediante los fondos públicos, y una vez se acepta el tablero de juego, no puede ser elaborada de otra manera. Aquí y en Berlín. Porque lo que vemos que ocurre no es distinto a lo que sucede en otros países El primer problema que tenemos por lo tanto, a mi juicio, es general y hace referencia a una cultura política y organizativa, consecuencia del paso a mejor vida de las viejas fuerzas políticas de masas, que debe ser eliminada –el asunto es y no es una Vexata Quaestio, porque aunque el debate es de larga data, ha quedado reducido a minorías siempre, no ha sido un debate de masas, una cuestión candente, y ante la opinión pública democrática mayoritaria es un debate inexistente-
Durante estos treinta años, se fue muriendo, sin que nos diéramos cuenta, la anterior cultura política, de por sí escasa –esto sí es peculiaridad española, consecuencia del franquismo- con la desaparición de los militantes que poseían, que poseíamos,-y aún poseemos- las culturas que producían y reproducían los partidos con militancia. Militantes que teníamos unas identidades personales construidas gracias a unas ideologías; que poseíamos, desde luego, unas culturas, unos saberes, que podían parecernos muy pobres, pero que a la luz de la actualidad, resultan suntuosos. Sin embargo, nuestra forma de ser, tal como ésta es, no tiene reproducción posible, pertenece a otro periodo histórico, es orgánica de otra experiencia de vida. Hay por tanto que indagar para elaborar creativamente la correspondiente a este tiempo, claro; no otra cosa.
El otro elemento fundamental, al que la izquierda no prestó atención, fue a las consecuencias de la nueva cultura material de vida desarrollada por el capitalismo tras la segunda guerra mundial en Europa, y que en España prende durante los años 60, poco a poco. Escribo cultura material para evitar que se confunda con arte, cine, etc; pero que es también “espiritual”: los deseos, las expectativas, de vida etc., los saberes con los que producimos, reproducimos, nos relacionamos y usamos, son espirituales, forman la razón práctica.
Una coincidencia histórica entre inventos técnicos parte de ellos elaborados durante la guerra, que permitían la trivialización y producción masiva de productos industriales, junto con acumulaciones de capital, y desarrollo de mercados, etc., posibilitaron el desarrollo de una industria masiva de bienes para la vida cotidiana, y consiguientemente la necesidad de incitar el consumo, el cambio de costumbres, etc., como medio indispensable para realizar plusvalía. Por primera vez en la historia un poder dominante podía penetrar, y necesitaba ordenar las formas de vida como medio para obtener beneficios. Desde el automóvil, a los electrodomésticos, audiovisuales incluidos, y la industria del ocio, etc. Esto produjo una mutación antropológica masiva, mutación capilar, en las familias, y demás ámbitos cotidianos de vida; mutación molecular, en el interior de las personas. Se impuso la cultura del consumo y del endeudamiento para el consumo. Su escala de valores, de aspiraciones, de expectativas de vida; el deseo de acceder al lujo, al “lujo de masas” al menos. La aspiración a calcar los modelos de vida de las clases dominantes. Sobre todo esto escribieron con gran agudeza Lukacs y Pasolini
Las modificaciones estas iban de la mano con cambios culturales valiosos, la libertad de vida, la libertad e igualdad de género, entre hombres y mujeres, la democratización del conocimiento y el acceso al saber de las clases subalternas de forma masiva, etc., cosas muy positivas que no se deben minusvalorar y que también implicaron cambios antropológicos.
Las transformaciones culturales disgregaron las culturas de vida autónomas de las clases subalternas, sobre las cuales, a partir de las que la izquierda construía el sujeto colectivo, la clase. -Recordemos a E. P. Thompson, su monumental obra La formación de la clase obrera en Inglaterra-. Se consiguió liquidar la consciencia de ser trabajador.
Frente a este acontecimiento, verdadera revolución desde arriba, la izquierda no tuvo respuesta. Con raras excepciones –Togliatti y aquellos a los que él inspiró-, la izquierda sostuvo una concepción de la política en la que no había interés por la cultura de vida, en la que no cabía la reflexión política sobre el ethos: esa concepción politicista de la política, que es, sigue siendo la común, y que carece de instrumentos para pensar políticamente las consecuencias del cambio cultural, del proceso de corrupción cultural. La izquierda, imbuida por el progresismo positivista, que hace bueno todo desarrollismo económico y solo el desarrollismo económico, estaba incapacitada para comprender las consecuencias del cambio cultural. Poseía y posee una nula capacidad en consecuencia para abordar el problema y percatarse de que la cultura material de vida era, es, el campo privilegiado del hacer político para la etapa presente
Se desagregaba el sujeto social sin que la izquierda presentase combate en el campo de la cultura de vida. Con el tiempo, las mutaciones moleculares se fueron dando en las mismas personas jóvenes que accedían a las direcciones de las organizaciones políticas de izquierda, y las organizaciones políticas fueron derrotadas desde dentro por la cultura generada por el enemigo de clase: “Transformismo” y “revolución pasiva”.
Disgregación de las bases de la izquierda y derrota de la misma. Incapacidad intelectual, rechazo a reconocer la realidad. Deseo de ser clase política, de tener parte en la mesa de la gran política y aventura loca en pos de alternativas. Recuerdo un chiste de Reppublica, que un amigo tenía clavado en la pared de su despacho. Por aquellas fechas, el PCI había sufrido una muy moderada disminución en el número de votantes en las últimas elecciones. En la viñeta se veía la efigie de Achille Occhetto, secretario general flamante del PCI. Una voz, desde el fondo, le decía: visogna fare qualche cosa, subito. Y él respondía: Sí, sí; prima i bambini e le donne!
La catástrofe produjo la ruptura de las continuidades de tradición. Y lo que nos ocurre, tras la disgregación del movimiento, tras la cooptación de los políticos como parte del bloque dominante, como parte particularmente corrupta del mismo, y del éxito de la cultura del consumo, del endeudamiento para el consumo, lo que surge es esto. Una sociedad atomizada y con un proyecto de vida que ya no es posible, y que no sabe cómo hacer, qué hacer, en medio del sufrimiento, y una izquierda inexistente porque no es capaz de plantearse la cultura como el problema y la alternativa.
Que la praxis política no puede ser, no es algo distinto, separado, de la cultura material de vida y de la antropología interiorizada por las individualidades, sigue siendo una idea desconocida, inexistente en el discurso de la izquierda, cuanto si más en la práctica política real. O sea, y para ser breve, hace falta que se comprenda que la democracia es un ethos, esto es, una cultura material de vida, organizada de una determinada manera, y que hace que se viva la cotidianidad de una forma específica.

Suena a Gramsci lo que dices.
Sí, sí, pero no lo digo yo, ni Gramsci, ni Marx, ni Hegel –ellos también lo dicen, gracias a ellos lo he comprendido yo-, lo dice Aristóteles: todo régimen político, y en consecuencia, la democracia, es un orden cultural y no puede existir sino como orden cultural; todo orden político es ante todo, un ethos o cultura de vida con una antropología correspondiente interiorizada en sus “portadores” –aretés/virtudes/ facultades: las éticas y las dianoéticas-. Cada proyecto político es un ethos: oligarquía, aristocracia, democracia, despotismo…; y cada uno tiene su antropología, sus virtudes características, cuyo uso activo por parte de los individuos produce y reproduce esa cultura material de vida específicas; virtudes o aretés, y eso lo sabía Robespierre, también y Rousseau –el interesantísimo texto sobre la Constitución de Córcega, donde Rousseau descubre que las virtudes del ethos cultural res publicano resurgen en pueblos que habían caído en la corrupción-… “régimen” es el nombre pasable con el que denominar cada una de esas culturas densas, esas culturas materiales de vida, como ya hemos dicho. No cualquier ethos, no cualquier cultura puede dar democracia, si bien seguro que pueden ser democracias culturas diversas. Pero una democracia depende de una cultura; con esto queda claro que la única concepción válida de la democracia es la concepción de la “democracia sustantiva”. Bueno. Debemos insistir en esto, porque la reflexión política de los últimos años se queda corta. Como sabemos se ha comenzado a abrir el debate contra el liberalismo y su idea de Libertad. Philippe Pettit por ejemplo ha señalado que la libertad liberal es el rechazo de que la ley interfiera en la voluntad del ciudadano, en sus acuerdos personales con los demás. Aunque las condiciones entre ellos sean asimétricas y el otro se vea obligado a aceptar condiciones draconianas para poder vivir, y quede convertido así, “libremente” en un esclavo. La libertad republicana se le enfrenta como libertad respecto de la dominación, -dominus, amo de esclavos- de un ser humano por parte de otro, y es la ley la que garantiza esta libertad. Allí donde la ley llega, y llega por tanto la soberanía popular, de cuyo poder surge tanto la ley como su poder de persuasión, llega la libertad. Libertad liberal como no interferencia frente a libertad res publicana como no dominación y ley. Pero la noción republicana, que es, cierto, la tradicional, se queda corta, se deforma si se olvida que para darle todo su sentido, para ver todo el calado y las consecuencias que posee, se debe abandonar también la concepción liberal del Estado, que lo reduce a los aparatos administrativos y sus efectos sobre la vida. Y se la debe entender a la luz de la idea de que el ethos es la república. Se ha de recordar que el ethos es la sustancia de la polis, y que la ley, difícil de diferenciar del ethos, tiene como fin ser medio para que el ethos, la vida, sea deliberada y obedezca a la voluntad de los ciudadanos

¿Y cuál es entonces la tarea de la hora en este ámbito?
La tarea para la agenda inmediata, la tarea fundamental, sigue siendo la de ver cómo se puede ayudar a crear un nuevo ethos, una cultura de vida cotidiana, una cultura material de vida, que entre otras cosas, no sea delegativa en lo político; “la delegación vigilante” es la antropología del régimen de la Aristocracia, en su versión politeia, que es la que le gustaba a Aristóteles claro, no la democracia. La delegación/confianza vigilante, es delegación; no sale de ahí, y no hay otra; y la delegación da aristocracias, o sea elites, elites que dirigen: “vanguardias”, si se quiere decir de otra manera: los aristoi, que para Aristóteles no son los mismos que los oligoi, no son lo mismo que los ricos. No por no ser rico se deja de ser aristós; el aristós asume ser el que debe dirigir, que debe ser aquel en el que se debe delegar, porque él tiene mejores –aristós- condiciones…Un cultura democrática, no se basa en ese funcionar. No se trata desde luego, de rechazar que en un nivel determinado haya una instancia de funcionamiento diario, administrativo simplemente, que esté delegada temporalmente en pocos miembros que no tienen por qué ser profesionales de ese asunto. Pero la delegación gubernativa, que es ya señalada como necesaria por Rousseau, por ejemplo, la Boulé ateniense, no es la delegación de la política. Un mundo en que, por el contrario, la política, el debate político, etc esté delegado en unos sabios y los demás tengan solo el papel de vigilar que éstos no se corrompan, está perdido; como Inglaterra según Rousseau. Ítem más, un mundo en el que conciba la política como unas estrategias y actividades al margen del ethos/cultura, al margen de la actividad de los individuos es un mundo en el que se deja al margen de la política la mayor parte de la actividad del ethos estatal, o sea del verdadero Estado. Porque desde el aparato de gobierno no se puede organizar la creación del ethos, ni se puede gestionarlo. Esto, que la política era mucho más que la gestión administrativa, mucho más de lo que se podía abarcar desde esa instancia, estuviera la instancia organizada de forma burocrática o no, lo sabía el gran Robespierre: “no queráis gobernarlo todo, dejad a las comunas, dejad a las familias…”. Comunas o municipalidades, familias: el entramado organizativo popular, que es Estado, desde el que se crea el ethos. Desde luego, una cultura democrática, no se inventa en un acto de voluntad, ni es producto de acción de minorías.

¿Y nuestra cultura actual da, genera democracia?
Esta actual cultura no da democracia; ha dado creación de elites exentas, separadas del ethos, que pueden olfatear mejor o peor el momento político, las sensibilidades de las gentes, como políticos profesionales cuya experiencia de gatos viejos los hace particularmente intuitivos, o como científicos sociales: la tercera república francesa, para poner ejemplos lejanos. Y si aciertan, pueden engranar con problemas etc, y tener tirón: pero eso es un mundo duplicado, el del ethos diario, que vuelve a su rutina tras los procesos electorales, y a sus problemas, y el de la capa de políticos. Sin organicidad; sigue sin existir la organicidad entre la política y la cultura, porque en ese modo d e proceder, la política no es un aspecto inextricable del mundo de vida, no es un “momento” de la cultura material de vida. Organicidad no es obtener la confianza de los subalternos, que estos se deleguen y que los políticos sean recipiendarios de la confianza –el PCUS, el PCCH, el FLN…una vez tuvieron la confianza de las gentes de culturas no democráticas- la democracia no funciona sobre confianza: “nos fiamos de estos chicos jóvenes, que son muy majos”; los jóvenes de ayer somos los viejos de hoy, y cuando jóvenes éramos tan inhábiles como los de ahora, inhábiles es la forma mala de la inocencia, esa inocencia que se cura con los años. El caso del PSUC, el caso del PCC…la necesidad de buscar un lugar al sol…Retomo el hilo del discurso: la tarea fundamental, la que debería centrar los esfuerzos de una verdadera izquierda es la creación de una nueva cultura organizada de vida, de un movimiento autoorganizado, que controle la cotidianidad; o surge un ethos nuevo, una cultura nueva o seguiremos como ahora, como ayer; mañana será como ayer. Creo, con todo que la situación actual, y lo que se nos viene encima abre posibilidades de que se comience a cambiar en esto; la realidad no posibilita el seguir como ahora. Entre tanto, este discurso político sigue siendo tan ajeno a la reflexión y a la praxis de creación de culturas, de antropologías, etc hoy como hace 25 años; nada que objetar: Aristóteles murió en el 322 antes de nuestra era. Y Hegel en el 1831. Marx en 1881. Gramsci en 1937. Lukacs en 1971. Pasolini en 1975. Puestos a desalentarse, ellos deben de estar más desalentados que nosotros. Si se quiere democracia hay que comenzar por la creación de un ethos nuevo, desde la vida cotidiana de las gentes. Esta ha de ser la prioridad política de las fuerzas organizadas: tienen todo el tiempo para ello; lo “demás”, lo otro que se entiende por política, elecciones o gestiones, se hace en pocos días y lo hacen pocas personas; sin embargo, nunca se encuentra tiempo en las organizaciones políticas ni tan siquiera para reflexionar sobre estos asuntos
Me he referido a la democracia y al orden electoral de los aristoi, de las elites tecnificadas que se profesionalizan en la política y gestionan elecciones etc. Quiero añadir algo más para terminar

Adelante, adelante.
Democracia y teoría de elites son incompatibles aunque ambas puedan coincidir en “el votar”, en el elegir, esto es, en ciertos procedimientos –la teoría liberal, o sea la teoría de elites, considera lo procedimental como el meollo de la democracia-. Permítaseme abrir un paréntesis para apostillar, en primer lugar, que no se puede reducir toda la panoplia de procedimientos elaborados por la democracia a los procedimientos liberales: la democracia también sabe organizar la elección de cargos por sorteo, tal como se eligen ahora tan solo los magistrados de los colegios electorales –magistrados, porque no son funcionarios, sino ciudadanos investidos de autoridad- y los miembros de los jurados. Pero no es este el núcleo fundamental en el que se basa la incompatibilidad. Teoría de elites y democracia son incompatibles porque son inconmensurables, que diría el filósofo analítico, esto es, porque se fundamentan en axiologías contrapuestas y en concepciones de la realidad, del mundo, distintas. La teoría de elites, aquella en que se sustenta el partido u organización que junta a todos los que saben para elaborar en petit comité propuestas y dirigir a los que no saben, se basa en la fe en la ciencia, la fe en la razón teórica o saber fuerte que otorga la capacidad de pronosticar y sondear la realidad existente para concluir de este estudio el programa a aventurar. Este saber teorético, científico, etc no puede ser poseído más que por pocos, por unos cuantos. La democracia, por el contrario, se sustenta sobre la fe en la razón creativa, o razón práctica, esto es, en la fe en el saber que tenemos todos con independencia de nuestra cualificación teorética, y que es el pensamiento que guía nuestra capacidad de actuar, nuestra praxis. En que ese saber creador, que está repartido entre todos los seres humanos –división técnica del trabajo-, es el que crea el mundo, la cultura material de vida. Se basa en la idea de que el espíritu creador del mundo es la comunidad humana. Esta metaconsciencia práctica en la que se basa la democracia, me repito, es el saber que nos hace conscientes de que el mundo lo creamos nosotros, que nosotros, los humanos, con nuestra praxis cotidiana, somos los creadores de Sentido y los creadores de Cultura material. Es una concepción que pone el acento no en el saber lo que hay, sino en el imaginar en comunidad nuevas ideas y nuevos sentidos de vida conforme a los cuales orientar praxis nueva creadora, creadora de fines nuevos imaginados colectivamente que orienten praxis nueva; que orienten praxis objetivadora de nueva cultura material, Saber que puede orientar diversa praxis, distinta praxis, praxis nueva, creadora de nuevas formas cotidianas de hacer, cultura nueva. Y ese pensamiento creador, capaz de crear nuevos mundos de vida colectivos, que orienta nuestros actos cuando tomamos consciencia de ser comunidad, y surge de ellos, es la política. Creo que en estas razones no me desmentiría el gran Castoriadis. Esto es Marx, el Marx de las tesis Feuerbach, el Marx que una y otra vez se pronuncia en favor de todo movimiento organizado de masas y espera lo que surja del mismo, mientras combate el positivismo. Es Hegel y es el hegelo marxismo.

¿Te refieres a que se puede estar “derrumbando todo, destruyéndose el “imaginario” del sistema, perdiendo hegemonía este capitalismo cultural. Y que tampoco puede garantizar ya unos “mínimos medios de vida” y sin embargo no tiene nada enfrente, de que nos encontrarnos ante un inmenso desierto?
Exactamente. Durante estos años, no se regeneró una izquierda nueva, capaz de comprender la magnitud del problema y dispuesta a trabajar en ese. Es más, al menos en nuestra sociedad, la derrota de la izquierda fue tan colosal que ni tan siquiera fue capaz de sostener mínimas tradiciones vivas de continuidad ideológica. Y en consecuencia, entramos en el nuevo ciclo sin mínimas bases, sin las bases culturales autónomas que constituían la subjetividad de las clases subalternas, y que han ido despareciendo ante las nuevas formas de vida impuestas por el capitalismo, y sin proyecto político alternativo, ni corrientes de opinión ideológicas de izquierda. Cuando me refiero a un proyecto político no estoy pensando en un proyecto previamente definido por un estado mayor, que tenga ya escrito cómo y adonde se debe ir. Las estrategias predefinidas siempre fracasan, la historia es impronosticable. Sino que pienso en una izquierda comprometida ya ahora en el desarrollo de un nuevo proyecto cultural autónomo, en una lucha por el control sobre la vida cotidiana, una izquierda que tenga claro que un ethos en un Estado y que sin estado nuevo, sin nuevo orden toda victoria parcial, por profunda que sea, siempre podrá ser reabsorbida por el capitalismo. Una izquierda que impulse creación de un nuevo sujeto cultural estable. Como sabemos, nada de esto existe. Y por tanto, las clases populares, los subalternos, siguen en su completo desconcierto, pues nadie trata de introducir elementos intelectuales que permitan razonar sobre lo que ocurre, sobre el modo de vida anterior, sobre el fin de un ciclo. Nadie se atreve ni tan siquiera –y sería lo mínimo, tan solo lo mínimo, la condición previa para ponerse a elaborar cultura de vida- a declarar muerto el “sueño europeo” a denunciar la mentira del mismo, su inviabilidad, la inviabilidad de este proyecto color de rosa, nuestra “casita en canadá”.
Porque el imaginario elaborado por el capitalismo, el de la Europa rica y feliz, el de la “Unión Europea” sigue siendo uno de los obstáculos para que recuperemos las riendas, tanto las riendas de nuestras economías, y nuestras culturas de vida, como, antes, previamente, las riendas de la consciencia de la realidad. Cualquier nuevo proyecto económico viable exige el abandono de este monstruo creado al servicio del capitalismo que es Europa Unida. Es imprescindible que la izquierda asuma este debate con toda urgencia, que la izquierda explique que España es actualmente una colonia de Alemania, como lo son otros varios países del “sur” de Europa, -los PIGS- entre los que se incluye Irlanda. Y que asuma y haga ver que la lucha inmediata pasa por conseguir salir de la colonización económica en que nos encontramos. Enfrentarse con esa idea es fundamental para recuperar el rumbo de la izquierda y para promover la cordura entre los ciudadanos. Es la idea fundamental a remover en lo inmediato, junto a otras dos, igualmente estupefacientes: que el mundo del despilfarro de los 80, de los 90, jamás volverá y hemos de prepararnos para cambiar el modo de vida, y –tercera- que cualquier esfuerzo por regenerar nuestra economía, crear empleo, sostener servicios públicos, pasa por lo que hagamos nosotros mismos con nuestro esfuerzo y nuestros sacrificios, una vez se dirijan estos a solucionar las necesidades económicas reales. Que debemos evitar cargar con la deuda de los bancos alemanes y franceses, porque de ello depende la supervivencia de nuestra economía mínima, y que eso significa abandonar el euro, salir de la eurozona: salir por la puerta de los expulsados o salirnos previamente nosotros; no se deben contar mentiras, tal como hace Syriza en Grecia, no se puede prometer denunciar el memorandum sobre la deuda y pretender que se puede seguir en el euro, es mentira. Se debe decir la verdad y denunciar la inverosimilitud de una Unión Europea solidaria y se debe decir la verdad sobre la necesidad de tomar medidas que por más costosas que resulten, mucho, son siempre menos costosas, mejores que las que se nos imponen desde Europa. He criticado a Syriza, y eso está mal, porque hay que criticar a las fuerzas de aquí, que no abren boca sobre el asunto por temor a perder votos: ¿qué clase de izquierda es ésa?.


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