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Los que llevamos la piel tintada de hermosa noche

Amín Arias :: 16.12.12

La trata transatlántica de esclavos y las nuevas formas de esclavitud en el siglo XXI

DOMINGO, 2 DE DICIEMBRE DE 2012

La trata transatlántica de esclavos supuso uno de los mayores genocidios de la historia. No sólo desmembró la sociedad occidental africana, si no que también transformó su futuro, cercenando su desarrollo social, político y económico al desproporcionarle durante siglos de varias generaciones de hombres y mujeres que fueron arrastrados en las peores condiciones imaginables a Las Américas.

Cuando esos millones de negros atrapados en las tierras de los antiguos reinos del África Occidental atravesaron la Puerta de Gorée, no imaginaron que iniciarían un viaje sin retorno por los mares hasta llegar, los pocos que sobrevivieron a la travesía, a una tierra tan lejana y en ocasiones tan distinta, donde no tenían a sus dioses y donde los grilletes les impedían levantar sus pies descalzos y su orgullo roto del suelo.

La esclavitud, que viene acompañando al ser humano desde la antigüedad como práctica basada en la dominación de un hombre sobre otro hombre, ha sido una de las relaciones jurídicas, aceptadas hasta hace bien poco, que más daño ha hecho a la humanidad. Fue justificada por grandes filósofos y políticos, e incluso por la propia Iglesia Católica, la que argumentó que el hombre negro carecía de alma, por tanto podía ser esclavizado.

Estas consideraciones alimentaron una ideología racista en la que el negro era considerado un ser inferior que no era sujeto de derecho alguno.

Las cifras de personas llevadas al Nuevo Mundo desde 1492, cuando Cristóbal Colón se estableció en la isla de La Española, hoy compartida por Haití y República Dominicana, varía según las fuentes. En todo caso, desde África salieron casi 60 millones de seres humanos desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XIX.

La conquista europea del continente americano se hizo a sangre y fuego. España, Inglaterra, Holanda, Francia y Portugal arrasaron poblaciones enteras en las nuevas tierras descubiertas. En zonas como el Caribe insular, por ejemplo, fueron prácticamente diezmados los pobladores originarios, en tiempo récord.

Los colonos que llegaron a las islas del Caribe pronto continuaron con grandes expediciones hacia Tierra Firme, donde encontraron más oro y más indios a los que esclavizar, pero los que, debido a la gran carga de trabajo en las minas auríferas y las enfermedades llevadas por los europeos, morían con facilidad.

Y fue entonces cuando con el fin de lograr una mayor expansión económica basada en la producción de azúcar, los padres Jerónimos, que gobernaban la Isla de la Española, fueron los primeros en solicitar al Reino de España la autorización para llevar negros directamente desde África para ponerles a trabajar en las plantaciones cañeras.

El comercio esclavista creció exponencialmente en todo el continente americano. El trabajo de los esclavos enriqueció las economías de las Metrópolis, mientras que hundió para siempre la prosperidad de África, cuestión con la que coinciden la mayoría de los estudiosos, quienes manifiestan que una de las más graves consecuencias que redundó en el negativo desarrollo a largo plazo de la economía africana fue la merma de las economías locales, cuestión agravada con la imposibilidad de la creación de una estabilidad política en la región, por las continúas luchas entre los distintos reinos africanos, y el fraccionamiento étnico que impidió la formación de grupos étnicos importantes.

El comercio de esclavos financió la prosperidad y la industrialización europeas. Sirvió como base económica para el capitalismo, consolidando una clase social, en un primer momento, que se aprovechó de la esclavitud para llenar sus bolsillos; y en una etapa posterior hizo surgir la clase de los Criollos, con una conciencia política alejada de los mandamientos regios y que se convirtió en la encargada de liderar los procesos de liberación de los esclavos y la proclamación de una veintena de nuevas naciones en las antiguas posesiones coloniales.

Las rebeliones de los negros en América y esa conciencia adquirida por los libertos logró la cohesión necesaria para que Haití se convirtiera en 1804 en la primera nación moderna fundada por negros esclavos. Fue el segundo país americano tras la proclamación de independencia de Las Trece Colonias (hoy EE.UU.) y la primera nación de Latinoamérica.

La población afrodescendiente en el continente americano asciende aproximadamente a 180 millones de personas, repartidos de forma desigual en todos y cada uno de los países del continente. Desde Canadá hasta Chile y Argentina. Ellas y ellos se encuentran en una clara situación de desventaja respecto a la población blanca, e incluso respecto de los indígenas en determinados países.

El concepto de igualdad de derechos parece no acabar de cuajar en las mentes de algunos gobernantes que no incluyen en sus agendas programas específicos para la lucha contra la marginalidad en la que viven muchos de los afrodescendientes, y mucho menos apuestan por la inclusión, tan necesaria para la normalización.

A pesar de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, proclama que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” y en su artículo 4 prohíbe la esclavitud y la trata de esclavos, han aparecido una serie de nuevas formas de esclavitud que siguen lastrando la dignidad humana.

La servidumbre, la prostitución, la trata de personas y el trabajo infantil son algunas de esas nuevas formas de esclavitud, que siguen proliferando en todos los continentes, aunque con grandes diferencias cuantitativas.

Son alrededor de 215 millones de niños los que trabajan en todo el mundo por menos del salario mínimo que cobra un adulto, de los que el 61% se encuentra en el continente asiático, y de los cuales 115 millones trabajan en sectores tan arriesgados como la industria y la construcción, según la Organización Internacional del Trabajo.

Por otro lado, la obligación, la fuerza o el engaño, y la inducción en el caso de menores sin que necesariamente medie la fuerza, son los elementos que definen la trata de personas, que según las estimaciones de la OIT a junio de 2012, llega a los 20,9 millones de víctimas. El 98% de las víctimas de trata por comercio sexual son mujeres.

La erradicación de todo tipo de discriminación y la lucha contra estas nuevas formas de esclavitud es responsabilidad de todas y cada una de las naciones del mundo. La defensa de los derechos humanos por encima de cualquier beneficio económico debe ser la tónica de todas las naciones del planeta.

Ya tuvimos unos siglos de esclavitud continuada, con el desgarramiento de una sociedad, la fragmentación de su historia y la responsabilidad no asumida por los que provocaron tan atroz acontecimiento, tanto en Europa como en los antiguos reinos africanos que se beneficiaron de la trata de esclavos.

La conmemoración del Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, el 2 de diciembre, debe servir para reflexionar y hacer que la humanidad entienda que hubieron pueblos que sufrieron un proceso desmembrador sumamente violento, y que sus descendientes siguen padeciendo la misma discriminación y el racismo, incluso en sus propios países.

Todavía hoy los que llevamos la piel tintada de hermosa noche tenemos que seguir escuchando voces que se alzan contra nosotros, cuando lo que deberían es bajar la cabeza y pedir sinceramente perdón y así favorecer la reconciliación que nos lleve a trabajar juntos para erradicar todo tipo de esclavitud.


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