Las reformas se han puesto a remojo en las aguas tibias de una socialdemocracia poco combativa
03-01-2013
Francia: La capitulación de Hollande
Anne Rosencher y Hervé Nathan
http://sinpermiso.info
Martes, 11 de diciembre, en los salones del muy chic Pabellón Ledoyen, cerca de los Campos Elíseos, la Federación Bancaria Francesa organizaba un desayuno. Cinco patrones de las altas finanzas – Frédéric Oudéa, de la Société Générale, François Pérol, de Banques Populaires-Caisses d´Epargne [Cajas de Ahorro], Jean-Laurent Bonnafé, de BNP Paribas, Jean-Paul Chifflet, del Crédit Agricole, y Philippe Wahl, de la Banque Postale – invitaban a una quincena de diputados, mezclando izquierda y derecha. Objetivo: transmitir mensajes antes del examen del proyecto de ley bancaria en la Asamblea Nacional. Pero, según el parecer general, el ambiente no estaba para reuniones. Ninguna discordia, ningún vuelo lírico ha llegado a electrizar el clima temperado del tres estrellas Michelin. “Si se nos impone separar demasiado las actividades del mercado, entonces habrá que cerrar o habrá que vender”, ha amenazado, guardando las formas, Frédéric Oudéa, entre bocado y bocado. Sin elevar siquiera la voz. Hay que dejarlo bien dicho: ahora que se conocen los detalles, la ley bancaria ya no inquieta a los banqueros. Y además, la invitada estrella del desayuno, la diputada del PS, ponente del proyecto en la Asamblea, Karine Berger, excusó su presencia en el último momento, con lo que…
Si hubieran sabido con precisión las razones por las que faltaba a este compromiso, estos señores habrían podido (re)tomar (el) champaña. En ese mismo momento, en efecto, la susodicha Karine Berger asistía, con una docena más de diputados socialistas, a un desayuno improvisado en Bercy [barrio del distrito XII de París donde se ubica el Ministerio de Finanzas] por el ministro de Finanzas, Pierre Moscovici, para preparar, también él, la presentación del proyecto de ley bancaria ante la Asamblea. ¿Cómo otorgarle valor frente a quienes no se quedarán sin denunciar la espantada? ¿Cómo defenderse de las acusaciones de capitulación ante las finanzas elegantes? Un desayuno rico en elementos de lenguaje: “Somos el primer país europeo en legislar”, “Es un informe técnico, complejo, que no sufre ninguna mengua”, “El sector bancario da empleo, en Francia, a más gente que el del automóvil”, etc. Un desayuno más eficaz, si cabe, que los ágapes cabilderos del Pabellón Ledoyen…
Sí que parece lejano el momento de Bourget. Sí que parece lejano ese 22 de enero de 2012, cuando en esa sala del extrarradio parisino, el candidato Hollande había abrazado su discurso fundador con un ataque de genio, un ataque del que reivindicó a continuación su exclusiva paternidad. “Mi verdadero adversario no tiene nombre ni rostro ni partido, no presentará jamás candidatura y, sin embargo, gobierna: es el mundo de las finanzas”, había declarado, rompiendo su caparazón de tentetieso – para siempre, pensaba él- antes los hurras de una sala galvanizada y la hilera de caciques del PS puesta en pie en una ovación. La fórmula – de la que Aqulino Morelle, pluma del candidato y después del presidente, diría más tarde que le había “encantado encontrarla”- había dado en la diana. Y el volver a meter en cintura a las finanzas se había situado en séptimo lugar de los compromisos programáticos. “Separaré las actividades de los bancos que son útiles para la inversión y el empleo de sus operaciones especulativas. Prohibiré a los bancos franceses ejercer en paraísos fiscales. Se terminará con los productos financieros tóxicos que enriquecen a los especuladores y amenazan a la economía”, se podía leer en “El cambio es ahora. Mis 60 compromisos por Francia”.
¿Cuándo renunció el presidente Hollande? ¿Cuándo enterró el cambio y aplazó sus “compromisos por Francia”? En el proyecto de ley bancaria que se presentará en el Consejo de Ministros del miércoles 19 de diciembre, la separación de actividades prometida por el orador de las arengas de Bourget ha quedado reducida a la mínima expresión. Solamente el “trading por cuenta propia” – es decir, la actividad por la cual los bancos se juegan su propio dinero en los mercados financieros- deberá quedar relegado a una filial particular. Lo que es como decir poca cosa. Para el más activo de los bancos especulativos, el norteamericano Goldman Sachs, eso no representa más de un 10% de su actividad. Y para las entidades francesas, entre ellos la Société Génerale y el BNP Paribas (para el que esta actividad genera del 2 al 3% de su cifra de negocios), el propre trading, como se le llama en la sala de operaciones, no representa nada de nada. Todas las demás actividades se juzgaron “útiles a la economía”, y quedaron por tanto autorizadas con la misma estructura que la banca minorista. Como para pellizcarse. Y que se tranquilicen los banqueros: podrán continuar especulando con materias primas alimentarias o invirtiendo en préstamos hipotecarios de riesgo (subprimes) mientras esos instrumentos se utilicen por cuenta de los clientes” (y no por cuenta propia de los bancos). En definitiva, sólo se prohíbe el “trading de alta frecuencia”, es decir, esta actividad controlada por ordenadores que transmiten a los mercados órdenes de compra y venta en nanosegundos. De nuevo, tampoco gran cosa.
Lo resume un eminente banquero de negocios con sede parisina: “Aparte del asunto de Kerviel [1], esta ley no habría impedido ninguno de los patinazos que los bancos franceses han registrado durante la crisis. Natixis habría podido invertir en una filial peligrosa en los Estados Unidos y perder 10 millones de euros y Dexia vender créditos impagados a las colectividades locales. De hecho, no había más que una solución práctica: limitar todas las actividades a una filial, puesto que, desde el momento en que hay mercado, hay riesgo…”
En cuanto a la prohibición de poseer filiales en paraísos fiscales, está decididamente ausente del proyecto de ley…Si el texto no lo modifica profundamente el Parlamento, ya podrán silbar los banqueros franceses. En Bercy se intenta a buen seguro minimizar el retroceso: “Los banqueros dicen sentirse tranquilizados, puesto que lo que quieren es enviar señales positivas a sus inversores”, afirma un alto funcionario, “pero, créame, hay ciertas disposiciones que les indignan”. Y el servidor del Estado cita la segunda vertiente de la ley que otorga nuevos instrumentos a los poderes públicos para gestionar una eventual crisis bancaria: “Se podrá por fin despachar a los gestores incapaces de un banco con problemas antes de la suspensión de pagos”. Remata un diputado: “Cierto es que no se separan hoy las actividades bancarias, pero nos dotamos de tijeras para llevarla a cabo en caso de necesidad”.
La verdad es que el gobierno ha capitulado. Rápida y fácilmente. Desde su comunicado de prensa lanzando la reforma, el 16 de julio de 2012, el Ministerio de Finanzas levantaba acta del “contexto francés en el que los bancos universales [es decir, los que mezclan actividades de depósito y actividades de mercado] han mostrado su resiliencia frente a la crisis”. Hay que decir que el Consejo de Regulación Financiera y del Crédito, el COREFRIS, compuesto de representantes del Banco de Francia y de las autoridades de control del sector financiero-, al que Bercy había consultado con antelación sobre la cuestión, había sido muy claro: nada de tocar el “modelo francés”. Desde entonces, la reforma bancaria a la salsa Bercy ha podido seguir su camino sin que ningún hombretón malencarado venga a hacer descarrilar el proceso, recordando las promesas de Bourget y los “60 compromisos ante Francia”. El presidente no se ha ocupado de ello. Ni está demasiado preocupado por el resto. “Es un informe que ha gestionado casi exclusivamente Bercy, y en Bercy, el director del Tesoro, Ramon Fernandez, en colaboración con los equipos de Pierre Moscovici”, nos ha dicho un consejero del Elíseo.
¡Todos inspectores de finanzas!
Confiar la gestión de la reforma al Tesoro y al gabinete del ministro de Economía era enterrar la idea de que la ley pudiera ser rigurosa. He aquí que hace ya mucho, en efecto, que las idas y venidas entre las finanzas públicas (reino de los…inspectores de finanzas) y las finanzas privadas (reino de los…inspectores de finanzas) han sumado a todos y cada uno en una misma idea de la economía, donde se tacha de “criptobolchevismo” toda voluntad de regulación algo reforzada del Estado. Las discusiones sobre la ley bancaria se hicieron, por tanto, en torno a una mesa con opiniones tan variadas como las de Ramon Fernandez (director del Tesoro, ENA [2] 1993, pasado por el gabinete de Francis Mer), Michel Pébereau (presidente de honor de BNP Paribas, ENA Inspeccción de Finanzas 1967, veterano de la dirección del Tesoro, y antiguo consejero técnico de Valéry Giscard d´Estaing en Bercy), François Villeroy de Galhau (número tres de BNP Paribas, ENA Inspección de Finanzas 1984, exdirector del gabinete de Dominique Strauss-Kahn) o incluso el actual director del gabinete del ministro de Finanzas, Rémy Rioux (ENA 1997, antiguo lugarteniente de Ramon Fernandez en el Tesoro)…
¿Y quién está para que se escuche una opinión distinta? “Se ha consultado igualmente a las asociaciones de consumidores y a los sindicatos”, se destaca en Bercy. Pero para Sébastien Busiris, secretario general de FO-Banca [Force Ouvrière], partidario, sin embargo, de la banca universal en nombre del puesto de trabajo de sus afiliados, no había demasiado margen para exigir un marco más ceñido para las actividades bancarias: “Cuando escucharon nuestra opinión, a fines del mes de octubre, tuvimos la impresión de que la suerte estaba echada y se trataba de verificar que no nos opondríamos. Hemos pedido que la ley precisara lo que eran las “actividades útiles para la economía”, y que se gravara la especulación para desalentarla. Pero el proyecto de ley deja la cuestión sin respuesta”. De hecho, serán las autoridades reguladoras, compuestas por banqueros, antiguos, actuales o futuros, las que precisarán el concepto de “utilidad para la economía”.
Así va la síntesis en Hollandia. Continúa destilándose la musiquilla de Bourget, aprovechando discursos bellamente cincelados, intervenciones con fórmulas de choque, pero, en los hechos, las reformas se han puesto a remojo en las aguas tibias de una socialdemocracia poco combativa. Se deja que truene Montebourg y que gane Mittal. Incoherencia original, esquizofrenia política, que consiste en confiar la escritura de sus discursos a Aquilino Morelle y la atadura de sus reformas a Ramon Fernandez…Aquilino Morelle, hasta ahora redomado espantajo de la patronal francesa, pluma del presidente, médico, enarca, brillante intelectual, hijo de un obrero de Asturias, jospinista politraumatizado por el fracaso de 2002, director de campaña de Arnaud Montebourg durante las primarias socialistas, e instigador de la famosa tasa de los “75%”, ocupa hoy en el Elíseo el gran despacho en ángulo junto al del presidente.
“Morelle, con dos “alas” [3] para planear mejor”, rechina un detractor, adepto de la Realpolitik y discípulo de Ramon Fernandez –pronúnciese “Ramon” a la francesa-, director del Tesoro, llegado a esta prestigiosa institución en 1994, cuando François Hollande accedía apenas a la dirección del PS como secretario general encargado de cuestiones…económicas). Tras pasar por el FMI, especialmente, el alto funcionario de trajes sombríos y ojos claros se ha reintegrado al organigrama de la República como colaborador del consejero económico de Nicolas Sarkozy, François Pérol (¡hoy patrón de Banques Populaires!), y después como director del Tesoro. Pilotó tan alta administración bajo la dirección de Christine Lagarde – que le apodaba “Tesoro mío”- y luego de François Baroin. Preocupado por la continuidad, el nuevo poder ha querido conservar a este técnico respetado. “La preocupación por la continuidad, es desde luego, “la preocupación””, señala, burlón, un partidario de Arnaud Montebourg. Pues no se consideraba que la política de Hollande pudiera disolverse en la de Sarkozy. En el alfeizar del ventanal de su despacho, que da al Palacio Omnisports, Ramon Fernandez ha alineado las identificaciones recogidas a lo largo de sus (numerosas) cumbres internacionales. Una de ellas, traída de un congreso en América del Sur, lleva la efigie de Che Guevara – “Ramon con el Che, ¡la cosa tiene, como poco, su gracia!”, sonríe su más fiel colaboradora.
Morelle-Fernandez. El verbo y la acción. Dos hombres sinceros, con una programación de pensamiento incompatible. Dos fines irreconciliables de un hollandismo que se muestra cada vez más emplomado por una síntesis imposible. ¿Hasta cuándo se sostendrá la paradoja, François Hollande? Las palabras vuelan y los discursos estrepitosos adoptan, cada vez más, la forma de biombo para una política apenas mejorada que no se asume y no dice su nombre. Y no se ve de qué modo esta película mal doblada, en la que imagen y sonido parecen desincronizados, podría acabar bien.
Notas:
[1] Jérôme Kerviel, trader de Société Génerale, el segundo banco francés, ocasionó un fraude de más de 4.900 millones de euros en enero de 2008.
[2] ENA, Escuela Nacional de Administración, de la que proceden la mayoría de los altos cargos de la burocracia ministerial francesa y cuyos laureados son popularmente conocidos como “enarcas”.
[3] En francés, el juego de palabras con el apellido de Morelle se explica por la pronunciación idéntica de “alas” (“ailes”) y “eles” (“ls”).
Anne Rosencher y Hervé Nathan son periodistas del semanario francés Marianne.
Traducción de Lucas Antón