Entrevista del Colectivo Situaciones
14-02-2013
Occupy antes y después de Sandy
Diego Skliar y Natalia Gennero, del colectivo argentino Situaciones, entrevistan a Ángel Luis Lara sobre el movimiento Occupy y el paso del huracán Sandy por la ciudad de Nueva York. Ángel reside en la gran manzana desde hace casi seis años, donde enseña métodos de investigación social en la universidad The New School y sigue muy de cerca los movimientos sociales locales. Además, colabora con diversos medios digitales con artículos de análisis de los movimientos y las realidades estadounidense. La conversación se desarrolló en el espacio radiofónico Clinämen, del programa La mar en coche, emitido por la radio comunitaria de Buenos Aires La Tribu. Lo que sigue es una transcripción aproximada de la entrevista realizada en diciembre pasado.
Diego
Hace un año hablábamos con Ángel Luis Lara sobre el movimiento Occupy Wall Street y su significado como organización social y política de las comunidades en Estados Unidos. ¿Qué pasó en un año de diferencia desde nuestra última conversación con él? Pasó un huracán, literalmente. El pasado mes de octubre el huracán Sandy afectó violentamente a Venezuela, Haití, República Dominicana, Jamaica, Cuba, Bahamas, Bermudas, Canadá y Estados Unidos. Sandy se llevó la vida de unas setenta personas en el Caribe y de otras dos en Canadá. En Estados Unidos, el huracán produjo la muerte de ciento trece personas, afectando a veinticuatro de los cincuenta estados del país y generando un impacto en los lazos sociales, la política y la economía locales.
Ángel, nos preguntamos por aquél Occupy Wall Street de hace un año. Hace poco leíamos un artículo tuyo en el que hablabas de una transición desde Occupy Wall Street a Occupy Sandy. ¿Nos puedes contar sobre ese movimiento de organización?
Ángel
Como tú has señalado, el paso inesperado de un potente huracán modificó sustancialmente lo que venía siendo el desarrollo de Occupy Wall Street, un movimiento en el que muchas de sus pautas habían caído en una deriva poco productiva y en el que, en cierta medida, las dinámicas activistas exageradamente autocentradas estaban impidiendo la participación abierta de gentes diversas. Fíjate que con motivo de su primer aniversario, habíamos escrito que la apuesta generalizada por la práctica del rito y por la lógica de la efeméride significaba seguramente la defunción del propio movimiento, limitado por las derivas autorreferentes y por la desconexión con lo real con la que su composición activista más hegemónica lo estaba sujetando. Sin embargo, como casi siempre, nos equivocamos. Como ya ocurriera en algún momento previo, la aparición de un elemento exterior e inesperado generó un giro que volvió a inyectar energía y sentido. Podríamos decir que Sandy revivió al movimiento Occupy.
Entre otras cosas, la experiencia del huracán ha subrayado la importancia que tiene el azar en la vida y en la acción política. El propio concepto de Clinamen, que da título a vuestro espacio radiofónico, sirve para explicar un cierto principio de indeterminación, una desviación contingente y aleatoria que irrumpe en la escena y modifica absolutamente todo lo que está pasando. Eso ha sido el huracán Sandy para Occupy. Ante una situación en la que los poderes públicos no proporcionaron la ayuda adecuada a las poblaciones afectadas por el huracán, fueron organizaciones sociales y comunidades locales las que dieron respuesta inmediata a los graves problemas generados por Sandy. En este sentido, en la ciudad de Nueva York los activistas de Occupy Wall Street se convirtieron probablemente en la infraestructura más importante de ayuda a las personas afectadas por el huracán. Eso modificó notablemente el significado del movimiento Occupy y los parámetros generales en los que hasta entonces se venía construyendo. Digamos que de la ficción, en cuanto producción de un relato de la realidad excesivamente autocentrado y poco conectado con lo real, se pasó a la fricción, al roce con la gente común y con las miles de familias que estaban sufriendo la devastación causada por el huracán. Esa transición de la ficción a la fricción provocó la sujeción a una especie de principio de realidad en el que primó la mezcla con poblaciones que hasta ese momento no habían participado significativamente en el movimiento: personas migrantes, población afroamericana, familias de pocos recursos, gentes que carecen de niveles considerables de politización, etcétera.
Se trata de un proceso que ha generado, al menos puntualmente, un cambio en el movimiento, una apertura a partir de la construcción de conjuntos de acción basados en la cooperación entre diferentes, colocando precisamente la gestión de la diferencia en el centro de la práctica política. Sandy resituó el movimiento en un escenario lógico en el que primaban los problemas concretos y comunes que tenemos las personas, por encima de lo ideológico, de los significantes y de las dinámicas identitarias. Paradójicamente, una catástrofe como Sandy ha funcionado como inyección de potencia capaz de modificar el estado terminal por el que transitaba Occupy. Lo que el huracán bloqueó fue la tendencia mayoritaria en el seno del movimiento a entenderlo como una identidad, como un sujeto. Sandy emergió como una especie de principio de indeterminación que desterritorializó el movimiento y lo llevó a concebirse como una infraestructura para la construcción del común, como un conjunto de modos de hacer, como un espacio dinámico para la producción creativa de agenciamientos. Eso es algo muy diferente a la tendencia mayoritaria observada hasta entonces en Occupy, que concedía centralidad a las derivas identitarias y a la reproducción de ciertas dinámicas activistas sedentarias como piedra de toque del sentido y de la evolución de las prácticas. No sabemos cuánto durará el efecto producido en el movimiento por el huracán. Lo que sí sabemos es que, al menos puntualmente, ha logrado modificar muy positivamente su naturaleza.
Natalia
Cuando nos contabas el año pasado acerca del fenómeno Occupy Wall Street nos hablabas de la convivencia de tres momentos en el desarrollo del movimiento: una de inicio, vinculada a las militancias más tradicionales; después un momento de apertura del proceso a la gente común, que era de donde salía la idea del 99%; y un tercer período de repliegue. ¿Se puede pensar que la pauta de apertura se radicalizó con el paso del huracán y la transición de Occupy Wall Street a Occupy Sandy? ¿Ha habido espacios del movimiento que se han replegado en una instancia rememorativa, focalizada en la representación, en seguir pensando la política como simple visibilización?
Ángel
Lo que el huracán Sandy ha alterado en Occupy es precisamente esa apuesta por las representaciones, así como la inclinación por la primacía de los ejercicios meramente enunciativos y por la producción de sí como identidad. Sandy ha puesto todo eso del revés y lo ha imposibilitado, al menos de manera transitoria. Como tú misma señalas, en el desarrollo del movimiento hemos venido observando una dinámica de flujos, una especie de “efecto boomerang” en el que un momento definido fundamentalmente por pautas activistas tradicionales muy autocentradas lleva a un instante de apertura, para luego retornar de nuevo a un cierre sobre la lógica activista clásica que dificulta la participación de personas no politizadas y la inclusión de diferentes. En este sentido, tras la fase de apertura que ha propiciado el huracán, algunos vemos el peligro de que se experimente un reflujo de cierre. ¿Por qué? Miramos hacia algunos problemas que en parte tienen que ver con la composición social del movimiento, en la que destaca abrumadoramente una población flotante de activistas muy jóvenes, la mayoría de ellos estudiantes universitarios.
Uno de los elementos que nos llamó poderosamente la atención en los centros de convergencia que Occupy construyó en Nueva York para la autoorganización en apoyo de las poblaciones afectadas por el huracán, fue la extremada juventud de las personas que dinamizaban esos espacios. Desde que el movimiento Occupy emergiera en septiembre de 2011, la aplastante hegemonía de esa composición ha generado una dificultad en relación a la concepción del tiempo que se maneja y de los ritmos que se instituyen para la construcción de sociabilidad y de acción política. Por decirlo con Bergson, la duración se ha convertido en el problema fundamental. De manera general, el socius juvenil aparece, casi por definición, sujeto a una urgencia constante y a una necesidad imperiosa de producir y encadenar efectos de acontecimiento y de visibilización. El evento prima sobre el proceso en la imposición de una intensidad y un ritmo difícilmente habitable para otros sujetos y estratos de la población: aquellos que no habitamos esa coyuntura existencial, la gente con hijos e hijas o las personas sujetas a las imposiciones estructurales del trabajo, por ejemplo, encontramos muchas dificultades para participar. Y el problema es que el 99% está constituido fundamentalmente por ese tipo de poblaciones, como me decía hace unos días una mujer que pertenece a una de las organizaciones de personas migrantes que participan de los espacios abiertos por Occupy Sandy. Ella tiene dos trabajos y tres hijos.
En este sentido, vemos que la dinámica de desarrollo de Occupy como movimiento presenta dos problemas cruciales. El primero tiene que ver con una dificultad, hasta ahora insalvable, para dar continuidad y duración a los momentos de apertura y de potencia enorme que se viven puntualmente. Esos momentos han generado la posibilidad de articular espacios de acción colectiva caracterizados por la diferencia, por la composición de un común a partir de la convivencia de las diferencias, pero no han tenido continuidad. La segunda dificultad remite a la imposibilidad de muchas personas de seguir un ritmo que, al tener más de producción constante de eventos que de desarrollo de procesos, termina por imponer una cierta incompatibilidad con los tiempos del cotidiano.
Diego
Tal vez vemos que en una organización social como Occupy Wall Street lo que termina ocurriendo es que se despierta una participación cuando hay algo concreto para hacer y si para eso tiene que pasar un huracán, hay cierta alarma de preocupación, ¿no?
Ángel
Yo insisto en que una de las cuestiones que ha emergido en Nueva York como crucial es el problema de la duración, es decir, de cómo estirar y seguir articulando los momentos de cooperación distribuida, de inteligencia colectiva, de capacidad de componer un común de la política y de la vida más allá de la lógica del evento, cómo hacer de eso formas de vida, un devenir, un proceso continuo. Esa es una pregunta muy interesante que en Occupy circula y que se están haciendo algunas de las personas que participan de la experiencia, pero que tiene respuestas difíciles de hallar. En cualquier caso, se trata de respuestas que tienen que ver más con modos de hacer que con ejercicios de enunciación.
Uno de los elementos más interesantes en relación a las dinámicas de cooperación y a las capacidades y las inteligencias colectivas que se han desatado, es cómo Occupy Sandy y el fenómeno del huracán han colocado la importancia de las redes sociales más allá de los terrenos de la mera comunicación y de la información, que es donde los media sitúan generalmente el impacto de Facebook y Twitter en relación a los nuevos movimientos. Sin embargo, más allá de la comunicación y de la información, Occupy Sandy ha puesto sobre la mesa el carácter de herramientas de cooperación distribuida de dichas tecnologías y redes. Por citar tan sólo un ejemplo, la página web recovers.org ha funcionado no como un espacio de comunicación o de circulación de información, sino como una instancia material para el tejido de una financiación en red de aquellas familias más afectadas por el huracán. Las redes sociales y el hiperespacio han constituido la materialidad de una cooperación tangible hecha de miles de microcontribuciones económicas distribuidas y de infinitas donaciones de ropa, alimentos y medicinas. En este sentido, el movimiento ha sido capaz de proponer y enriquecer toda una infraestructura telemática en red, desbordando el alcance meramente comunicativo e informativo, para tornarse herramienta utilísima en la construcción material de las situaciones. Esa combinación entre flujos virtuales en red y convergencias materiales a través de la acción física tangible y concreta dibuja unas coordenadas claves y potentes para la acción política contemporánea. Occupy Sandy ha sacado las redes del orden tecnológico y técnico para, potenciando las formas de vida más potentes que contienen, demostrarnos que pueden funcionar como clave de una ética y una política de lo posible.
Natalia
Volviendo a esto que vos nos planteabas sobre la relación entre los movimientos políticos y las formas de vida, me gustaría retomar algo que tratas en uno de tus textos sobre Occupy Sandy: el caso de algunas figuras públicas en Estados Unidos que construyen su discurso en torno a una posición ecologista o de lucha contra el calentamiento global, pero sin que eso repercuta en un cambio de su forma de vida. Lo que me gustaría pensar es si la actitud frente a Sandy de las personas de Occupy y de las familias que han vivido la catástrofe, da lugar a formas de politización de los modos de vida que surgen cuando se trata de resolver los problemas de manera comunitaria.
Ángel
Esa es una cuestión que ha estado latente a lo largo de todo el proceso. Existía una posición tradicional en el ámbito de la izquierda para la que el papel de Occupy debía ser dotar de contenido político las prácticas sociales que se estaban desatando en las zonas afectadas por el huracán. Y había otra posición, que yo considero más interesante, que era la de concebir esas prácticas que se desataban de manera más o menos informal e improvisada como una forma de política, es decir, como un proceso en sí de politización. Uno de los elementos más interesantes de la vivencia de Sandy en Nueva York ha sido la convicción generalizada de que no estábamos ante un fenómeno natural, sino que el huracán era de una cualidad eminentemente política, puesto que se derivaba directamente del problema del calentamiento global. Desde este punto de vista, no ha hecho falta una politización de las prácticas sociales porque desde el principio la política ha estado puesta en el centro de las conversaciones y de las reflexiones que se han compartido a lo largo de todo el proceso de cooperación y de autoorganización social que ha desatado el huracán.
La cuestión aquí es cómo llevar esas conversaciones y esos procesos más allá de Sandy. Por eso insisto en el problema de la duración, de la construcción de los tiempos de la política que necesitamos. Creo que se trata de un problema sustancial y que asistimos a la necesidad de operar una modificación radical de las concepciones tradicionales del tiempo de la revolución. Tradicionalmente se ha concebido la transformación revolucionaria en los términos de una ruptura que tenía que ver, sobre todo, con una separación del tiempo de la normalidad a través de la fundación de un tiempo nuevo, radicalmente otro. La historia ilustra sobradamente esta concepción: tanto la Revolución Francesa como la bolchevique instauraron nuevos calendarios con nuevas fechas; los comuneros de París disparaban a los relojes de la ciudad en 1871; en la nota que escribió antes de quitarse la vida, Mayakovski definió la derrota del proyecto soviético como la incapacidad de la revolución para romper con el tiempo de la normalidad, de la vida cotidiana. Sin embargo, la experiencia de Occupy Sandy nos coloca en otro lugar, en una dimensión diferente. El problema de la duración nos lleva a cuestionarnos precisamente ese modelo revolucionario tradicional de relación con el tiempo. Lo que vemos es que nuestro problema es cómo conectar los proyectos y los procesos de cambio social con la cotidianidad de nuestra vida para poder así hacerlos habitables. No se trata de una ruptura en el tiempo, de la articulación de una temporalidad únicamente vivible para unos pocos, sino de la posibilidad de un tiempo habitable por el 99%. Creo que son elementos de mucho alcance y con un peso fuerte que no sólo Occupy Sandy ha puesto sobre la mesa, sino que han estado presentes de alguna manera en el 15-M español o en Occupy Wall Street desde el principio.
En las plazas que ocupamos en España o en Nueva York en 2011, lo potente no era tanto la instauración de un tiempo nuevo, como la posibilidad de desarrollar en común lo ya existente, las capacidades productivas y los saberes que ya tenemos en el tiempo que vivimos. Se trataba de hacer las cosas que sabemos hacer y que de hecho hacemos ya en nuestra vida cotidiana, pero de hacerlas juntos y con otro sentido completamente diferente. Lo que hicimos fue darle un valor otro al tiempo de lo ya existente, modificando el sentido de nuestro cotidiano. Por eso era la política de cualquiera, porque todos sabíamos cómo participar y todos podíamos hacerlo. Cuando el 15-M decidió levantar los campamentos de las plazas fue, precisamente, cuando el movimiento empezó a observar una contradicción insalvable entre el tiempo que imponía la plaza y el tiempo de la vida cotidiana, es decir, cuando el movimiento comenzaba a hacerse inhabitable para cualquiera.
Es algo que hemos visto en España en la llamada “Marea blanca”, el movimiento de oposición al proceso de privatización del sistema público de sanidad. Los médicos y las enfermeras han inventado una forma de huelga que ya no pasa fundamentalmente por la interrupción de la producción. Es más bien al contrario, su potencia reside en disparar en colectivo una capacidad productiva incluyente que no deja de generar acciones, creatividad, relaciones, sociabilidad. ¿Qué pasaría si los trabajadores de un canal público de televisión amenazado por la privatización, en lugar de parar las emisiones, ocuparan el edificio de la cadena y se pusieran como locos a hacer una televisión diferente junto a los televidentes? Ahí no se juega únicamente la construcción de una forma de huelga de nuevo tipo, sino que también se dibuja el paso de lo público a lo común. Es algo que Occupy Sandy nos ha enseñado, tenemos potencia y nos conectamos con lo real cuando construimos otro sentido a lo que de por sí ya hacemos y sabemos hacer en el cotidiano. La paradoja de nuestro tiempo es que el sabotaje consiste en multiplicar nuestra capacidad productiva, en proliferar, no en detener el tiempo y la producción. En el bloqueo o en el choque siempre tenemos las de perder. Sólo nos queda la posibilidad de exceder al poder, de desbordarlo. Es lo que nos ha enseñado Occupy Sandy: poniendo en común nuestros saberes e intensificando nuestras producciones conseguimos dejar en fuera de juego al poder.
Diego
Lo último es preguntarte cómo actuó el capitalismo, es decir, Estado y mercado en conjunto, una vez que se produjo esta tragedia de origen político.
Ángel
Es una pregunta muy interesante. La manera en la que el Estado y el mercado han actuado ha sido la de tratar de extender su lógica general a la articulación de la coyuntura abierta por Sandy. Las políticas neoliberales, lejos de encogerse frente a la dimensión de la tragedia, han estirado todavía más sus lógicas. La forma en la que estado y mercado se han aliado ha sido la imposición generalizada de la deuda y del crédito como formas de relación con las familias afectadas por el huracán. El crédito se ha convertido en la modalidad predominante de asistencia. En vez de construir un paréntesis en las lógicas violentísimas de gobierno que las políticas neoliberales establecen en esta parte del mundo, estado y mercado han modelado el huracán como posibilidad para la intensificación de la capitalización de la vida y la dominación de las poblaciones. En este sentido, las dinámicas de financiarización de la catástrofe nos han destacado el verdadero carácter de la crisis y su cualidad estratégica para el capital: constituye fundamentalmente un campo de intensificación y extensión de la acumulación capitalista. Algunos activistas de Occupy han hecho un trabajo excelente en este terreno, documentando pormenorizadamente la dimensión de la financiarización de Sandy.
Ha sido algo que ha afectado profundamente a la subjetividad colectiva de aquellas poblaciones que han sido más duramente golpeadas por el huracán. Las familias esperaban la ayuda de las autoridades, no la vampirización de la coyuntura de desamparo y de tragedia creada por Sandy. Eso ha generado un cierto cortocircuito en poblaciones que no estaban politizadas o que lo estaban en un sentido muy conservador. Hay una imagen muy bella e interesante de Staten Island, una de las zonas de la ciudad más golpeadas por el huracán. Varias semanas después del paso de Sandy, algunos vecinos y vecinas organizaron una asamblea, observando la necesidad irrefrenable de autoorganizarse ante la situación de abandono que estaban viviendo por parte de las autoridades. Allí estaban las fuerzas vivas del territorio, por decirlo así, con un peso marcadamente conservador. Fue muy bonito ver cómo, tras izar la bandera estadounidense y cantar el himno nacional, las personas más conservadoras rindieron una ovación cerrada a los activistas de Occupy, señalándolos como los únicos que verdaderamente se habían preocupado de la gente. Ahí estaban esos estadounidenses conservadores aplaudiendo y abrazándose emocionados a unos activistas radicales. Eso es parte del milagro de Occupy y una nueva cualidad para la acción política que desaloja la enemistad del centro de su racionalidad, para colocar la relación con el diferente en el centro de su práctica. Occupy Sandy ha sido sobre todo una experiencia masiva y multitudinaria de construcción del común, haciendo de la contradicción su terreno más fértil y del amor entre los de abajo la más potente de las políticas.
Sin embargo, la imagen integral de la intervención capitalista en el escenario abierto por el huracán Sandy en Estados Unidos no se agota con las referencias al estado y al mercado. Una de las singularidades más significativas del capitalismo estadounidense es el papel central del tercer sector en el desarrollo y la gestión de los fenómenos locales. En Estados Unidos, las políticas de la ciudad pasan por las denominadas Corporaciones del Desarrollo Comunitario (CDC) y por un tupido tejido profesionalizado de organizaciones no gubernamentales. Es un comunitarismo muy arraigado en los lenguajes y las producciones locales de subjetividad, que funciona como sustento de políticas disímiles y muchas veces completamente contradictorias. En este contexto, la comunidad, propuesta de una manera acrítica, no sólo constituye uno de los ingredientes clave y repetido en los discursos de todo signo, sino que es generalmente entendida como un apriori dado, no como el resultado de un proceso social: la mayoría de las veces se trata de una comunidad sin proceso de comunalidad, como diría el antropólogo mixe Floriberto Díaz. Se habla de la comunidad afroamericana o de la comunidad latina, por ejemplo, como supuesta realidad fundada en la mera cuestión étnica, como se habla de la comunidad de tal o cual barrio para definir una población que simplemente comparte un mismo territorio urbano. Esta ausencia de comunalidad, es decir, de una acción colectiva de implicación en los asuntos comunes a partir de una lógica comunitaria, se apoya en un montón de organizaciones no gubernamentales que, a través de la profesionalización, transforman la posibilidad comunitaria en una mera actividad de lobbying y de gestión de recursos. Es un verdadero mercado de organizaciones que compiten entre sí y que funcionan como instituciones vitales de las políticas neoliberales, puesto que ante el vacío generado por la ausencia del poder público, son ellas las que gestionan la mayor parte de las políticas de desarrollo local. Esas organizaciones han resultado fundamentales en la modelación capitalista del contexto generado por el huracán Sandy en la ciudad de Nueva York y constituyen una segunda forma de vampirización de la catástrofe. Las corporaciones del desarrollo comunitario no sólo han absorbido las partidas económicas más importantes de los programas de recuperación tras el desastre, tanto públicos como privados, sino que además han parasitado el trabajo real desarrollado por grupos y parroquias de base, así como por comunidades autoorganizadas de familias afectadas por el huracán. La relevancia de Occupy Sandy en este terreno ha sido enorme, puesto que la cualidad y la eficacia de su acción ha desnudado a las corporaciones de los comunitario. Occupy no sólo ha propuesto la práctica de un comunitarismo con comunalidad, sino que ha demostrado que las políticas de lo común resultan mucho más eficaces y democráticas que aquellas que se despliegan desde la racionalidad de lo público o lo privado. Desde este punto de vista, Occupy Sandy constituye una experiencia crucial de la que podemos extraer elementos y materiales valiosísimos para los movimientos sociales actuales.
Fuente: http://desinformemonos.org/2013/02/politicas-en-la-catastrofe-occupy-antes-y-despues-de-sandy/