Acosta pudiera haber aprovechado el desencanto con el gobierno de ciertos sectores. Pero su matrimonio claramente interesado con partidos desgastados por el corporativismo, las viejas prácticas y el golpismo, mató de entrada a una campaña destinada al fracaso
21-02-2013
Los nuevos espacios de la política
Guillaume Long
El Telegrafo
Era evidente que la recuperación del Estado, de lo público, y de una nación en ciernes, después de décadas de ausencia de pacto social, acompañada -además- por resultados económicos y sociales alentadores, conllevaría una nueva victoria electoral aplastante en primera vuelta de Rafael Correa y de su propuesta gubernativa. La mayoría legislativa alcanzada por PAIS significa la consolidación del proceso político, además de un gran reto: ahondar con mucho mayor ímpetu el cambio productivo que necesita Ecuador para prosperar y democratizarse.
La candidatura de Lasso logró captar, como era de esperar, el voto de las élites neoliberales. Pero también logró acumular, en los últimos días de la campaña, un voto neoliberal más popular, antes capitalizado por Gutiérrez: los pequeños intermediarios, negociantes, tramitadores públicos y privados, que habían aprendido a lucrar del caos imperante, y se oponen al retorno de la regulación y tributación.
Lasso representa, sin duda, una derecha “dura”, defensora de una noción fundamentalista de la libertad que tanto ha imposibilitado el establecimiento de un contrato social en América Latina. Pero, a pesar de haber recurrido a varias prácticas demagógicas en su campaña (sin duda alentado por algunos asesores sombríos), logró demarcarse de la mediocridad y ordinariez de los otros representantes de la derecha. Su reconocimiento de la victoria de Correa marca, asimismo, un precedente en un país donde cada derrota se saldaba en una denuncia de fraude por parte de algún mal perdedor.
Será quizás por esto –y para no estar excluido del club de los políticos maduros– que Gutiérrez también reconoció la victoria de Correa; lo que no le salva de ser el gran perdedor de esta contienda. Con el 29% de la votación en las últimas elecciones presidenciales, Gutiérrez ve hoy su apoyo reducirse a números insignificantes.
El otro gran perdedor es Acosta. Con su perfil de hombre de principios e ideales, Acosta pudiera haber aprovechado el desencanto con el gobierno de ciertos sectores ilustrados de las clases medias (y quizás hasta populares). Pero su matrimonio claramente interesado con partidos desgastados por el corporativismo, las viejas prácticas y el golpismo, mató de entrada a una campaña destinada al fracaso. Lo único para lo que –ojalá– podría servir su campaña es para sonar la alarma en Zamora y Morona Santiago, donde su alta votación revela una conflictividad latente en torno al tema de la minería.
Sobre Noboa no hace falta comentario alguno. El electorado supo castigar a un capricho anacrónico, desfasado del tiempo y de la realidad. Rodas se excede en su euforia. Lo notable de su votación es el estrepitoso fracaso de otros candidatos que no lograron superarlo.
En cuanto a Zavala y Wray, vengo sosteniendo que se trata de una minicontienda electoral entre el odio, la homofobia y la intolerancia más abyecta, y la defensa de derechos civiles y sexuales que –aun de forma elitista y con mayor trascendencia en Twitter que en las clases populares– merece vencer al peligroso fanatismo del pastor.
A la final, el resultado de las elecciones tiene un sabor a giro de página. El desmoronamiento de varias figuras emblemáticas del pasado abre espacios para nuevos actores políticos en el futuro.
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